La renovación



Por Diego Vecino

En los albores del kirchnerismo compré en un recital el demo de una banda que había telonado y me había caído bien. El disco estaba seis pesos. Era una cajita bastante cuidada, con foto de los cuatro integrantes en blanco y negro, disfrazados de punk old skool, con crestas y tachas. Se llamaban Vedette SS y el demo Acabemos con la farsa!!!

Vedette SS me había gustado, básicamente, porque proponía una relectura del punk desde elementos que acá pasaron un tanto desapercibidos, y que recién por esos años -quizás algunos antes- empezaron a ser valorizados: la apelación a los recursos discursivos del nazismo kitch, la apelación al punk clásico inglés y la recuperación de ese gran héroe del rock, Johnny Thunders. Los Vedette SS eran una especie de El Club de Marilyn pero en serio, de Lugano, reventados, fracasados. A diferencia de éstos, en los Vedette SS la promesa del glamour decadente no se confirmaba nunca: no había ninguna pretensión espúrea. En la contratapa estaba esta leyenda: "Los temas de este disco compacto no fueron grabados originalmente con equipos analogicos por cuestiones de presupuesto". La propuesta era acabar con la farsa: el sonido estaba bien, la ejecución era honesta, los temas eran obvios.

El 2003 fue el año de la renovación del indie: la ola del garage y el rockabilly; y el desprestigio de las formas nacionales y populares de tocar rock: el rock Stone (via su masificación y conversión en una serie de bandas bastante chotas, por un lado; y en el hecho de que los grupos más tradicionales del género fugaron a otros: el Pity o La Renga, son ejemplos) y esa forma desarrapada de entender el punk en el conurbano bonaerense. Paradójicamente, la modernización de la retórica política post-2001 y la expresión del nuevo modelo de redistribución social fue acompañada por esta recomposición discursiva del rock, que ya en esos años de "extranjerización" y nostalgia por los '50-'60 llevaba las semillas de sus dos destinos posibles: la síntesis con el discurso barbarizador, cuya expresión es El Perrodiablo (La Bomba Sucia, 2007); y su constricción exclusivo-esquizo-gombrowiczana; La Manzana Cromática Protoplasmática (El tren de la Vía Láctea, 2006). Aunque no lo sabía en ese momento, Vedette SS estaba configurado por elementos de esos dos universos, todavía entremezclados. Se disolvieron dos o tres años después, sin grabar nada más, y nunca volví a saber de ellos. Puestos a explicar su propuesta, una vez habían escrito: "Nuestro estilo es glitter, garage punk, y nuestras letras hablan de cosas comunes que nos pasan, del rock nacional que es una porquería, y de todas las miserias de este país. Pero no somos onda políticos, ni nada de eso. Es rock 'n' roll". Esos elementos eran, fundamentalmente, la recuperación de tradiciones poco asumidas en función de una ética intuitiva y despreocupada: "es rock 'n' roll".

Esta emergencia de nuevas modulaciones en el "decir político" corresponde a la renovación que el kirchnerismo operó sobre el imaginario nacional a gran escala. Cinco años después del disco de Vedette SS, el blog The Mean Machine acompaña con notable armonía titulares bizarros de agencias de noticias en la web y fotos transpiradas de la escena de rock under: D-Champion, Sr. Tomate, El Mató a un Policía Motorizado, Mujercitas Terror; son las expresiones de lo que Juan Manuel Strassburguer llamó "el indie-cabeza". Doma, de El Perrodiablo, decía en esa nota: “Y, es como si hubiera una necesidad en el indie de adentrarse en el barrio, ¿no? De peronizarse...”. Esta necesidad era por cierto impensable en los '90 donde el horizonte simbólico-geográfico dilecto era el Miami en sorna de los Babasónicos.

Con el kirchnerismo comenzó, a la vez, la configuración de las nuevas tribus urbanas, con capacidades de “leer” el nuevo diccionario político del rock. La más representativa e histérica, los floggers, probablemente será recordada en las décadas venideras como una manera paradigmáticamente “dosmilosa” de ser adolescente.

En los ’90, las formas de la sugestión sexual menemista consistieron en la exageración de todos los rasgos físico-eróticos posibles de ser exagerados: tetas gigantes, culos gigantes, bocas con colágeno. El modelo fue Pamela Anderson y, en el horizonte nac&p, Moria Casán o Graciela Alfano. El experimento fallido fue Raquel Mancini. Los floggers –y el fotolog, sobretodo, como tecnología y soporte del discurso flogger- culminan el modelo libidinal juvenil kirchnerista: la chetita que se saca fotos amateurs en su casa con una cámara digital y las sube a internet. El slogan de este fenómeno (que ya ha dado una vasta cantidad de sitios en internet) se podría extraer, justamente, de una canción de Babasónicos, no en su momento de violencia anti-menemista, sino en el punto de institucionalización kirchnerista y popularidad: “bonita y acaudalada”. Sus exponentes más claros son, entre otras, Cintia Fernández (famosa por, justamente, sacarse fotos medio en pelotas en un Hotel Alojamiento bajo el nombre de Abbey Díaz), Emilia Attias, Melina Pitra o ese fenómeno-boom en internet de los primeros años del gobierno de Néstor, Keyra Agustina (ese era su nombre en clave), cuya popularidad en la web fue tal que en un momento llegó a hacer una “producción” para la revista Hombre, en donde una serie de claroscuros permitían verle el culo (lo que la hizo famosa) y no la cara (lo que, de hecho, no importaba; o importaba ocultar para mantener la ilusión de “producción casera”).

En la cheta amateur, que sugiere y nunca termina de mostrar desde su fotolog, están las antípodas de la pornografía y de la estética menemista. Existe detrás de ese fenómeno ciertos usos de la mesura y de la elegancia, contra la sugestión chabacana de la década precedente. Hay también una noción muy precisa de la gestión y de la economía política, con mayor o menor despliegue de recursos: vestidas a la moda, sobre backgrounds socialmente prestigiosos (una pileta de la quinta, una habitación de hotel lujosa, el propio cuarto), en poses afectadas o haciendo muecas de “oh!”, casi sin maquillaje o dando la sensación de “entre casa”. Tres fenómenos de la cultura argentina definen el horizonte discursivo de nuestra época, los tres subsidiarios del kirchnerismo: el indie-cabeza, Peter Capusotto y http://www.altapendeja.com/.