Epístola joyceana de Jorge Luis Borges a María Kodama

por Adolfo Cárdenas


Boston, sept., 3rd-82

Mi precioso culito intelectual:

Mis serviles lectores trataron por enésima vez de introducirme en Bakhtin, inútil tarea y en definitiva el único Levy-Strauss que me gusta (al mejor estilo de Guillermo) es el que te ajusta el poto de una manera tan escandalosa que mi octogenario palito, todavía reacciona con gorkiana militancia, especialmente cuando debajo de aquel palpo que no tienes nada excepto tu húmedo triángulo de las bermudas quizás un poco pasado de temporada pero nunca como este cuerpo cargado de toda la sabiduría no mundana, sin embargo, dispuesto a emprender experiencias acaso fatales para el corazón, pero no para estos artríticos dedos exploradores-explotadores de una mina entrecubierta, para mí tempranamente, por la maleza de las arrugas, pero basta, stop! Enough per esta sera! Dio, Dio come ti amo non e posible…mas sólo hablo de lo que siento y ésta, es en todo caso para preguntar por ti…qué hacés mi sensual rata de biblioteca? continúas frotándote el conejo con aquel ejemplar del Kama Sutra de 1724? todavía te agrada sentarte sobre ese bastón con puño de plata que te dije pertenecía a Honore de Balzac? debes contarme todo, to-do; ya sabe cómo me pongo cuando me describes tus fantasías con Homero escribiendo cantos sobre tus protosenectas posaderas o con el Lazarillo de Tormes guiando su cosa hacia tu impúdico agujero y cuando relatas con exasperante y pormenorizado lujo de detalles como te largas esos monstruosos y contaminantes pedos después de haber ingerido ingentes cantidades de mis antiguos desechados poemas entremezclados con alguna hoja suelta de Cherteston o de Conrad…mamma mía! my goodness! qué sólo me siento en Harvard tratando de palparme la cosita en algún lugar por debajo del abdomen y encontrar…papeles, tan sólo papeles…by the way, ¿no comenzaba así alguno mis poemas? la memoria ya me falla y a veces creo ser el autor de la Cumparsita, pero no hagas caso de estos dislates y cuenta más, recuérdame en tu obsceno estilo de suciantigua universitaria la repulsivatractiva forma tuya de oler los calzones para saber si todavía sirven o hay que echarlos al lavadero. ¿Sabes? ahora no me veo ni el pito, los olores para mí se han convertido en una fundamentalidad casi paranoica… ahh, cómo añoro palpar la ordinariez de porcelana azul que me regalaste (seré ciego pero no tonto) mientras tu sentada en el bacín de plata trabajada que fuera de mi abuela inglesa, entre sucios pedorreos que contaminan deliciosasquerosamente todo el dormitorio, lees a voz en cuello los pasajes más virulentos y libertinos del divino marquí a la par que el gesto se te deforma al sentir esa gruesa cosa café emerger de tu ano-dina posadera y triunfante enroscarse al fondo, ofidio al acecho-deshecho biológico que ha poco fuera manjar de los antiguos dioses de la ciudad de Ur y a cuya geografía no me remito pues para los argentinos lo mismo da que les dijera que estuvo en la costa de Berberia que en Corrientes.
Bueno mi sucia, gerontofílica muchacha de ayer, creo que por hoy eso es todo. Soñaré contigo y el mítico Buenos Aires, San Juan y Boedo antiguo con nosotros que nos queremos tanto en insignes y sáficas revolcaderas, rollos, materia adiposa, pieles flácidas y carnes tolendas saltando enloquecidas ante la violencia del encuentro matizado por descontroladas flatulencias saturando con sus humos multicolores y nauseabundos efluvios, toda esa utilería boquense…Oh, my lord! A la cama cara mía! A la cama! Una puñeta y luego el sueño. Hasta mañana!!

Tu sabio preceptor y puerco amante,
Jorge Luis



Adolfo Cárdenas (La Paz, 1954) Ha publicado los volúmenes de relatos: Fastos Marginales, Chojcho con audio de rock p’ssado, Doce Monedas para el barquero, Tres biografías para el olvido y la novela Periférica Blvd. Esta carta se publicó en el libro El Octavo Sello, Punto Cero Ediciones, La Paz, 1997.

Terrorismo Reality

Por Hernán Vanoli

Sobre Realidad, de Sergio Bizzio. Mondadori, $ 35.
Dejando definitivamente atrás su caída en delirios narcisistas, y dejando un poco (y no del todo) atrás las canchereadas, Realidad de Sergio Bizzio es la sobreescritura en clave novelesca de un reality show. El resultado de este cruce nos entrega las pocas cosas intensas que puede llegar a tener un reality –ciertos momentos de emoción, personajes que bien mirados pueden ser entrañables, la satisfacción del morbo propio gracias a la exhibición de miserias ajenas- loopeadas con muchos de los elementos que aún hacen de la novela un instrumento de saber y una de las más entretenidas e inevitables formas de ordenar el mundo.

La historia viene así: un grupo de terroristas islámicos entra a sangre y fuego a un canal de televisión y termina tomando el control de un reality show en un país que se parece demasiado a la Argentina. Más de cuarenta rehenes quedan atrapados en el inexpugnable bar del canal, y los participantes del reality empiezan a recibir sugerencias de Ommar, líder de la organización y ex profesor de literatura argentina, que guiona sus comportamientos usufructuando la voz del Gran Hermano. Desde el principio, la novela fagocita la velocidad televisiva, masticándola para producir una narración ágil y fluida. Si occidente no es más que “una fábrica de imágenes”, ya no hace falta ser denso ni solemne para oponerse a la videopolítica, porque oponerse a la videopolítica deja de tener sentido. Tampoco hace falta subestimar al lector con una erudición formal: la estrategia pasaría por cierta canibalización, por una seducción casi terrorista con la que Bizzio parece fascinado.

Al igual que en Planet (1998), donde anticipaba el ocaso del relato higienista sobre lo nacional instaurado por la Alianza, en Realidad Bizzio tensa las relaciones entre el devenir porno de la cultura televisiva (y con ella, de toda la cultura), las aporías de la violencia política y de la burocracia, y la frivolidad como contracara del humor. Grandes temas que, desarrollados con una prosa plena de liviandad y transparencia donde no faltan pequeños estallidos de densidad poética, terminan conformando un producto convincente.

Publicado en la Sección Culturas del Diario Crítica de la Argentina, 28/03/09.

No levanta temperatura


Sobre Porno de Marcos Bertorello.

por Alejandro Soifer

Que el pornográfico es un discurso fragmentario, construido por la superposición de cuerpos recortados y pegados en la edición, donde la trama es arbitraria y lleva siempre de forma más o menos directa al acto sexual explícito, no es decir nada novedoso.

Apelar a estos mecanismos de corte y confección para la construcción de ficciones literarias tampoco es un mecanismo novedoso o vanguardista, aunque hay que reconocer que juntar luego esos cuentos hechos de fragmentos y empaquetarlos bajo el sugerente título de “Porno” y ponerle una tapa de delicada sensibilidad (¿Que intenta reproducir las propagandas famosas de un canal de cable condicionado codificado?) que de alguna forma muy por debajo de la posibilidad de una significación directa y fácilmente reconocible, aluda a esa misma palabra llena de connotaciones sociales y mediáticas, podría haber sido algo novedoso.

El libro de Bertorello entonces apela a eso: construcción de unos cuentos en donde los fragmentos de discursos se empastan y se chocan generando una nueva masa difícil de reconocer, como los cuerpos pegoteados en una escena hardcore, donde las historias que empiezan con ciertos atisbos de realismo terminan escapándose por la tangente de lo ridículo, como en una película pornográfica donde cualquier situación lleva a la situación sexual irreal.

El primer cuento “Tío” parece ser una reescritura de un cuento perfecto: una tarea inútil por lo tanto. Es imposible escapar a la analogía entre este cuento y “Un día perfecto para el pez banana” de J.D. Salinger (en “Nueve cuentos”). Lo cual pasma al lector: la tensión magistral del cuento de Salinger queda diluida en una historia que intenta cierto cachondeo en la voz de una primera persona confesando cierto pecadito de juventud con su tío en el agua de una playa, con un final que intenta abrir las posibles interpretaciones.

Luego viene “Cura”, un relato que juega con la forma en que está narrado como un entrecruce de tiempos y discursos referidos para relatar ciertas conductas que podrían considerarse hipócritas dentro de los miembros de la Iglesia Católica. Entonces, a falta de una idea que narrar, el cuento simplemente se regodea con sus piruetas verbales. Exactamente igual que en una película pornográfica donde lo que importa no es la forma de llegar al acto sino las acrobacias físicas de los actores.

El cuento además se arma de una estructura que se repetirá como un molde más o menos variable, en otros cuentos. Nuevamente, la creación de una serie dentro del mismo libro se asemeja a la creación de una serie de reglas narrativas para la serie de las películas pornográficas: se repite la forma para llegar al acto final.

“Stephen” es acaso el cuento que intenta ir más lejos en la representación del acto sexual pero apenas lo menciona para terminar construyendo una trama delirante que va haciendo perder vuelo al cuento, con intervenciones de personajes “particulares” en un intento de dotarlo de cierto aire de “cosa no dicha”.

Luego nos encontramos con “Lección”, que es otro cuento de la serie: primera persona + narrador monologando con respuestas del personaje con el que conversa elididas.

Hacia la mitad del libro “Las paredes oyen” vuelve a insistir con la trama absurda y el intento de contar una historia apoyada en leyendas urbanas o cosas conocidas a medias (como la referida hipocresía de la jerarquía católica) para constituirse como un cuento que fracasa en innovar, entretener y desarrollar su historia dando como resultado un licuamiento de la tensión que lleva el fantástico y el terror que intenta abordar al lugar de la insignificancia.

Los problemas graves llegan a su punto culmine con “Autor”. Un cuento construido a partir de pedazos de texto pretendidamente académica de pretendida crítica literaria, que vuelve a insistir con admiración pasmosa en el tópico: “El mundo de la Facultad de Filosofía y Letras de Puan” con un personaje director de la carrera de Letras llamado Jorge y un personaje llamado “Gerardo Damiano”. La alusión a Damiano (así como también la construcción de una ficticia “Malena Irigaray” en el último cuento del libro, “Porno”) pareciera hablar de una propensión más bien masturbatoria o de niño que juega con las materiales que tiene disponibles como si estuviera armando un nuevo Lego, por fuera de lo que la foto en caja mostraba.

Que Gerard Damiano fue el director de “Deep Throat” (la película que sentó las bases del mainstream de la industria pornográfica) y que Luce Irigaray es una de las feministas más destacadas del ámbito de las ciencias sociales y que ha intervenido en varias ocasiones sobre asuntos relacionados con la pornografía son datos que de tan obvios pasan a parecer chistes tontos antes que intertextualidad u homenaje.

El cuento arma una réplica ficcional a la noción de “Muerte del autor” que parece hecha para impresionar lectores completamente ajenos a las derivas de la crítica literaria contemporánea a partir de una trama de idas y vueltas, pesados fragmentos de “tesis” de doctorado y una vuelta de tuerca retrógrada que intenta mostrar lo peligroso de ciertos conceptos apelando a un truco de mostrar la banalidad del mal mezclado con “Poesía después de Auschwitz” o algo por el estilo.
Sigue “Vestuarios” un cuento sin grandes pretensiones pero que, quizás por eso mismo, cumple un poco mejor el umbral de expectativa: narrar una situación de erotismo liviano.

Por último, “Porno” un cuento alegórico (como “Autor”) donde la vida de una poeta frustrada y posible desequilibrada mental sirve para ilustrar, casi platónicamente y repitiendo el mecanismo ya empleado, los mecanismos de funcionamiento de la pornografía. Lo ya dicho: fragmentación, repetición, absurdo y tramas vaciadas.

Hay algunas referencias a ideas ya elaboradas (como la siguiente: “Al porno le sucede lo que ya le sucedió al musical en la década del cuarenta: tiene que justificar narrativamente una escena que de por sí es injustificable” (p.178) idea desarrollada extensamente por Linda Williams en “Hard Core”, vease: http://nihil.com.ar/2009/02/del-porno-considerado-como-una-de-las.html) y el autor parece darse el gusto de hacer un recorrido fascinado por su sabiduría acerca del género, mencionando actrices, directores y películas.

Termina entonces el libro y respecto del porno como título que engloba estos cuentos nos queda esa certeza: las menciones en los agradecimientos a sus actrices fetiches (de la década del ´90 cuando la pornografía apuntaló su imparable carrera triunfal), las estructuras de unos cuentos jugados desde la fragmentación y el absurdo, y un erotismo muy lavado que incluso no llegaría a la categoría de softcore.

No levanta temperatura con unos cuentos a los que pareciera les faltó pulido, aura u originalidad, depende lo que se quiera ver y no levanta temperatura, objetivo explícito de la pornografía, en el lector, generando la dudosa sensación de una jugada de márketing literario o quizás una fascinación del autor que intentó jugar con sus fetiches y no logró decidir la mejor forma de hacerlo. Cabría preguntarse si un género como el pornográfico merece o puede ser trasladado a una forma de construcción literaria que juegue a representarlo pero no lo haga, teniendo en cuenta que es un género basado en una razón instrumental pura: lograr la excitación y el orgasmo del espectador. Sacándole ese objetivo queda una cáscara vacía y berreta, kitsch. En ese sentido, el libro parece ser a la literatura lo que es la pornografía al cine.

cómo ganar en second life

por Diego Vecino



Hoy es 23 de Marzo y estoy en el playground argentino en Second Life. Trato de justificarme con que lo mío es etnográfico, pero la verdad es que no me aburro del todo. O al menos, me aburro lo mismo que en la vida real. Vanesa, una chica de 22 años, me pasa ropa de hombre, un porro y unos raybans. Yo traigo una cerveza en la mano, que agarré en el boliche-parador que Quilmes todavía no inauguró pero que ya está abierto para recorrer. En la vida real estoy tomando un vaso de yogurt de durazno.

Nací el 22 de Marzo de 2009, en una comunidad española. Vine al mundo petiso, con cara de niño, deforme, pelirrojo y cabezón, vestido con un traje futurista y cyberpunk. Cuando logro entender la interface del programa, me modifico el cuerpo y la cara. Me hago alto, los ojos celestes, la nariz chiquita y me pongo un flequillo rollinga y el pelo largo negro. Una española me saluda y yo le aviso que soy nuevo. Me pregunta si quiero aprender los movimientos básicos. Nos teletransportamos hacia un shopping de “freebies”, o sea, artículos gratuitos. Compro una remera de los Rolling y otra de los Ramones y un jean. Ahora sí, le digo a Chusi, la española, que me invita a un boliche. Hay mucha gente bailando, suena electro. El boliche es una cúpula enorme de vidrio emplazada sobre la playa. Hay una barra blanca y nada más, una pista grande y amplia llenas de “pose balls”, es decir, bolitas que habilitan distintos tipos de bailes al hacer click. Chusi me saca a la pista, y mientras mi avatar está bailando aprovecho para ir al baño y hacerme un mate. Cuando vuelvo le digo a mi amiga: “Me voy a investigar un poco”. Salgo del boliche, camino por la playa. Encuentro un panel de opciones, destinos posibles. Elijo un lugar que se llama “amor” y me teletransporto a un espacio escondido entre los árboles, con una fuego prendido, troncos de árbol para sentarse y una hamaca paraguaya. Salvo porque es virtual, es realmente romántico.

Me siento al fuego y de repente aparece mi amiga española. Me dice: “te encontré” y se sienta al lado mío. Me dice que es madrileña y que tenemos que bailar el tango. Nos teletransportamos de nuevo, esta vez a un lugar imposible, con árboles celestes y rosas, escaleras suspendidas en el aire, balcones de cristal. En un lugar hay dos “pose balls” para el tango, uno masculino y otro femenino. Chusi se pone un vestido larguísimo, bordó y dorado, y se suelta el pelo. Le digo: “con ese vestido de princesa de Disney no se baila el tango. El tango se baila con pollera corta”. Me pide disculpas, se cambia, y bailamos. Seteo el tiempo y el clima para que sea un cálido atardecer de primavera. El cielo se pone naranja. La imagen es conmovedora.

Mientras bailamos le cuento mis sueños: levantar una unidad básica en el único barrio porteño recreado en Second Life, Puerto Madero. En google me entero de que la primera manifestación en Second Life la realizó un español para protestar contra el PSOE, por un asunto confuso que involucraba –en la vida real– a un etarra liberado por la justicia. El organizador, un tal Iulius Carter que se identificó como “empresario”, dijo: “España empieza a parecerse a un mundo virtual en el que los asesinos corren por las calles”. No es que Second Life se parezca a España, sino que España empieza a parecerse a Second Life.

Chusi me pregunta si oí hablar de Ansche Chung, la primera millonaria de Second Life. Posee 36 kilómetros cuadrados de territorio virtual, más que las ciudades del Vaticano o Mónaco, y sus inversiones inmobiliarias en Lindens, el dinero de SL, llegaron a convertir 10 dólares en un millón en treinta meses. Chusi sabe poco de peronismo, pero se interesa. Después de un rato de charla, me invita a un lugar más tranquilo.

El lugar más tranquilo resulta ser un mega-shopping sexual. Miles de usuarios se pasean frenéticos, de acá para allá, desnudos y con pijas enormes. En todos lados, avatares cogen. Chusi me pide que la siga, y caminamos esquivando orgías, sesenta y nueves, petes, tipos haciendo culos, lesbianas. Suena Rammstein, la luz es roja y fuerte, hay carteles y posters de gente garchando por todos lados. Una mina con corte carré platinado le hace un pete a un pibe mientras otro le da por atrás. Es Sodoma. Cuando llegamos al final del mall agarramos una puerta y el clima cambia. Estamos en la playa, bajo el sol del mediodía. Hay oferta de sexo, pero más dosificada. Suena una música de fondo, pero ya no es agresiva. Me señala una isla a lo lejos y volamos hasta ahí. No hay nadie. Atrás de unos árboles encontramos una manta en la arena y dos “pose balls”, de mujer y de hombre, para coger. Me pregunta: “¿Querés que te desvirgue en Second Life?”. Empezamos a coger. Le pido que me haga un pete. Después vamos cambiando las posiciones. Mi avatar parece coger mecánicamente. No se si sentirme identificado, ofendido o qué. Durante el acto no tipeo nada. No se qué poner, aunque creo que debería decir algo. “¿Te gusta?” –le pregunto. “Sí” –dice ella. Me siento un poco ridículo. En determinado momento un error en la animación hace que ella me empiece a dar a mí. Yo estoy en cuatro y ella está atrás mío. Decidimos parar. Chusi me dice que tiene que irse a dormir. La pasó bien, pero se tiene que ir. Me pasa su tarjeta de llamada y se desconecta. Me quedo solo, en la Isla del Sexo gratis.

Me teletransporto a Puerto Madero y miro el Río de la Plata. Los alquileres son caros, pero hay muchos locales disponibles. Busco un bar de tango y encuentro, pero está vacío y no hay música. Me siento en una mesa, pero nadie me viene a atender. Cuando me aburro me voy al playground argentino y un pibe me invita a volar en dragón antes de irse al colegio. El sol va cayendo.

Barcelona-Madrid (5)




Por Juan Terranova



105.
Terminadas las actividades, bien anudado el paquete de los “jóvenes escritores argentinos”, lo que nos queda es dejar el hotel y pasar un fin de semana de descanso en Madrid. Así que nos vamos a una pensión a media cuadra de Puerta del Sol. Se llama Hostal Villarubia y si las paredes fueran links, al apretarlas con las manos volvería a la casa de mi abuela materna en Flores. Previo paso por una ética americana de la limpieza y unos doscientos litros de detergente, hay que decir.

106.
Todos queremos ver la cara de Maxi cuando entre al hostal.

107.
Cuando vamos a pagar, nos hacen pasar a la cocina y en un raro acto de pudor, la mujer tapa las mondaduras de las papa que hay sobre la mesa con un diario.

108.
“Yo soy Jesús, ella es lucía, somos del país vasco.”

109.
Lo peor es el olor.

110.
Pron está escribiendo para Etiqueta Negra una crónica sobre los “jóvenes escritores argentinos en España” y también toma notas. (Sami no toma notas pero cada tanto la veo corrigiendo, obsesivamente, sus cuentos, cuentos incluso que ya están publicados, Dios mío, cuentos que ya tienen dos publicaciones. Y Diego no toma notas porque se dedica a fumar, a comprar comics –todos de excelente calidad– y preguntar dónde se puede comer tortilla de papa.)

111.
En un momento nos escapamos con Pron a una librería de viejo. Disfruto la excursión por la calle Fontcarral. Llegamos y la librería está cerrada pero da sobre una plaza. Falta media hora para que abra, así que tomamos un te en la cantina de al lado. Pron aprovecha para preguntarme cosas para la crónica. Hablamos bastante y yo digo: “Esto no lo pongas” y “esto ponelo”. También digo que voy a escribir dos novelas, una que empiece con la frase “Tengo dinero” y otra con la frase “No tengo dinero”. Cuando la librería abre, me compró una edición de bolsillo de los diarios de Rommel. El hombre joven que nos cobra nos hace un descuento de dos euros a cada uno. Pron dice que fue porque “hicimos el show de los jóvenes escritores, discutiendo mientras revisábamos los anaqueles”.

112.
Volvemos al hotel. Maxi, que no había formado parte de la avanzada, se queja del lugar y se ríe.
— Cuando hagamos la revolución todos los hoteles van a ser como este —digo yo, muy serio.
— A mí fusílenme de entrada entonces, sin mala onda, pero mejor me fusilan de entrada y listo— responde Pron.
Alguien dice: “Hablando de síndrome de down este es el hotel de la incapacidad madrileña” pero no recuerdo quién. No lo anoté en la libreta.

113.
Después sufrimos un raid de lugares turísticos, más lugares turísticos, monumentos, obras de arte, más obras de arte, geniales museos, obras maestras, edificios históricos, más obras maestras, y finalmente volvemos al hotel donde el olor sigue siendo a fritura, sudor, pedos y encierro.

114.
Lo único que realmente me gusta del Reina Sofía es descubrir, en una pared, solo como flor de orilla, el folleto que hizo Miró en plena lucha contra el fascismo español y que ilustra la tapa de mi Historia de España de Pierre Vilar.






115.
La primera noche en el hostal, el hijo de puta de Maxi me pega un almohadazo con muchísima fuerza en la cara para que deje de roncar. Y encima después con Diego se ríen porque me despierto gritando y tirando golpes al aire. Insensibles. Se nota que nunca estuvieron casados.

116.
Entonces, es un día despejado, el cielo está azul, no hay nubes y aparecemos en un puente muy bello. De un lado se ve la ciudad, unos de los barrios viejos, y del otro, a lo lejos, sierras, el final de la meseta castellana entre brumas. Los costados del puente, sin embargo, están protegidos por una larga y firme mampara de vidrio verde, ya bastante castigada por la inteperie.
— Acá se suicidaban los poetas de los años veinte —dice Morato, señalando la mampara—. Claro que esto lo pusieron ahora, porque la gente se seguía tirando.
Examino las planchas de vidrio y veo que están sujetas con grampas acero. Son gruesas y apenas vibran si unos las sacude. Entre el suelo y el principio de la mampara hay una luz de unos quince centímetros, quizás más. El vidrio tiene media pulgada de grosor, quizás más.
— Yo paso por ahí abajo —digo.
Que no, que sí. Que no, que sí.
— Bueno, te apuesto cinco euros a que paso —le digo Diego.
Pero a Diego le gustan demasiado sus euros.
Saco cinco pesos perdidos de mi billetera.
— Cinco pesos —digo.
Los cinco pesos parecen poca cosa encerrados en la mampara europea.
Diego saca otros cinco pesos.
Morato hace de juez.
Empiezo bien, paso las piernas con facilidad, la panza también, pero entonces siento el filo del vidrio en el pecho, chocando contra los huesos del esternón. Pruebo boca abajo, pero el asfalto está demasiado sucio y la posición no es buena. Giro. Intento otra vez. Es muy poco lo que me falta. Empiezan a sacar fotos. Me río y me desconcentro. Un hombre pasa y me señala. No entiendo lo que dice, pero me gustaría que dijera: “Oiga, poeta, hay formas más fáciles de matarse”. Con un poco de presión logro pasar las costilla, pero el hueso del centro del pecho se traba.
Desisto.
Me levanto.
Diego quiere el dinero, pero automáticamente Pron se tira al suelo y rueda por abajo de la mampara. Desde el otro lado, aplaudido, baila haciendo la coreografía de Staying alive de Bee Gees. Alguien dice: “Ahora te tenés que tirar”. Pron vuelve de este lado de la mampara y se lleva el dinero. Después nos vamos a otra bar a almorzar unas tapas y Diego pide pan con cesina.

117.
La FNAC no está buena. Te cargás de electricidad estática por las alfombras. Con tanto papel y plástico y otros inflamables de primera, un poco de combustible podría hacer un desastre. No haría falta la punta ígnea. Con solo regar y esperar que alguien demasiado cargado largue una chispa alcanza. Mientras reviso libros, veo que los niños de la FNAC lloran porque Diego se lleva todos los comics que encuentra. “Es la libertad de mercado” dice cuando le pido que devuelva algo. Los tilda de blandos. Tengo miedo de que nos persigan los padres. “Les hacemos frente” dice Diego, convencido.

118.
En el mercado del Rastro, Diego consigue una valija china por diez euros y yo me compro una máscara antigás.

119.
Saliendo de un bar, en un momento alguien vuelve a hablar de suicidios, dice “suicidios heroicos” y yo escucho “suicidios eróticos”. Cuando se aclara el malentendido, pierdo un poco el interés. (Y logro acotar que la lista de suicidas célebres que hizo Akutagawa antes de morir por mano propia, y en la que incluía a Cristo, debe ser falsa porque no se la encuentra por ningún lado.)

120.
Internet por un euro los quince minutos. Encuentro la carta de Akutagawa. Me gusta, está bien: “El mundo en el que vivo es el de los nervios enfermos, lúcido como el hielo”. Pero toda esa fascinación de los literatos por el suicidio, los clubes de suicidas, las paradojas, las contradicciones y la ética de la autosupresión me resulta bastante banal. Contemos mejor la vida de los que deciden no suicidarse.

121.
Plaza Mayor, arco de la Calle de la Sal. Giselle, la novia de Pron, una venezolana muy linda y perspicaz que me confiesa que ella pasea por Madrid cuando vienen visitas a la ciudad.

122.
Vamos a cenar y Pron dice: “El Museo del jamón es el Tortoni del jamón”. Entramos y él pide melón con jamón y después habla de la teletransportación y de los problemas de su explotación comercial.

123.
Al otro día es lunes y a la noche tenemos que tomar el avión para volver. Quedamos para desayunar en el Café Comercial, Metro Bilbao. Llego después de haberme pedido un poco. Las mesas y las butacas del café son excelentes, cómodas, antiguas. Las paredes con espejos y los mármoles oscuros completan un ambiente ideal para leer. Los mozos son como locutores. Ahí, y no en otro lado, se podría escribir un “Manual de lectura de poesía contemporánea”. Llega Pron y charlamos bastante de libros. Y después me comenta sus ideas sobre la pornografía y sus consecuencias en las juventud. “El café es un veneno para mi cuerpo, pero a mí me encanta” dice.

124.
Nos vamos. Chau, Madrid. Gracias. De corazón.

125.
Ya en el avión, y antes del despegue las azafatas se tientan y ríen a escondidas mientras dan las indicaciones de seguridad. Cuando despegamos pienso que debería escribir una historia de la novela argentina con el estilo de la Historia de España de Vilar. Otra vez encaramos las trece horas de vuelo y el avión se transforma demasiado rápido en una bola de electricidad en el aire. Entonces, anoto en mi libreta: “Una vez salí con una azafata. Una mujer hermosa. Pero loca como una cabra. Y era una locura seria, causaba por la combinación de las demandas de los pasajeros y la presurización de la cabina…”.

Nunca Quise, de Intoxicados. La ruta del beso (I).

Por Volquer



Si me apuran, Viejas Locas logró una confluencia feliz entre la tradición rollinga y la ética de la mal llamada cumbia villera. Las hermanaba una sintaxis plantada en la vindicación de los excesos como modalidad primigenia del aguante, las separaba el hecho de que la apropiación de Viejas Locas por parte de los sectores medios no llevaba escrita la inevitable dosis de cinismo y mala conciencia impregnada en los parlantes de un Peugeot 206 hirviendo con los acordes del pianito de Pablo Lescano. Intoxicados, en cambio, recoge la herencia de la calamarización enunciativa de la sociedad argentina propia del primer gobierno kirchnerista.

Pero hoy queremos hablar de una historia de amor. En el estudio preliminar a su traducción de Hamlet, Eduardo Rinesi decía que una de las principales virtudes de la pieza no era sólo condensar los trazos que van a delinear las aburridas disyuntivas de la filosofía política para el resto de la modernidad, ni refractar las tensiones entre una sensibilidad que no terminaba de morir y otra que ya empezaba a asomar los pelos, sino el trabajo que se hacía sobre el género de revenge tragedy. La idea era que Hamlet desbordaba las reglas del género desde adentro, y uno de sus yeites consistía en la “obra adentro de la obra” que el principito montaba para desencadenar las reacciones de su tío y de su mamá, metejoneados después de haber liquidado a su viejo.

En Nunca Quise, uno de los mejores videos del rock nacional, pasa algo parecido. Acá, el tiempo también esta fuera de quicio. Primero, porque queda en claro que la última escena, donde los dos muchachines se comen la boca de un beso, es la proyección de lo que el pelado imagina que tendría que haber hecho para que su media naranja no dejase el club. Ese beso largo y bello es la imagen del arrepentimiento del pelado, algo que nunca pasó y que nunca iba a pasar, pero que tendría que haber pasado. La gramática de la relación llevaba inscripto ese beso, que sin embargo fue imposible. Porque, de haberse producido, las cosas hubiesen dado un salto. Si los players se daban ese beso, si llevaban su relación hasta ese punto, los códigos del mundo del fútbol iban a expulsarlos. La opción era esta: beso o destierro.

Muchos dicen que ese beso no tendría que haber sido mostrado en el video, sino sólo sugerido. Hay algo de más, un exceso de representación. En esta lectura el beso no es sutil, no deja nada librado a la imaginación del espectador. Pero esto es mentira, chicos. Es mentira. Es la mostración del beso la que en primer lugar subvierte las reglas de los dos géneros que alimentan al video: el de parejas de amigos al fin separados por las circunstancias, onda Arma Mortal, y el de videos musicales con temática futbolera. El beso ese, a diferencia de lo que se cree, es la concreción de una mística política, comunitaria, puesta al servicio del equipo, y, al mismo tiempo, la demostración trágica de que los códigos sociales impidieron ese paso. Los pibes se lo dan en la cancha, en medio del territorio de las epopeyas posibles. No es que ellos no pueden seguir juntos porque se calientan entre sí, sino que se separan porque no pudieron darse ese beso, porque, en un punto, el beso era impensable. De eso se da cuenta el pelado después de que lo rajan del partido, en el vestuario, mientras las luces hacen su fade out. De que la única manera de que su compadre no se fuese era dándole ese beso. De que se dio cuenta tarde. De que no se animó, como Hamlet, dudó demasiado y al final las circunstancias lo pasaron por arriba. El enamoramiento es sincronía, el amor es asincrónico y el tiempo está fuera de quicio: te cansaste de mí, yo me cansé de vos, pero cuando nos miramos sabemos que no es verdad. Esa es la mandarina que tiene que chuparse el pobre pelado, sólo en el vestuario, en el mismo lugar donde unos partidos antes los muchachos festejaban y la comunidad organizada parecía posible.

Sigamos un poquito más. Acá, también, está la obra adentro de la obra. El espectáculo adentro del espectáculo. La escena gladiadora de los dos jugadores cuando empieza el video, iluminados por los reflectores de la cancha vacía, cada uno mirando hacia su lado, preanuncia el momento de la ruptura. Que se produce, justamente, al interior de una pantalla de televisión. No es casual que el pelado tenga que enterarse de la defección de su compadre a través de la imagen de un noticiero. La traición a la mística amorosa, que sigue la lógica de la seducción y a eso el porno lo sabe mejor que nadie, se juega por el lado de la imagen. Hay un drama de la pasión, un drama de la amistad y del amor, y al mismo tiempo hay un drama televisivo que se le solapa. El drama televisivo es el de la traición y la autoridad: se nota que el técnico, que los putea todo el tiempo, sobreactúa para las cámaras. El drama de la pasión es el de aquello que no puede terminar de materializarse. Por las dudas del pelado, por los miedos de ambos, por la interrupción forzosa del sistema de los medios, que pone las cosas en su lugar y los termina separando para después mostrar, en el momento de la fusión entre los dos dramas, un beso edulcorado e imposible, pero que tendría que haber sucedido antes. Ahí cierra el círculo, al final: las dos éticas se juntan. Gana la imagen y pierde la mística, obvio.

Podrían seguir párrafos largos sobre las mil y una virtudes de este video, uno de los pocos donde puede respirarse el clima del ascenso sin necesidad de exageración ni miserabilismo. Justamente por eso, lo último que quiero señalar es la presencia del espectro. Cuando el crack llega a la cancha a ver a su ex equipo acompañado de su novia (primer fantasma que estuvo ausente durante todo el video y ahora se materializa) el pelado empieza a sentir la presencia del segundo fantasma (el de su amigo, que estuvo presente durante todo el video y ahora es una ausencia). No le sale una. La sensación se hace cada vez peor, el técnico lo putea para la tele, el equipo no funciona más porque está poseído por el fantasma de la separación. Y, para colmo, el fantasma se corporiza. No es que pide venganza a los oídos, no es un espectro que clama la justicia que no merece, como en Hamlet: es un fantasma obstáculo, el fantasma de la disgregación que anida en el corazón de las cosas y del equipo. El pelado no puede soportarlo, y por eso, cuando el fantasma encarna en un adversario y lo agarra desde atrás, le surte un codazo. Quiere sacárselo de encima, pero no puede. No puede porque los fantasmas no se matan; a lo sumo se conjuran. Al pelado le sacan la tarjeta roja. Y recién ahí, en el vestuario, llega el momento del arrepentirse por el paso que no se pudo dar.

Al final, desde las sombras, el Pity le tira un consejo: cuando las cosas salen como no las espero, la vida me hace más guerrero. Quizás el pelado pueda aprovecharlo. Conjurar al fantasma con una guerra. Como en la realidad. Como en la política. Como en Hamlet.

Mapa Genético

Por Mariana Skiadaressis



Aquí llega mi contribución femenina (y no dije feminista, ya que como buena peronista soy un poco machista). Para empezar, me pareció oportuno sacarle el polvo a una parte de un libro capital del pensamiento nacional:


“Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles. Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte (…) Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de éstos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente”. (La razón de mi vida – Eva Perón)

Un buen párrafo para regalarle a mi hermana cada vez que dice “Si Macri hizo eso con Boca, imaginate lo que puede hacer por la ciudad…”. Podría recitarlo de memoria. Se me ocurre que podría ser más efectivo que largarle mi ya clásico “Hacer negocios no es hacer política, la política es gestión institucional y bienestar social, no tapar baches para que los paralíticos bailen el tango en el asfalto de Buenos Aires”.

Hace algunos domingos, esta mujer con la cual comparto parte de mi mapa genético, contó en la mesa familiar que se está construyendo un nuevo shopping en Panamericana y General Paz y que un juez determinó que no se podrá inaugurar hasta que no hayan comenzado las obras de una escuela y un centro de salud que la empresa constructora pactó levantar como condición para obtener el permiso de obra. Y yo, ilusa que nunca pierde la fe en el prójimo, dije: “Qué buena onda que alguien se ocupe de imponerles cánones con destino social a estos tipos”, pero como era de esperarse, mi hermana lo estaba relatando como algo indignante: “Si yo construyo mi casa no tengo por qué darle nada a nadie”, dijo con voz estridente. Guardé mis comentarios para otro día y me ahorré una discusión inútil.

Cuando me detengo a pensar en que tengo una hermana macrista practicante, no sólo no sé de dónde salió, sino que se me nubla la razón y tengo ganas de comenzar a repartir patadas voladoras con el jogging amarillo venganza de Beatrix Kiddo (a no confundir con el amarillo de los negociados Pro), porque ya muchas veces intenté explicarle cosas acerca de la política, los pobres, los ricos, etc., pero ella insiste con su discurso ultra-liberal no identificado pero de tan férrea convicción que pareciera que sabe de qué está hablando y a dónde conducen ideas similares a las que ella sostiene.

Lo lamentable de los votos depositados en las urnas por gente como mi hermana es que son capaces de continuar con una historia de vaciamiento cultural y no-participación cívica en cuestiones que nos incumben a todos como ciudadanos de un país democrático. Recientemente, este miedo me provocó un sueño un tanto gracioso, un tanto terrorífico: llego a votar al colegio de Almagro que me corresponde según el padrón y todas las personas que hacen cola para entrar a los cuartos oscuros son zombies. Transpiro de miedo esperando que no se den cuenta de que no soy de los suyos, pero la convicción peronista me mantiene firme. Justo delante de mí, una mujer de cabello largo y ondulado que lleva una cartera de imitación con las iniciales LV por estampado, sostiene con su mano muerta un DNI decrépito. Al llegar a la mesa donde las autoridades zombies le piden el documento, veo su perfil cadavérico: es mi hermana, igual de flaca, sólo que un poco más verde.


Pienso: cuando llegue a casa, mejor no mirarme al espejo.
También: todas las familias son psicóticas.

La marcha de la inseguridad


Por Juan Terranova

Son las seis de la tarde del miércoles 18 de marzo. La temperatura en Plaza de Mayo es agradable y el cielo está despejado. La marcha contra la inseguridad, convocada para las seis de la tarde, es estática. Nadie camina hacia ninguna parte. La concentración crece, inmóvil, y la gente espera. Una de las dos grandes hipótesis del discurso televisivo, la inseguridad –la otra es la corrupción–, acaba de encontrar una rara resonancia en esta clásica práctica política. Seis y diez empiezan los aplausos y un locutor canoso pide calma: “En quince minutos dará comienzo este acto de la seguridad. Estaremos con el rabino Bergman y el padre Marcó como únicos oradores. Nadie, de ninguna rama política, hará uso de la palabra. Ningún político. ¿Queda claro? Porque con el dolor no se debe jugar”. La voz impostada, cargando el sonido de la palabra “dolor”, es aplaudida. Como si la selección hubiera ganado el mundial, la gente agita banderas argentinas. Exhibiendo la mercadería colgada de una soga que va de árbol a árbol, el vendedor ambulante pregona: “¡Justicia y seguridad! ¡Justicia y seguridad! ¡Diez pesos!”. Las banderas llevan escritas esas palabras sobre la franja blanca.

Las estimaciones más generosas van a hablar de 10.000 personas. Las más objetivas, de apenas unas 4.000. Las dos cifras, en todo caso están, lejos de las 50.000 almas prometidas por los organizadores. Y aunque hay gente joven, la plaza la ocupan en su mayor parte mujeres de más de cincuenta años y hombres con pantalón de vestir y camisa de mangas cortas. Son muy pocos los oficinistas del microcentro que se dejan tentar por la propuesta cívica y ninguno de los integrantes de las largas colas de colectivos que se forman sobre Avenida de Mayo parece interesado. Lo que se ve, entonces, es el ala ociosa y paranoica de la clase media, orgullosa de mostrar su despolitización. De hecho, como quería la organización, hay pocas banderas y ninguna es partidaria. En los carteles hechos a mano alzada, sin embargo, se ven posturas menos asépticas. “¿Dónde están nuestros Derechos Humanos?”, “Cristina, bajate del helicóptero” y una pancarta, apoyada en el piso: “Sra. Presidenta, torturan y matan. No sea cómplice. Celeridad en las leyes y penas más severas”. Más adelante están las fotos de los muertos.

Un hombre de unos sesenta años habla con un grupo de mujeres. Las mujeres fuman y lo escuchan: “Yo me pregunto, ¿por qué nosotros, los argentinos, hacemos las cosas tan mal?”. Hay espacios libres y entonces es fácil llegar hasta el escenario. Casi no hay presencia policial. Pasadas las seis y media se dan algunos forcejeos. Un grupo quiere subir a leer sus reclamos y la seguridad privada, contratada por los organizadores, no los deja. Se canta el Himno y, cuando termina, se larga el “¡Argentina! ¡Argentina!”. Alguien, que suena desesperado, repite cuatro o cincos veces un gélido“¡Viva la patria!”.

Avanzando entre la gente con dificultad, un hombre al que le falta la pierna izquierda pide monedas en muletas. Está sucio y del cuello le cuelga un cartel que dice “basta de inseguridad”. Antes de que empiece el acto, se sienta en el borde de una fuente y se queda dormido.

Cerca de las siete de la tarde, los oradores, vitoreados, entran a la plaza por la izquierda. Se lee una lista de adhesiones y el primero en hablar es el representante de la comunidad islámica argentina. No solamente se pierden sus palabras: los medios ni siquiera logran retener su nombre. Con el rabino Bergman es diferente. Haciendo caso omiso del veto político impuesto por los organizadores del evento, compara al ex presidente Kirchner con el emperador que incendió Roma. El sacerdote Guillermo Marcó, ex vocero del cardenal Jorge Bergoglio, lo secunda, con algo de piedad cristiana, repitiendo la cronología impuesta por las sagradas escrituras. Primero el Antiguo Testamento de los profetas que amenazan con el dedo, y después la redención de Cristo. Sin embargo, los oradores anti-políticos no pueden evitar uno de los grandes problemas de la política actual: sus discursos suenan ornamentales, vacíos, tendenciosos y evidentemente oportunistas. Por su parte, los que habían llegado atraídos por frases como “el que mata debe morir” o la consigna “más penas, más policía” se van decepcionados. Tanto Bergman como Marcó desestiman la pena de muerte, un fantasma criminal que sobrevoló la Plaza en varias direcciones.

Los enunciados televisivos pueden ser repetidos hasta el hartazgo y entrar en la cabeza abollada de los televidentes más esponjosos, pero su evanescencia es algo comprobado. Esta marcha inarticulada resulta así la última flor reaccionaria de un verano violento, pero difícilmente sea la pista de despegue de un nuevo movimiento político. Y si la consigna rezaba “política no”, para la mayor parte de los asistentes el lugar vacante lo ocupó un torpe nacionalismo, menos piadoso que confiado de las instituciones eclesiásticas, menos histórico que toscamente coyuntural.

Publicado en Miradas al Sur. (Domingo 22 de marzo del 2009)

Testamento, muerte y transfiguración

por Natalia Skurko



En el tren, camino a la facultad, escribí esto: .

Saco bandera blanca, me la pongo encima y me hago un traje de Mahatma Gandhi pero versión potencial porno star posmoderna, y con mucha conciencia social.

Aunque a veces se me escape un tiro, desde el oeste, hacia alguna quimera hiper caprichosa y neurótica de la cual nunca me logro liberar del todo. O no me resigno.

Juguemos a coleccionar adjetivos negativos sobre mi persona. Cuántos, ¿no? Bandera blanca. Pero aún tengo una pregunta: ¿Revolución?

Esa era "LA" pregunta. Con ella yo intento aportar a esta sociedad vestida de blanco, siempre lista para matar.

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Llegué a la ante última clase de la materia de verano. El eje de la discusión era "la perspectiva a futuro". El hecho evidente de que la renta de la tierra (aún sostén de nuestra economía) viene en descenso y continuará en este sentido por el desarrollo mismo del capitalismo a nivel mundial. El debate era si nos convertimos en un país asiático de mano de obra abaratada o sino en qué.

Salté más peronista y más pro desarrollista que nunca, un tanto exaltada por cierto. No negué que las fuerzas productivas están debilitadas, fragmentadas. Eso no lo negué. Pero tampoco negué la necesidad de pensar a futuro.

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Miro a mi alrededor: una compañera me guiña el ojo; otra, me mira emocionada pero de forma condescendiente.

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El debate retoma su curso original. Apocalipsis now en el aula 308. Neorrealismo impresionista extremo.

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Pienso y confirmo, una vez más, que los guerrilleros tenían razón. Cuánta razón que tenían, ese era "el momento". Ahora estamos jodidos, nos jodieron en serio. Se viene la crisis. No viene otra cosa, viene la crisis.


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Queda una clase para más perspectivas y dudas acerca del parcial.

Para paliar el sabor amargo de las perspectivas, el profesor habló durante cinco minutos de la posibilidad de la revolución, de que formemos una Rusia pero a nivel mundial. Se me desató un poco el nudo de la garganta por un momento. Eso de que hicieran chistes sobre los países asiáticos me tenía al punto del llanto. El profesor dijo que la revolución era posible, pero que aún estamos muy lejos, que falta mucho. ¿Cuánto falta? Mucho. Me caen un poco mal las indeterminaciones, aunque por momentos me parece que las prefiero. Pero no. Dijo que el tema, ahora, pasa por qué piensa hacer cada uno ante esta situación. Otra vez el individualismo fragmentario.

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Cuando me dieron el parcial, la nota no era la que yo esperaba. Sentí que la cara se me prendía fuego, rojo furia haciendo juego con mi camperita. Me acerqué a la profesora ya que no me sentía bien ni siquiera para leerlo. Ella me dijo:

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“No sabía que eras vos, yo le pregunté a los chicos si era vos pero ellos tampoco sabían. Ahora que sé que sos vos, lo voy a volver a leer…Mirá, a mí me importa que vos esto lo entiendas, no importa el parcial, escribime si tenés alguna duda, vos venís laburando un montón. De verdad, un montón”.

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Mi cara seguía haciendo juego con la camperita, creo que casi superándola en su tonalidad. Cuando me despedí, la profesora me agarró de la mano. Evidentemente hay algo que está funcionando muy muy mal en mi persona, pensé. Cuando digo: “muy muy”, no exagero.

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Salí de la facultad directo a comprar cigarrillos y el único quiosco que encontré abierto vendía Parisienne. ¿Phillips?, ¿Malboro? “No, sólo Parisienne” me dijo el quiosquero de mala gana mientras miraba su televisor.

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Empecé a caminar muchísimas cuadras, siempre derecho por la misma vereda. Hasta que decidí subirme a algún 39. Cuando el colectivo pasó por la facultad subió un compañero con el que había viajado la clase anterior. Ese día él me había estado hablando, enérgicamente, acerca de la teoría del “Big Bang” y me contaba por qué los científicos decían que no hay forma de saber qué era lo que había antes de que todo empezara.

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Al verme se sorprendió “¿cómo hiciste para ya estar arriba del colectivo?” Le conté de mi parcial. Él dijo: “a la facultad se va a aprobar, es así, a mí me costó mucho aceptarlo”. Me contó que fue por eso que pasó por distintas facultades y carreras: sociología, letras, música. No terminó ninguna. Ahora, después de diez años, retomó sociología. Se sacó un nueve en el parcial, pero dijo que él ya se relajó con eso también.

En ese momento pensé en mi compañero de Chivilcoy que no vino más después del primer parcial.

La disfuncionalidad sobreviviendo en una meta disfuncionalidad.

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Cuando llegué a la estación, el tren ya se había ido. El siguiente (y último) salía a la una de la mañana.

Me senté en un banquito y empecé a visualizar la película de la historia: casi siempre ganan los malos. Los buenos (siempre menos y por eso más debilitados) mueren.

Ese es el sadismo de lo real. La teoría darwiniana en su estado puro, aplicada a lo social sobre cualquier resquicio de humanidad. Una estaca clavada en el ojo y no querer verla. La lucha por sostener mi propia disfuncionalidad adquirida o la salvación de mi perdida persona.

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Internet se apropia de una porción importante de mi ya debilitada libido. Eso también es un maldito hecho. Estacas en los dos ojos.

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“El tema es que hace cada uno ante esta situación”.

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Entonces llego a mi casa, me digo/ escribo/ o me escribo esto: .

GAME OVER

cine boliviano y kitsch revolucionario

por Diego Vecino



En Villazón, la empresa de ómnibus Potosí anuncia en un cartel fosforescente y despintado sus destinos intermedios entre la frontera y la Capital Federal: Moreno, Pontevedra, Laferrere, Puente 12, La Noria, Villa 20, Liniers, Flores, Pompeya, Ezpeleta. Bolivia es un país kitsch. Un kitsch involuntario, sin embargo, facilitado por los niveles cuasi-africanos de pobreza. Un kitsch que, como el dispositivo estético del chetaje organizado, es festivo, pero, a diferencia de él, no es reduccionista y es genuinamente popular. Ese kitsch es una de las cualidades turísticas fundamentales de Bolivia tanto para el lumpen porteño sensible y de avant-garde como para el europeo acaudalado y exotista.

Entre las muchas cosas que me traje de mis últimas vacaciones están los dvds. Como en Buenos Aires, en las ciudades más importantes del altiplano boliviano la red informal de venta de películas truchas es vasta, y revisarla con detenimiento lleva horas y depara satisfacciones –prepotentemente turísticas: los clásicos del terror peruano; Roberto Zambrano, la voz del evangelio o el disco de Williams Enríquez, alias Osito Pardo. O este hallazgo, que se lo debo a un publicista cordobés, único entre los de su provincia que hablaba a un tono de voz normal acaso alentado por su aceptable poder adquisitivo; la contratapa del dvd Rápido y furioso 2, que dice: “Es una ráfaga. Comienza con estilo y guarda el ir… tomando uno un paseo del práctico de costa del nudillo (sic). Película corta con acción-impacto. La música es buenas… ayudas en tomar la película a continuación. El corregir es quebradizo. La fotografía es autorizaciones. La película ejerce la actividad bancaria pesadamente en estilo y entrega. Las secuencias de la acción son el alto-punto y no decepciona”.

Una de las películas que me traje fue ¿Quién mató a la llamita blanca? (2006) del cineasta boliviano Rodrigo Bellot (Santa Cruz de la Sierra, 1978). Me la traje para boludear, porque pensé que iba a ser una cosa bizarra para ver en lo del Paragua con las seis Palermo de la promoción del delivery. Al contrario, resultó ser una película interesante, respecto la cual un googleo mínimo me permitió saber que es una de las expresiones más contemporáneas de cierto boom que “la industria” está viviendo en Bolivia, que Bellot es el fundador de la primer Escuela de Cine en la ciudad de La Paz y el hacedor de un polo creativo cinematográfico allí, y que ¿Quién mató a la llamita blanca? generó mucha polémica, con interesantes exabruptos en los medios gráficos.

La película tiene un argumento bien claro: dos criminales coyas que roban disfrazados con un atuendo que es una adaptación estilizada entre los trajes típicos del altiplano y el wrestling mexicano, son convocados por El Negro, un importante narcotraficante norteamericano, para pasar cinco kilos de cocaína por la frontera hasta Brasil. Dos policías los perseguirán a lo largo de las rutas bolivianas. Uno de ellos es un viejo y derrotado detective, también coya, pero reformado por la institución policial. Su compañero es un joven camba blanco, animal, xenófobo, pervertido y merquero. A lo largo de la película se irá descubriendo una trama conspiratoria en donde El Negro hace negociados con un político santacruceño a expensas de acostar a los delincuentes delirantes.

La película trabaja con los géneros de manera cancherísima, y en sintonía con los discursos que revalorizan los formatos narrativos pop-ulares a lo largo y ancho de Palermo. Es una road-movie vertiginosa con algunas cosas del western. Un tratamiento prolijo, grotesco y divertido de la actual problemática múltiple boliviana: racial, política y geográfica. La fotografía es cuidadísima, con lo cual se nota que Bellot privilegió cierta estética presentación de sus inseguridades políticas. La peli es inteligente e intenta algunas reflexiones comprometidas sin descuidar cierto filo de incorrección política –aunque controlada– que en sus momentos más argentinos hacen pensar en el grupo de Facebook “Por una izquierda cool”: la modernización de los contenidos duros de la militancia de base a través de una retórica palermitana que compensa las limitaciones políticas con palanqueo sexualizante y esa ética del “conocer gente copada”, que es un componente importante del universo simbólico del diseño, la electrónica y el arte en galerías.

Las limitaciones, lamentablemente, terminan siendo muchas y a veces absurdas –aunque no siempre–, y lo cierto es que si Bellot generó polémica probablemente haya sido menos porque la película era buena que porque hoy, en Bolivia, todo preso es político, y hasta los temas más inocentes cifran una batalla a muerte por el sentido y la manija. O sea, en sus mejores momentos, ¿Quién mató a la llamita blanca? me hizo acordar al Musicovery, un reproductor de canciones web que arma una playlist diámica en base a un cruce entre dos variables de tu estado de ánimo que van del “dark” al “positive” y del “energic” al “calm”. Cuando yo elijo “jazz” y “positive/calm” me pone un disco de Norah Jones. Y cuando pongo “very positive/very energic” y “rock” me dice que la selección es muy restringida como para dar resultados. Cuando le pedís lo clásico cumple más o menos, y cuando lo forzás falla.

Me fui a la mierda con la comparación. Pero la idea es esta: la película a la que estamos refiriendo, queridos bloggers de difusa ideología, tiene una sentido final que es: “todos somos culpables, la sociedad es culpable, y especialmente los políticos corruptos”. Un mensaje simple, blumberguiano, que desproblematiza lo que en principio la película prometía problematizar. Ese entre otros mitos, que Bellot deja inconmovibles y, peor, el mensaje estúpido y lacrimógeno de que si todos trabajamos juntos la sociedad puede mejorar. Al final, nadie se la pone de parado a nadie, y ahí la llamita deja de funcionar. Nadie gana, a lo sumo zafan, los que antes eran archi-enemigos se juntan contra un enemigo común: el político. Todo termina en una graciosa épica progresista. En Bolivia. El país más beligerante e incendiado de Latinoamérica y el más pobre.

Precisión y virtuosismo

Por Joaquín Linne



No soy un estereotipo, soy todos los estereotipos del mundo
en una misma persona; tengo, como las buenas prostitutas,
como las Barbies, millones de variantes, soy todas las fantasías
urbanas, una por vez”.
(Budassi, Acto de Fe).




Con los cuentos de Budassi aprendí más sobre el mundo femenino, ese eterno misterio de la otredad. ¿Cómo piensan, qué sienten? ¿Cómo narran y ven las relaciones afectivas contemporáneas?

En Los domingos para dormir (Entropía, 2008,164 páginas), los diez cuentos del libro sorprenden por su contundencia, por la potente prosa que nos envuelve, entre la musicalidad y las máximas de una narradora mezcla de femme fatale y chica de provincia tercermundista.


En el primer cuento, Acto de fe, la narradora, una latina más que estudia en Estados Unidos y busca sobrevivir, despliega todo un mundo de referencias culturales, mezclando por momentos el castellano y el inglés en una suerte de posmoderno spanglish, que ironiza, entre otras cosas, sobre la crisis de adaptación de una latina en Estados unidos, donde está en muchos casos traduciendo al español todo lo que escucha en inglés.
“Para ellos soy la latin girl, repito mi nombre una vez más aunque ya lo hice varias veces para que ellos insistan (dear latin girl) con que la reunión continuará sólo si llega la ucraniana (¿cuándo mierda llega la ucraniana?)” (p. 16).

A partir de un pop minimalista y lúdico, Budassi parece renombrar el mundo a través de su prosa poética con ecos de Lispector y Puig. Por ejemplo, el inicio de Sucede más allá de mí:
“El juego de la oferta y la demanda no tiene nada de lúdico, el color azul es un invento del mar del Caribe, de los vikingos y de una canción pop que ya no está de moda, en todo caso hay cuestiones que no se negocian (los Palitos de la Selva y la precisa categorización de los animales es una muestra de que la perfección sólo existe en planos inútiles).”


El interesante libro de Budassi –tal vez el mejor primer libro del año: una especie de Biblia narrativa-poética para jóvenes que sufren de agnosticismo e incertidumbre afectiva- es un viaje interior por los pensamientos y sentimientos de diversas chicas que dudan entre distintos mandatos, ser Carrie Bradshaw o ser Susanita. Esa ambivalencia que nunca entendiste en las chicas (¿le gusto o no le gusto? ¿qué quiere de mí? ¿qué objetivos tiene para nuestra relación?), el libro de Budassi te la muestra por dentro, con una precisión, una fuerza y una cadencia que, como los buenos libros, destila un sensual efecto hipnótico.

Faltan kinesiólogos



Por Patricio Erb

No quiero escribir de la bioseguridad en los aeropuertos (quitarse las zapatillas, dejar huellas digitales o ser fotografiado en migraciones). Seguramente acostumbrado a las medidas "antiterroristas", esta vez me llamó la atención el desarrollo de lo que sería el bioentretenimiento en los viajes de avión. Al freeshop, clásico representante del no lugar, se sumaron una serie de narcóticos que pretenden disminuir a la inexistencia absoluta lo que, de por sí, nadie quiere pensar: la idea de que se está a 10.000 metros de altura. Está claro que el absurdo de Camus arriba de un avión no colabora demasiado con la tranquilidad que nos proporciona creer en un piloto, su tripulación y un aparato de 1.000 toneladas que puede volar. En la actualidad son cada vez más las aerolíneas que descubrieron que regalarle un televisor de ¿10 pulgadas? a cada pasajero durante 10 horas les refuerza la creencia en el Dios de los cielos. Entre 50 y 100 películas, series de televisión y juegos de todo tipo son las posibilidades que ofrece un control remoto que se encastra al costado de los diminutos asientos. Pese a que la tele puede ser la mejor pastillita para subirte tranquilo a un avión, sigue existiendo un desfasaje entre la droga y el dolor del cuerpo que provoca estar sentado apretado como en subte de seis de la tarde. Te pueden poner la trilogía de "El Padrino", la temporada 2008 de Bailando por un Sueño o a Lita de Lazari de fajina dando consejos para comprar el tomate y la lechuga más barato, sin embargo la falta de una circulación normal de la sangre en el cuerpo te genera impaciencia: caminatas interminables por los pasillos, injustificadas visitas al baño y maratones hasta el final del avión para pedirle a la azafata que te lleve un vaso de "diet coke" (no podés aguantar a que pase por tu asiento). Sin lugar a dudas, aunque el desarrollo del bioentretenimiento avanza a pasos agigantados, el capitalismo aeronáutico todavía no encontró la manera de meter cada vez a más personas en un mismo avión y evitar a su vez que uno piense en un kinesiólogo (sic).

Barcelona-Madrid (4)




Por Juan Terranova


69.
Más entrevistas. La preguntas de siempre. ¿Qué pasa con Internet? ¿Cuáles son sus padres literarios? ¿Cómo los influye vivir en la Argentina? Y si el periodista no es muy avispado incluso también pregunte por la dictadura. Qué tentación para el crimen.

70.
Lo que respondemos tiene que ver con nuestra energía. Si nos esmeramos sale mejor. Pero no puede ser siempre así y muchas veces decimos estupideces. Yo digo estupideces. Él dice estupideces. Nosotros las decimos. Y, seamos honestos, esa es la parte más entretenida.

71.
John Irving decía que todo lo que era afirmado de forma taxativa le daba ganas de ponerse a llorar. Por eso había optado por la literatura como forma de vida. Bueno, John, si hubieras estado en nuestras entrevistas madrileñas, se te habrían acabado los kleenex.

72.
Una TV de plasma, en un rincón del bar de Casa de América, dice que China termina con una sequía histórica a cañonazos de yoduro de plata. La escalada bélica contra el cielo dura seis días.

73.
“¿Y qué pasa en Hanoi, guapo?”

74.
— ¿Cuál es su meta en la literatura?
— Que mis amigos me avisen cuando empiece a escribir estupideces.

75.
En la calle, una banda de gitanos. Una banda grande. Sección de vientos, tres acordeones, tres contrabajos. Arrancan con All of me, versión up-tempo, sonido mitteleuropa. Todas las ciudades grandes son como standards de jazz.

76.
Un editor me cita en un café de la calle Concha Espina. La unión vale. Llego. Es el bar del estadio del Real Madrid. Tomamos algo mirando el campo de juego vacío, que es verde y muy hermoso. El pasto está bien cuidado. Un jardinero lo corta con su tractor.

77.
Consigna. Avanzar sobre Madrid. Pero a la romana, sin destruir, comerciando, imponiendo una lengua que es una manera de pensar. La fantasía de todos los escritores, jóvenes o viejos, el reflejo colonial invertido.

78.
Un ristretto en la Plaza Jacinto Benavente. Jacinto Benavente, premio nobel, casi imposible de leer y, sin embargo, escuchen: “Dicen que me burlo de todo, me río de todo, porque me burlo de ellos y me río de ellos, y ellos creen ser todo."

79.
Otra de Jacinto. "Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia."

80.
Y Jacinto una vez más: "Una idea obsesiva siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo el cerebro".

81.
Mi cerebro está lleno.

82.
Me quiero comprar la remera roja con el toro en negro. Me censuran. “Eso es de turistas” dicen. Pero me cago, yo soy un turista. “Es como comprarse una remera con el obelisco celeste y blanco”. Otra vez me dan ganas de decir: “No, no es así”. Es un toro, en rojo y negro. No la crema del cielo en un monumento feo. Es muy diferente. Igual, me termino comprando una remera con la cara emblemática del mono de El planeta de los simios repetida cuatro veces, en cuatro colores diferentes, a la Warhol.

83.
Presentación en Madrid. En vez de Echevarria, hoy comanda la sesión Constantino Bértolo. Se dice que es gallego de origen, que lee diez manuscritos por semana, que es el mejor editor de España y que pasó de militar en el PCE a los movimientos antiglobalización, pero pese a todo, en la casa sigue teniendo una ametralladora AK-47, aceitado y limpio, y cada tanto sale a la terraza a tirar unos tiros.

84.
Bértolo es diferente a Echevarría. Bértolo es el tipo que vas a ir a buscar para que te de un consejo cuando tu vida se desarme, se caiga y te quedes mirándola como a un mecano oxidado en las manos.

84 bis.
Ignacio Echevarría es el novio que le muestro a mi madre. “Mirá, mamá, estoy saliendo con este tipo, es culto, bello, se viste muy bien”, mi vieja encantada. Bértolo es el compañero de militancia. Impresentable, sabio, inteligente, necesario para que tu vida no se transforme en una lucha solitaria.

85.
Mientras se habla del libro y de los “jóvenes autores argentinos” pienso: “¿Cuál es la perforación más profunda del mundo?”. Anoto “buscar en la web”.

86.
— ¿Qué renta tienen tus personajes?—pregunta Bértolo.
— Una que nunca los satisface —respondo yo.
Pero él ya me ganó de mano. La pregunta es mejor que cualquier respuesta.

87.
Me toca el turno otra vez y digo: “El problema no es el narcisismo, el problema es no poder reírse del narcisismo”. ¿O eso lo dije a la noche, sentados en los sillones del hotel?

88.
Finalmente la cosa termina. Y nos vamos a Los pinchitos o algo así a tomar unas cervezas. Me acerco a Bértolo y le digo: “En Buenos Aires el Mito Bértolo es más fuerte que el Mito Echevarría”. Y el tipo se ríe.

89.
El grupo de gente, enorme, se va deshilachando a medida que la noche avanza. Finalmente, cuando se licúa la concurrencia y queda el núcleo duro, decidimos irnos a otro bar y pedimos la cuenta.
— Son treinta y nueve euros —dice el mozo, un tipo alto, grueso, tan madrileño que abre las manos y ves la cara de un toro.
Esperábamos más.
— No te doy un beso porque queda mal —le dice Morato.

90.
Antes o después de la presentación, Morato, a cuento de no sé qué: “Buenos Aires es la ciudad de la bomba, tío”.

91.
En el otro bar, un pibe de unos cuarenta años, abre y cierra unas hojas muy pequeñas, mostrando las fotos impresas y los poemas que puso ahí. Es argentino. Le damos dos euros, en vez de los tres que pide. Morato lo pesca al vuelo: “Joder, hombre, con esa mano debería ser descuidista”.

92.
En el baño de ese mismo bar, escucho mientras orino: “Bueno, tío, yo no comparto agujas, pero es por educación sanitaria”.

93.
Los jóvenes escritores caminan por las calles de España y se cuentan cosas que jamás ponen en sus libros.

94.
En otro bar, me cachan de armas.

95.
Morato: “¿Pero por qué coños no se lee a Arlt en España?”.

96.
Borrachera de esas en la que en un momento la cerveza empieza a tener gusto a soda.

97.
Otro bar más. La misma conversación, la misma música, la misma gente que va de un lado al otro. Algo muy hermoso.

98.
Al otro día, obvia resaca. Desyuno con la boca hecha un camalote.

99.
Voy a ver a Bértolo a su pequeña oficina en Mondadori. “Esto es Caballo de Troya” dice. Caballo de Torya es el sello que dirige.

100.
Hay una pila de manuscritos, bastante intimidante. La señala.
— La gente me pregunta de qué va esto y esto va de “vender” —se ríe él.
Como diciendo: “si se condenan ellos mismos, ¿qué le vamos a hacer?”.

101.
Hablamos de muchas cosas, pero no terminamos de hablar de nada.

102.
Pero está bien. Me regala libros. Muchos. “Llevate lo que quieras” me dice. Le pido una novela en la que participó como parte del colectivo Todoazen. Tiene un buen nombre: El año en que tampoco hicimos la revolución.

103.
“Ese es mi altar personal” dice en un momento, cuando vamos saliendo. Arriba de un archivador, una foto mediana de Lenin, muñequito pequeño de Stalin -como mostrando la jerarquía-, y también la cara de Trostky. Pero atrás, en su cartón y cerrado con un plástico transparente, un action figure de William Shakespeare. Se avisa que es articulado. Se me ocurre decir: “La eterna tentación entre nuestro lado moderno y nuestro lado posmoderno”. Pero no digo nada.

104.
Bértolo me acompaña hasta la salida y me dice “Vale la pena, es difícil, pero vale la pena”. Le hubiera dado un abrazo. Cuando estoy en el metro la frase ya es “rompan todo, vale la pena”. Y así la repito. Mi aporte al “Mito Bértolo”. Rompan todo, vale la pena.