Barcelona-Madrid (4)




Por Juan Terranova


69.
Más entrevistas. La preguntas de siempre. ¿Qué pasa con Internet? ¿Cuáles son sus padres literarios? ¿Cómo los influye vivir en la Argentina? Y si el periodista no es muy avispado incluso también pregunte por la dictadura. Qué tentación para el crimen.

70.
Lo que respondemos tiene que ver con nuestra energía. Si nos esmeramos sale mejor. Pero no puede ser siempre así y muchas veces decimos estupideces. Yo digo estupideces. Él dice estupideces. Nosotros las decimos. Y, seamos honestos, esa es la parte más entretenida.

71.
John Irving decía que todo lo que era afirmado de forma taxativa le daba ganas de ponerse a llorar. Por eso había optado por la literatura como forma de vida. Bueno, John, si hubieras estado en nuestras entrevistas madrileñas, se te habrían acabado los kleenex.

72.
Una TV de plasma, en un rincón del bar de Casa de América, dice que China termina con una sequía histórica a cañonazos de yoduro de plata. La escalada bélica contra el cielo dura seis días.

73.
“¿Y qué pasa en Hanoi, guapo?”

74.
— ¿Cuál es su meta en la literatura?
— Que mis amigos me avisen cuando empiece a escribir estupideces.

75.
En la calle, una banda de gitanos. Una banda grande. Sección de vientos, tres acordeones, tres contrabajos. Arrancan con All of me, versión up-tempo, sonido mitteleuropa. Todas las ciudades grandes son como standards de jazz.

76.
Un editor me cita en un café de la calle Concha Espina. La unión vale. Llego. Es el bar del estadio del Real Madrid. Tomamos algo mirando el campo de juego vacío, que es verde y muy hermoso. El pasto está bien cuidado. Un jardinero lo corta con su tractor.

77.
Consigna. Avanzar sobre Madrid. Pero a la romana, sin destruir, comerciando, imponiendo una lengua que es una manera de pensar. La fantasía de todos los escritores, jóvenes o viejos, el reflejo colonial invertido.

78.
Un ristretto en la Plaza Jacinto Benavente. Jacinto Benavente, premio nobel, casi imposible de leer y, sin embargo, escuchen: “Dicen que me burlo de todo, me río de todo, porque me burlo de ellos y me río de ellos, y ellos creen ser todo."

79.
Otra de Jacinto. "Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia."

80.
Y Jacinto una vez más: "Una idea obsesiva siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo el cerebro".

81.
Mi cerebro está lleno.

82.
Me quiero comprar la remera roja con el toro en negro. Me censuran. “Eso es de turistas” dicen. Pero me cago, yo soy un turista. “Es como comprarse una remera con el obelisco celeste y blanco”. Otra vez me dan ganas de decir: “No, no es así”. Es un toro, en rojo y negro. No la crema del cielo en un monumento feo. Es muy diferente. Igual, me termino comprando una remera con la cara emblemática del mono de El planeta de los simios repetida cuatro veces, en cuatro colores diferentes, a la Warhol.

83.
Presentación en Madrid. En vez de Echevarria, hoy comanda la sesión Constantino Bértolo. Se dice que es gallego de origen, que lee diez manuscritos por semana, que es el mejor editor de España y que pasó de militar en el PCE a los movimientos antiglobalización, pero pese a todo, en la casa sigue teniendo una ametralladora AK-47, aceitado y limpio, y cada tanto sale a la terraza a tirar unos tiros.

84.
Bértolo es diferente a Echevarría. Bértolo es el tipo que vas a ir a buscar para que te de un consejo cuando tu vida se desarme, se caiga y te quedes mirándola como a un mecano oxidado en las manos.

84 bis.
Ignacio Echevarría es el novio que le muestro a mi madre. “Mirá, mamá, estoy saliendo con este tipo, es culto, bello, se viste muy bien”, mi vieja encantada. Bértolo es el compañero de militancia. Impresentable, sabio, inteligente, necesario para que tu vida no se transforme en una lucha solitaria.

85.
Mientras se habla del libro y de los “jóvenes autores argentinos” pienso: “¿Cuál es la perforación más profunda del mundo?”. Anoto “buscar en la web”.

86.
— ¿Qué renta tienen tus personajes?—pregunta Bértolo.
— Una que nunca los satisface —respondo yo.
Pero él ya me ganó de mano. La pregunta es mejor que cualquier respuesta.

87.
Me toca el turno otra vez y digo: “El problema no es el narcisismo, el problema es no poder reírse del narcisismo”. ¿O eso lo dije a la noche, sentados en los sillones del hotel?

88.
Finalmente la cosa termina. Y nos vamos a Los pinchitos o algo así a tomar unas cervezas. Me acerco a Bértolo y le digo: “En Buenos Aires el Mito Bértolo es más fuerte que el Mito Echevarría”. Y el tipo se ríe.

89.
El grupo de gente, enorme, se va deshilachando a medida que la noche avanza. Finalmente, cuando se licúa la concurrencia y queda el núcleo duro, decidimos irnos a otro bar y pedimos la cuenta.
— Son treinta y nueve euros —dice el mozo, un tipo alto, grueso, tan madrileño que abre las manos y ves la cara de un toro.
Esperábamos más.
— No te doy un beso porque queda mal —le dice Morato.

90.
Antes o después de la presentación, Morato, a cuento de no sé qué: “Buenos Aires es la ciudad de la bomba, tío”.

91.
En el otro bar, un pibe de unos cuarenta años, abre y cierra unas hojas muy pequeñas, mostrando las fotos impresas y los poemas que puso ahí. Es argentino. Le damos dos euros, en vez de los tres que pide. Morato lo pesca al vuelo: “Joder, hombre, con esa mano debería ser descuidista”.

92.
En el baño de ese mismo bar, escucho mientras orino: “Bueno, tío, yo no comparto agujas, pero es por educación sanitaria”.

93.
Los jóvenes escritores caminan por las calles de España y se cuentan cosas que jamás ponen en sus libros.

94.
En otro bar, me cachan de armas.

95.
Morato: “¿Pero por qué coños no se lee a Arlt en España?”.

96.
Borrachera de esas en la que en un momento la cerveza empieza a tener gusto a soda.

97.
Otro bar más. La misma conversación, la misma música, la misma gente que va de un lado al otro. Algo muy hermoso.

98.
Al otro día, obvia resaca. Desyuno con la boca hecha un camalote.

99.
Voy a ver a Bértolo a su pequeña oficina en Mondadori. “Esto es Caballo de Troya” dice. Caballo de Torya es el sello que dirige.

100.
Hay una pila de manuscritos, bastante intimidante. La señala.
— La gente me pregunta de qué va esto y esto va de “vender” —se ríe él.
Como diciendo: “si se condenan ellos mismos, ¿qué le vamos a hacer?”.

101.
Hablamos de muchas cosas, pero no terminamos de hablar de nada.

102.
Pero está bien. Me regala libros. Muchos. “Llevate lo que quieras” me dice. Le pido una novela en la que participó como parte del colectivo Todoazen. Tiene un buen nombre: El año en que tampoco hicimos la revolución.

103.
“Ese es mi altar personal” dice en un momento, cuando vamos saliendo. Arriba de un archivador, una foto mediana de Lenin, muñequito pequeño de Stalin -como mostrando la jerarquía-, y también la cara de Trostky. Pero atrás, en su cartón y cerrado con un plástico transparente, un action figure de William Shakespeare. Se avisa que es articulado. Se me ocurre decir: “La eterna tentación entre nuestro lado moderno y nuestro lado posmoderno”. Pero no digo nada.

104.
Bértolo me acompaña hasta la salida y me dice “Vale la pena, es difícil, pero vale la pena”. Le hubiera dado un abrazo. Cuando estoy en el metro la frase ya es “rompan todo, vale la pena”. Y así la repito. Mi aporte al “Mito Bértolo”. Rompan todo, vale la pena.