La moda Auschwitz

por Joaquín Linne


Trato de sobrellevar el domingo con mi nuevo zapping, yendo del papel al monitor. Diarios, revistas, libros, subo una escalera, y blogs, diarios.com, programas de redes sociales, mails, websites. Vuelvo a la cocina: mate y revista palermitana que se parece a Inrockuptibles pero es de distribución gratuita. En una de las publicidades, me asombra el cuerpo de la modelo semidesnuda que promociona una nueva marca de ropa. Ya había visto otras publicidades similares pero la sensación -algo moralista, ok- es similar a la de la televisión: si podemos pensar a la massmedia como suerte de caleidoscopio del mosaico social, los síntomas que arroja parecen ser cada vez más patológicos. En relación a eso, también me asombra la imprecisión de mis amigos al usar el adjetivo gordita/gordito. Fuera de que todos mis amigos consideren 'gordita' a Cristina Ricci (y a toda mujer no ultradelgada), el otro día jugamos un partido de fútbol (nos dieron un pesto bárbaro, by the way) y mientras volvíamos en auto un amigo dijo: claro, el gordito que jugaba de nueve. ¿Qué gordito? Salvo que todos en el auto seamos gordos, no sé en qué universo de sentido el delantero era 'gordito'. Ok, tal vez vaya menos al gimnasio que sus musculosos compañeros de equipo, pero de ahí a excedido de peso tenemos cientas de parrilladas libres. Está bien, casi nadie asocia personas sexies con la gente que vive sublimando su angustia a través de hamburguesas aceitosas pero tampoco nos volvamos la SS de la grasa. De las curvas como sinónimo de exceso corporal a la fetichización de la estética piel y huesos de las modelos y adolescentes que eligen la desnutrición por presión social disfrazado de motus propio tal vez no haya tanta distancia. Y si bien también me gustan las 'chicas delgadas', me cansa tener que discutir con casi todos mis amigos -de pronto convertidos en una Gestapo esteticista que asocia curvas con degeneración genética- acerca de si el cuerpo de una mujer es o no correcto para la idea de cuerpos atractivos que los pares de mi generación construyeron socialmente. Entonces mis conversaciones con amigos, cuando logramos salir de las eternas discusiones homoeróticas sobre fútbol, se limitan a si los cuerpos del sexo débil (la debilidad asociada a lo otro como mecanismo de defensa del grupo de pares que no acepta reconocerse en la angustia que nos provoca el deseo tan diferido de encuentro con la otra/lo femenino). Entonces salimos del fútbol y estamos ahí, sosteniendo vasos con alcohol y cigarrillos mientras circunscribimos al otro a partir del nuevo canon de las curvas, que nos define si es o no apto para ser deseado, es decir potencialmente penetrado. Lo ultradelgado como triunfo del paradigma unisex que con tanta fluidez portan los floggers. Lo ultradelgado como la imposición de la estética de presentación ante los otros que combina de modo inédito vulnerabilidad, frialdad y ascetismo. Dejé de comer porque te amo. Diferí el placer de la comida sólo para conectar con tu deseo. Cambié el dedo en el clítoris por el dedo en la garganta porque sé que sólo así me vas a querer por siempre. Pegame y llamame huesitos frágiles. Supongo que simplemente la estética contemporánea modificó el standard y lo que una parte preocupantemente importante de mis amigos de gustos posmodernos llaman delgado, yo –tal vez un nostálgico de la modernidad en este punto- llamo ultradelgado. Es decir, me gusta el look andrógino-cadavérico pero no cuando empieza a recordarme a los cuerpos de los sobrevivientes de los campos de concentración en los primeros meses de la posguerra.