cómo ganar en second life

por Diego Vecino



Hoy es 23 de Marzo y estoy en el playground argentino en Second Life. Trato de justificarme con que lo mío es etnográfico, pero la verdad es que no me aburro del todo. O al menos, me aburro lo mismo que en la vida real. Vanesa, una chica de 22 años, me pasa ropa de hombre, un porro y unos raybans. Yo traigo una cerveza en la mano, que agarré en el boliche-parador que Quilmes todavía no inauguró pero que ya está abierto para recorrer. En la vida real estoy tomando un vaso de yogurt de durazno.

Nací el 22 de Marzo de 2009, en una comunidad española. Vine al mundo petiso, con cara de niño, deforme, pelirrojo y cabezón, vestido con un traje futurista y cyberpunk. Cuando logro entender la interface del programa, me modifico el cuerpo y la cara. Me hago alto, los ojos celestes, la nariz chiquita y me pongo un flequillo rollinga y el pelo largo negro. Una española me saluda y yo le aviso que soy nuevo. Me pregunta si quiero aprender los movimientos básicos. Nos teletransportamos hacia un shopping de “freebies”, o sea, artículos gratuitos. Compro una remera de los Rolling y otra de los Ramones y un jean. Ahora sí, le digo a Chusi, la española, que me invita a un boliche. Hay mucha gente bailando, suena electro. El boliche es una cúpula enorme de vidrio emplazada sobre la playa. Hay una barra blanca y nada más, una pista grande y amplia llenas de “pose balls”, es decir, bolitas que habilitan distintos tipos de bailes al hacer click. Chusi me saca a la pista, y mientras mi avatar está bailando aprovecho para ir al baño y hacerme un mate. Cuando vuelvo le digo a mi amiga: “Me voy a investigar un poco”. Salgo del boliche, camino por la playa. Encuentro un panel de opciones, destinos posibles. Elijo un lugar que se llama “amor” y me teletransporto a un espacio escondido entre los árboles, con una fuego prendido, troncos de árbol para sentarse y una hamaca paraguaya. Salvo porque es virtual, es realmente romántico.

Me siento al fuego y de repente aparece mi amiga española. Me dice: “te encontré” y se sienta al lado mío. Me dice que es madrileña y que tenemos que bailar el tango. Nos teletransportamos de nuevo, esta vez a un lugar imposible, con árboles celestes y rosas, escaleras suspendidas en el aire, balcones de cristal. En un lugar hay dos “pose balls” para el tango, uno masculino y otro femenino. Chusi se pone un vestido larguísimo, bordó y dorado, y se suelta el pelo. Le digo: “con ese vestido de princesa de Disney no se baila el tango. El tango se baila con pollera corta”. Me pide disculpas, se cambia, y bailamos. Seteo el tiempo y el clima para que sea un cálido atardecer de primavera. El cielo se pone naranja. La imagen es conmovedora.

Mientras bailamos le cuento mis sueños: levantar una unidad básica en el único barrio porteño recreado en Second Life, Puerto Madero. En google me entero de que la primera manifestación en Second Life la realizó un español para protestar contra el PSOE, por un asunto confuso que involucraba –en la vida real– a un etarra liberado por la justicia. El organizador, un tal Iulius Carter que se identificó como “empresario”, dijo: “España empieza a parecerse a un mundo virtual en el que los asesinos corren por las calles”. No es que Second Life se parezca a España, sino que España empieza a parecerse a Second Life.

Chusi me pregunta si oí hablar de Ansche Chung, la primera millonaria de Second Life. Posee 36 kilómetros cuadrados de territorio virtual, más que las ciudades del Vaticano o Mónaco, y sus inversiones inmobiliarias en Lindens, el dinero de SL, llegaron a convertir 10 dólares en un millón en treinta meses. Chusi sabe poco de peronismo, pero se interesa. Después de un rato de charla, me invita a un lugar más tranquilo.

El lugar más tranquilo resulta ser un mega-shopping sexual. Miles de usuarios se pasean frenéticos, de acá para allá, desnudos y con pijas enormes. En todos lados, avatares cogen. Chusi me pide que la siga, y caminamos esquivando orgías, sesenta y nueves, petes, tipos haciendo culos, lesbianas. Suena Rammstein, la luz es roja y fuerte, hay carteles y posters de gente garchando por todos lados. Una mina con corte carré platinado le hace un pete a un pibe mientras otro le da por atrás. Es Sodoma. Cuando llegamos al final del mall agarramos una puerta y el clima cambia. Estamos en la playa, bajo el sol del mediodía. Hay oferta de sexo, pero más dosificada. Suena una música de fondo, pero ya no es agresiva. Me señala una isla a lo lejos y volamos hasta ahí. No hay nadie. Atrás de unos árboles encontramos una manta en la arena y dos “pose balls”, de mujer y de hombre, para coger. Me pregunta: “¿Querés que te desvirgue en Second Life?”. Empezamos a coger. Le pido que me haga un pete. Después vamos cambiando las posiciones. Mi avatar parece coger mecánicamente. No se si sentirme identificado, ofendido o qué. Durante el acto no tipeo nada. No se qué poner, aunque creo que debería decir algo. “¿Te gusta?” –le pregunto. “Sí” –dice ella. Me siento un poco ridículo. En determinado momento un error en la animación hace que ella me empiece a dar a mí. Yo estoy en cuatro y ella está atrás mío. Decidimos parar. Chusi me dice que tiene que irse a dormir. La pasó bien, pero se tiene que ir. Me pasa su tarjeta de llamada y se desconecta. Me quedo solo, en la Isla del Sexo gratis.

Me teletransporto a Puerto Madero y miro el Río de la Plata. Los alquileres son caros, pero hay muchos locales disponibles. Busco un bar de tango y encuentro, pero está vacío y no hay música. Me siento en una mesa, pero nadie me viene a atender. Cuando me aburro me voy al playground argentino y un pibe me invita a volar en dragón antes de irse al colegio. El sol va cayendo.