Mapa Genético

Por Mariana Skiadaressis



Aquí llega mi contribución femenina (y no dije feminista, ya que como buena peronista soy un poco machista). Para empezar, me pareció oportuno sacarle el polvo a una parte de un libro capital del pensamiento nacional:


“Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles. Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte (…) Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de éstos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente”. (La razón de mi vida – Eva Perón)

Un buen párrafo para regalarle a mi hermana cada vez que dice “Si Macri hizo eso con Boca, imaginate lo que puede hacer por la ciudad…”. Podría recitarlo de memoria. Se me ocurre que podría ser más efectivo que largarle mi ya clásico “Hacer negocios no es hacer política, la política es gestión institucional y bienestar social, no tapar baches para que los paralíticos bailen el tango en el asfalto de Buenos Aires”.

Hace algunos domingos, esta mujer con la cual comparto parte de mi mapa genético, contó en la mesa familiar que se está construyendo un nuevo shopping en Panamericana y General Paz y que un juez determinó que no se podrá inaugurar hasta que no hayan comenzado las obras de una escuela y un centro de salud que la empresa constructora pactó levantar como condición para obtener el permiso de obra. Y yo, ilusa que nunca pierde la fe en el prójimo, dije: “Qué buena onda que alguien se ocupe de imponerles cánones con destino social a estos tipos”, pero como era de esperarse, mi hermana lo estaba relatando como algo indignante: “Si yo construyo mi casa no tengo por qué darle nada a nadie”, dijo con voz estridente. Guardé mis comentarios para otro día y me ahorré una discusión inútil.

Cuando me detengo a pensar en que tengo una hermana macrista practicante, no sólo no sé de dónde salió, sino que se me nubla la razón y tengo ganas de comenzar a repartir patadas voladoras con el jogging amarillo venganza de Beatrix Kiddo (a no confundir con el amarillo de los negociados Pro), porque ya muchas veces intenté explicarle cosas acerca de la política, los pobres, los ricos, etc., pero ella insiste con su discurso ultra-liberal no identificado pero de tan férrea convicción que pareciera que sabe de qué está hablando y a dónde conducen ideas similares a las que ella sostiene.

Lo lamentable de los votos depositados en las urnas por gente como mi hermana es que son capaces de continuar con una historia de vaciamiento cultural y no-participación cívica en cuestiones que nos incumben a todos como ciudadanos de un país democrático. Recientemente, este miedo me provocó un sueño un tanto gracioso, un tanto terrorífico: llego a votar al colegio de Almagro que me corresponde según el padrón y todas las personas que hacen cola para entrar a los cuartos oscuros son zombies. Transpiro de miedo esperando que no se den cuenta de que no soy de los suyos, pero la convicción peronista me mantiene firme. Justo delante de mí, una mujer de cabello largo y ondulado que lleva una cartera de imitación con las iniciales LV por estampado, sostiene con su mano muerta un DNI decrépito. Al llegar a la mesa donde las autoridades zombies le piden el documento, veo su perfil cadavérico: es mi hermana, igual de flaca, sólo que un poco más verde.


Pienso: cuando llegue a casa, mejor no mirarme al espejo.
También: todas las familias son psicóticas.