Diario de lecturas (diez)

Por Juan Terranova


Empiezo a leer Nabokov y su Lolita de Nina Berberova. Ayer terminé de corregir un ensayo bastante largo, unas veinte páginas, sobre 76 de Félix Bruzzone. Hoy paro, me salgo de la computadora y enseguida entiendo que aprendizaje y lectura son actividades opuestas. Primero, leemos como nos enseñan, los libros que nos enseñan, y esa enseñanza tiene mucho que ver con una tradición. Ese primer momento, donde el gusto propio se forja a partir del gusto de los demás, es un momento curioso porque decimos que leemos pero, en realidad, reproducimos lecturas ajenas. Hasta acá todo más o menos previsible. El tema es que muchos docentes y artistas nunca empiezan a leer por sí mismos.

Hoy finalmente tuve que aceptar ante mí mismo que la idea que tengo del arte de la narración es evolutiva. Una evolución no lineal, por supuesto. Ni espiralada. Más bien con forma de helicoide. Escribimos y si lo hacemos bien, ponemos un escalón más en el resorte de la historia. Siempre pasando por el mismo punto pero sin salirse del tiempo, que tiene una sola dirección. Uno podría decir, un poco a lo Pierre Menard, que el tiempo es irrefrenable entonces no es posible detener el resorte. Pero la conocida cita de Hegel marca que uno puede elegir ser contemporáneo de sí mismo, o vivir en una caja oscura y húmeda. Por otra parte, la idea de evolución parece negativa en el arte, un malentendido nocivo, un préstamo imposible, darwinismo social. Está siempre el burócrata del subsidio que señala la obra maestra del pasado y dice: “¡Miren! ¡Miren! ¡Ah, qué maravilla!”. El hombre moderno es esencialmente nostálgico y demagógico.

Pero no estoy solo. Lo encuentro en Nabokov: “Todo lo demás es hojarasca temática solidificada en inmensos bloques de yeso cuidadosamente transmitidos de época en época, hasta que al fin aparece alguien con un martillo y hace una buena rajadura a Balzac, a Gorki, a Mann”. Discútanlo con él, si prefieren.

Te prefiero natural

por Diego Vecino

A partir del 2001 el tango tuvo un auge, que consistió primero: en su revalorización como género identitario y como vehículo a través del cual contar historias propias; y, segundo: en la aparición de una bochornosa cantidad de orquestas, tríos, duos, compositores, discos y tinta. Ese universo es bien caótico y repleto de nódulos, de genialidades y de momentos intrascendentes; y pendula entre el chetaje, la honestidad, la prolijidad, el forexpor, la innovación y una muy trivial voluntad por innovar. “El arte es una especie de sismógrafo que registra las menores variaciones del estado de reposo espiritual predominante”, dice Levin Schücking. El arte, y aún más los intentos fallidos por producirlo. De más está, ya a esta altura, conectar el resurgimiento del tango con la vuelta de las narraciones sobre lo nacional al nivel del zeitgeist. Si ya lo intentamos con altapendeja.com, imagino que esto será tanto más aceptable.

No se cual de los tres me responde el mail, pero me pone: “El tango fue, es y será el tango, como el fulbo es el fulbo, y así muchas cosas más. Se lo puede manipular de distintas maneras pero llega un punto donde ya deja de ser tango y pasa a ser algo que ‘suena a tango’, y de ahí todas las conjeturas que trae eso. Nuestra Orquesta es tango que ‘suena a tango’”. Así de imprecisa y contundente es la narración que propone Dema y su Orquesta Petitera , una de las grandes cosas que nos deparó la vida en estos últimos tiempos. Su disco, Volumen 1, es apenas un poco menos genial que sus presentaciones en vivo: no un derroche de tango, sino una perfecta economía del gesto que lejos de ser una parodia del reventado interprete más o menos arquetípico de bolichón periférico –como a veces se lo ha interpretado- es su más genuina recreación en clave contemporánea.

“Nacida en el barrio de Mataderos donde paso su infancia, luego paso una adolescencia diríamos traumática por distintos lugares, y hoy se encuentra en una etapa más madura, donde se valora mucho la experiencia adquirida en las etapas anteriores, pero eso no quita que se sigan cometiendo errores que a esta altura no se tendrían que cometer, por eso siempre y bajo conocimiento de causa pone en alza la frase: mas que una Orquesta, un sentimiento”, me cuentan la historia en el mail. La Petitera tiene una virtud fundamental, la de recoger la herencia oscura del tango.

La modesta orquestación encuentra una definitiva potencia sentimental en la interpretación y la composición (la famosa fórmula del punk), las letras se ubican en los intersticios de la narración popular y la voz desafinada y noctámbula de Dema son, básicamente, la receta de cocina que hace de la Orquesta la cristalización de un imaginario cultural típicamente conurbano, que siempre fue en el género (pero lo es aún más hoy) una reivindicación romántica antes que una realidad contante: el arrabal y los baños públicos. O, como canta la apología: “Tango, sos como una tira/ de prepotencia y de mal/ sos lágrima y delantal/ sos velorio y cocaína”

En este sentido, el famoso “tango reo” o “carcelario”, el mismísimo lunfardo de los tangos clásicos interpretados hoy por las muy buenas orquestas de la “escena”, encierran la trampa de su prolija ejecución, de su reproducción técnica. Dema y su Orquesta Petitera, en cambio, se encuentran en las antípodas de esa vindicación del crimen signada por lo emotivo. La tradición que recogen y expresan no es la reproducción de ese bajofondo, sino que es ese bajofondo: la del tango no-grabado, el tango que nunca llegó a los discos, el tango tocado en las reuniones o en los asados por uno cualquiera. El efecto es de notable felicidad, como cuando uno escucha por primera vez una frase hecha, ingeniosa, que integra al propio vocabulario, pero sin el nocivo efecto de repetición perpetua que les depara un destino de aburrimiento o convencionalidad: “las mujeres son mujeres/ eso que te quede claro/ cuando te venden el bobo/ es porque pagas al contado./ Este problema/ no tiene solución:/ las mujeres son mujeres,/ y boludo es el varón”; o como cuando se tararea una canción todo el día sin terminar de encontrarle el cifrado correcto, pero sin el infeliz momento en que llegás a tu casa, buscás el disco, la ponés y te das cuenta que no era tan buena o que no te llenaba el espíritu tanto como habías pensado: “Enfila pa la vereda/ antes de que te la dé (tranquilo maestro)/ busca otro logi que te saque/ como yo del cabaret./ Muchachos, terminemos con el mito/ por favor, no seamos tan boludos:/ que los gatos son todos fieles/ ¿y a mi quién me hizo cornudo?”.

Quizás por eso, la Petitera se resiste a mi lectura: “No se a qué se refiere con lo del tango post 2001. La Orquesta no se considera ni la primera ni la última de lo anteriormente referido”, como si hubiesen leído ya estas líneas. “Es imposible pararse en el imaginario de la Orquesta, el equilibrio no es algo desarrollado por ella. Por eso no es en vano volver a repetir una y mil veces que La Petitera más que una Orquesta, un sentimiento

Diario de lecturas (nueve)

Por Juan Terranova

Conversación con un amigo por chat. Larga. Conclusiones, no muy brillantez pero, en algún punto, necesarias para seguir avanzando: cuando el estructuralismo sacaba al autor del texto, también borraba su lugar y fecha de producción. De allí que si ya era un “sistema” atractivo para ser enseñado –los docentes le hacían el amor al giro lingüistico en cada clase–, también unía muy bien la cultura fantasmal de las fotocopias sin dato y el neo-liberalismo de los 90. En esa masa nocturna de luces al sur que es Buenos Aires, Fukuyama –el policía malo– y Barthes –el policía bueno– se daban la mano. Pero el fin de los granes relatos era un gran relato. Fue lo único realmente inteligente que le escuché decir a Juan José Sebrelli. Y encima lo dijo en la televisión.

¿Pobre Gobierno? Pobre oposición

Por Patricio Erb

En un sistema democrático presidencialista como el argentino, los focos, casi siempre, están dirigidos al Poder Ejecutivo. No significa que el Congreso o la Justicia no sean integrantes del medio ambiente del Estado moderno, sin embargo su rol es fundamentalmente reactivo. En este contexto es que se ubican los ¿partidos? opositores al oficialismo. Faltos de voluntad de poder, de potencia propia, los dirigentes contrarios al Gobierno se posicionan cómodamente como meros espectadores de la realidad política que, en definitiva, abarca la problemática de la sociedad toda.

De derecha o de izquierda, las agrupaciones opositoras al peronismo (de derecha o de izquierda) esperan sentadas en la platea bajo el paraguas de la calculabilidad burguesa; aunque son definidos como dirigentes políticos, la aptitud de queja de la oposición los iguala a Doña Rosa, mujer que, en todo caso, sí esta justificada a preocuparse por the fashion´s news:
“inseguridad”,
“riesgo-país”,
“retenciones”,
“dólar”,
“estatizaciones”.
Pero los que reclaman “más institucionalidad” contra el “populismo demagógico” no pueden sólo lamentarse por la “hegemonía” del oficialismo.

Esa pasividad es la que luego los paralizada en el poder, si es que alguna vez se encuentran con él. Es que discursivamente la presente oposición anti-peronista observa en el poder apenas un sustantivo, cuando en realidad allí también se encuentra la potencia del verbo. El decisionismo de gobernar implica acción, entrar a jugar, no quedarse mirándolo desde afuera. La contemplación moralista se queda en un idealismo que finalmente jamás participa de la historia; el barro al algunos eligen ingresar sin temor a enchastrarse, mientras que otros prefieren mantener sus trajes (falsamente) limpios.

Alfredo Yabrán Not Dead

Por Volquer



Imposible no pensar el retorno de los jeans ajustados. El reciclaje en clave Palermo de la compulsión porno menemista, sin embargo, tiene sus matices. En primer lugar, esa vocación un poco obscena de sobresaturar lo real, de hacerlo crudo, de que el colágeno en los labios y las siliconas en el culo de Manzano funcionasen como narraciones sobre lo que se permite o no se permite hacer con el cuerpo, con la moda como mediación privilegiada para leer los cuerpos, tuvo un momento disruptivo cuya cristalización es el libro Pizza con Champagne de Silvina Walger. O, para resumirlo, el rechazo estético de las clases medias hacia una cultura del cuerpo metonimizada en una dieta -la pizza y el champagne-, que funcionaba como metáfora de la consternación medio pelo ante una alianza, inédita hasta el momento, entre los sectores populares, las capas bajas lumpen provincianas del PJ, las clases altas emergentes y algunos sectores ligados a la especulación financiera de la burguesía tradicional. Una alianza no sólo política, sino también en las formas de desear.

Ocurre que el menemismo en primer lugar no es un proceso homogéneo, y no deben olvidarse sus elementos modernizadores y democráticos en el más amplio sentido de la palabra. La condena moral que campea en el discurso progresista, al subsumirlo como bloque identificado con el mal y con la frivolidad ya superadas, impide rastrear toda una serie de rupturas y continuidades que vuelven a hacerse presentes en el retorno de los pantalones ajustados durante el segundo kircherismo. En este proceso, el genio y figura de Marcelo Tinelli son insoslayables. Los cuerpos de Bailando por un Sueño combinan lo porno-menemista con lo pornosoft del kirchnerismo. El relato del cuerpo del kirchnerismo tiene, sin lugar a dudas, su origen en el mito de la automonía, de los soviets en Santa Fe y Scalabrini Ortiz. La correspondencia con este mito fundante que nutrió los repertorios de acción política de diferentes estratos sociales es, justamente, el porno amateur, con todas sus variantes soft. El movimiento antes realizado por la revista Caras en las oscuras esferas del poder, se democratiza ya no sólo en sus elementos constitutivos (los porno cuerpos menemistas eran, antes que nada, cuerpos tecnológicos y populares, o mejor dicho cuerpos adaptados al gusto popular a través de la sobreexposición de la tecnología quirúrgica), sino en sus dispositivos de producción. Ahora todos podemos autogestionar nuestra exhibición a través de la banda ancha. La descentralización, la desterritorialización de la web, el balbuceo de Alta pendeja al interior del lenguaje hegemónico de Caras y de Gente, la fácil politización (en el sentido de la conformación de comunidades virtuales de amateurs, cristalizadas en el fenómeno flogger): literaturas menores, literaturas pornosoft.

Los pantalones ajustados del segundo kirchnerismo, entonces, tienen una historia. Que va desde los elastizados menemistas, pasa por los transicionales hot jeans, verdaderos manotazos de ahogado de una construcción del cuerpo que perdía legitimidad, y desemboca en los cortes "loose fit" que se empiezan a imponer durante el ocaso de la Alianza. Esta nueva forma de enunciación del deseo inscripta en el tiro bajo, las piernas sueltas, la bombachita (o el boxer) a la vista inducen una nueva microfísica: sugerir y tolerar. Ahora, por medio de una apropiación de los chupines punk loopeados con los elastizados del menemismo furioso, de la mano de Cleto y Alfredo de Angeli como nuevos paladines de una clase media que incluso puede darse el lujo de resucitar a Blumberg, vuelven los pantalones ajustados al mango. El diseño, el indie, se menemiza. El claro ejemplo de esto es la nefasta marca de ropa A Y not dead (singularmente, esto viene de Alfredo Yabrán not dead, y encarna la estética de la denuncia moralista e idiota de CQC), que contrata gente de Belleza y Felicidad para que le prepare las vidrieras. El Perro Diablo, la mejor banda de rock del momento, es una resistencia a eso.

El hecho de que la moda ahora sean jeans ajustados adentro de las botas también quiere decir algo. Las botas tejanas vienen del primer menemismo, con el ideal far west acharolado. El chupín ajustado viene del segundo menemismo, del desconche. Su combinación resignificada por la coraza cultural del diseño blando, palermo y la sutileza de los derechos humanos nos habla de un momento donde, en efecto, las rupturas y continuidades de las que hablábamos toman una nueva forma y habilitan un reciclaje de viejos anhelos. Viejos anhelos que, ya es hora, el gobierno deberá empezar a contener.

Diario de lecturas (ocho)

Por Juan Terranova

Después de un arrebato revisionista de Borges, volvemos a Kafka. Wapner desde Israel me escribe preguntándome dónde entra él, un argentino que escribe en español rodeado de otros idiomas –todos más o menos menores– y me asegura que su centro está en Argentina, que es ahí donde quiere ser leído. No es una sola, son muchas preguntas. Y la mayoría no tienen una única respuesta.

Hoy sabemos ya que el escritor checo no fue un aturdido, que no la pasó tan mal, después de todo. Mucho menos tormentoso de lo que las lecturas superficiales de sus textos pretenden, Kafka es hoy una imagen pop, su obra se edita en formato universal y se consume como un juego, pero en su momento fue un empleado que escribía –de forma admirable, ¿cómo negarlo?– en sus ratos libres. Con el dinero que produjeron los derechos de La metamorfosis se podría construir un cohete para ir a Marte. Y sin embargo, él no vio un peso. De allí que siempre terminemos prefiriendo la felicidad de ese dramaturgo poco talentoso, anodino, que hoy desconocemos, cuyo nombre se olvidó, pero que seguramente existió y que vivió hasta los ochenta años, poniendo sus obras en Viena y Berlín, que emigró a los Estados Unidos durante la Gran Guerra y murió, rodeado de hijos y nietos, mientras escribía su último artículo para la segunda página de un periódico de New Orleáns. Repito: Su nombre se lo llevó la historia. Su felicidad no.

Por que lo de la literatura menor, al final, ¿no es una épica escondida, o el deseo reprimido de una épica? Kafka, por una literatura menor, manifiesto tardo-vanguardista, hilachas de un mundo que ya fue, es un lindo libro para pensar en qué parte de la cancha le toca jugar a uno. Pero si uno se deja captar por las valoraciones que hace, ahí no piensa nada. Deleuze impacta en París, una ciudad central, con instituciones y universidades fuertes. Y también tiene una buena recepción, epigonal, en Buenos Aires, una ciudad central pero en la periferia. Ni en París ni en Buenos Aires se hablan dialectos.

Soy primera generación de argentinos en una familia de italianos. Mis abuelos hablaban una mezcla de calabrés con español del Rio de la plata, pero mi viejo –venido a los dos años– hablaba porteño. Y no hay nada de menor en el español del Rio de la plata con respecto al castellano de Castilla. Variaciones quizás, minoridad no. Entonces yo, ¿qué tengo que hacer? ¿Retomar ese italiano imperfecto que no aprendí? (Aprendí luego, los rudimentos del italiano, pero nunca el calabrés. Y no sé hasta que punto lo hablaba mi padre aunque creo que lo comprendía bien.) Mucho menos me da para ir por los barrios interrogando coreanos, paraguayos, peruanos, taiwaneses o ucranianos, los poseedores hoy en día de una verdadera lengua menor. Mejor aceptar esa centralidad en la periferia, esa centralidad en el sur. La Patagonia como Siberia y Buenos Aires como la casa mayor de los mares australes.

La renovación



Por Diego Vecino

En los albores del kirchnerismo compré en un recital el demo de una banda que había telonado y me había caído bien. El disco estaba seis pesos. Era una cajita bastante cuidada, con foto de los cuatro integrantes en blanco y negro, disfrazados de punk old skool, con crestas y tachas. Se llamaban Vedette SS y el demo Acabemos con la farsa!!!

Vedette SS me había gustado, básicamente, porque proponía una relectura del punk desde elementos que acá pasaron un tanto desapercibidos, y que recién por esos años -quizás algunos antes- empezaron a ser valorizados: la apelación a los recursos discursivos del nazismo kitch, la apelación al punk clásico inglés y la recuperación de ese gran héroe del rock, Johnny Thunders. Los Vedette SS eran una especie de El Club de Marilyn pero en serio, de Lugano, reventados, fracasados. A diferencia de éstos, en los Vedette SS la promesa del glamour decadente no se confirmaba nunca: no había ninguna pretensión espúrea. En la contratapa estaba esta leyenda: "Los temas de este disco compacto no fueron grabados originalmente con equipos analogicos por cuestiones de presupuesto". La propuesta era acabar con la farsa: el sonido estaba bien, la ejecución era honesta, los temas eran obvios.

El 2003 fue el año de la renovación del indie: la ola del garage y el rockabilly; y el desprestigio de las formas nacionales y populares de tocar rock: el rock Stone (via su masificación y conversión en una serie de bandas bastante chotas, por un lado; y en el hecho de que los grupos más tradicionales del género fugaron a otros: el Pity o La Renga, son ejemplos) y esa forma desarrapada de entender el punk en el conurbano bonaerense. Paradójicamente, la modernización de la retórica política post-2001 y la expresión del nuevo modelo de redistribución social fue acompañada por esta recomposición discursiva del rock, que ya en esos años de "extranjerización" y nostalgia por los '50-'60 llevaba las semillas de sus dos destinos posibles: la síntesis con el discurso barbarizador, cuya expresión es El Perrodiablo (La Bomba Sucia, 2007); y su constricción exclusivo-esquizo-gombrowiczana; La Manzana Cromática Protoplasmática (El tren de la Vía Láctea, 2006). Aunque no lo sabía en ese momento, Vedette SS estaba configurado por elementos de esos dos universos, todavía entremezclados. Se disolvieron dos o tres años después, sin grabar nada más, y nunca volví a saber de ellos. Puestos a explicar su propuesta, una vez habían escrito: "Nuestro estilo es glitter, garage punk, y nuestras letras hablan de cosas comunes que nos pasan, del rock nacional que es una porquería, y de todas las miserias de este país. Pero no somos onda políticos, ni nada de eso. Es rock 'n' roll". Esos elementos eran, fundamentalmente, la recuperación de tradiciones poco asumidas en función de una ética intuitiva y despreocupada: "es rock 'n' roll".

Esta emergencia de nuevas modulaciones en el "decir político" corresponde a la renovación que el kirchnerismo operó sobre el imaginario nacional a gran escala. Cinco años después del disco de Vedette SS, el blog The Mean Machine acompaña con notable armonía titulares bizarros de agencias de noticias en la web y fotos transpiradas de la escena de rock under: D-Champion, Sr. Tomate, El Mató a un Policía Motorizado, Mujercitas Terror; son las expresiones de lo que Juan Manuel Strassburguer llamó "el indie-cabeza". Doma, de El Perrodiablo, decía en esa nota: “Y, es como si hubiera una necesidad en el indie de adentrarse en el barrio, ¿no? De peronizarse...”. Esta necesidad era por cierto impensable en los '90 donde el horizonte simbólico-geográfico dilecto era el Miami en sorna de los Babasónicos.

Con el kirchnerismo comenzó, a la vez, la configuración de las nuevas tribus urbanas, con capacidades de “leer” el nuevo diccionario político del rock. La más representativa e histérica, los floggers, probablemente será recordada en las décadas venideras como una manera paradigmáticamente “dosmilosa” de ser adolescente.

En los ’90, las formas de la sugestión sexual menemista consistieron en la exageración de todos los rasgos físico-eróticos posibles de ser exagerados: tetas gigantes, culos gigantes, bocas con colágeno. El modelo fue Pamela Anderson y, en el horizonte nac&p, Moria Casán o Graciela Alfano. El experimento fallido fue Raquel Mancini. Los floggers –y el fotolog, sobretodo, como tecnología y soporte del discurso flogger- culminan el modelo libidinal juvenil kirchnerista: la chetita que se saca fotos amateurs en su casa con una cámara digital y las sube a internet. El slogan de este fenómeno (que ya ha dado una vasta cantidad de sitios en internet) se podría extraer, justamente, de una canción de Babasónicos, no en su momento de violencia anti-menemista, sino en el punto de institucionalización kirchnerista y popularidad: “bonita y acaudalada”. Sus exponentes más claros son, entre otras, Cintia Fernández (famosa por, justamente, sacarse fotos medio en pelotas en un Hotel Alojamiento bajo el nombre de Abbey Díaz), Emilia Attias, Melina Pitra o ese fenómeno-boom en internet de los primeros años del gobierno de Néstor, Keyra Agustina (ese era su nombre en clave), cuya popularidad en la web fue tal que en un momento llegó a hacer una “producción” para la revista Hombre, en donde una serie de claroscuros permitían verle el culo (lo que la hizo famosa) y no la cara (lo que, de hecho, no importaba; o importaba ocultar para mantener la ilusión de “producción casera”).

En la cheta amateur, que sugiere y nunca termina de mostrar desde su fotolog, están las antípodas de la pornografía y de la estética menemista. Existe detrás de ese fenómeno ciertos usos de la mesura y de la elegancia, contra la sugestión chabacana de la década precedente. Hay también una noción muy precisa de la gestión y de la economía política, con mayor o menor despliegue de recursos: vestidas a la moda, sobre backgrounds socialmente prestigiosos (una pileta de la quinta, una habitación de hotel lujosa, el propio cuarto), en poses afectadas o haciendo muecas de “oh!”, casi sin maquillaje o dando la sensación de “entre casa”. Tres fenómenos de la cultura argentina definen el horizonte discursivo de nuestra época, los tres subsidiarios del kirchnerismo: el indie-cabeza, Peter Capusotto y http://www.altapendeja.com/.

Mujeres de Dios: "la pregunta de cómo contarlo cada vez que me sentaba a escribir"


Sudamericana acaba de editar Mujeres de Dios. Cómo viven hoy las monjas y religiosas en la Argentina de Sonia Budassi.

¿Cómo viviste el proceso de escritura del libro?

Fue un trabajo raro y estimulante, el inestable y claroscuro camino de OZ entre lo terrenal y lo sacro, los conventos, internet y las villas. Por un lado inquietud, incomodidad con el tema, prejuicios y algunos temores (¿quién no vió una película de terror con una monja malvada, o escuchó historias oscuras nacidas en colegios religiosos o que la Madre Teresa, una monja, es casi una Santa?).
La sensación, mientras hacía algunas entrevistas, de no comprender del todo lo que escuchaba, y luego la pregunta de cómo contarlo cada vez que me sentaba a escribir. Por momentos sentí –el borde de la paranoia- que el trabajo era casi detectivesco, y que había que contarlo como una sucesión de peripecias.
Al mismo tiempo, el cruce entre lo que conocemos de estas mujeres a través de libros –desde Sor Juana a Aira o Huxley-, de la televisión, los diarios y el cine –desde La extraña dama a las crónicas del caso María Soledad- fue fundamental para poder avanzar a través y a partir de ciertos sobreentendidos, incluso de prejuicios discriminatorios.
Con la cercanía, otras veces se invertía la relación. El “monstruo” era yo más que estas mujeres que eligieron una vida para muchos, “antinatural”. Me enganchó problematizar un poco ciertos aspectos del “sentido común”, y me di cuenta que ese era el tono, a veces de extrañamiento, que tenía que tener el libro.
Casi como una obviedad, surgió que tenía que manejarme con total libertad en cuanto a los, como se dice, “recursos narrativos” para intentar una crónica no sólo entretenida, si no atravesada por los matices y conflictos que fueron apareciendo; de los personajes y sus familias pero también sociales, políticos, al interior de la Iglesia, etc.

¿Como lo pensás en relación a la otra parte de tu obra?

En el prólogo María Moreno habla de algo así como de “cierta escisión” entre el estilo de esta crónica, de los cuentos y las notas de cultura (Sí, no sólo se tomó el trabajo de leer este libro). La verdad es que no sé. Más allá de los resultados, el libro tuvo momentos de escritura con el mismo pulso de la ficción, algo del orden de la densidad, de los personajes, siempre raros para mí; del conflicto y la ambigüedad; los implícitos y los estereotipos como problemas con los que hay que meterse (o me interesa meterme) narrativamente.
Es verdad que aquí el tema era bien específico, y eso actuó como un marco que no tengo cuando escribo otras cosas. Y en este sentido me encontré con varias sorpresas, además de con cuestionamientos políticos y hasta de género irresueltos que casi diría que venían al encuentro del libro.
Y también, obviamente, por más que a veces, confieso, hubiera querido, no “inventé” sucesos ni testimonios. Pero en un punto, y a pesar de haberlo vivido de manera diferente por lo que te dije, podría arriesgar que en el fondo se trata de lo mismo, problemas, lecturas, dudas, certezas y la escritura que se cruzan en historias. Creo que me involucré con el fluir del non-fiction y me privé de la declamación con respecto a posturas sociológicas, psicológicas, políticas que sin embargo van imbrincadas en el texto, como un murmullo.

¿Cómo imaginás a los lectores? ¿Qué se van a encontrar?

Esta pregunta tiene que ver con las fantasías, así que vamos: Imagino un público variado, que accede al libro por distintos motivos (¿fantasía cualunque de best seller?). No, en serio: algunos por su gusto por el género (¿existe?), otros por curiosidad con respecto al tema, algunos hinchas de las monjas, otros para enojarse con alguna cuestión vinculada a la Iglesia, otros para emocionarse o divertirse un rato, leyendo cada capítulo como si fuera un cuentito. Creo que el libro tiene momentos de distinta intensidad; desde el entretenimiento a la emoción o el suspenso o... Por lo menos, es lo que me propuse.
Siempre pensé el libro como un acercamiento tenso, un choque incómodo con el monstruo sacrificado o enfermo que muchos ven en la elección de este tipo de vida hoy; como un lazo tirante hacia lo distinto, lo que va contra la corriente, contra lo que se espera culturalmente de una persona; y, claro, el sistema detrás.
Me gustaría que el lector se quede con más preguntas que certezas, con perdón de lo remanido de la frase.

Diario de lecturas (siete)

Por Juan Terranova

Borges, Borges, Borges. La beca argentina. El gran padre sindical de los literatos locales. Dedicarte a Borges es triunfar un poco. La hiper-reverencia. El hiper-prestigio. La hiper-realidad. Pero en mi video club, que tiene la alfombra pegada con poxiram y sin lavar desde el 89, sus palabras llegan desfiguradas, sus enseñanzas se transforman en cameos, en películas de acción, en comedias ligeras donde se habla de “masturbar” y “chupar por una noche”. La cancha de Ferro es el paisaje de fondo.

Aceptemos, eso sí, que Borges nos enseñó la importancia de la lectura y, sobre todo, que el objetivo último de la literatura no debe ser la búsqueda superyoica de trascendencia sino el momento irrepetible y único de la comunicación instantánea. Hay un poema que se llama Poeta Menor y dice, cito de memoria, “el olvido/ yo llegué antes”. No es poco.

Pero para un narrador la ética artística de Borges, esa que le impide extenderse, no es sana. Confundir teoría de la novela con arte de la novela es un error al cual Borges nos induce. El arte de la novela y la teoría de la novela se parecen pero finalmente resultan muy diferentes y son casi opuestos. (De hecho, confundir arte con teoría ya es malo, lo cual no quiere decir que no se fecunden, a veces con violencia, el uno al otro.) Así, entiendo a Borges –no es muy original– como un lector introductorio. El orden cronológico sería algo de Verne, Demian de Herman Hesse, Arlt, Borges, El almuerzo desnudo de William Burroughs, los Aforismos de Lichtemberg. Un recorrido como tantos.

Finalmente, está el Borges malo. Cantidades de textos de baja calidad que Borges produjo no sólo hacia el final de su vida, si no durante su madurez y juventud. Un buen motivo para no escribir ese libro, un ensayo que no debería ser ni breve ni largo, sobre el Borges malo es que después en muy probable que en la solapa de tus libros alguien ponga “escribió sobre Borges”, lo que para mí es un defecto. (Aunque entiendo que hay defectos peores.)

Nelson Rodrigues dice algo que le da una vuelta al ingenuo postulado bibliotecológico que instala Borges: “Solamente un burro se lee treinta mil volúmenes. Lo importante es releer”. Tendría que escribir más sobre Nelson. Está, seguro, dentro de los diez escritores más importantes del siglo XX latinoamericano y en Buenos Aires lo leyeron con suerte diez personas. Y no las diez indicadas, debo decir.

¿Peronismo?

Por Patricio Erb


El 15 de agosto, hace ya un tiempo, Caparrós escribió en la contratapa del diario Crítica:

- "El peronismo ya no existe"
- "Un movimiento o partido que puede ser tantas cosas es tan confuso que no es nada: no existe"
-"La mayor muestra del poder del peronismo es que creamos que existe, y que sigamos usando esa palabra".

Ante estas afirmaciones diría que, en realidad, el que no existe más es Juan Domingo Perón, no el peronismo. ¿Cómo terminar con el eidos, con la idea? "Las ideas no se matan", dijo un genial viejo fascista en Facundo.

"Algo podría cambiar, insisto, si tratáramos de llamar, alguna vez, las cosas por su nombre", cierra el artículo Caparrós. Está claro que Menem es Menem, que Duhalde es Duhalde, que Kirchner es Kirchner, que Firmenich es Firmenich, que Walsh es Walsh; sin embargo el peronismo está ahí, en todos ellos. De alguna forma, como una divinidad, el significado de la figura de Perón se introdujo en la microfísica argentina: en los nervios, como diría Foucault.

Es ingenuo creer que el peronismo va a desaparecer si sólo dejáramos de nombrarlo. Mientras no surja en sectores políticos un canal de las urgencias populares, el peronismo va a seguir siendo utilizado por propios y ajenos, pero va a seguir estando ahí. Tal vez es verdad que deberíamos comenzar a llamar las cosas por su nombre, pero eso no alcanza para desterrar el eidos. Eso sólo es posible lograrlo con la construcción de otro "Dios" que represente, de alguna u otra manera, todo lo que significa el peronismo.

Sobre la selección

Por Volquer


Ahora que renunció, puede ser el momento de hacer una breve reflexión sobre el ciclo Basile. Es sabido que el fútbol condensa un mix donde las narraciones sobre lo nacional, las operaciones de marketing, el poder del periodismo y las formas de apropiación popular de lo masivo producen constelaciones culturales tan evanescentes como una seguidilla de resultados. Sin embargo, no deja de ser interesante rastrear algunas contradicciones donde la ideología, la memoria social e incluso las formas en que la imaginación pública procesan un estado de cosas deseable en el orden de lo político son capaces de articularse en torno a discursos sobre el deber ser de la selección de fútbol, sobre sus obligaciones, sus potencialidades y sus perspectivas.

Para ir al grano, lo primero que podría pensarse es que Basile era un director técnico elegido en contraposición a los dos modelos anteriores elegidos por Grondona. ¿Qué tenían en común esos dos modelos? ¿Qué unía a Bielsa y a Pekerman? Es difícil decir que no eran técnicos ofensivos, porque lo eran más allá de que en la realidad Bielsa pusiera un equipo donde los atacantes muchas veces jugaban de volantes, y de que Pekerman no haya puesto a Messi en el partido más importante, el que se esperaba desde hacía cuatro años, y muchas veces llenara el mediocampo de volantes defensivos. Lo que diferenciaba a Basile de Pekerman, pero por sobre todo de Bielsa, era su supuesta permeabilidad al gusto popular. La pregunta que surge es, ¿cuál es ese gusto popular? ¿Hasta que punto podemos hablar de una tradición de “buen juego” en el fútbol argentino, cuando su único logro importante (los torneos olímipicos y los mundiales juveniles son competiciones de segundo orden; el mundial 74 fue una aventura militar antes que deportiva) se consiguió gracias a un técnico que pregonaba la disciplina, el orden y el ganar a cualquier precio?

Aparentemente, el gusto popular, el gusto de “la gente”, es el que sostienen ciertas facciones dominantes del periodismo deportivo enquistado en el Grupo Clarín. Su cabeza más visible, sin lugar a dudas, es Horacio Pagani. Apoyado por Pagani, Basile llega a la selección con una misión restitutiva: lo que en el Mundial 94 fue entendido a la larga en términos de tragedia, podía desplegarse ahora como fiesta, apalancado por la nueva generación de “cracks” que tienen a Messi como su representante más conspicuo. Con Messi, Tevez, y Agüero para suplir la falta del héroe trágico, insustituible por definición, la nueva odisea aparecía en el horizonte de lo probable. La creencia que soportaba esta expectativa radica en que tenemos a los mejores, o a casi los mejores jugadores, después de Brasil. Y en que Basile, endulzado por los años de experiencia, sería el mejor dotado para lograr que estos talentos individuales pudieran brillar en la cancha de forma armónica, sin tacticismos, con valentía.

No voy a decir que esa combinación no me haya cerrado, pero lamentablemente la realidad es otra. Hoy, transcurrida la primera rueda de las eliminatorias, habiendo sufrido dos goleadas humillantes frente a Brasil (una en la final de la Copa América), el ciclo Basile parecía caer en una suave pendiente que seguramente no lo deje fuera del mundial, pero que tampoco hace preveer resultados mejores que los obtenidos por sus antecesores. Se dice que la actual camada de jugadores es la mejor en muchos años, pero las perspectivas son, acaso, más flacas. Nadie, absolutamente nadie, imaginaba a la selección de Basile jugando ni siquiera unos cuartos de final en la competencia máxima, la única que interesa. El equipo de Basile no sólo era incapaz de “jugar el fútbol que le gusta a la gente”, ni en amistosos, ni en copa América ni en eliminatorias, sino que el fantasma del repechaje y la eventual ruina, asustaba a los periodistas y a los medios que temen quedarse afuera de un negocio de dimensiones extraordinarias. Los que lo habían apoyado, ahora le daban la espalda. Grondona, su principal mentor, lo dejó solo. Los jugadores se quejaban por lo bajo, pero en la cancha daban lástima. Fue así que el ciclo Basile se extinguió con más penas que gloria. El anarquismo autonomista de Round Point se apagó como un fósforo bajo una garúa finita. Basile fue traicionado, pero los copartícipes necesarios de su fracaso, Grondona, el periodismo y los jugadores, otra vez, se lavan las manos.

Basados en este breve diagnóstico, lo que siguen son tesis fast-food sobre el presente, el pasado y el futuro de la selección:

- La selección nacional de fútbol es en nuestros días una potencia de segundo orden, equiparable a Portugal o a la República Checa. Las representaciones sociales sobre la calidad de sus jugadores deben ser atribuidas a la maquinaria periodística, ávida por reformular los mitos de un país con enormes recursos desaprovechados que sale a flote en momentos de crisis política e institucional.

- Con excepción de Messi, un gran individualista que juega para las publicidades y no para su equipo, el resto de los jugadores de la selección nacional apenas tienen nivel para desempeñarse en los clubes que muchas veces los contratan de forma inexplicable (el de Heinze es el caso más intrigante). Mirados con un poco de perspectiva, se verá que casi todos los integrantes del plantel de ayer o bien juegan en equipos subordinados (Genoa, Liverpool, San Lorenzo, Atlético de Madrid), o bien juegan “de relleno” en equipos importantes.

- Para colmo de males, las buenas intenciones y la audacia de Basile no lograron transformarlo en el líder carismático que todo equipo con posibilidades de salir campeón de algo importante debe tener. El problema de Basile no es que tome más o menos whisky o que ponga más o menos talco en su hombro; ni siquiera que sepa más o menos de táctica, porque para eso basta con leer el diario o mirar programas deportivos. El problema de Basile es que no sabe conducir grupos humanos. Eso quedó demostrado en lo que ocurrió con el equipo en el Mundial 94. En lugar de tomar lo sucedido con Maradona como un obstáculo a vencer, el equipo no fue bien conducido y dejó el título en manos del Brasil más mediocre de la historia del fútbol.

- Basile, entonces, representaba el ideal romántico del desorden creativo y de la abundancia de recursos que no necesita conducción, que se asume como causante de las victorias y despliega una nula capacidad de autocrítica en las derrotas. En otras palabras, su comportamiento tiene fuertes afinidades con el de la oligarquía ausente del agro argentino. Bielsa, en cambio, representaba el sueño neoliberal de un orden foráneo bajado desde arriba y aplicado a rajatabla. De ahí su gran afinidad con Chile, con Cavallo y, muy especialmente, con José Luis Machinea. Pekerman, por su parte, representaba el miedo escénico de un proyecto que arrancó con buenas intenciones y una base sólida que en su momento fue incapaz de animarse a pegar el salto y terminó naufragando en una mediocridad digna y olvidable.

- Paraguay representa el modelo a seguir por la selección nacional de fútbol. Orden táctico, disciplina, conocimiento de las limitaciones propias, garra y coraje. A ningún paraguayo se le ocurriría pensar que sus jugadores son la elite del mundo.

- Zanetti, Heinze, Cambiasso, Abbondanzieri y Luis González (a este lo menciono por las dudas de que a alguien se le ocurra volver a convocarlo) han dado sobradas muestras de que no deben jugar ni un solo partido más en la selección.

- Carlos Tevez y Sergio Agüero son dos jugadores extraordinarios como variantes, es decir, siempre y cuando permanezcan esperando en el banco de suplentes mientras las acciones de sus fábricas de humo caen al ritmo del Merval.

- Argentina debe jugar con dos centrales y dos marcadores de punta clásicos. Por peores que sean, los marcadores de punta de la selección argentina deben sentir esa función, lo que significa: marcar y proyectarse al ataque. Paulo Ferrari y Luciano Monzón son los más capacitados para hacerlo.

- Gago, Messi, Carrizo y Mascherano son los únicos titulares indiscutidos. El resto deberá demostrar.

- Chile, comandado por Marcelo Bielsa, no va a clasificar al mundial. Y, si lo hace, quedará eliminado en la primera ronda, tal como sucedió con Argentina.

- Es dolorosa la renuncia de un tipo con agallas como Basile. También, es la prueba de que las agallas combinadas con inoperancia no funcionan. En todo caso, si argentina no gana el mundial de Sudáfrica, Grondona debería imitarlo y dimitir. O, al menos, este debería ser el reclamo del periodismo. Grondona es la encarnación viva del caudillismo oligárquico y acomodaticio cuyo heredero directo es Alfredo de Angeli.

- La selección argentina necesita: industrialismo, organización, conciencia nacional. Batista es un técnico al que aún le falta experiencia para dirigir a la selección mayor. Russo, un buen profesional, es un tipo defensivo y timorato, cuyos logros a lo sumo emparejarán los de Pekerman. Maradona nunca debe dirigir a la selección. Simeone, un gran caudillo a quien recordamos con amor, como DT es el hijo bobo de Bielsa.

- Todo el mundo sabe que Bianchi debe ser el DT de la selección. Sus diferencias personales, profesionales o lo que sea con Grondona no deben impedirlo. Si el elegido es otro, los dos serán igualmente culpables.

Diario de lecturas (seis)

Por Juan Terranova

Una breve conversación por chat con un periodista platense me reenvía al Curso de literatura Europea de Nabokov. Hablamos sobre los cuestionarios que trae al final. Son las peguntas que les hacía a sus alumnos. Le dije al periodista que, en esos cuestionarios, era mucho más patente su ideología creativa. Una verdadera pedagogía del arte de la novela, sin contaminaciones del monstruo procaz de la teoría literaria.

Los ensayos, pulcros, elegantes, suaves, se dejan leer con mucho placer. Están reconstruidos a partir de apuntes y es probable que Nabokov no los hubiera dado a conocer en vida. Me salteé el de Kafka –aunque sería interesante compararlo con el libro de Deleuze y Guattari– y fui directo al de Joyce. ¿Cómo lee Nabokov el Ulises? Así: “Todo artes es en cierto modo simbólico; pero le diremos “¡Alto ahí, ladrón!”, al crítico que transforma deliberadamente el símbolo sutil del artista en rancia alegoría de pedante, las mil y una noches en asamblea de una sociedad secreta”.

La cita encierra un consejo. Siempre hay que tener a mano la frase “Alto ahí, ladrón”. Incluso para decírsela a uno mismo, en esas noches de fiebre sonámbula. Releo el párrafo dos veces y las dos veces leo mal: “Las mil y una noches en asamblea permanente”. ¿Llevo el sindicalismo en la sangre? La actividad gremial es una de esas cosas que cuando las tenés en las manos las odiás, y cuando ya no las tenés, te hacen llorar de impotencia.

Ayer en Eterna Cadencia pregunté sobre el Curso de literatura rusa, pero los amables libreros me dijeron que estaba faltando hace años. Lástima. En su lugar tuve a Silvia Iparraguirre hablando casi media hora sobre Tolstoi. Fue como ir al kinesiólogo y que te den una patada en el culo. (Esa mujer le puso a un libro El muchacho de los senos de goma. Por Dios. ¿Qué puede haber peor que querer ser políticamente correcto y que no te salga?) A la mitad de la charla, me fugué con un amigo a tomar algo al bar de enfrente. La otra vez hice algo parecido. Se está volviendo una costumbre. Ir a una mesa redonda, esperar que empiece, escaparme al bar de la esquina y volver para cuando está terminando. No es tan terrible después de todo.

Heroismo bonaerense



Por Ariel Shalom

1
¿Qué tienen en común Matrix, de los hermanos Watchovsky, y El bonaerense de Pablo Trapero? Aparentemente nada. Y no se trata de un acertijo ni el pie para una humorada ingeniosa. Se parecen en su radical diferencia más de lo que pudiera imaginarse. Ambos son relatos de una iniciación y un aprendizaje. Relatos de una toma de conciencia y una redención. Relatos de una inmersión en un mundo desconocido. Relatos que definen, tal como Campbell definió con su célebre monomito, el camino del héroe.

2
La diferencia radica en que Matrix, como tantas otras narraciones heroicas norteamericanas, trabaja el mito con extremo apego. Neo es el iniciado y su alta misión salvar a la humanidad. Patrimonio exclusivo, claro, del imaginario norteamericano paranoico y neo-imperialista. Salvar al mundo de una destrucción de la que se sienten culpables. El bonaerense en cambio, narración pequeña y pobre de nuestra cinematografía periférica, traza un original y vital desplazamiento de ese recorrido heroico. Lo ironiza hasta derretirlo. Y así define la única épica nacional posible: la del delito y la corrupción. Como Neo en Matrix, Mendoza transita la ilegalidad para atender el llamado que lo convertirá en un elegido. Neo trafica software. Mendoza ayuda a su patrón cerrajero a robar cajas fuertes. Y a ambos de pronto los convoca una alta misión. Neo deberá salir de la matriz, el falso mundo virtual, para convertirse en el líder de la resistencia. Mendoza, héroe más modesto, deberá viajar al conurbano bonaerense para escapar a la prisión y hacerse policía.

3
La ironía que define a El bonaerense, y que la hace una de las narraciones más poderosas del cine argentino de los últimos tiempos, y de la narrativa argentina en general, es que ese camino de iniciación en la policía bonaerense lo llevará al único aprendizaje posible: el de la coima y el robo por parte del Estado. Trapero, sin duda, ha asimilado (internalizado) este modelo –tal vez a partir del consumo de narraciones heroicas positivas, del tipo Matrix, Star wars o Indiana Jones– para darle estructura a su relato. Es esa la matriz contundente y efectiva de El bonaerense. La partida, la iniciación y el retorno de Mendoza. La salida de su pueblo, la llegada a La Matanza y la vuelta. La salida del mundo conocido (su pueblo) hacia otro que lo traga como la boca de una ballena: el conurbano bonaerense. Y como en todo relato poderoso, el mito se hace cargo de una verdad profunda pero que, para ser fuerte, debe trazarse en el cruce con la propia realidad. El guión de Trapero puede servir de ejemplo a lo que una literatura, o una cinematografía, argentina necesita para ser contundente. De ese cruce (mito-realismo) sale El bonaerense, un relato que ironiza el recorrido del héroe. El policía que no aprende a servir a su comunidad sino a servirse a sí mismo. ¿Y no es esa una de las cualidades de nuestra identidad cultural, cuyo relato épico fundacional, como se ha dicho tantas veces, es el Martin Fierro? ¿No será esa acaso la clave para trazar una genealogía (aunque en este caso sólo lo temático remita al género) de un auténtico policial argentino?

4
Como todo héroe, Mendoza tiene su mentor. El que le enseña las reglas de ese mundo desconocido y le otorga los instrumentos de poder que lo ayudarán a desempeñarse. Gallo es el mentor de Mendoza. Un comisario corrupto que lo ha elegido para ser su mano derecha. La ironía es que el destino heroico de Mendoza se condensa en su ascensión a cabo, la primera jerarquía del rango policial. Y esa apoteosis, coronada en un formidable y significativo plano en que la Virgen María aparece flanqueada de las banderas argentina y bonaerense, es el producto de una traición. Gallo hace héroe a Mendoza disparándole un tiro en la pierna en lo que para Mendoza era un ajuste de cuentas con su antiguo patrón de la cerrajería. Y más significativo aún es que Gallo se queda con el botín del robo con el que Mendoza hace caer a quien lo había traicionado. Héroe (antihéroe) doblemente traicionado. Cuerpo en peligro y ascenso grotesco. Prueba suprema y recompensa. Y un amargo aprendizaje. La heroicidad para nosotros es un cuento de películas norteamericanas. Así, con las insignias de cabo que el propio Gallo le obsequia, Mendoza, rengo y abatido espiritualmente, pide el traslado. Y el retorno se concreta. Mendoza vuelve uniformado (investido) a su pueblo como todo héroe, vuelve con el conocimiento de los dos mundos, el propio y el del conurbano policial. Vuelve con el elixir (la sabiduría) que ahora usará para servir como policía a su pequeña comunidad rural.

La máquina del tiempo (una introducción)

Por Sebastián Robles


En su ya clásico Ciencia ficción, utopía y mercado, Pablo Capanna sostiene que la ciencia ficción se constituyó como una respuesta a la angustia generada por los avances científicos y tecnológicos del siglo XX y terminó, acaso paradójicamente, configurando el imaginario que serviría de modelo a este proceso. Esto se verifica no sólo en los programas espaciales llevados adelante por las grandes potencias, sino también en electrodomésticos, computadoras personales e Internet, que habían surgido mucho antes en las páginas de la ciencia ficción. Por este motivo, la estrella del género se habría ido apagando en los últimos veinte o treinta años: el mundo de sus fabulaciones es el que estamos viviendo en la actualidad.

De todas las ramas del género, hay una sola que aún permanece en el terreno de lo estrictamente conjetural: los viajes en el tiempo. En su taxonomía literaria, el autor no la señala como una especie en particular. Por lo que se desprende de su clasificación, los viajes en el tiempo podrían situarse en algún lugar entre la ucronía, la utopía y tal vez en menor medida, en la literatura de anticipación. Poca justicia para con una temática que hoy en día permanece viva y en permanente movimiento, como un pez recién sacado del agua, en el cine y en algunas series de televisión.

La omisión de Capanna resulta doblemente llamativa si se tiene en cuenta que él mismo señala como uno de los pilares de la ciencia ficción a La máquina del tiempo, primera novela de H.G. Wells (1895). Más allá de su carácter alegórico, la novela sienta las bases de las principales obsesiones del género de ahí en adelante y durante un largo período: el futuro, y en el futuro, el destino de la humanidad. La novedad consistía en que su autor concebía al tiempo como una dimensión equiparable al espacio, a través de la cual se podía circular con la misma facilidad que con un automóvil por la calle. Este pasaje de la abstracción más pura –y profundamente moralizante– a su concreción tecnológica sería uno de los rasgos distintivos de la ciencia ficción clásica, de corte humanista, que va de Wells a Asimov y Arthur C. Clarke.

El libro es retomado por la industria cinematográfica recién en 1960 con The time machine de George Pal, dando inicio a una larga sucesión de películas y series de viajes en el tiempo.

De hecho, la narración de Wells, acaso por ser la primera, se presenta como la variante más elemental del subgénero: hombre que viaja al futuro –rara vez al pasado– y sus experiencias son una advertencia sobre los destinos de la especie humana. Su punto culminante es The Planet Of the Apes (Franklin J. Schaffner, 1968), basada en el libro homónimo de Pierre Boulle, con la diferencia de que éste utilizaba al viaje en el tiempo como un recurso efectista, no como un elemento constituyente de la trama.
Hablamos, entonces, de “subgénero”, y nos resistimos a subsumirlo dentro de otras ramas de la ciencia ficción como propone Capanna. Sus problemáticas son propias y perfectamente individualizables. Podemos resumirlas en tres puntos que se relacionan entre sí:

- Las paradojas temporales.
- El libre albedrío.
- Los universos paralelos.

Todos estos puntos se encontraban en estado embrionario tanto en el libro de Wells como en la película de George Pal y ya habían sido abordados con más profundidad por Ray Bradbury en su relato “El ruido de un trueno” y Robert Heinlein en “Todos vosotros, zombies”, entre muchos otros, cuando Chris Marker estrena su mediometraje La jeteé en 1962. Su argumento serviría de base a la película 12 Monkeys más de treinta años después.

La historia es inquietante: en su infancia, un niño es testigo de un asesinato en un aeropuerto. En su madurez, es enviado al pasado para cumplir con una misión. Luego de una serie de idas y vueltas en la trama –que se complejizan en 12 Monkeys– es asesinado en un aeropuerto. Entre los testigos, hay un niño que no olvidará jamás la escena.

Es probable que quien mejor haya narrado la circularidad –en términos de lo que fue su desarrollo posterior– haya sido Philip K. Dick en su relato “Algo para nosotros, temponautas” de 1974, donde imagina un programa de viaje temporal similar a lo que había sido el programa espacial de los Estados Unidos durante los años 60 y 70. Se produce una falla en el lanzamiento de la máquina del tiempo, y sus tripulantes ingresan en un bucle temporal que los obliga a vivir la misma situación una y otra vez. La particularidad del cuento de Dick, su toque personal, es que el protagonista tiene una conciencia de haber vivido ya los episodios que se están narrando, lo cual le genera una creciente sensación de irrealidad. La misma que se insinúa en La Jeteé y aparece más explícitamente en 12 monkeys, donde el protagonista duda permanentemente de su cordura, como si sus viajes en el tiempo fueran una especie de alucinación.

Unos años antes de 12 Monkeys, la saga de Back to the future había operado algunos cambios dentro del paradigma del subgénero. La máquina –el célebre DeLorean– respetaba el espíritu de la de Wells, que también tenía rasgos de automóvil. Pero esta vez era un artefacto cotidiano perfectamente reconocible. La trama de la saga, con sus idas y vueltas entre el pasado y el futuro, no difería esencialmente de lo que ya se había visto en las pantallas, e incluso en series de televisión como The Time Tunnel, Voyagers! y Star Trek. La diferencia era que el protagonista retrocedía a su propio pasado familiar. Las consecuencias de sus viajes se terminan, hasta donde podemos saber, dentro de los límites de su ciudad. Lo que está en juego es su propia existencia y el destino familiar, no el de la humanidad. Liberado de esa carga, el subgénero derivó en una larga sucesión de comedias y películas románticas que utilizaban algunos de sus tópicos, como Groundhog Day, Kate & Leopold y las dos de Bill & Ted.

En Donnie Darko (Rickard Kelly, 2001) se produce una primera síntesis entre la duda esquizoide de 12 Monkeys y cotidianeidad de Back to the future. Resurge la trama circular, sembrada de dudas debido a la medicación psiquiátrica que consume el protagonista. La película está armada como un rompecabezas. No existe máquina del tiempo. El futuro y el pasado no son acontecimientos históricos, sino que oscilan entre dos condiciones contrapuestas: son estados mentales, o momentos en la historia familiar del protagonista. Sólo al final el argumento parece inclinarse por la última opción.

The Butterfly Effect (Eric Bress y J. Mackye Gruber, 2004) radicaliza esta propuesta, adaptando la idea –propia de la Teoría del Caos– que subyace al cuento “El ruido del trueno” de Ray Bradbury: el aleteo de una mariposa puede sentirse del otro lado del mundo. La asimilación entre el viaje en el tiempo y un viaje mental es absoluta. No sólo no hay máquina del tiempo, sino que el protagonista regresa a su pasado con la edad y la apariencia que tenía en aquel entonces, eliminando la posibilidad de que se produzcan circularidades al estilo de Back to the future. Otro tanto ocurre en los capítulos dedicados a Desmond en la III y la IV temporada de Lost.
Si aceptamos al cine y a la televisión como legítimos continuadores de la tradición que arrancó en 1895 con La máquina del tiempo de Wells, podríamos señalar las siguientes características como propias del subgénero en su estado actual:

- Los viajes se realizan a lo largo de la historia personal o familiar de los protagonistas.
- El dispositivo se volvió innecesario. Desaparece la figura de la máquina del tiempo.
- El pasado y el futuro se asemejan a estados mentales de los personajes.

El futuro, excepto en casos aislados (Deja Vu, Tony Scott, 2007) deja de ser importante. El horizonte de los viajes es cada vez con mayor frecuencia el pasado, como si la ciencia ficción hubiera invertido su polaridad.

Diario de lecturas (cinco)

Por Juan Terranova

Termino Kafka, por una literatura menor, leído desde la pantalla. Una vez más: “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”. ¿Y en qué lugar queda el que escribe en un idioma menor? ¿O no es Kafka es el escritor por excelencia de la clase media educada, el escritor comodín que sirve absolutamente para cualquier cosa? De repente, todos quieren ser menores porque eso significa ser mayor. Una contradicción que Deleuze y Guattari no ven, no registran, la aporía de la que no se hacen cargo. Siguiéndoles el juego –por otra parte, un juego simple– se podría decir que la “literatura menor” no existe: existe un devenir. La literatura menor, si es conciente de su minoridad, cree en ella para ser mayor y el asunto se transforma en un juego de espejos frívolos.

Harold Bloom dice que no sólo la teoría freudiana ya está en Shakespeare sino que también hay en Shakespeare una convincente refutación de esa teoría. Kafka, por una literatura menor ya está en el punk y también el mismo punk nos da una excelente refutación de Kafka, por una literatura menor. En vez de leer a Deleuze, ¿habría que escuchar a Nirvana? Kurt lo sabía: nacer es transar, por eso le puso In Utero a un disco y como ni eso ni la heroína le alcanzaron fue y se pegó un tiro. Deleuze optó por tirarse de un séptimo piso, pero el cáncer le comía los pulmones. En fin, mejor reflexionar sobre la última foto de Sarmiento, muerto en Paraguay, sentado en un pupitre con el tintero todavía cargado de tinta. Él sí entendía cómo viene la mano.

La trasgresión.
El escándalo.
La censura.
Lo menor.
El escándalo.
Lo maldito.
Todo se beatifica.
Lo negro se vuelve blanco.
Pero lo verdaderamente negro –cierto peronismo de trinchera, la mugre de la calle, la miseria, el desempleo, las ideologías erradas y arrebatadas, los estamentos bajos del Estado donde los burócratas subsisten dañando la sociedad con su pereza, y un largo etcétera–, esa negrura nunca se vuelve blanca.

Sumido en ese mareo, voy a biblioteca y saco Cómo hacer una tesis de Humberto Eco. Otro libro muy comentado y muy poco leído. Eco en su despacho ochentoso de la Universidad de Bologna (la grassa, le dicen porque ahí se come bien), Eco como el divulgador, como el anti-Kafka, como el que goza, como el escritor exitoso en vida. Sí, discúlpenme pero lo prefiero a él.

Parcial domiciliario

Por Diego Vecino


Estoy resolviendo un parcial domiciliario. Consiste en leer “El Estado y la Revolución” de Vladimir Ilich Lenin y “Resultados y perspectivas” de León Trotsky y escribir ocho páginas sobre eso. No les voy a negar que es un poco raro. La materia se llama Sociología de los Procesos Revolucionarios, de Cristian “Chipi” Castillo.

Los antecedentes del Chipi son frondosos: fundador y dirigente nacional del PTS, ex candidato a Diputado, Legislador y Jefe de Gobierno de la Ciudad, encarcelado durante 18 días en México en el 2000 por acompañar revueltas estudiantiles en la UNAM. El Chipi representa a la perfección a la izquierda trotskista universitaria incluso en su fisonomía: con cuarenta y un años jamás ha perdido las facciones de un joven de quince. Los chistes en la facultad sobre su perpetua condición púber son variados y casi todos medio estúpidos.

El año pasado me compré la edición que hizo Razón y Revolución de la “Historia de la Revolución Rusa”, de Trotsky. Son casi mil páginas en una tipografía apretadísima. Actualmente estoy trabado en la 117, aunque no necesariamente porque el libro es malo, sino porque la proliferación de nombres rusos y facciones de la burguesía y la burocracia absolutista dificulta un poco el tema. Me gusta, sin embargo, tener el libro ahí, en el escritorio. Irradia como un influjo de sabiduría, de concentración, de febrilidad. Propone la silenciosa imagen de un ruso desvelado escribiendo en un trance arrebatado páginas y páginas en un cuarto sucio y frío y con una luz insuficiente en San Petesburgo. Cada tanto lo agarró, avanzo y siento que me contagia. Me otorga la sensación de que yo también tendría una necesidad tan imperiosa de decir tantas cosas. Me acuerdo de una señora que en una charla de “nuevos narradores” en la Feria del Libro apuntó en tono de reproche que los escritores “de ahora” produjesen tan rápido libros cortitos, que los corrigieran mínimamente, que lo editen medio así nomás. Ella decía que cada libro suyo lo trabajaba quince o veinte o treinta y cinco años, y me acuerdo que yo pensé “bueno, ni que fuésemos protagonistas de la Revolución Rusa”. Porque si fuésemos, se entenderían unas obras completas de cincuenta volúmenes, como las de Trotsky, o por lo menos dos tomos de Historia de la Revolución Rusa.

No somos protagonistas y ni siquiera observadores de la revolución rusa. Nuestros trotskistas argentinos tienen obras mínimas: un librito, algunos artículos en publicaciones especializadas. No es porque sean hombres de acción, ocupados en dirigir y encauzar las fuerzas revolucionarias, no es porque esas tareas los alejen de la práctica literaria, sino justamente por lo contrario. Porque no están destinados a construir ninguna sociedad futura, y porque no la están construyendo. Desde Trotsky hasta Sarmiento, los hombres que de verdad construyen sociedades, en igual medida las narran, y dejan una obra profusa y ancha.

No somos protagonistas y ni siquiera observadores de la revolución. No sabemos bien qué decir, y ni siquiera si es que tenemos algo para decir. Eso a los trotskistas siempre los hirió o los llenó de melancolía. Los trotskistas argentinos se la pasan más tiempo leyendo historia rusa que latinoamericana, porque es la que les gusta y la que los interpela en su sensibilidad. No se si es estrictamente un error, un prejuicio mío, o si es la distancia entre lo urgente y lo importante la que se interpone entre la historia de un país que les gusta estudiar inevitablemente y sus pretensiones de hacer la revolución en la Argentina, que es siempre su objetivo declarado. Pero hay algo ahí, en esa posición intermedia, en esa distancia anómala entre su Rusia y la Argentina que les tocó en suerte. A veces pienso que esa interposición el peronismo.

Sin lugar a dudas, para los trotskistas el peronismo es una anomalía que como no pueden procesar porque no tienen las palabras, vuelven improcesable: niegan. Un error de la historia, un “tigre de papel”, o ese concepto fácil y bastante ramplón de la “falsa conciencia”, que a veces pareciera, en boca de los trotskistas argentinos más universitarios, menos una problemática compleja que un diagnóstico médico. A veces pienso que los trotskistas argentinos harían bien en hacer suya esa dramática o melancólica frase de Nicolás Casullo que Wiñazcki dio a difusión la semana pasada, en un In Memoriam en el diario Clarín: “Finalmente el peronismo me aleja de todo lo que amo”. Los trotskistas pueden añorar la revolución de octubre que nunca vivieron ni nunca pasó. Lo que los distancia de ella es y será el peronismo.

Hay una frase de Trotsky que me gusta y que supongo que los trotskistas argentinos conocen. Dice: “La historia no se repite. Por mucho que se quiera comparar la revolución rusa con la gran revolución francesa, no por eso se convierte la primera en una simple repetición de la segunda. El siglo XIX no ha transcurrido en vano”. Pocas son las cosas que transcurren en vano.

El sistema financiero como casino

Por Joaquín Linne

El sistema financiero es como un gran casino ‘globalizado’. Wall Street, Londres, Buenos Aires: Las Vegas, Punta del Este, Mar del Plata. Todos interconectados. Y en cada casino –en cada bolsa- hay treinta jugadores fuertes que son los que mueven el volumen grueso de las fichas. Y viajan y se comunican mucho. De casino a casino. El resto son esos borrachos de clase media que no pinchan ni cortan (pequeños y medianos ahorristas que se meten a jugar en la bolsa, compran algunas acciones y quizás logran darse algunos gustitos más después de jubilarse). Entonces tenemos a nivel estructural treinta jugadores potentados que juegan todas las semanas y mantienen el lugar. Pierden, ganan, son inteligentes y racionales y compensan y marcan tendencia. Estos jugadores hicieron plata en otros lugares (herencias, empresas, préstamos, negocios con los estados, cambios de monedas, etc.) y ahora vienen a gastarla y a maximizarla acá. Algunos por ejemplo cuatriplican sus fortunas en dos años de casino. Si la fortuna promedio de cada tipo pesado son 500 millones, se guardan 100 (no vamos a poner en riesgo la continuidad de la estirpe) y con los otros 400 diversifican: blackjack, ruleta, póker, maquinitas (acciones, bonos, compra-venta de monedas, compra-venta de deudas públicas y privadas, etc.). Pero mantengo mi seguro de vida: una cuenta en Bahamas a una tasa de 5% anual (si en la cuenta tengo 4 millones de dólares, con sólo dejar esa plata ahí recibo 200.000 dólares al año; con el resto juego, me divierto, trato de superar los mil millones o, al menos, de mantenerme todo lo posible en el juego como un jugador de peso).

En este casino si entrás te quedás jugando al menos un par de años. Las fichas se cambian cada varios años porque todos confían en el casino y porque hay cierta cantidad de fichas y nadie quiere quedarse sin jugar. A los treinta jugadores les iba muy bien, o eso parecía. Alguno -que también era empresario- un día se quedó sin liquidez y cambió una de sus empresas por fichas. El casino le dio a cambio un millón de dólares y abrió el juego financiero. Dijo: esta empresa equivale a mil fichas violetas. El que tenga más de estas fichas, es el mayor accionista, casi como el dueño, o el socio mayor. Lo que no dijo el casino es que las mil fichas violetas equivalían a dos millones de dólares, el doble del valor real de la empresa. Esto en espiral te da una burbuja financiera. La ficha violeta, como el peso argentino del uno a uno o muchas empresas punto com, estaba sobrevaluada, y las burbujas, láminas de jabón o construcciones demasiado endebles para ser verdad duradera, en algún momento explotan.

Pero los jugadores seguían contentos. No saben que están en la burbuja, pero la hacen. Valorización financiera. Algunos pocos ganan, otros muchos no. En algún momento empezaron a ver que el casino-sistema-financiero tenía problemas para responder por esas fichas/acciones. Mientras ellos jugaban, los dueños del casino se habían dedicado a jugar con su plata en otras cosas. Hipódromo, construcción, créditos. Pido un préstamo para ser prestamista. Siempre que la tasa de interés de mi préstamo dado sea superior al que me concedieron, gano. Pero les empezó a ir mal. Alguien corrió el rumor entre los jugadores de que el casino estaba por quedarse sin liquidez -dinero real- para responder por las fichas. Todos se asustaron y empezaron a querer cambiar las fichas e irse a sus casas. Pero después de que algunos cambiaron, el casino se declaró en quiebra y ya no pudo cambiar fichas. A su vez, el precio de las fichas empezó a bajar mucho cada día. Empezó bajando en un casino y rápidamente bajó el precio de todas las fichas en todos los casinos. Entonces todos los que tenían muchas fichas y no las habían podido cambiar empezaban a ver cómo sus activos se desvalorizaban. Algunos habían firmado que no cambiaban sus fichas hasta dentro de tres años. Algunos habían dado o pedido préstamos en fichas. Pero lo hacían a escondidas. Muchos de los jugadores fuertes no entregaban dinero real a cambio de las fichas, sino que le pedían préstamos al casino o a un banco, y con esa plata iban al casino y jugaban. O escondían la plata y se declaraban en bancarrota. Quién sabe. El problema fue que muchos deudores al mismo tiempo empezaron a declararse en bancarrota. Y empezó a salir a la luz la cantidad de préstamos -de pagarés- dando vuelta. Si el 80% de la plata del sistema no existe, y si muchos de esos pagarés que legitiman las deudas -que legitiman ese 80% de dinero ‘virtual’ con el que la gente juega- empiezan a perder seriedad, tenemos problemas. ¿Y ahora quién podrá salvarnos? El estado. El gobernador de Las Vegas -ex cowboy, hoy prestamista e inversor en acciones de la industria pesada- llama a conferencia de prensa y dice: vamos a salvar a los casinos, a pagar sus deudas y a sacarlos de la quiebra porque son claves para nuestra economía estatal. Y le aseguro a todo ciudadano de Las Vegas que podrá seguir jugando, que podrá cambiar sus fichas por dinero cuando quiera. Jueguen, sigan participando tranquilos.

A su vez, en el casino está por haber elecciones a presidente, y los trabajadores del casino (croupiers, mozos, barrenderos, mucamas, cocineros, barmans, cajeros) que son trabajadores reales, que cobran un sueldo modesto cada mes por una jornada diaria de trabajo (el norteamericano medio) odian a esos tipos ricos que sólo se dedican a especular y a hacer plata con el juego del deudor-prestamista, gato y ratón, policía malo, malandra bueno. Y no están de acuerdo en tener que pagar con sus impuestos los errores que ellos tuvieron jugando. ¿Si se emborracharon con demasiado whisky caro y se les fue la mano con el blackjack porque tenemos que pagarles nosotros la deuda? Que se mueran, si no laburan hace cuatro vidas. Entonces estamos ahí. El sistema de los casinos -la actividad que más divisas generaba para el país- entró en crisis, mostró cuán endeble era y ahora vamos a ver cómo y cuánto repercute en la economía real, en el cajero de la estación de servicio y en la secretaría cuyo único contacto con el oscuro sistema financiero es ir cada mes al banco a buscar su sueldo en un cheque. El problema, entonces, por ahora, es de la gente financiera. Por eso los que se agarran el pelo o la pelada son los brokers y no los verduleros. Problemas en serio habría si todas las secretarías y los cajeros van al mismo tiempo a buscar su cheque mensual al banco y el cheque no está. Eso sería problemas. Pero por ahora estamos acá: viendo por televisión el incendio de algunos casinos.

Enemigos de la liturgia

Por Patricio Erb


Vinos "25 años de democracia", boinas blancas, pins del radicalismo, posters de Alfonsín: esos eran algunos de los souvenirs que podían conseguirse en la Convención Nacional de la UCR, que se realizó el fin de semana pasado en la ciudad cordobesa de Mina Clavero. De inmediato se piensa en la liturgia: escudos, imágenes, frases; todos símbolos, puntos nodales, significantes flotantes de la historia política partidaria argentina.

La segunda profesionalización del periodismo producida en los 90 -la primera fue aquella inaugurada por Natalio Botana, para poner un título-, convirtió al periodista en noticia. La inversión es una de las principales responsables de que los medios salieran a combatir la liturgia. Está claro, el dirigente político resulta una clara competencia por el protagonismo que auguran distintas firmas, que funcionan más allá de los acontecimientos: sólo quieren asegurarse salir en la foto.

Esa liturgia -peronista o radical-, en los últimos 25 años fue permanentemente combatida; primero, por los que alguna vez, lúcidamente, Bonasso catalogó "neodemocráticos"; después, por aquellos enamorados del márketing myself, concepto que intenta destacar un estilo periodístico al que no le preocupa demasiado el proceso constructivo (literario, por qué no) de una nota, sino que simplemente quiere figurar. ¿Inconscientemente? ese tipo de periodismo es el principal enemigo de los símbolos partidarios. Cómplices de la "antipolítica" reclamada por Doña Rosa, determinados medios de comunicación se convirtieron en un actor que pretende el fin de la liturgia.

"Aparato", "punteros", "micros", "choripan", "populismo" son algunos términos utilizados para descalificar prácticas identitarias que, en definitiva, fueron fundamentales para la construcción política de un Estado-Nación inclusivo.

Diario de lecturas (4)

Por Juan Terranova

Releeo lo que escribí antes y pienso en mis años de formación en la universidad. ¿Por qué tanto encontronazos? Hace mucho que me hago esa pregunta pero hace relativamente poco encontré una respuesta que me convencen. Yo no formé mi manera de leer en la facultad, si no que ya traía una forma de leer desde antes. Una forma de leer que me gustaba y que se fue complejizando pero que mantuve.

Para seguir avanzando en ese tema, debería preguntarme: ¿y de dónde había salido esa forma de leer? La ventaja es que puedo examinarla ahora, porque todavía la conservo, fragmentada, pero reconocible. Pienso en la familia y en la biblioteca familiar, Editorial Columba, el parque Rivadavia, las revistas de Rock, el Clarín, la ciencia-ficción. En estos casos, todas las fuentes citadas son mitos de lectura que el escritor construye, está bien, pero mi familia fue determinante. No porque fuera especialmente lectora, sino porque leía de una manera muy concreta. O incluso, con una determinada vitalidad, sobre la cual la carrera de Letras no tenía nada para decir o no podía decir nada. Por ejemplo, lo que podríamos llamar “la afectación del escritor que no escribe”. Eso me resultaba muy molesto.

El escritor prolífico calla. No dice nada. No se jacta de los libros que escribió. Usa su energía para escribir más. En cambio, el que no escribe debe decir que no está escribiendo. Vive en su enunciado negativo. De hecho, su realización está en que le pregunten si está escribiendo y decir que no. Claro que nunca se sincera del todo porque a ese “no” debería agregar “y no me hace falta”. Y ahí venía uno de los problemas más importantes. La universidad enseñaba textos marginales, breves, pobres o deliberadamente empobrecidos, luego, procesaba la vanguardia y decretaba su muerte. Yo quería leer a Flaubert y a Balzac –el arte de la novela–, no los ridículos poetas chicanos impuestos en los programas de estudio por las neuro-lesbianas de los cuales se reía Harold Bloom.

Aunque en realidad tendría que hacer un análisis más fino. Si en los claustros se leía a los marginales al lado de los escritores canónicos, ¿qué me quedaba para hacer en la calle? Por otra parte, mientras nos decían que las vanguardias habían muerto –lo cual implicaba adherir al planteo del fin de la historia, o al menos de la modernidad–, seguíamos leyendo la teoría que reivindicaba esas vanguardias. Ni actualización doctrinaria ni actualización teórica. Todo muy esquizo. El que cursó la carrera de Letras lo sabe.

Anochecer en la Boutique del Libro

Por Volquer


Es difícil organizar una charla, y muy fácil criticarla. Y la verdad es que, a pesar de todo, la charla de esta noche fue un momento agradable para todos los que fuimos. Y que hubiera estado bien hacer alguna pregunta en lugar de hacer este comentario.

Hecho el descargo, empecemos.

En el tercer y último encuentro del ciclo “Talando Árboles”, organizado por la editorial Interzona, el eje giraba, otra vez, alrededor de las editoriales independientes. También había “libreros independientes”, pero no voy a hablar de los dueños de librerías porque no me interesan. Básicamente, no me parecen muy diferentes al chino que me fía envases de cerveza en el súper de la esquina. A veces tienen actitudes mezquinas, otras veces no, a veces organizan charlas o sortean reproductores de DVD; pero básicamente son intermediarios que lucran con el comercio de mercancías que en gran parte desconocen, y que abusan de sus condiciones ventajosas cuando van a negociar con los pequeños proveedores. Esto podría ser matizado en el caso de la Boutique y algunas otras, como Eterna Cadencia o El Astillero, donde el trato para con las pequeñas editoriales resalta por la positiva. Pero es la dominante en las librerías supuestamente independientes.

La cuestión es que lo que podía anticiparse como una noche encendida, con el mentor de poetas, especialista en marketing y asesor de Macri, Fogwill, como principal animador, fue otra pálida tarde de Palermo. Pero, a diferencia de lo que había pasado en el primer encuentro, ni siquiera hubo un afable contrapunto. Nada. Apenas Fogwill diciendo que las editoriales independientes tenían el 40% del mercado porque la cifra que se había mencionado de un 5% comprendía a los productos comerciales. O cuando agregó que en los papeles el negocio editorial era un gran negocio porque el producto podía venderse hasta en un valor que superaba en un 1000% a su costo unitario de producción, pero olvidó decir que las librerías no compran en firme y su única inversión “de riesgo” es mantener al local y los empleados.

En todo caso, este resultado chirlo puede leerse menos en términos de responsabilidad individual de sus participantes u organizadores que como síntoma de cierto agotamiento cultural. Un grupillo de pequeños empresarios que quieren diferenciarse de la bohemia utilizando argumentos del calibre de “tenemos empleados”, “no es mala palabra mencionar un plan de negocios”, o “a veces publico libros que no me convencen pero considero valiosos”, organizan un evento cultural con los dueños de librerías, verdaderos beneficiarios de todo esto junto con los distribuidores. Asisten, con furia, 50 personas. Leonora Djament, una persona muy medida, critica el romanticismo amateur con argumentos sólidos, pero nos genera dudas cuando dice que tener autonomía con relación al mercado no se vincula con el financiamiento de la editorial sino con “el criterio” ajeno al mercado. De paso, se critica a las multinacionales. Tal vez me equivoque, pero no lo imagino a Ari Paluch desesperado por publicar en Eterna Cadencia Editora. No imagino a ningún fenómeno de mercado queriendo publicar en una editorial “independiente”. La realidad es que los verdaderos fenómenos de mercado, como García Márquez o Rowling, generan sus propios proyectos editoriales. Eliminan la intermediación editorial, y en un futuro bastante cercano van a eliminar a los libreros.
Igual que Demian Hirst subastando sus propias obras, pero a una escala bastante menor.

Sin embargo, no deja de ser fundamental el tema del “criterio” en relación con el mercado. En este punto, el hecho de que un “criterio” no se deje llevar por el mercado habla más del agotamiento del que hablábamos que de otra cosa. Y esto no se limita a los pucheros de Tabarovsky por no haber viajado a Frankfurt. El “agotamiento” tiene que ver con la triste y negada certeza de que lo único que logró esta “independencia de criterio” que tanto revindican las pymes independientes es un mercadillo de 300 lectores y, en muchos casos, una literatura blanda incapaz de generar comunidades de lectores o proyectos culturales más ambiciosos; incapaz de decir o hacer nada en relación los acontecimientos políticos recientes, inoperante incluso para proyectarse por sobre los lectores de World Fiction o los miles de estudiantes de carreras humanísticas que proliferan por todo el país, y que además de todo esto, es aburrida. Lo nos lleva a pensar en la verdadera “editorial independiente” pyme, con toda la carga semántica que implica esta palabra, que existe hoy en la Argentina. La verdadera y, tal vez, la única.
Hablamos, obviamente, de la Revista Barcelona.

"Si fuera una novela para todos, terminaría siendo para nadie"




Celia Dosio acaba de publicar por Plaza & Janés su primera novela de título Tenemos que hablar.


¿Tenemos que hablar es un chic-lit? ¿Por qué?

Desde el vamos me propuse escribir una novela en género, con todo lo que eso significa. En ningún caso me propuse cosas como “transgredir” o “subvertir” el chic-lit. Eso es, al mismo tiempo, lo que más y lo que menos me gusta de mi novela. Quise evitar un gesto bastante frecuente. Digo, me molestan los escritores que se la pasan escribiendo novelas policiales pero declaran a quien quiera oírlos cosas como “odio los policiales, no los leo, me parecen todos pésimos y mercenarios, yo hago otra cosa.” Tenemos que hablar es decididamente un chic-lit. Así nació y creció y finalmente se dio a conocer. Es un chic-lit por su tema, por sus personajes, y por su sentido del humor.
Es un chic-lit, además, por los materiales que usé para escribirla. Trabajé con una colección enorme de revistas femeninas: Cosmopolitan, Elle, Para Ti, Ohlalá (también busqué revistas masculinas como la H, Maxim, Playboy pero no me funcionaron de la misma manera). Descubrí que me interesaba mucho la forma que tienen estas revistas de plantear problemas y contradicciones de ser mujer en Buenos Aires en el 2000 y pico. Cada título me abría a un mundo de conflictos laborales, situaciones cotidianas, insatisfacciones y desafíos que podía reconocer. Después, la manera de resolver esos interrogantes en la nota concreta era otra cosa. Pero estas lecturas me ayudaron a plantear los escenarios y situaciones de mis chicas.

¿Qué virtudes y defectos tiene el género?

Hay numerosos prejuicios y malentendidos con respecto al chic-lit. Al punto que cuando se quiere definir al género se dice que es “literatura para mujeres de alrededor de treinta años, urbana, de buen pasar y con sentido del humor”. Más que un género parece un perfil de marketing. Pero viendo más en detalle descubrí que dentro del chic-lit se pueden encontrar libros de autoayuda, novelas sobre moda, novelas rosa, comedias románticas, autobiografías y hasta catálogos de zapatos. Hay de todo. Descubrir eso me dio mucha libertad para plantear la trama.

¿Es una novela solamente para chicas? ¿Cuál es el lector ideal del libro?

Si fuera una novela para todos, terminaría siendo para nadie. Escribí este libro pensando en un texto que pudiera divertir a mis amigas. Ellas son el lector primero de la novela, después, no hay nada que evite que otros públicos, sin distinción de género, puedan acercarse. Digo, se me ocurre que no existe un autor más “masculino” que Hemingway y no por eso dejo de disfrutar cada uno de sus libros.

Postal Bicentenario

Por Diego Vecino


Escuché bastantes comentarios suspicaces, fatalmente ingeniosos, sobre el proyecto “2010-Una nueva postal para la Argentina”. El favorito, muy argentino: que es todo un curro. De Macri, de Cristina, del mercado financiero, de los burócratas sindicales del espacio. De alguien. En cambio, yo prefiero pensar que es un gesto lindo y nada más. Porque mis amigos tienen razón: ver malignos intereses de clase en todos lados a veces es exagerado o cansador.

Entonces, el fin de semana pasado fui al Abasto: vi “Un novio para mi mujer”, voté para el nuevo edificio-monumento del Bicentenario y compré dos volúmenes de la “La Voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en Argentina”.

Si alguno tuvo la oportunidad de mirar los proyectos finalistas se habrá dado cuenta de dos cosas. Primero, que algunos son delirantes: un edificio lineal cuadrado que hace las veces de ventana megalómana por donde se enmarca un pedazo del Río de la Plata o de la ciudad, según de donde se mire; un gran “edificio longitudinal, inspirado en las planicies pampeanas” con una estética industrial-futurista que más que en Buenos Aires hace pensar en la reproducción que de Buenos Aires se haría en alguna versión del GTA; o una serie de 144 “agujas” elevadas sobre el río que se mecen con el viento como juncos desproporcionados. Segundo, que otros son sosos: un Museo Guggenheim con diseño tipo Palermo; un puente parquizado muy aburrido, como el que hay en la Facultad de Derecho pero más grande, o “dos placas transparentes compuestas por láminas de cristal con circulación vertical y servicios” (sic).

La mayoría mantienen una estética sobria, ajustada a los cánones de diseño más refinado de nuestro tiempo, muy en sintonía con el “peronismo de gestión” que propone el kirchnerismo: curvas delicadas, espacios en blanco, minimalismo. ¿Qué otra cosa podría pedirse? Por lo menos no nos van a construir la torre más alta de América, destinada a conmemorar el bicentenario de México, sensiblemente horrible. Ni tampoco nuestro edificio del Congreso otorga esa sensación de estar tomando una sopa y leyendo a Aira, como el de Brasil.

Hay uno, sin embargo, que llama la atención: el “Edificio Digital”. Es “un complejo de módulos que reproducen imágenes digitalizadas”. O sea, televisores gigantes. Once televisores gigantes, que pasan imágenes variopintas de la historia argentina: 1810, 1853, 1890, el yrigoyenismo, la década infame, el General risueño, la Fusiladora, la última dictadura, la vuelta a la democracia. Los últimos dos corresponden a los años recientes y son, en el prototipo, Cristina asumiendo el mando y Curuchet ganando la medalla dorada. En el medio hay una mano abierta, alzada al cielo, sangrando.

Es el monumento menemista. La mente menemista trabajando, al servicio de las festividades patrias: once pantallas enfermantemente grandes en la parte más cara de Buenos Aires apelan a una difusa sensibilidad argentina a través de un revestimiento de reflexión intelectual-histórica que desjerarquiza los períodos históricos y periodiza la historia horizontalmente, cuya culminación es un módico hito deportivo que es a la vez significativo: el triunfo, inesperado, genuino e intrascendente y el exitismo argentino, fundidos.

Creo que es el que hay que votar, pero no pude. Mi matriz progre pequeño-burguesa me lo impidió y terminé eligiendo un mirador de 200 metros que termina en dos puntas y se ilumina bellamente por la noche, desde donde se puede mirar la ciudad y el Río de la Plata; un edificio obvio y lindo, una cosa elegante y no muy estrafalaria. Seguro que si estaba con Vanoli me obligaba a votar por el Edificio Digital, pero no estaba y ahora me arrepiento. Lo pienso, de hecho, y me doy cuenta de que me siento un poco miserable por no animarme a arruinar la ciudad con un símbolo verdaderamente representativo de este curro inmenso y esquivo que es Buenos Aires, con sus ínfulas, su herencia unitaria, sus sueños, su teatro de revistas, su macrismo, su prepotencia y su ceguera.