Por Patricio Erb
El año que pasó sin lugar a dudas funcionará como ejemplo de esta afirmación: la democracia está perdiendo legitimidad. El sin fin de conflictos que tuvo un gobierno elegido hace apenas un año con casi el 50% de los votos invita a pensar que el sistema constitucionalista está modificando sus parámetros de legitimidad. En un país donde se vota cada dos años es difícil entender cómo una administración (de la fuerza política que fuera) pueda perder su legitimidad con tanta velocidad. La explicación a esta cuestión es una: los medios de comunicación. La legitimidad conseguida por un gobierno no corresponde más con exclusividad al sistema de sufragio universal, sino que ahora la tele, la radio, las agencias, los diarios, los portales digitales de noticias funcionan como un actor fundamental al momento de dar significado a una acción. Cómo es posible el paso del amor al odio en doce meses.
En el inicio del desarrollo del concepto del Estado moderno, Hobbes, "teórico de la obediencia absoluta" ("Estado, Gobierno y Sociedad", Norberto Bobbio), plantea que el poder político, además de su fortalecida coercitiva, debe tener legitimad (moral y legal). Hasta aquí, luego de la dictadura encabezada primeramente por Videla, el país poseía a la democracia como principio legitimante fundamental. Es probable que en la Real-Politik, con los años, las dificultades socio-económicas muchas veces licuen la legitimidad conseguida en las urnas. Sin embargo, la infoxicación (concepto desarrollado por Federico Kukso en Crítica de la Argentina) colaboró a que la elección bianual de los gobernantes perdiera legitimidad por la avalancha de exigencias que emergen de los medios de comunicación.
Un ejemplo claro está en la Justicia. No es un fenómeno de corte argentino, sin embargo, aquí puede observarse con furia las cruzadas mediáticas contra personajes que habrían cometido un delito (el uso indiscriminado en el periodismo del condicional tiene que ser discutido). Puede percibirse la pérdida de legitimidad de la Justicia ("lenta") en manos de los movileros que, con falsa pena, relatan un delito de forma ahistórica. Ken Brockman, periodista estrella del canal 6 de Los Simpsons, en un capítulo reclama con ira que deben ser los medios de comunicación los que condenen a los delincuentes. Cualquier similitud con la realidad no es mera coincidencia. Cuando se autodenominan el cuarto poder, los medios están buscando igualar a los poderes del Estado.
De a poco este fenómeno se instala cada vez con más fuerza en la política. No importa que el 50% de la población haya votado a un sujeto para gobernar; si el Ejecutivo no cumple con satisfacción los intereses de las clases de elite, los medios atentarán contra la legitimidad del gobierno en nombre de la sociedad toda. ¿Eso acaso no funciona como ejemplo del concepto de dominación hegemónica más perfecto? Claro que sí. Tal como desarrolló Gramsci en su idea de Hegemonía, los medios de comunicación poseen la capacidad de mostrar sus propios intereses como el de todos. Ahí está la legitimación política que la tele, la radio, las agencias, los diarios, los portales digitales de noticias tienen en su poder, aunque ahora también en desmedro de la democracia, que, sin lugar a dudas, el año pasado perdió un poquito más de su legitimidad.