Por Ariel Shalom
1
¿Qué tienen en común Matrix, de los hermanos Watchovsky, y El bonaerense de Pablo Trapero? Aparentemente nada. Y no se trata de un acertijo ni el pie para una humorada ingeniosa. Se parecen en su radical diferencia más de lo que pudiera imaginarse. Ambos son relatos de una iniciación y un aprendizaje. Relatos de una toma de conciencia y una redención. Relatos de una inmersión en un mundo desconocido. Relatos que definen, tal como Campbell definió con su célebre monomito, el camino del héroe.
2
La diferencia radica en que Matrix, como tantas otras narraciones heroicas norteamericanas, trabaja el mito con extremo apego. Neo es el iniciado y su alta misión salvar a la humanidad. Patrimonio exclusivo, claro, del imaginario norteamericano paranoico y neo-imperialista. Salvar al mundo de una destrucción de la que se sienten culpables. El bonaerense en cambio, narración pequeña y pobre de nuestra cinematografía periférica, traza un original y vital desplazamiento de ese recorrido heroico. Lo ironiza hasta derretirlo. Y así define la única épica nacional posible: la del delito y la corrupción. Como Neo en Matrix, Mendoza transita la ilegalidad para atender el llamado que lo convertirá en un elegido. Neo trafica software. Mendoza ayuda a su patrón cerrajero a robar cajas fuertes. Y a ambos de pronto los convoca una alta misión. Neo deberá salir de la matriz, el falso mundo virtual, para convertirse en el líder de la resistencia. Mendoza, héroe más modesto, deberá viajar al conurbano bonaerense para escapar a la prisión y hacerse policía.
3
La ironía que define a El bonaerense, y que la hace una de las narraciones más poderosas del cine argentino de los últimos tiempos, y de la narrativa argentina en general, es que ese camino de iniciación en la policía bonaerense lo llevará al único aprendizaje posible: el de la coima y el robo por parte del Estado. Trapero, sin duda, ha asimilado (internalizado) este modelo –tal vez a partir del consumo de narraciones heroicas positivas, del tipo Matrix, Star wars o Indiana Jones– para darle estructura a su relato. Es esa la matriz contundente y efectiva de El bonaerense. La partida, la iniciación y el retorno de Mendoza. La salida de su pueblo, la llegada a La Matanza y la vuelta. La salida del mundo conocido (su pueblo) hacia otro que lo traga como la boca de una ballena: el conurbano bonaerense. Y como en todo relato poderoso, el mito se hace cargo de una verdad profunda pero que, para ser fuerte, debe trazarse en el cruce con la propia realidad. El guión de Trapero puede servir de ejemplo a lo que una literatura, o una cinematografía, argentina necesita para ser contundente. De ese cruce (mito-realismo) sale El bonaerense, un relato que ironiza el recorrido del héroe. El policía que no aprende a servir a su comunidad sino a servirse a sí mismo. ¿Y no es esa una de las cualidades de nuestra identidad cultural, cuyo relato épico fundacional, como se ha dicho tantas veces, es el Martin Fierro? ¿No será esa acaso la clave para trazar una genealogía (aunque en este caso sólo lo temático remita al género) de un auténtico policial argentino?
4
Como todo héroe, Mendoza tiene su mentor. El que le enseña las reglas de ese mundo desconocido y le otorga los instrumentos de poder que lo ayudarán a desempeñarse. Gallo es el mentor de Mendoza. Un comisario corrupto que lo ha elegido para ser su mano derecha. La ironía es que el destino heroico de Mendoza se condensa en su ascensión a cabo, la primera jerarquía del rango policial. Y esa apoteosis, coronada en un formidable y significativo plano en que la Virgen María aparece flanqueada de las banderas argentina y bonaerense, es el producto de una traición. Gallo hace héroe a Mendoza disparándole un tiro en la pierna en lo que para Mendoza era un ajuste de cuentas con su antiguo patrón de la cerrajería. Y más significativo aún es que Gallo se queda con el botín del robo con el que Mendoza hace caer a quien lo había traicionado. Héroe (antihéroe) doblemente traicionado. Cuerpo en peligro y ascenso grotesco. Prueba suprema y recompensa. Y un amargo aprendizaje. La heroicidad para nosotros es un cuento de películas norteamericanas. Así, con las insignias de cabo que el propio Gallo le obsequia, Mendoza, rengo y abatido espiritualmente, pide el traslado. Y el retorno se concreta. Mendoza vuelve uniformado (investido) a su pueblo como todo héroe, vuelve con el conocimiento de los dos mundos, el propio y el del conurbano policial. Vuelve con el elixir (la sabiduría) que ahora usará para servir como policía a su pequeña comunidad rural.
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¿Qué tienen en común Matrix, de los hermanos Watchovsky, y El bonaerense de Pablo Trapero? Aparentemente nada. Y no se trata de un acertijo ni el pie para una humorada ingeniosa. Se parecen en su radical diferencia más de lo que pudiera imaginarse. Ambos son relatos de una iniciación y un aprendizaje. Relatos de una toma de conciencia y una redención. Relatos de una inmersión en un mundo desconocido. Relatos que definen, tal como Campbell definió con su célebre monomito, el camino del héroe.
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La diferencia radica en que Matrix, como tantas otras narraciones heroicas norteamericanas, trabaja el mito con extremo apego. Neo es el iniciado y su alta misión salvar a la humanidad. Patrimonio exclusivo, claro, del imaginario norteamericano paranoico y neo-imperialista. Salvar al mundo de una destrucción de la que se sienten culpables. El bonaerense en cambio, narración pequeña y pobre de nuestra cinematografía periférica, traza un original y vital desplazamiento de ese recorrido heroico. Lo ironiza hasta derretirlo. Y así define la única épica nacional posible: la del delito y la corrupción. Como Neo en Matrix, Mendoza transita la ilegalidad para atender el llamado que lo convertirá en un elegido. Neo trafica software. Mendoza ayuda a su patrón cerrajero a robar cajas fuertes. Y a ambos de pronto los convoca una alta misión. Neo deberá salir de la matriz, el falso mundo virtual, para convertirse en el líder de la resistencia. Mendoza, héroe más modesto, deberá viajar al conurbano bonaerense para escapar a la prisión y hacerse policía.
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La ironía que define a El bonaerense, y que la hace una de las narraciones más poderosas del cine argentino de los últimos tiempos, y de la narrativa argentina en general, es que ese camino de iniciación en la policía bonaerense lo llevará al único aprendizaje posible: el de la coima y el robo por parte del Estado. Trapero, sin duda, ha asimilado (internalizado) este modelo –tal vez a partir del consumo de narraciones heroicas positivas, del tipo Matrix, Star wars o Indiana Jones– para darle estructura a su relato. Es esa la matriz contundente y efectiva de El bonaerense. La partida, la iniciación y el retorno de Mendoza. La salida de su pueblo, la llegada a La Matanza y la vuelta. La salida del mundo conocido (su pueblo) hacia otro que lo traga como la boca de una ballena: el conurbano bonaerense. Y como en todo relato poderoso, el mito se hace cargo de una verdad profunda pero que, para ser fuerte, debe trazarse en el cruce con la propia realidad. El guión de Trapero puede servir de ejemplo a lo que una literatura, o una cinematografía, argentina necesita para ser contundente. De ese cruce (mito-realismo) sale El bonaerense, un relato que ironiza el recorrido del héroe. El policía que no aprende a servir a su comunidad sino a servirse a sí mismo. ¿Y no es esa una de las cualidades de nuestra identidad cultural, cuyo relato épico fundacional, como se ha dicho tantas veces, es el Martin Fierro? ¿No será esa acaso la clave para trazar una genealogía (aunque en este caso sólo lo temático remita al género) de un auténtico policial argentino?
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Como todo héroe, Mendoza tiene su mentor. El que le enseña las reglas de ese mundo desconocido y le otorga los instrumentos de poder que lo ayudarán a desempeñarse. Gallo es el mentor de Mendoza. Un comisario corrupto que lo ha elegido para ser su mano derecha. La ironía es que el destino heroico de Mendoza se condensa en su ascensión a cabo, la primera jerarquía del rango policial. Y esa apoteosis, coronada en un formidable y significativo plano en que la Virgen María aparece flanqueada de las banderas argentina y bonaerense, es el producto de una traición. Gallo hace héroe a Mendoza disparándole un tiro en la pierna en lo que para Mendoza era un ajuste de cuentas con su antiguo patrón de la cerrajería. Y más significativo aún es que Gallo se queda con el botín del robo con el que Mendoza hace caer a quien lo había traicionado. Héroe (antihéroe) doblemente traicionado. Cuerpo en peligro y ascenso grotesco. Prueba suprema y recompensa. Y un amargo aprendizaje. La heroicidad para nosotros es un cuento de películas norteamericanas. Así, con las insignias de cabo que el propio Gallo le obsequia, Mendoza, rengo y abatido espiritualmente, pide el traslado. Y el retorno se concreta. Mendoza vuelve uniformado (investido) a su pueblo como todo héroe, vuelve con el conocimiento de los dos mundos, el propio y el del conurbano policial. Vuelve con el elixir (la sabiduría) que ahora usará para servir como policía a su pequeña comunidad rural.