el tiqui tiqui no existe

por Diego Vecino



Manuel Vázquez Montalbán escribió una vez un artículo en el que atribuía a los argentinos la invención de la “filosofía del fútbol”. Allí citaba a Menotti, Valdano, Galeano y, sí, a Ángel Cappa –protagonista y derrotado fundamental del fútbol de los últimos días. Decía que “estos teóricos han intentado incluso definir lo que es un fútbol de izquierdas y un fútbol de derechas. Si les creemos, esta distinción existe y es bien bonita. Así, Jorge Valdano afirma que ‘el fútbol creativo es de izquierdas, mientras que el futbol de pura fuerza, marrullero y brutal es de derechas’”. No hace falta decir que la distinción es inexacta y muy ideológica: como la “literatura de izquierda”, el “fútbol de izquierdas” de Valdano expresa valores que históricamente corresponden a la derecha política. Un equívoco común que asocia cualidades ideales de ejecución con una zona nominal del espectro político de occidente prestigiada y prestigiante. Si aceptamos la distinción cósmica entre equipos aristocráticos y equipos populares, en realidad, es fácil encontrar cierta equivalencia entre la rusticidad, la garra, la entrega y los cuadros que forman identidades más vinculadas a los sectores populares; y la elegancia, la exquisitez, la capacidad técnica y los cuadros más aristocráticos. El truco es que, tomado el fútbol como una práctica autónoma, probablemente su izquierda sea la forma en que éste se desarrolla con mayor elegancia; interpretado, en cambio, como un fenómeno de clases, las jerarquías se invierten. Martín Caparrós lo dice de esta manera, en un párrafo que descubrí hace unos días: “Es un esquema dual [el de Boca y River] que se repite en todos lados, y que se armó en una época en que era potente la idea de una cultura popular u obrera opuesta a la cultura burguesa: Gremio en Porto Alegre, Fluminense en Rio, Nacional en Montevideo, Unión, Newell’s, Real Madrid, son cuadros pretenciosos, los millonarios del lugar; Internacional, Flamengo, Peñarol, Colón, Rosario Central, Atlético de Madrid son los populares”. Este es una forma más o menos simple de leer el fútbol en función de los grandes proyectos colectivos ligados a los sectores populares y a las clases medias y medias-altas de la Argentina del siglo XX. Resulta más o menos inevitable corroborar que la dualidad fundacional de nuestra sociedad se transporta –aunque de forma no automática ni unívoca– a los grandes ámbitos de construcción de identidades.

Sin embargo, posiblemente esta distinción sea hoy un poco más compleja, por la transformación radical del imaginario de las derechas, en su viraje del liberalismo anti-democrático y elitista a esa formación simbólica difusa pero reconocible que es el “populismo neoconservador”, a partir de los ’80. El ejemplo más claro de estos procesos es, en el fútbol europeo, la Roma de Berlusconi (la Lazio siempre fue el equipo exquisito y xenófobo de la ciudad). En la Argentina, el Boca hiper-ganador y canchero de Mauricio Macri: “Como decía aquel, yo soy millonario pero de Boca. La verdad es que eso es una vieja leyenda, que estamos muy orgullosos de haber revertido. Cuando llegamos a Boca los de River eran ricos, lindos, olían bien, educados, inteligentes, creativos; los de Boca éramos sucios, decadentes, antiguos, olíamos mal, no teníamos futuro, solamente se nos reconocía la pasión y la incondicionalidad con nuestros equipos. (…) Nuestro desafío era mostrarles a los chicos que no tenían por qué hacerse de River, que Boca podía representar los valores que ellos querían, la modernidad, la innovación, la estética joven”. El Boca de Macri tradujo en el mundo del fútbol el vaciamiento y cooptación de las palabras del diccionario nac&pop por parte del triunfante neoliberalismo: el menemismo; la construcción de una institución exclusiva y elitista (las plateas de Boca son las más caras del fútbol argentino) modernizada a través del marketing y la administración de empresas y montada sobre tradiciones populares de larga data que, a la vez, otorgaban a los nuevos socios ABC1 una cuota de exotismo y barrialidad plebeya en la que limpiar culpas y legitimarse en posiciones “cercanas al pueblo”. Los resultados, hoy, de esa política es la lamentable circunstancia de que no llenamos la cancha, siendo la mejor y más numerosa hinchada del país, gracias a un restrictivo e inexplicable en palabras sistema de ranking y cupos para socios. También, por supuesto, que somos el equipo más ganador del fútbol argentino y latinoamericano.

La resolución del último campeonato fue de las más interesantes que vi en mucho tiempo en nuestro devaluado fútbol productor de materias primas para los mercados centrales. Los dos equipos que se enfrentaban, Huracán y Vélez, de alguna manera cristalizaron a lo largo de todo el Clausura esas identidades políticas antagónicas. El hecho de que se hayan enfrentado en la última fecha y hayan llegado ambos a esa final sostiene toda esta serie de consideraciones por cuestiones obvias: únicamente en tanto equipos ganadores –como inevitables campeón y subcampeón–, tanto el Huracán de Cappa como el Vélez de Gareca son interesantes. Ambos recrearon el propio estilo de juego histórico de cada club –El Globo evocando al ’73; Gareca declarando que quiso recuperar la mística del equipo de Bianchi–, suscitando adhesiones que tenían que ver con tradiciones de juego de más largo alcance y, a la vez, con identidades políticas. Así, Vélez fue el equipo popular y populista, elaborado “de atrás para adelante”; fiel a la tradición del Tigre Gareca –que es un cagón– el que menos goles en contra había recibido, el que jugaba en conjunto. Huracán, en cambio, fue lo contrario: la elegancia, el toque de primera, la artimaña, la individualidad, la gambeta, el recontra insoportable “tiqui-tiqui” que inventó Olé y que, con efectividad, dio expresión a las aspiraciones culturales de una clase media en proceso de “pinosolanización”. Huracán se transformó rápidamente en el equipo al que iban a ver los hinchas de otros clubes, la excursión progre al sur: el sueño prolijo de diálogo, tolerancia, pluralidad y el reconocimiento del otro en la Argentina déspota de los derrotados Kirchner. Yo, que me di cuenta que el Huracán del ’09 iba a marcar mi época y que quiero participar de ella, lo fui a ver contra Central, en el Gigante de Arroyito.

Pero también hay que decir algo: el tiqui-tiqui no gana campeonatos. Cappa es una figura melancólica y patética de nuestro fútbol, con su aire nostálgico, su sabiduría anacrónica, su amistad con Cruyff y, por supuesto, el hecho de que nunca ganó nada. Cappa no ganó nunca nada, y eso es inapelable. La nostalgia nunca gana nada. El tiqui-tiqui no puede más que ser un mito en nuestro fútbol subdesarrollado y de subsistencia, un sueño eterno. Y eso, efectivamente, sucedió: Huracán perdió 1 a 0 la final, inexplicablemente. Cuando el pitazo final sonó yo tenía los ojos húmedos, como si se lo hubiesen hecho a Boca. Había sucedido una injusticia, que luego el periodismo se encargaría de tapar prolijamente avisando que el laborioso y defensivo equipo de Gareca era “un justo ganador”. Es obvio que, si algo no es Vélez, es “un justo ganador”. El partido se lo robaron al Globo, enfrente de 50 mil personas y de millones que lo miraban por televisión. Fue humillante y un robo al fútbol entero, no sólo al Globo. Pero era imposible que el Huracán elegante de Cappa saliese campeón. Si eso hubiese sucedido probablemente la historia se hubiese escurrido, como explica Emmet Braun en el Far West, por una tangente. Es el peso de la inevitabilidad histórica. El tiqui-tiqui no existe.

A propósito de la derrota

por Kayá



Miro la tele, me encuentro perdido, confuso, sorprendido, me pregunto y parezco un tonto. ¿Cómo es que ganó este tipo? La cabeza se seca, quedo con los ojos redondos, mirando la fiestita PRO. Las banderas amarillas que se agitan en el bunker desconciertan, el amarillo es un color que cuesta relacionar con algún tipo de ideal, busco en el tumulto alguna banderita celeste y blanca que me sugiera cierta localía pero nada, sólo amarillo disaign. El signo play lo ubico naturalmente en otro orden de cosas, nada tiene que ver con la tradicional simbología del quehacer político.

Desorientado busco alguna consigna que me ubique pero no. Finalmente el sonido de una batería eléctrica, “música joven”, envolviendo el ambiente me aleja definitivamente del usual teatro político. En resumen no me es posible encontrar en el repertorio de imágenes que pueblan nuestro imaginario político una como esta. Parece una imagen prefabricada en una consola de video juegos, ahora que lo pienso, se parece bastante a la hinchada del Sega team, un combinado de futbolistas casi robóticos, sin nombres ni patria que solía elegir en los fichines cuando el de al lado jugaba con el poderoso Brasil de Romario y Bebeto.

Tan distante es la imagen que ofrece el bunker de “los que ganaron” de la realidad del Gran Buenos Aires que todavía me cuesta comprender cómo lograron Macri y De Narváez penetrar en muchos de los hogares más pobres del país. Son imágenes tan irreconciliables, pareciera no haber vínculo posible entre el mundo de un laburante que vive en J.C. Paz con el mundo montado en el centro de comando PRO.

Resulta difícil entender cómo en tan poco tiempo este espacio político afín a los gimnasios y a los bares in, que funcionaron a modo de neos comités o neos unidades básicas, haya logrado trascender los límites de la Capital Federal a los cuales parecía fatídicamente circunscripto. Desde hoy ya estarán trabajando en el armado nacional. Cómo llegar a la Argentina profunda, a Santiago Del Estero, al Chaco, etc. No les resultará tan fácil vender la marca PRO en el Interior, tendrán que articularse a antiguos aparatos provinciales, seguramente llegará el tiempo del PRO Peronismo.

Aún cuando el PRO funge como la expresión institucional más acabada de la trasformación subjetiva perpetrada exitosamente en los años noventa creo que la suerte no está echada por cubiletes hegelianos. No tendríamos que dejarnos cautivar por el estridente espectáculo del pasado domingo pensando que se trata de un espacio político ya del todo consolidado que viene a encarnar el espíritu de la mayoría de los conciudadanos. Es cierto que la sociedad argentina ha hablado, sólo que no sabemos bien qué es lo que dijo. No me apresuraría a decretar tan rápidamente la muerte de un estilo tradicional de hacer política y el nacimiento de otro, la política puesta definitivamente al servicio de la metodología de mercado, etc. Acaso Cobos o Reutemann no pertenecerían a ese “viejo estilo” y son tan o más presidenciables que “Mauricio”. No estoy tan de acuerdo en que haya que quemar el manualcito de política con el que nos venimos moviendo una vez consumada la victoria de los dos empresarios multimillonarios.

Así también sería una idiotez pensar que fue por sobre todas las cosas la novedosa campaña introducida por el PRO la que explique lo sucedido. No deberíamos sacarnos de encima de un plumazo el problema diciendo simplemente que ganó una formula raquítica de ideas hecha a base de spots publicitarios proyectados a toda hora y en todo lugar o que quedó demostrado con esta elección que la política se juega de ahora en más en el estudio de Tinelli. Sin dudas los medios de comunicación jugaron decisivamente a favor del “Colorado” y en contra de “Nestor” pero hay que desmitificar también un poco todo ese gran detrás de escena que nos imaginamos compuesto por gurúes y expertos que entienden cada reacción de la sociedad y la manipulan vendiendo la propuesta con la misma efectividad que puede venderse un jabón en polvo. ¿Nos sirve de algo pensar a Tinelli y a De Narváez como los orquestadores de la gran farsa nacional o por el contrario lleva nuestro análisis al mismo nivel del que intentamos salir?

Lo peor que podemos hacer es magnificar la victoria del estilo PRO, rendirnos a sus pies, recluirnos nuevamente en el más terrible escepticismo como así también sería un grueso error minimizar la derrota K y continuar avanzando por senderos mal trazados. Más allá de la simpatía que me generan los K y de las muy buenas intenciones que les reconozco, han fracasado en muchas de las formas de llevar a cabo sus ideas. Sí, es cierto, es fácil decirlo hoy. Luego de unos primeros años inéditos en el que en efecto tuvieron arremetidas políticas que modificaron de alguna manera el tablero social, en algún momento, por distintas causas que no detallaremos aquí, fueron estableciendo las condiciones para que una derecha totalmente dispersa lograse articularse consiguiendo votos de los más variados sectores sociales, cosa que en los albores del segunda gobierno K parecía más que difícil. Ellos mismos se engañaron acerca del verdadero impacto social de muchas de sus medidas. A su vez se tornó imposible la voluntad de transformar ciertas estructuras sociales injustas desde arriba, desde el puro gesto político. No han podido alcanzar una identificación directa con los sectores más humildes.

A pesar de haber estado muchos años en el gobierno y con recursos más que interesantes, no han trasformado de raíz su ignominiosa realidad, lo que hubiese significado, sin lugar a dudas, un apoyo incondicional por parte de estos para llevar a cabo cambios impostergables que realmente creo que estaban en los planes del gobierno. Nunca se barajó con seriedad trabajar en el armado de verdaderos canales de participación comunitaria y la organización política de los sectores populares nunca fue estimulada. Un error fatal que quedó al descubierto en las horas más trágicas del gobierno cuando este no encontró sectores definidos que saliesen en su apoyo. Se convocó a los “trabajadores” como si se tratase de una actor político ya constituido cuando de lo que se trataba era justamente de componer a los de abajo, luego de la gran fragmentación, primero que todo en un actor social.

Pareciera no ser el momento más oportuno para afinar las críticas, sobre todo cuando uno ve a los Longobardi, los Noble, los Biolcatti y los Roca regodeándose. Sin embargo creo que es menester dar cuenta de los enormes errores cometidos para así comenzar a participar, no sé bien cómo, en el armado de una seductora alternativa que haga frente a la derecha, que desde hace tiempo sabemos que Scioli no es. Replegarse significaría quedar a merced de los canallas, sería la peor de las traiciones de un gobierno que no dejo de mirar con cariño.

PRO

por Vicente Russo



1- En estos momentos resulta difícil poner énfasis en lo positivo. De la victoria del PRO se desprende una holgada lista de pérdidas. Desde el punto de vista de la política, queda el hecho manifiesto de que ellos vienen a obturar la acción de lo político. Las imágenes de los festejos en la sede del PRO declaran la liquidación de la política. En el escenario Macri, Sola y De Narváez, con sus camisas arremangadas, brindaron un auténtico anticlímax político, con un tono extremadamente light y tétrico cantando “colorado, colorado”. ¿Hemos visto algo semejante? ¿Ese es su mito de fundación? Pensemos un segundo en el 17 de octubre y el contraste no puede ser más grotesco. Debajo del escenario está presente la nueva ciudadanía consumidora, la gente decente, la parte más sana de la ciudad que festeja el nacimiento de una nueva Argentina bajo la consigna: Mauricio presidente.

2- Michetti es un tema aparte. Aún no termino de comprender su estilo de hacer política, su opinión anticuada y simple sostenida sobre un soporte material que le otorga una dosis de legitimidad: su silla de ruedas. Su discurso es ligero y demagógico y recurre permanentemente a lo que la gente quiere escuchar, le habla a la “buena gente” logrando una comunicación simétrica con el otro. Pero para que el mundo no sea tan caótico para la pobrecita aparece en escena este chico fuerte, joven y de sonrisa encantadora -que es casi todo lo que puede decirse de Macri-, para decirnos que lo que queda es la cháchara politiquera montada sobre la publicidad. Para Mauricio la cultura política se ha evaporado y él lo resume en un clic. Apretemos el clic del PRO para ver qué película se proyecta, qué comercial sale a la luz que tanto seduce a la imaginación de los votantes. Como en verdad ignoro que se oculta detrás del clic quiero dejar señalada una correlación posible: la tragedia hecha farsa.

3- En nuestro queridísimo país han desembarcado las ideas posmodernas del fin de las ideologías y del agotamiento de la política que antes escuchábamos que sucedían en los países centrales de Europa. Nosotros, nos decía la gilada de cuño progresista, todavía tenemos que desarrollar nuestra propia modernidad. ¿Hoy nuestra modernidad política ha concluido? Aparentemente sí. En principio abandonemos el terreno de la conjetura para entrar en el terreno de la especulación y miremos a la “nueva generación” política del país. ¿Gabriela Michetti es un exponente local del agotamiento político? Esto complica un poco las cosas. Ya que no solo “negamos” la política sino que tenemos que soportar las campañas moralizadoras de Michetti y sus ademanes ceremoniosos, su indumentaria demasiado pulcra que propaga la moral del statu quo y reproduce los tabúes del conservadorismo porteño. Con su coronita de “chica de entrecasa”, amable y amada, le concede a la gente un sentimiento de seguridad, que por medio de una operación de proyección-identificación conserva la pureza de todos los ideales irrealizables: vivir una vida sin sobresaltos, elemental, que disimule toda responsabilidad social y política.

4- El revoltijo social que puso al descubierto el inconformismo de la clase media bajo el slogan “que se vayan todos” puede leerse como un anhelo de la pequeñoburguesía que tiene una visión optimista del mundo, una imagen del hombre generoso y heroico por naturaleza, que adora los films con final feliz, las novelas con moraleja, que tiene el sueño de vivir en una sociedad autorregulada, sin la opresión de los políticos y sin demasiado Estado, sin confiscación de ahorros (leída por los sectores medios como una avanzada intolerable del Estado), sin corrupción y otras cuestiones intrínsecas a la política. La democracia para ellos es sinónimo de precios fijos (¿cuántos votos habrá perdido el kirchnerismo por la inflación-INDEC?). Para ello qué mejor que empresarios como Macri y De Narváez que llevan esa ficción hasta el extremo postulando el reemplazo de la gestión por la política. Por supuesto que este estado idílico de lo político, de democracia consensual, expresa en realidad el poder de la burguesía y el capital.

Gran parte de la campaña del PRO y de la oposición, desde la derecha hasta el progresismo “bien pensante”, se orientó a moralizar (con una ilusión ingenua) la política, sosteniendo que lo político está más bien fundado en el consenso, el acuerdo y la buena voluntad antes que en la “violencia” y el “conflicto”. La ilusión reinante de estas fuerzas ve en el consenso el acuerdo razonable de los individuos y grupos sociales. Sin embargo, este empeño omite algo que es necesario revelar. La lógica del consenso reivindicada por la “racionalidad” política, tanto de derecha como de izquierda, expulsa del seno de la democracia la definición de soberanía popular, del gobierno de la mayoría y coloca en el horizonte político “el consenso”. Esta exaltación brillantemente trabajada por TN que erradica la visión extremista de la democracia, da por sentado que todas las partes de la comunidad tienen un interlocutor y entonces sólo es necesario poner en marcha el dialogo y la deliberación entre las partes para que cada una de ellas se acomode objetivamente al orden visible de la comunidad. Desde esta perspectiva, el acuerdo entre partes se sostiene sobre una cuenta errónea de la democracia que condena a los no contados al anonimato. En definitiva, “el consenso” es un régimen determinado de lo sensible que presupone que las partes ya están dadas y la comunidad se halla constituida.

5- Por cierto la situación en que estamos no da para exquisiteces -algo se cayó y aún no sabemos qué-, por eso digamos las cosas sin regodeos franchutes y pongamos bajo sospecha la democracia consensual. Este concepto es, en rigor de verdad, la conjunción de términos contradictorios. El consenso es precisamente la negación de la democracia, es una estrategia de contención de las masas, es lo que “detiene la corriente” y establece un tipo determinado de situación de habla que reprime la inconmensurabilidad de los seres parlantes sobre la que descansa el orden de la comunidad. Se trata justamente de que el consenso, cualquier consenso, es necesariamente antidemocrático, prohíbe la subjetivación política de una parte que ya no se subjetiva, ya no se incluye.

Materialización de la derrota

por Volquer


imagen via http://conurbanos.blogspot.com

1 – Escribo desde La Paternal, que –según Clarín- pertenece a la única Comuna donde Solanas derrotó al macrismo realmente existente. El dato no me enorgullece. Escribo sin estupor, atragantado de análisis políticos llenos de prudencia y de desazón, de melancolía, de revanchismo y de sorna a medio cocinar.

2 – Los que con un alto grado de infantilismo puteaban a Solanas antes de la elección ahora reculan; festejan los radicales devenidos pinistas a última hora. Que así sea: los felicito. Los medidos –Cristinistas- prolongando la lógica que condujo a la derrota, intentan convencerse de que no es tan grave lo que pasó. Y quizás no lo sea desde una lógica administrativa o de “gobernabilidad”. Sin embargo, hay que decirlo con todas las letras: la elección de ayer viene a cerrar un ciclo que se abre con la negativa de Kirchner a ir por una reelección, y confirma el terrible fracaso de Cristina y del kirchnerismo todo -al que revindico como el mejor gobierno que viví- a la hora de erigir una corriente de sentido social sobre el sentido la cosa pública. Un fracaso netamente político.

3 – A esta altura hay que darles la razón a los que, desde 2003, acusaban al gobierno de un setentismo acérrimo. El kirchnerismo pensó a la seducción política con una extraña amalgama entre el voluntarismo de las organizaciones armadas y el Clintonismo. Cristina como una caricatura de la Hillary eficiente. Y gestionadora. La abogada que, en el plano imaginario, realizó una inversión exacta la alianza inédita que sostuvo materialmente al noventismo, renegando de sus elementos indudablemente aprovechables.

4 - ¿Se acuerdan de Bill? “Es la economía, estúpido”, solía repetir mi viejo. Al voluntarismo de la acción armada se lo reemplazó por el voluntarismo de mercado. La operación es simétrica: creer que la hegemonía se construye a través de un vector madre donde las estrategias de seducción de masas quedan reducidas a una prédica a los conversos y a una falsa polarización –el famoso “retorno de la política”- que encubre no sólo el desconocimiento, sino el desprecio y la descalificación por la estructura sentimental de la “clase media”, abstracción ideal madre de la derrota material. Sarlo fue la verdadera intelectual orgánica del kirchnerismo, por más que la carta abierta estuviese firmada por otras manos. Basta de pelotudeces y de Walter Benjamin, por favor. Basta de filosofía política. Acá hay que volver a GINO GERMANI, dándonos una vueltita por Tarde y por Le Bon.

5 - En base a sus miserias comunicativas, el kirchnerismo permitió la conformación de un empate hegemónico entre progresismo y centroderecha que en 2001 estaba francamente del lado del primero. El intento de subsumir las posibles demandas del progresismo bajo el nuevo sentido común de que no vuelvan los noventas fue, entonces, una victoria pírrica. Victoria porque hasta los candidatos de los patrones y la gestión limpia tienen que desdecirse y apoyar, encuestas y resultados de focus groups en mano, la educación pública, la estatización de las empresas, la redistribución del ingreso, etc. Pírrica porque la incipiente articulación entre el viejo sindicalismo, los escombros de ciertos movimientos sociales, los politólogos con blog e importantes zonas del aparato justicialista careció de un cemento discursivo capaz no sólo de revindicar los muchos logros del gobierno –el “nosotros hacemos” fue francamente defensivo y llegó al absurdo cuando una semana antes de la elección se invitaba a las pymes a “blanquear su personal”- sino de articular nuevas demandas. Un ejemplo entre miles: no hubo un solo comunicado claro del gobierno estableciendo las pautas de la nueva ley de radiodifusión. La elección de De Narváez como adversario político fue tan estúpida como la entrega de la Ciudad de Buenos Aires al macrismo en el casi único momento histórico en que el peronismo pudo haberse impuesto en la Ciudad.

6 – Esto no implica decir que Durán Barba y Agulla ganaron la elección. No, eso nunca. Eso sería desconocer los mecanismos de la política. Igual que decir que en todo esto Duhalde no tuvo nada que ver, o hacerse el otario con el asunto por conveniencia. Cuando leo algunos diarios oficialistas me lloran los ojos. Entre la idea de comparar a De Narváez con la “derecha berlusconiana que avanza a nivel continental” y la condena de novia despechada al campo me parece que se perdió un poquito de autocrítica. ¿Cómo decía el tema ese de los babas? “Empezá por aceptar tu maldad…” El kirchnerismo nunca supo a quién hablarle y feneció hablando en el vacío. Los medios afines fueron, uno a uno, convirtiéndose en el purgatorio de la derrota cultural, diría Volquer un poco amargado. El proyecto cultural del kirchnerismo a veces se pareció al remix entre un tema de Silvio Rodríguez y una mala novela que Juan Forn nunca se animó a publicar; otras, a un número de la revista Confines escrita con poco tiempo y nula imaginación desde el despacho polvoriento de una cátedra feudo de la UBA, antes de ir a buscar un cheque en Canal Encuentro. Fue un movimiento sin movimiento, y, lo que es peor, sin mística a futuro, apenas salpicado por los elementos más nostálgicos de una mitología nacanpop de tintes trágicos, francamente arcaica que sin embargo igual se guardaba debajo de la alfombra. En 2003, hablé en Sociales con uno de los fundadores del Grupo Calafate. Le dije que me parecía que era el momento de ir por el campo de una vez por todas y me dijo que no, que la derecha estaba al acecho. Una carencia fomentada por un temor atávico –setentista- que se reconstruyó casi como una profecía autocumplida.

7 – Sinceramente, no creo que Macri vaya a ser presidente en 2011. Por eso me parece absolutamente regresiva la idea de cerrar filas al interior del peronismo con miras a la próxima elección. La pregunta es quién va a llegar a la segunda vuelta con Mauricio. Hay que trabajar para un peronismo transversal, con las conquistas del kirchnerismo pero sin sus limitaciones. O sea, un movimiento populista y tecnologizado. Hay que aprender de Pino, hay que aprender de De Narváez y no condenar moralmente a sus votantes o tratarlos de imbéciles en un típico gesto gorila. A mi juicio, Scioli y el mito de su “imagen positiva” en el Conurbano quedan afuera de este planteo. Ni que hablar Reutemann y Duhalde. Y cuando digo transversal digo programáticamente transversal, no sólo políticamente. Quizás, el primer paso sea empezar a pensar a quién se le va a hablar y desde donde. Porque si hay algo que esta última elección nos enseñó a nosotros, y desgraciadamente al bueno de Néstor, es que con la economía sola no alcanza. El menemismo fue una formación discursiva antes que un plan económico; una formación discursiva que desbordó, semantizó y trasciende a un modelo de acumulación. De la que todavía queda mucho por aprender y poco por denunciar. El kirchnerismo fue una política económica con una formación discursiva que tras las primeras e inolvidables conquistas en materia de derechos humanos se adueñó de los elementos más regresivos de 2001 -que no vuelva el neoliberalismo- pero no supo activar los más interesantes. Las madres no fueron infiltradas por el kirchnerismo; el kirchnerismo fue infiltrado por las madres. La lectura menemista de los setentas que circula con fuerza en el campo literario clausuró este ciclo aún antes de las elecciones. Materialización de la derrota; nuevamente, derrota del setentismo.