De Florianópolis a Argirópolis

Por Ariel Shalom




Ya hace algunos años que las playas de Florianópolis están copadas de argentinos. No es exagerado afirmar que, de crecer la tendencia, los balnearios de la isla brasileña se conviertan en poco tiempo en algo así como la versión pequeño burguesa de Punta del Este. Razones sobran para esta temporaria migración en masa. La relativa proximidad geográfica, el recobrado equilibro en la relación Peso/Real, esa seducción por la extraña cercanía de lo brasileño, y, lo más importante, la superior calidad del paisaje, una explosiva combinación de arenas blancas, mar cristalino y frondosos morros. Los gaúchos por supuesto más que contentos. El negocio turístico argento ha explotado tanto que ya no hay recoveco de la isla donde no florezcan como racimos de colores pousadas bien provistas ni ávidos propietarios que con sus cartelitos de “Alugo casa” son capaces de tirarse bajo las ruedas de un auto argentino con tal de concretar una operación.

Barra da Lagoa, una tranquila y pintoresca barriada de pescadores, y que hasta hace poco no conocía la oleada patriota de balnearios como Canasvieras o Ingleses, sucumbió a la tentación del boom. Quizá por esa primera razón la elegí para mis vacaciones. Tenía el recuerdo más o menos feliz de hace cuatro o cinco años pero parece que la oleada argentina se extendió por la isla con más furia que la fiebre amarilla o el dengue. Autos que circulan con los estéreos prodigando temas de Rodrigo o Fito Paez, tipos jugando al tejo o tomando mate en la playa (costumbre también gaúcha pero fácil de distinguir estadísticamente por el tamaño desmesurado del mate brasilero), camisetas de Belgrano, Estudiantes de la Plata o Atlanta (sí, de Boca, de River y la selección también) que se florean orgullosas con actitud provocativa, son apenas algunos detalles entre un magma inconfundible de atmósfera argenta. Un ejemplo más. Las fiestas nocturnas de una playita en la que vecinos ofuscados prohibieron la música son ahora animadas por el ansia musical de compatriotas que, a capela y con ayuda de algún tamborcito, cantan al eter brasilero diversos hits de la discografía local.

¿Qué nos impulsa a reunirnos en masa en tierras extranjeras? ¿Tiene esto algo de malo? Bueno, la verdad que desde cierta perspectiva colonizante y tranquilizadora, no hay nada que reprochar. Pero uno tiene la sensación de participar de un city tour en domingo, cuando los locales escapan del centro y sólo queda la tripulación, es decir los mozos y comerciantes. La zona extranjera queda así reducida a un escenario vacío que nosotros venimos a llenar. Claro que hay algunos nacionales dando vueltas, pero casi han perdido ese estatuto. No sé por qué me viene a la mente la imagen de una bandada de pingüinos usurpando un islote de cormoranes. Un observador neutro diría que es una pingüinera. Pero no. Resulta que es una parada pasajera en su larga ruta de migración.

Lo que molesta un poco, en rigor, es esa ostentación de la argentinidad, la exagerada puesta en escena de la garompa bien parada. Bueno, nos hemos ganado estas credenciales. Como siempre es más fácil tener alguna identidad que no tenerla, la sacamos a relucir. De Florianópolis a Argirópolis (¿será la utópica isla pergeniada por Sarmiento?), el malestar radica en ese deseo de reconocimiento. No hacemos más que salir a otra cultura para vernos de vuelta la cara. Se dirá que es una conducta inherente a cualquier grupo que migra. Concedido. Pero acá se trata de una migración transitoria y voluntaria cuya finalidad principal es el ocio. Y yo, queridos amigos, prefiero de vez en cuando un poco de incomodidad. ¿Y qué mejor en este sentido que la salida a otra cultura para experimentar un poco de descentramiento, para perderse en las trampas de una lengua que de tan parecida nos engaña, para indagar con la mirada de ese otro que nos señala como extranjero? Sí, vacacionar en Floripa tiene el encanto del paisaje pero uno siente que se está perdiendo algo, que tanto argento dando vuelta quita energías para el intercambio. Más de uno gritará: si no te gusta, viejo, la próxima andá a otro lado. Bueno, eso es justamente lo que pienso hacer.

César Aira, De Narváez y la sonrisa seria

Por Volquer


A refrito, refrito y medio. Queridísimos, sabemos que en medio de la euforia Obamista no es el mejor momento para volver a hablar de César Aira, pero la relectura de una novelita suya, El juego de los mundos, publicada por la editorial platense El Broche allá por el año 2000, nos llama a algunos comentarios.
Mucho se ha dicho y mucho se dirá sobre el autor César Aira. Mucho se escribirá sobre la llamada “máquina Aira”. Lo cierto es que el “Aira autor”, transfigurado en mito por diferentes operaciones de lectura, se encuentra hoy, enero de 2009, atravesando un rápido proceso de canonización en aquellas instituciones que aún, con más titubeos que certezas pero con una indoblegable voluntad profesional, sostienen el paradigma vanguardista, acumulativo de acuerdo a su lógica interna, de la cultura literaria. La crítica académica y el periodismo cultural que va desde las revistas amateurs hasta los suplementos de los medios de la prensa masiva, desde el voluntarismo heredero de tradiciones culturales progresistas y liberales de sectores de las clases medias latinoamericanas presente en ciertos blogs hasta los programas de televisión especializados en el nicho cultural, se toman respiros pero siempre vuelven sobre el tema. Por eso, lo que hay que decir es que nos interesa poco intervenir en la discusión acerca de si Aira, o mejor dicho de si “la masa de textos etiquetados bajo el nombre de Aira”, podrían ser enmarcados dentro de un paradigma vanguardista o posmoderno. Muy poco. Esta puja, a fin de cuentas, no es más que un refinado juego entre lectores profesionales o a lo sumo diletantes, que funciona como un muestrario de las limitaciones y las voluntades políticas –y biográficas- que se escenifican a la hora de leer a los exegetas de la vanguardia legitimados por la academia europea y norteamericana. Lo cierto, en todo caso, es la cercanía de Aira a la sensibilidad estética fundada por lo que preferimos llamar arte conceptual antes que vanguardia, pos o neo vanguardia, o “pastiche posmoderno”, como le largan algunos.
Elegimos, entonces, la idea de literatura conceptual, esto es, de un tipo de arte donde la obra particular, la novela en este caso, funciona como un pequeño nodo de una red de discursos sin los cuales dicha obra estaría en los límites del sentido, y donde la operatoria de producción se orienta, al mismo tiempo, a cuestionar los sentidos comunes sobre “el arte” que circulan mayoritariamente en la sociedad. El resultado de esta idea no es otro que el de perpetuar esa distancia por mecanismos acaso más sutiles, en un raro ejercicio de pedagogía elitista cuya pregnancia política ha demostrado un rotundo fracaso histórico. Esta clasificación de literatura conceptual posiciona a Aira en una situación liminar, capaz de plantear toda una serie de problemas con respecto a las relaciones entre arte y saber que asimismo exceden a aquellas planteadas por las artes visuales, escénicas o musicales. El juego de los mundos, en este contexto, es muy interesante porque funciona como un muestrario de los límites y el proyecto de la literatura conceptual, más allá de Aira. Justamente, este proyecto se opone radicalmente a la idea formalista de que la literatura puede “cifrar el avenir”, entendido este futuro de manera lineal. El programa de la literatura conceptual no es el de anticipar o prefigurar nuevos escenarios sociales o nuevas tecnologías, muchísimo menos denunciar un estado de cosas o instar a la acción política o sentimental, sino el de instalarse en el presente con la ambición de que la literatura reemplace al saber o al conocimiento entendidos como discursos sustentados en una creencia sobre la plenitud de lo real: en palabras citadas de la novela, la “idea de la superación del saber en base a las singularidades de la literatura”.
En este sentido, resulta de suma importancia el juego entre géneros discursivos que se desarrolla en El juego de los mundos. Desde subtítulo, “(novela de ciencia ficción)”, el cruce, la yuxtaposición y la disección de los géneros van a conformar una suerte de motor secreto que estimula el avance del relato. Sumariamente, la novela trata sobre la relación entre César Aira, un escritor ubicado en cierto pliegue impreciso del futuro, con su hijo, su mujer y una serie de personajes que, al igual que César Aira, aún se dedican al “apolillado ejercicio liberal de la lectura”. Pero no se trata de una lectura convencional, sino que en este futuro la literatura ha sido reemplazada por un sistema de imágenes que sustituye a las sílabas de la palabra escrita por otras unidades semánticas constituidas por imágenes: “Para dar una idea, ejemplifico el procedimiento con una frase cualquiera: “Un día, de madrugada”. La primera palabra, “un”, pasa a ser la imagen de un dedo índice levantado, apuntando al cielo. La segunda, “día”, podría ser alguna figura astronómica, pero el sistema también podría unir “un día de ma…” y poner una diadema, resplandeciente de brillantes y zafiros…”. Mientras que la imaginarización de la palabra fue llevada a cabo por programas informáticos que se encargaron de realizar dicho traspaso, esta operación anuló la diferencia entre obras y autores, y las conversaciones entre personas se llevan a cabo a través de un mecanismo de “rectificación de discurso” (RD) que transparenta los procesos comunicativos, racionalizándolos en un intento de anular el malentendido. Vemos así que desde el inicio, esto es desde la postulación del “Juego de los Mundos” posibilitado a través del sistema de RT (Realidad Total) que fanatiza a Tomás, el hijo de Aira en la novela, consistente en la aniquilación de culturas remotas por medio de la guerra ejercida desde la comodidad del hogar burgués, lo que se plantea en la novela es toda una serie de oposiciones: juego – guerra, cultura escrita – cultura visual, civilización – barbarie, conocimiento – arte, razón – imaginación, etc.
Por eso nos interesa resaltar el tipo de dispositivo que constituyen los procedimientos empleados en la novela, esto es, sus relaciones con lo conceptual. En primer término, la novela funciona como el proceso de construcción de un campo minado donde se van planteando las mencionadas oposiciones para que luego, dando pasos atrás sobre las certezas del lector culto promedio, las mismas estallen. El resultado de este tránsito, de esta “avanzada que retrocede”, refractada en el no-avance de la narración en términos de intriga o curva dramática, no es sólo carcomer las certezas del lector, sino también demostrar que, en última instancia, la razón, o lo real tamizado por el lenguaje, posee un (incuestionable, por más que el narrador se ocupe de decir que “nunca intentó convencer a nadie”) núcleo de incertidumbre y ambigüedad. Esta idea, este concepto quizás remanido de que la realidad es paradójica, compleja, contradictoria, de que lo real es un núcleo traumático al que no puede accederse a través del lenguaje y que por lo tanto la verdad es un problema estético y el objetivo de la literatura es la construcción de un vitalismo que supere a la racionalidad, se corresponde con la anterior postulación de que el conocimiento, totalizante, podría ser reemplazado por la proliferación de singularidades que habilita la literatura. Sus armas no serían una densificación de los esquemas perceptivos a través de una torsión del lenguaje, o sea, la generación de una textura simbólica que haga emerger una segunda realidad “más real” mediada por la literaturnost, sino una frivolidad acérrima como garantía de la despersonalización del concepto, para que el mismo concepto, o sea la literatura como superación del conocimiento y la racionalidad, opere en tanto fábrica de imágenes antes que como fábrica de lenguaje que densifique o complejice la percepción de dichas imágenes. Se saltea ese paso, ese quiebre ligado a la solemnidad y a todo un sistema de sociabilidades, instituciones y exigencias para con el escritor, y se lo reemplaza por el concepto.
La verdad, me resulta muy simpática esta ambición total, en la que el escritor no sólo juega a sino que quiere ser Dios (lo dice la novela), tanto desde la vocación de creación de mundos ex nihilo, a través de un ejercicio imaginativo, como por medio de una voluntad de abolición de lo subjetivo en el concepto, todo esto concatenado con su lucha moral y desbocada contra la real fábrica de masas contemporánea que es, a grosso modo, la industria cultural. La relación de Aira con la industria cultural podría pensarse bajo un modelo bifronte: de un lado, apropiación paródica de géneros y figuras mediáticas para someterlas a un procedimiento de reciclaje al interior de la propia máquina de imágenes; del otro, la tantas veces mencionada sobresaturación del mercado editorial con un torrente de obras similares que circulan por diferentes canales y resquicios, impidiendo la valorización absoluta de una “gran obra” e incluso burlándose de las grandes casas, a las que cede sus materiales menos interesantes. Proyecto total, literatura conceptual que aún confía en la transformación de la realidad a través de las micropolíticas de la imaginación y el ejercicio por cierto también liberal de la escritura, su vocación queda resumida en la figura de la sonrisa seria. César Aira, el personaje de la novela, nos explica la relación entre esta sonrisa seria y el proyecto de su antepasado, el escritor César Aira: “Sea como sea, yo adopté la “sonrisa seria”, literalmente, como un gesto facial, por supuesto que interpretado a mi modo. Mi decisión trascendió, y en ella se basa mi prestigio. No es que haya sido aceptada sin resistencias, todo lo contrario. De hecho, me valió en general una reputación de imbécil y de payaso (…) lo literario era crear el relato a partir de las imágenes (…) Pero, decía yo, ¿de qué servía? Esa historia estaría hecha de palabras, y las palabras se prestarían a una nueva “traducción” en imágenes, y sería cosa de nunca acabar. Me respondían: eso es la literatura, pelotudo. Pero yo seguí en la mía. Me puse la “sonrisa seria”, fuera lo que fuera, en la cara, brutalmente, y ahí me quedé”.
¿Qué hacemos, entonces, con Aira? Para mí, que lloro como un lactante cuando en Fox Sports pasan un compilado muy mal hecho para toda América Latina sobre los goles del ciclo Bianchi en Boca, Aira es como uno de esos tíos simpáticos e inteligentes a los que se les pasó la hora, que durante la dictadura hacían yoga y hoy votan a Lavagna y se emborrachan y hacen buenos chistes en las fiestas familiares. Todo bien, te prefiero antes que al cuñado macrista que entendió eso de la web 2.0. gracias a los consejitos del Patti new age De Narváez, pero mejor verte una o dos veces por año, si estoy de humor.


Desde Copacabana. Otra vez, Cambio y Fuera.

Por Diego Vecino


Quiero hacer, esta vez, algunas palabras un poco más cortas. Mi ciber cuesta 8bs la hora, en lugar de 3. Estoy en Copacabana. Un pueblito a orillas del lago Titi-kaka, que los bolivianos dicen fue el original del barrio de Río de Janeiro, que los brasileros exportaron. Mi viaje tiene dos certezas, hasta ahora. La primera es que Bolivia es un país muy raro que se puso de moda entre los argentinos jóvenes del sector ABC1 muy a pesar de él mismo; de su sistema de transportes, su estado institucional, de la hostilidad de los bolivianos y -fundamentalmente- de su dieta no apta para estómagos delicados. La segunda es que cada día me banco más a los chilenos. Y lo mismo los bolivianos, que sólo los privilegian a ellos por sobre los argentinos en su escala de odio ancestral y cósmico.

Copacabana es algo así como Luján, pero más colorido, con más papel picado y con muchísimo más alcohol. Se celebran todo el día los más diversos ritos y el cerro que corona el pueblo se llama, sentimentalmente, Calvario. La fiesta religiosa más popular y cotidiana en Copacabana es la "bendición de movilidades". O sea, la bendición de autos. Desde todas partes de Bolivia llegan personas con sus camionetas, micros, mini-vans y autos particulares; para ser bendecidos en la Iglesia principal de Copacabana: un complejo muy grande con varios cuerpos. Las "movilidades" se adornan con guirnalda, papel picado, pétalos de flores, ramos de flores, cintas metalizadas y un letrero grande, colorido, que se cuelga del espejo frontal, del lado de adentro, y que dice: "Bendecido en Copacabana". Algunos también tienen calcomanías. Hoy leí una que me gustó, y decía: "Todavía te sigo amando".

Todos los autos en Bolivia son Toyotas. La explicación es que en tiempos de Fujimori, en los '90, Perú logró un convenio con Japón para importar autos usados que la clase media oriental ofrecía en parte de pago a las consecionarias por otros 0km. Como Japón producía un excedente de automóviles, el acuerdo beneficiaba a ambas partes. Y una vez que se implementó en Perú, se hizo extensivo a la Bolivia del gonismo neoliberal. Por eso, no tienen otra cosa que no sea Toyota. Y, sobretodo, unas mini-vans de muchos asientos (lo que en Argentina se conoce como "pan lactal") que hacen las veces de colectivos de corta y mediana distancia, por valores que varían entre 1 y 15 bolivianos. Incomodísimos.

Otro dato completa el círculo de la "Bendición de movilidades" y su bizarra popularidad: en Bolivia manejar es muy peligroso, con lo cual se entiende que hacerse protejer por el Señor no sea un recaudo espúreo. En primer lugar, no hay rutas, con lo cual los colectivos suelen navegar el altiplano, en el mejor de los casos, a través de un poco amistoso ripio barroso. Un argentino me contó hoy, en la lancha que nos llevaba a la Isla del Sol, que el año pasado habían tenido un accidente: el micro en el que viajaban había querido pasar un río demasiado crecido y se les volcó. A los viajantes los salvaron, unos 20 minutos después, otros argentinos en una Ranger, cuando el agua casi los tapaba y el micro amenazaba seguir la corriente. Con una soga. Yo hasta ahora tuve suerte: lo máximo que me pasó fue quedarme varado 3 horas en la huella barrosa que une Uyuni con La Paz mientras unos bolivianos petisos, ágiles y silenciosos reparaban a los golpes alguna oscura parte del motor y los ejes.

En segundo lugar, cuando hay asfalto, los bolivianos parecen tan felices, agradecidos y confiados que manejan a las chapas. Se pasan en curvas y subidas. No usan guiños ni hacen luces. Y apenas tocan bocina para avisarle a algún burro o perro o niño desprevenido que están en el medio de la ruta. El camino de La Paz a Coroico, la ruta de las Yungas, se conocía en 1996 como The World's Most Dangerous Road, según el Banco Interamericano de Desarrollo. Hoy hay una ruta alternativa, asfaltada, que demandó diez años de presupuesto y construcción. Es igual de peligrosa, sólo que en lugar de 3 metros de ancho tiene 5. Lo suficiente como para que pasen dos autos. Aunque es tan zigzagueante que a ninguna mini-van se le ocurriría mantenerse en su carril. Hay partes, sobre todo en las alturas donde las lluvias arrecian durante todo Diciembre y Enero, sin interrupción, en que es más fácil y rápido simplemente seguir una línea recta entre el serpenteo, y sólo volver al carril en caso de peligro inminente.

Volviendo de Sorata, otro pueblito sub-tropical, nuestra movilidad sobrepasó a otra en el momento en que un camión con acoplado venía de frente. Pasamos los tres a la vez, entre el estruendo de una bocina que se alejaba en dirección contraria, pero prepotente. Mi novia se asutó mucho y me agarró el brazo con violencia. Nos salvamos, pero quedamos un poco afectados. El conductor se río. El autito estaba, como decía el lienzo sobre la ventana frontal, "bendecido en Copacabana".



Diario de lecturas (veinte)

Por Juan Terranova

Ayer me bajé, en formato pdf, Hemingway´s readings 1910-1940 de Michael S. Reynolds, editado por la Universidad Princeton. En realidad, lo que uno se puede bajar no es el ensayo sino los apéndices del libro, una prolija y larga lista de las lecturas de Hemingway en esos años. En el pdf se incluyen desde los cursos que tomó en la secundaria hasta facsímiles del inventario de la biblioteca de Key West. También se reproduce una breve lista de libros que Hemingway siempre recomendaba: Los hermanos Karamazov, Madame Bovary, La guerra y la paz, y así. Aunque a principios de siglo estas recomendaciones podían significar otra cosa, hoy ninguno de estos títulos sorprende mucho, aunque estaría bien intentar descubrir qué tomó el narrador de cada uno, si es que tomo algo.

En el prefacio, Reynolds escribe: “This book is not a study of literary influences. Nor is it a compilation of Hemingway’s literary allusions. What you will find here is an inventory of those books, periodicals, and newspapers Hemingway owned or borrowed between 1910 and 1940. The inventory is not complete, but the substantial patterns are farranging with frequently obvious implications.”

¿Tiene un sentido real, un uso critico, esta larga lista?  No lo sé, pero hay algo lúdico, inocente, incluso puro, y muy placentero en revisar listas de libros. Los títulos brillan de una manera especial, se arman zonas de sentido, hay, en este caso y como es de esperar, sorpresas y obviedades. La lectura funciona a una velocidad rara, una hiper-velocidad y surge el sentimiento falso y gozoso de dominar una biblioteca entera, y no cualquier biblioteca sino la de un autor muchas veces enigmático en su relación con los libros.

Por todo esto es interesante bucear en Hemingway´s readings 1910-1940, imaginando qué libro había leído realmente Hemingway, qué otros había heredado sin mirar, cuáles había atesorado o intentado plagiar, y cuál había olvidado tapado por papeles en su escritorio, pero lo que más me gustó fue la dedicatoria.

In memory of Professor Rudoslav Tsanoff.

“But what about the soul, Dr. Tsanoff?”

“That, Mr. Reynolds, is metaphysics.

This course does not deal in metaphysics.”

El breve diálogo, que evidentemente surge de una anécdota personal, resulta útil. Hay un profesor mala onda, ruso o judío, quizás un exiliado político a lo Nabokov. Es exigente y duro sí, pero sabe tu nombre y te enseña que a veces hay que recortar un poco las inquietudes personales para avanzar en la selva del conocimiento. Cuando alguien insista mucho con seguir la discusión en abstracto es bueno tener una frase para cortarlo, decirle “This course does not deal in metaphysics, Mr. Reynolds”. La dedicatoria resuena de forma oblicua pero con vitalidad en las historia de Hemingway.

La legitimación de la tele

Por Patricio Erb
 
El año que pasó sin lugar a dudas funcionará como ejemplo de esta afirmación: la democracia está perdiendo legitimidad. El sin fin de conflictos que tuvo un gobierno elegido hace apenas un año con casi el 50% de los votos invita a pensar que el sistema constitucionalista está modificando sus parámetros de legitimidad. En un país donde se vota cada dos años es difícil entender cómo una administración (de la fuerza política que fuera) pueda perder su legitimidad con tanta velocidad. La explicación a esta cuestión es una: los medios de comunicación. La legitimidad conseguida por un gobierno no corresponde más con exclusividad al sistema de sufragio universal, sino que ahora la tele, la radio, las agencias, los diarios, los portales digitales de noticias funcionan como un actor fundamental al momento de dar significado a una acción. Cómo es posible el paso del amor al odio en doce meses.
 
En el inicio del desarrollo del concepto del Estado moderno, Hobbes, "teórico de la obediencia absoluta" ("Estado, Gobierno y Sociedad", Norberto Bobbio), plantea que el poder político, además de su fortalecida coercitiva, debe tener legitimad (moral y legal). Hasta aquí, luego de la dictadura encabezada primeramente por Videla, el país poseía a la democracia como principio legitimante fundamental. Es probable que en la Real-Politik, con los años, las dificultades socio-económicas muchas veces licuen la legitimidad conseguida en las urnas. Sin embargo, la infoxicación (concepto desarrollado por Federico Kukso en Crítica de la Argentina) colaboró a que la elección bianual de los gobernantes perdiera legitimidad por la avalancha de exigencias que emergen de los medios de comunicación.
 
Un ejemplo claro está en la Justicia. No es un fenómeno de corte argentino, sin embargo, aquí puede observarse con furia las cruzadas mediáticas contra personajes que habrían cometido un delito (el uso indiscriminado en el periodismo del condicional tiene que ser discutido). Puede percibirse la pérdida de legitimidad de la Justicia ("lenta") en manos de los movileros que, con falsa pena, relatan un delito de forma ahistórica. Ken Brockman, periodista estrella del canal 6 de Los Simpsons, en un capítulo reclama con ira que deben ser los medios de comunicación los que condenen a los delincuentes. Cualquier similitud con la realidad no es mera coincidencia. Cuando se autodenominan el cuarto poder, los medios están buscando igualar a los poderes del Estado.
 
De a poco este fenómeno se instala cada vez con más fuerza en la política. No importa que el 50% de la población haya votado a un sujeto para gobernar; si el Ejecutivo no cumple con satisfacción los intereses de las clases de elite, los medios atentarán contra la legitimidad del gobierno en nombre de la sociedad toda. ¿Eso acaso no funciona como ejemplo del concepto de dominación hegemónica más perfecto? Claro que sí. Tal como desarrolló Gramsci en su idea de Hegemonía, los medios de comunicación poseen la capacidad de mostrar sus propios intereses como el de todos. Ahí está la legitimación política que la tele, la radio, las agencias, los diarios, los portales digitales de noticias tienen en su poder, aunque ahora también en desmedro de la democracia, que, sin lugar a dudas, el año pasado perdió un poquito más de su legitimidad.

Favio, a propósito de Aniceto

Por Joaquín Linne


Favio es el director más importante, libre y menos reprimido de Argentina. Alonso, Trapero, Martel y Caetano, todos tienen sus marcas. La representación del otro, los sectores populares, el peronismo, la tradición y la vanguardia, la experimentación y el género, el clasicismo y la posmodernidad.

Favio es alguien que se renueva a sí mismo en cada película. Desde El dependiente, un opresivo thriller realista con una jovencísima Graciela Borges (que treinta años después hace una especie de continuación del personaje, casamiento con salteño mediante, en La ciénaga, de Martel), El romance del Aniceto y la Francesca (el período pop de Favio), Soñar soñar (o cómo hacer una película a lo Pasolini con Monzón como protagonista), Nazareno cruz y el lobo (o la hora del realismo social italiano), el clasicismo, la narrativa del héroe clásico popular –ascenso y caída- con el peronismo de fondo en Gatica, el mono, y Perón, sinfonía de un sentimiento (o cómo mezclar a Fellini, Solanas, The Wall y sobrevivir a la licuadora).

Aniceto (2008, Favio), es una película extraña, perturbadora. Una película donde, a diferencia del 99.9% de las películas, los personajes, en vez de hablar para comunicarse, bailan. Casi no hablan, pero se seducen, se pelean, se aman, se odian, sueñan, caminan, envejecen: todo a través del baile. El mundo surrealista-futurista de Favio es un mundo popular donde los personajes se dedican a la riña de gallos o a ser empleadas domésticas, viven en decorados que asemejan rancheríos y, a su vez, son virtuosos bailarines de danza clásica y contemporánea. En este mundo casi de ciencia ficción, los personajes son humildes, ascéticos, y eximios bailarines. Casi no hablan y se comunican siempre que pueden a través del cuerpo, bailando. Y a la noche, cuando salen a divertirse, van a la milonga a bailar tango. En el Aniceto reina el ascetismo: hay un triángulo amoroso, un gallo ganador, un usurero hijo de puta, una patrona en off, un mozo bonachón y decorados minimalistas sobre un escenario. Una mezcla de Dogville y Tango, con reminiscencias de Las aguas bajan turbias y La guerra gaucha. Cine clásico con toques de locura favianesca. Un tipo fuera de todo, fiel a sus obsesiones. Los cuerpos, los humildes, la luz, lo argentino, el amor fou imposible. Una fábula moral que parece más simple de lo que es. Un cuentito de hadas demoníaco, para chicos, que puede engañar a incautos. El usurero puede ser el FMI, Estados Unidos, o El club de París. La doméstica es la mujer peronista, la femme fatale el capitalismo salvaje, Aniceto es el movimiento y todas sus contradicciones. Una lectura entre muchas otras posibles. Lo que es claro es que Favio es nuestro Borges audiovisual, o mejor dicho, por lo marginal, nuestro Macedonio, esa luz oblicua que irradia a todos los potentes creadores posteriores. Hay que releer a Favio, volver una vez más a sus películas, para ver qué es lo que se perdió en el camino. Entre el conurbano y la Universidad del cine, entre La Matanza y Palermo, hay algo que se les perdió a los nuevos cineastas. Hay que reinvindicar a Favio porque es, entre tanto cineasta de Belgrano y Palermo que adhiere a la Coalición Cívica o al autonomismo, el único cineasta peronista, el que viene de abajo y no se olvida de sus orígenes (no como Trapero, que después de Mundo Grúa se vuelve demasiado progre, o Pino Solanas, que es un progre de clase media anti-movimientista que se dedica a emborracharse nostálgicamente con sus amigos, parecido a Aristarain o Subiela, no en el gorilismo pero sí en la nostalgia: Solanas reinvindica el peronismo sólo hacia atrás, no hacia el presente o hacia el futuro). Podríamos decir que Caetano, lo más peronista de la new generation, es el mejor alumno de Favio: el más duro y riguroso, el más cinematográfico y el que menos concesiones hace al público festivalero de clase media. Por suerte Favio sigue vivo, enseñando, desde sus aisladas películas lo que es el cine y el arte verdaderos, el realismo socialista, ese cruce entre lo bueno de allá y lo importante de acá, lo que atravesó al cine universal y al país en las últimas seis décadas (Fellini, Pasolini, el peronismo) y todo lo que puede llegar a ser –y todo lo que nunca va a ser- el cine argentino.

Desde La Paz. Cambio y fuera.

Por Diego Vecino



Estoy en La Paz. Hace unos días un lustra-botas que intentó limpiarme las zapatillas me dijo "ehh, sos argentino, vos escuchás los Pibes Chorros". Y ahora, en este Ciber de 3 bolivianos la hora. Hay un norteamericano quemándole el gorro a un alemán, manguéandole drogas y un lugar para quedarse. El norteamericano rapea y canta el principio de canciones de los Stone Temple Pilots. Dice que es músico, que en una época tenía hijos, trabajo y de repente: la droga y el rock 'n' roll. Dice que está escribiendo un libro sobre su vida; cómo fue a prisión y terminó en Bolivia, en donde vive hace siete años. Dice que las calles de La Paz son difíciles. "Hay pandillas y no deberías tratar de caminar por ciertos barrios si tu ropa está muy limpia". Mi hostel está en la calle de las brujas. Hay algunas casas de hechicería que venden amuletos por 2 bolivianos, ekekos, pociones de amor, de odio, figuras de la pachamama, perfumes, polvos, especias, telas antiguas y fetos de llama. A las 21 hs. por acá todo cierra porque "se pone peligroso", según las dueñas de los locales. El centro de La Paz me recuerda un poco al microcentro, pero menos teñido de tedio por la frecuencia. Por otra parte, el peligro, la escalada urbana de violencia paceña, a veces parece real y a veces parece un chiste. El mercado central es una gran feria al aire libre, que toma arterias periféricas de la capital, caracolea, se desparrama y se interrumpe, de pronto. Hay desde zapatillas, mp3, carne y frutas, cerrajeros, ollas y artículos de cocina. Caminando por ahí entendí por qué los bolivianos construyeron en Buenos Aires el Once: La Paz es igual. No es un desperfecto ocasionado por la pobreza o la inmigración, la discriminación, la destrucción de su cultura o el reemplazo violento de su medio ambiente. Es la forma en que ellos compran y venden cosas. En lo alto, al doblar de una esquina, uno se encuentra el imponente nevado de Illampú. Y abajo, por 1 boliviano, te tomás una gaseosa de limón de 500cc, pero en el puestito, sin irte, porque hay que devolver el envase.

Hoy desayuné leyendo el semanario Pulso. Es de la oposición. Traía una crónica y entrevista central a Manuel Sillerico, el sastre de Evo Morales y de todos los presidentes bolivianos desde hace 52 años. La crónica lo señala como el inventor del "Evo fashion", el estilo presidencial, producto del sincretismo entre la seda italiana y los motivos indígenas. Mario Vargas Llosa, desde las páginas del diario El País, había dicho al respecto, hace un tiempo, que "su apariencia [La de Evo Morales] parecía programada por un genial asesor de imagen, no altiplánico sino neoyorquino, para elevar el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos". Sillerico compra las telas para los trajes de Evo en Europa y en la calle donde está mi Hostel, la de las brujas, donde –dice– se encuentran aguayos de más de 100 años.

Lo primero que me ofrecieron cuando llegué a La Paz fueron fósiles de Tihawanaku, la ciudad arqueológica pre-incáica más importante de Bolivia. La Paz es toda de Evo Morales, lo mismo que la vecina El Alto. En el interior, sobretodo en el sur y en las ciudades lowlanders –donde no se encuentran kollas, sino cambas–, la cosa está dividida o directamente en la oposición. El minero que nos hizo la excursión por las entrañas del Cerro Rico, en Potosí, advirtió que si ganaba el No en el referendum del próximo 25 de Enero, por la nueva Constitución Política del Estado, probablemente iba a haber enfrentamientos en algunos puntos críticos de Bolivia. El iba a votar por el No, pues el proyecto constitucional de Evo es demasiado campesino. Y además, está la discutible influencia de Chávez en el gobierno nacional, de la que día tras día informa la prensa gráfica y televisiva, en una masiva campaña por el No.

En una de las puntas de La Paz hay un mirador, emplazado sobre un parque de juegos enorme y público, para niños, cuya entrada es de 1 $bs. Hoy, domingo, el parque estaba repleto de niños ruidosos y violentos, que se disputaban entre risas las zonas peligrosas de unos toboganes, trapecios y hamacas, nuevos y muy seguros. En la entrada del parque hay un cartel que dice: "Parque Central de La Paz. Financiado por la República Bolivariana de Venezuela". El interior está repleto de motivos indígenas y banderas Whipalla. Las cholas entraban con sus nietos, se recostaban en el pasto y comían esos fideos olorientos y espesos que comen ellas todo el tiempo. Sobre el fondo aparecía imponente la gran favela paceña. La mole de cemento, hormigón armado y ladrillos que se eleva en las caras internas de la olla. Joaquín Linne escribió en su blog una crónica muy buena de la capital y allí encontré una metáfora que anda muy bien: el cielo de La Paz no tiene estrellas, pero desde el centro –abajo–, están las miles de lucecitas blancas y amarillas de los barrios altos, para reemplazarlas en nuestro trasnochado sueño de turistas políticos.

La crónica de Sillerico trae esta oración: "Morales ni gasta 350.000 dólares al año en vestuario, como se estima que hace su par argentina Cristina Kirchner (de quien se dice además que tiene un ropero de 95 metros cuadrados), ni busca un caro look metrosexual, como el francés Nicolás Sarkozy". Cambio y fuera.

"Judíos Nazis", ¿no será demasiado?

Por Patricio Erb
 
El conflicto en Franja de Gaza me puso a escribir pequeñas reflexiones. Para no parecer tan intelectualoide diré que estas últimas dos semanas me llamaron la atención algunas reacciones ante la "ofensiva militar" israelí. No me detendré en nombres propios, no es tema de este post. Aquí se trata de observar la operación ideológica que, colectivamente, funciona con respecto el judaísmo. Cuando hablo de "ideología" no me refiero a la idea de "doctrina". Tomo "ideología" en el sentido complejo de la palabra. Esto es: cómo decimos ciertas cosas de manera "inconsciente", con la plena imaginación de que expresamos lo que queremos. Cómo creemos que no existen condicionamientos por detrás que nos impulsen a gritar lo que gritamos.
 
A partir de este análisis althusseriano del Sujeto Sujetado (construido a partir de su interés por el psicoanálisis), es que pueden observarse reacciones antisemitas en todo el conflicto que envuelve a Medio Oriente. Cuando muchos intelectuales orgullosos plantean el concepto de "Judíos Nazis", parecieran pasar por alto que están alimentando un peligroso antisemitismo. ¿No será demasiado esa comparación? Uno percibe que la lógica del gobierno de Israel para con el pueblo palestino es similar a la utilizada por el Nacional Socialismo, sin embargo la reacción de la comunidad internacional ante la política militar israelí es, sin lugar a dudas, antisemita. El bienpensante dirá que todos los crímenes son condenables, pero: ¿no da la sensación que molesta más que un judío mate a un árabe que un árabe mate a un judío?
 
La desproporción de muertes es evidente, salta a la vista. La misma desproporción de muertes que las políticas de los países imperialistas históricamente provocaron en las que, en algún momento, fueron sus colonias. Pero vuelvo al tema: por qué cada vez que Israel está involucrado en un conflicto (político-económico-socio-cultural) se recurre a toda velocidad a comparaciones con lógicas Nazis. Aquí es donde funciona la operación ideológica antisemita, incluso entre integrantes de la colectividad judía. Que el Estado de Israel lleve adelante políticas imperiales por sobre los palestinos no justifica la utilización de determinados clichés. En su libro "El sublime objeto de la ideología" (1992), Zizek utiliza al judaísmo para explicar el Síntoma que, de acuerdo a Lacan, inventó Marx con el fetichismo de la mercancía. Dice así: "No basta con decir que nos hemos de liberar de los llamados 'prejuicios antisemitas' y aprender a ver a los judíos como en realidad son –así no cabe duda que seguiremos siendo víctimas de esos llamados prejuicios-".
 
En esa misma página (80) Zizek propone: "Hemos de confrontar cómo la figura ideológica del 'judío' está investida de nuestro deseo inconsciente, cómo hemos construido esta figura para eludir un muerto de nuestro deseo (...) La respuesta adecuada al antisemitismo no es, por lo tanto, 'los judíos en realidad no son así', sino 'la idea antisemita del judío no tiene nada que ver con los judíos". En una oportunidad un grupo de intelectuales invitó a Borges a discutir "El problema judío"; lúcido, Borges les contestó: "Yo no veo ningún problema". De seguro discutir sobre el antisemitismo, como dice Zizek, es caer en prejuicios, sin embargo es importante mostrar esa operación ideológica "inconsciente" que practicamos de forma cotidiana con respecto a determinados temas. El tratamiento que se lleva adelante sobre el conflicto de Franja de Gaza tiene ribetes antisemitas imperceptibles, que pese a todo están presentes como los peores prejuicios de odio que sufre el pueblo palestino.

Una libertad sin estridencias

Por Hernán Vanoli
Sobre Las Anfibias, de Flavia Costa, Adriana Hidalgo, 2008.

Beliston es una ciudad – fortaleza construida a orillas de un océano de sangre y de salitre, vigilada por ancestrales gárgolas. Sin embargo, lejos de jugar en el terreno de lo gótico, Beliston se presenta luminosa e iridiscente. Sus habitantes y costumbres están por fuera de la historia y de la épica. Los rituales, la contemplación extática de la naturaleza, funcionan como modos de aproximación a una experiencia otra quizás sólo posible en los vericuetos de esa ciudad – novela que, con mano suave, pasea al lector por sus pliegues.
Los breves capítulos de Las Anfibias, primera novela de Flavia Costa, presentan centinelas en fuga, mujeres anfibias y muertos que retornan para unirse en matrimonio, y que actualizan ciertos tropos del Borgismo: laberintos, inmortales, espejos. Su propuesta oscila entre una alegoría sobre la violencia entendida como escasez (la hambruna, que se cierne sobre Beliston como una sombra tenue o un asesinato), una exploración sobre los límites de lo sentimental (“también recuerdo aún la categoría de lo sentimental, que se oponía a lo grosero en la misma aunque inversa medida que a lo cerebral y a lo refinado”) y el discreto encanto de lo poético.
La novela podría ser pensada en la línea de Marcelo Cohen y de Oliverio Coelho: futuros prehistóricos, deshechos técnicos, coqueteo con lo fantástico. Sin la fascinación literaria del primero y sin el barroquismo del segundo, Las Anfibias estimula también una lectura histórica. Pasado cierto denuncialismo sutil y melancólico (en Cohen, tamizado por el ochentoso tema de la videopolítica, en Coelho, por la descomposición pre y post 2001), Costa se orienta a una resignación zen de resonancias cercanas a la filosofía de Emmanuel Levinas. Se trata, en todos los casos, de una literatura académica, ideal para la elaboración de monografías. Así, el mérito de Las Anfibias pasa por el procedimiento de la sustracción: la belleza de su prosa nos coloca en las puertas de esa “libertad sin estridencias” propuesta por la autora.

Puntaje: 7
Publicado en la Sección "Culturas" del Diario Crítica, 3/1/09

diario de lecturas (diecinueve)

Por Juan Terranova

Diciembre es un mes arisco. Lleno de distracciones, es demasiado largo y caluroso, pero el que pasó, el del 2008, fue especialmente incómodo. Casi no pude escribir, me quedé sin conexión a la web por motivos mecánicos, y encima me agarré un resfrio atroz que todavía me dura. (Duermo mal y a veces sueño que me corto la nariz de cuajo o me abro las fosas nasales obstruidas con un taladro como si el moco fuera cemento.) Así que con las fiestas en curso, el teléfono sonando y sin concentración, me dediqué a leer y tuve un éxito relativo. 

Ayer, por ejemplo, terminé Breve historia de la primera guerra mundial de Norman Stone. Es un buen libro, breve, informativo, de prosa sensible y sólida. La tapa es una de las mejores que vi en mi vida. Negro sobre blanco, tipografía gruesa y acertada para el título y una foto excelente. De perfil, vemos un soldado de caballería alemana en el frente francés de 1917. El caballo está quieto, imperturbable. El jinete lleva botas de montar, empuña una larga vara de acero, carga con su fusil sobre la espalda y tiene puesta una máscara de gas. No me imagino mejor ilustración para los delirios telúrico cyberpunks de los 80. Estoy realmente muy tentado de sacarle al libro la sobrecubierta y hacerla enmarcar. (Hace poco conocí a Juan Pablo Cambariere, el diseñador de las tapas de Mondadori y lo único que atiné a decirle cuando le di la mano es "sos un gran artista". No creo haber estado tan mal. Las tapas de los libros también son arte.)

Como es de esperarse para un libro tan breve, Stone describe de forma sintética la vida en las famosas trincheras de la Gran Guerra. Esa síntesis, sin embargo, no es inexpresiva y durante varios pasajes, cuya palabra clave es "lodazal", me imaginé un relato que describiera esas condiciones de manera casi expresionista. Imaginarse una narración a partir de una imagen es una cosa, encontrar la historia que propone es muy diferente y finalmente escribir es casi una operación opuesta. Como si imaginar remitiera a la expansión y escribir, a la compresión. Quizás haya magia y suavidad en las papalbras, no lo niego, pero el que alguna vez imaginó un relato genial y después se sentó a materializarlo sabe de lo que hablo.