Acerca de Condición de las flores, de Mario Bellatin

Por Joaquín Linne
Etiquetas: Aira, Ionesco, vanguardia, proceso de escritura, Entropía, Perú, no nombrar países, cierta cosa asocial, otra vez metaliteratura.

Lo interesante de Condición de las flores, el libro de Bellatín que Entropía acaba de editar en los últimos días del 2008, es en especial su primer texto, donde el escritor analiza su proceso de escritura y sus ideas respecto al arte y la literatura. Es decir, de alguna manera, la explicación de su programa. Quizás el libro valga sólo por ese primer texto homónimo. Este texto de veinticinco páginas está dividido en pequeños capítulos de un párrafo con títulos de nombres de flores. Por ejemplo, en el apartado Tiempo de dalia (pág. 19), leemos:

Antes de emprender una nueva escritura me coloco en una situación que podría denominar como de alerta flotante. Trato de estar atento al rumor del texto, a las reglas que pueden derivarse de su esencia, lo dejo desarrollarse para que sea a partir de sus manifestaciones que surjan sus verdaderas posibilidades. Me convierto en momentos así en una suerte de autor-lector, en una mixtura bastante particular que hace posible que el ansia del lector por abordar un texto sea la que haga posible que la obra se construya.

El resto, esa mezcla bellatiana de Vian, Ionesco, Aira (una especie de síntesis de las vanguardias francesas de los treinta, cincuenta y ochentas) es, por momentos, de lectura ardua. Podríamos decir, en síntesis, que es un libro para los seguidores de Bellatín, o para los interesados en la escritura de ficción ya que el interés en el resto de los textos, vuelve con el mismo tema, la creación, las idas y vueltas del proceso bellatiano, comentado con las originales notas al pie, donde se explica la arqueología de los textos: si son versiones condensadas o anteriores de futuras novelas, si una frase en el manuscrito encontrado tenía correcciones a mano, en qué color. Es decir, los manuscritos publicados pertenecen a la psicóloga rosarina Cecilia Benetti y a José Carlos Alvariño, con quienes Bellatín socializó en los ochenta en Lima (con Benetti, como Bellatin no tenía plata le pagaba con textos manuscritos u originales: algunos de esos textos son los que aquí se publican). Por otro lado, estas interesantes notas al pie también parecen los comentarios a los manuscritos de un escritor fallecido, pero eso que no se explica, esa explicación en tercera persona acerca del manuscrito, y acerca del pasado de Bellatín, le da a las notas cierta efectiva extrañeza.

En la nota 7, por ejemplo, respecto a las correcciones del propio Bellatin, leemos:
Esta es la segunda corrección manuscrita. La frase tipeada dice “Le molestó la autocensura”, que mediante tachadura y completar de la palabra se transforma en “Le molestó autocensurarse”.

La descripción de las condiciones de los manuscritos, las marcas e inscripciones que estos poseen, dando cuenta de las correcciones que sufrieron por parte de Bellatin son una pequeña clase de escritura. A su vez, también vemos las marcas o el cuidado que le imprimen los encargados de un manuscrito. Nota al pie 23:

Las últimas dos oraciones contienen tres correcciones manuscritas que se proyectan con flechas en el margen inferior: “…unos jóvenes gays que murieron tiempo atrás”, con una flecha que agrega “asesinados”. “El asesinato , donde…”, tachado y con flecha que sustituye por “crimen”. Finalmente: “La tarde del crimen el cielo estaba nublado”, tachado y con flecha que reemplaza por “Esa tarde…”. Las tres correcciones fueron hechas de modo simultáneo y se relacionan entre sí.

De un modo análogo a Diario de un mal año (Mondadori, 2007), de Coetzee, o a una chica de sensuales piernas y cadera que contrastan con un cutis facial dañado, el libro de Bellatín sorprende y atrapa por su parte inferior, por esas minuciosas notas al pie que forman un relato en sí mismo.

Recesión y desquicio, hacia el Bicentenario

por Diego Vecino


La noche del 23, en el Abasto, una gorda se abría paso gritando: “¡Quiero comprar!”. La Noche Shopping consiste en cinco horas de alucinado delirio consumista. Miles de personas se agolpan en los pasillos, se putean, se empujan. En algunos locales, como el de Puma, un tipo de seguridad controla el ingreso y hay una cola de varios metros. Se tarda 45 minutos en llegar a la puerta, y aún una vez ahí la espera es incierta. Tiene que salir alguien de adentro para poder entrar. Los que egresan lo hacen con muchas bolsas y los ojos enrojecidos. Giran la cabeza a su compañero para hacerle un comentario y se ríen. Salen satisfechos, apenas nerviosos, contentos. Los de la cola los ven y se ponen ansiosos. Todos quieren entrar. Esas bolsas significan, además, que los estantes se van vaciando.

A las dos y media me encuentro a una ex compañera del colegio, que surca el mar de gente con pasos largos y elegantes.

–Me falta comprarle a mi sobrina y a él

Atrás viene el novio, con bolsas en las dos manos. Ella sólo lleva su cartera. Lo saludo y me mira sin reconocerme. Tiene los ojos en blanco. Enfrente nuestro está la batucada. Son dos pibes, un bombo y un redoblante, flanqueados por cuatro chicas que sostienen globos con consignas contradictorias: “10% off” “30% de descuento” “50% con Visa”. Nadie sabe exactamente que descuento están haciendo en ningún lado. Una mujer me dice que es el tercer año consecutivo que viene a la Noche Shopping. Creo que está orgullosa, pero no le puedo preguntar más porque en seguida pide disculpas y se zambulle en Wanama.

La murguita señala los locales de happy hour, dos por uno. Se quedan cinco minutos en cada local y luego se mueven sin rumbo fijo por los pisos. Conté cuatro, pero es posible que haya más o que haya contado dos veces. Llevan gorros de arlequín y capas de colores. Uno me dice: “Me quiero ir a dormir”. Cada vez que se paran frente a un local, si la marca es codiciada, hay una avalancha de señoras que se amontonan sin orden.

–¡¿Este es el talle?!

Las protagonistas son las mujeres. Los maridos esperan sentados en los bancos de madera del pasillo. Muchos tienen la camiseta de Boca. Pero también hay jóvenes masculinos modernos, que toleran estoicos los empujones. Pasan caminando con tranquilidad, sosteniendo a sus novias por el cuello.

Entre la gente pasan guardias de seguridad apurados. Cuando me meto en el local de la agencia Claro escucho que un pibe está denunciando el robo de un celular. Se lo acababan de arrebatar del cinturón. Me cruzo la mochila adelante y sigo. Cuando entro al baño el cuadro se sosiega. No hay mucha gente, y salvo sonidos habituales, se guarda silencio. Antes volver al pasillo, un pelado suspira frente al espejo. Me tomo mi tiempo en secarme las manos. El murmullo es constante y uniforme, sobre la música funcional se impone el sonido de las murguitas que suenan lejanas y cercanas, superpuestas. Las luces incomodan los ojos después de un tiempo y marean. Entré al shopping un poco borracho, después de dos cervezas. Al principio me divertía, bailaba un poco, pero cerca de las dos me bajo un poco la resaca. Cuando volví a salir al shopping, compré un agua mineral caliente y me senté en el piso un rato. Nadie parecía infeliz. Las parejas se sonreían con ternura y se daban besos cada tanto, entre la vorágine. Estaban, es cierto, todos un poco incómodos, pero no se puede decir que malhumorados. Los niños lloran a los gritos y las madres tratan de calmarlos, pero sin darles mucha bola para no perder ofertas. En una casa de ropa veo que un chico de unos cinco años se le prende a la pierna al padre, chillando. El padre se lo sacude, lo levanta del piso y despliega un jean delante suyo, con torpeza.

En la caja, veo que a una chica le dan una bolsa cualquiera. Tiene dibujitos infantiles, no se entiende bien de qué es. La vendedora le dice:

–Perdoná, pero me quedó sólo esta

Dice “todo bien” y se va. Hizo una cola de cuarenta o cincuenta minutos para pagar. El piso está negro y pegajoso, como si hubiese ocurrido un gran derramamiento de gaseosa.

–¿Cuánto te pagan?

–Son 19 pesos la hora. Porque estas horas me las pagan doble.

–¿Vale la pena?

–No. Pero no puedo no venir.

–¿Te tenés que quedar a limpiar?

–Hasta las cinco y media, más o menos. Con suerte.

A la salida de la escalera mecánica todo se embotella un poco y cuesta hacer el saltito sin golpear a alguien. Con todo, no hay accidentes. De alguna manera esa marea constante de gente que respira desordenadamente se ordena.

Una chica me dice, en la caja de un local de perfumes:

–La gente pierde toda racionalidad. Por la actitud que tiene, como de selva

Después la veo de lejos rugiéndole a otra piba, petisa y bien vestida, que pasa rápido por atrás.

–Permiso, ¿no?

A las cuatro de la mañana, cuando los pasillos comiencen a vaciarse y vuelva la calma, muchos locales estarán virtualmente vacíos de ropa, perfumes y accesorios.

El derrame no da de morfar

Por Patricio Erb

Un plan social, electrodomésticos, $100, $50, $20... un choripan. Sin lugar a dudas, este es el clientelismo con que el PJ "humilla al pueblo peronista", diría Elisa Carrió. Enamorada de repente de Eva Duarte de Perón, la titular de la Coalición Cívica enarbola la consigna clásica del liberalismo burgués: somos todos iguales en el intercambio de mercancías, una religión comparable al contrato moral. Crítica de la dádiva (extraño, teniendo en cuenta su ferviente relación con la Iglesia Católica), Carrió, sin decirlo, admira cotidianamente a Weber. No cree en el caudillismo tradicionalista e insta por relaciones de igualdad ante el mercado. Lo que permanentemente olvida señalar es que la exclusión forma parte de la inclusión más perversa. Aquí no existen excluidos del sistema, todos formamos parte de la riqueza o de la miseria. La intención de este post no es dar una clase berreta marxiana, sino decir que sin morfi te morís. Mientras Carrió dice que un plan social, un electrodoméstico, $100, $50, $20 ó un choripan "humillan al pueblo peronista", el "populismo" se encarga de que los necesarios excluidos-incluidos del sistema tengan algo, sobrevivan un día más. Entonces. ¿Qué es el populismo? Ernesto Laclau (nombrado repetidamente en la era K) trabaja alrededor de la teoría del discurso. Cómo las relaciones discursivas se desarrollan dentro de un contexto determinado, aunque nunca suturado. En ese sentido piensa "La Razón Populista" (2004), libro en el cual extiende el concepto de antagonismo social planteado en "Hegemonía y Estrategia Socialista" (1985). Aquí el autor argentino (exiliado hace décadas) plantea cómo distintas luchas particulares encuentran una equivalencia en un lugar común, en un significante vacío, que funciona como aglutinador de las diferentes luchas particulares. En uno de sus ensayos Laclau cuenta una anécdota divertida: A fines de los '60 (con Onganía en la Rosada), una mujer embarazada entró a un hospital público y pidió que le realizaran un aborto. Ante la negativa de las autoridades del sanatorio, la señorita empezó a romper los vidrios del establecimiento al grito de "viva Perón". Suena a guión de Saborido, pero el peronismo iba conformándose como el símbolo del pueblo, que perdura hasta estos días. Insistir en este asunto no es cosa de vieja pesada, es intentar comprender por qué ninguna fuerza política por fuera del justicialismo puede capitalizar las demandas sociales de las clases populares. Por eso Carrió ahora invoca a Evita, por eso la titular de la CC (secundada por el apellido Bullrich) menciona al "pueblo peronista", porque sabe que pueblo, en Argentina, es peronismo; sin embargo la caudilla de Resistencia, Chaco, deberá comprender que la "teoría del derrame" no "humilla", pero tampoco da de morfar.

"Arad representa el fracaso del futuro según el sionismo"



Entrevista a David Wapner

Por Juan Terranova

Desde hace un tiempo venís trabajando un blog-novela autobiográfico desde Israel. ¿Por qué elegiste el título "Tierra Metida"?

Bueno, no se si novela autobiográfica, más bien una no-ficción en base a crónicas. Una red de no-ficciones con la cual voy armando una ficción imperceptible, que no interfiere, pero su hilo está."Tierra Metida" es Tierra Prometida, pero sin el "pro", metida desde la placenta en los judíos, pero, también, en el Islam, sobre todo el Islam contemporáneo al desarrollo y realización del sionismo, del que cual es su competidor histórico. Y el cristianismo, por supuesto, que tuvo su origen acá, pero que, cuando quiso volver a meter la cuchara, con las cruzadas, ya era europeo. Por otra parte, los territorios del Estado de Israel, mas los de la "autonomía" palestina, la franja de Gaza, los territorios ocupados de Judea, Samaria, la margen oriental del Jordán, los mismísimos barrios de Jerusalén: está uno imbricado en el otro, todo está mezclado y los límites son difusos y artificiales en un territorio tan pequeño. La opción de dos estados, uno para cada pueblo, es falsa, e impracticable. Luego, un polvo endémico que llega desde Africa en forma de nube capaz de oscurecer el cielo, el obej, que se mete en cada poro, en los pulmones, en los aparatos.

¿Cómo es la ciudad de dónde escribís?

"Tierra Metida" sigue los tiempos de nuestras migraciones internas, comenzó en Bat-Yam, ciudad apiñada junto al Mediterráneo, y ahora está en Arad, a orillas del desierto de Judea, y a espaldas del desierto del Néguev. Arad representa el fracaso del futuro según el sionismo. Fue la primera ciudad sionista, la primera ciudad israelí planificada desde cero, y construída en 1961, sobre unas dunas del desierto de Judea en donde no había nada, ni siquiera beduinos, como dice Amos Oz, que vive en Arad desde 1984. La fundaron pioneros sionistas ashkenazíes, esto es, europeos, que pensaron una ciudad laica, socialista, libre de religiosos y judíos orientales. Una ciudad judía "blanca y progresista", la avanzada de un Israel tal como lo pensaba Ben-Gurión, que da la espalda a Jerusalén, y construye en el desierto. El proyecto que triunfó fue el de la derecha expansionista, Jerusalén venció, y Arad se detuvo. Y hoy es una ciudad de refugiados de todo origen: económico, social, étnico, político, extranjero, policial. Judíos, beduinos, ex-soviéticos, sudaneses, eritreos, sudafricanos, argentinos, todos juntos. En pocas ciudades de Israel se da la situación de que un árabe sea patrón de un judío: acá sí, como en la sucusal de la ferretería "Tambour". Arad es su casco urbano inicial, bien trazado, funcional, aunque con signos de decadencia, ajado, vaciado de su origen pionero. Cafés, la "pizzería-gelatería Tokio", cuyo dueño es argentino (pero su pizza es israelí), un shoping, un shuk, que se reúne una vez a la semana. Y los barrios, llenos de verde, un verde sostenido por una red capilar de mangueritas que irrigan hasta la última raíz. Todo atravesado por wadis y brazos de desierto. Todo rodeado por el desierto y las montañas de Judea, el mismo desierto a donde Jesús acudía en sus crisis místicas. Puedo ver, desde un punto situado a metros de mi casa, la pendiente que lleva al Mar Muerto, puedo ver el Mar Muerto, y las montañas de Edom, en la otra orilla, Jordania.

¿Cómo es un día en esa ciudad?

En Arad no pasa ningún acontecimiento extraordinario, la gente que trabaja lo hace, en su mayoría, fuera de la ciudad, en especial, en los hoteles y fábricas del Mar Muerto. Dicen que en verano la luz es insoportable, que se vive con los ojos entornados. Y que en invierno nieva, vamos a ver, estamos todavía en otoño. Los parados, que son buena parte de los beduinos y los religiosos, la pasan sentados en los cafés, tomando "shajor", o sentados en los bancos que hay, no sólo en las plazas, sino en cada vereda. El comercio funciona por inercia, salvo los del shoping, en especial los de ropa, que se salvaron con los refugiados de Sudán, que se gastan el sueldo en pilcha y calzado de las mejores marcas. Todos cobran caro, como si le vendiesen a turistas. Antes había muchos, venían a curarse del asma; ahora se los ve de paso, para el Mar Muerto. Y hasta hace unos años rompía la rutina el Festival Arad, el Wodstock israelí, y que ya no se hace más. Día y noche rompen las bolas del cielo los aviones de combate de las bases vecinas. Los sábados a las doce y media, cuando es local, juega Hapoel Arad, que va penúltimo en su liga. El estadio tiene una sóla tribuna, que nunca se llena. Nosotros, cuando podemos, caminamos, caminamos bastante. Cuando atardece, se oyen pájaros, variedad de pájaros. Se convive con cuervos, como en cada rincónde Israel. Y en una esquina, al borde de un wado, en su villa, escribe Amos Oz, y espera que le otorguen el Nobel.

Leyendo "Tierra metida" da la sensación de que la política interpela cada acción de los habitantes de la ciudad. ¿Es así?

En Israel, cada partícula de materia está atravesada, inseminada, fundida, hervida, machacada en política. Y esto, desde el extremo de una línea de tiempo que comienza cincuenta siglos atrás, llega hasta a hoy y continuará hasta que un cataclismo la corte. No es que Arad sea especialmente dinámica y peliaguda, todo lo contrario, pero aquí están representados todos los actores de la tragedia israelí. Las personas, las lenguas y las relaciones de poder que protagonizan. No tanto las ideas políticas, no tanto los partidos. En el fondo, casi todos aquí son marginales, o marginados. Productos de patrias que ya no existen, o de ideas e ideologías que fueron estafas. De la fuerza centrípeta de vanguardias cortadas de raíz. De ficciones que originan odio y muerte. A nadie le importa mucho Arad, pero yo la sacudo, y algo sale a la luz.

"V de Vian cumplía una función pedagógica". Entrevista con Sergio S. Olguín (II)

Por Hernán Vanoli


Ustedes intentaron una operación de incorporación de temas, de la cultura masiva por ejemplo, mediados por lo literario…

A nosotros nos interesaba incorporar lectores, con un slogan que no se si llegamos a usar finalmente, de “somos una revista de literatura para gente que no lee literatura”. Nos interesaba el tipo que decía “no, a mí la literatura no me interesa”, o el que se acercaba y decía “compré la revista porque una vez leí algo sobre el túnel del tiempo, y me encantó la nota sobre ese, McEwan”. Nos interesaba formar lectores no en el sentido de formar cuadros. Cada generación descubre la literatura a su manera. Yo no descubrí la literatura por la revista Humor, pero sí influyó mucho en mis lecturas esa revista. V de Vian influyó en la lectura de muchos adolescentes. Creo que muchos la compraron por Claudia Schiffer y terminaron con Bolaño. Había una cosa de acercar lectores, y V de Vian cumplió una función pedagógica, por más que a muchos les moleste esa palabra.

¿Y pensás que los suplementos culturales, las revistas culturales importantes de hoy, siguen cumpliendo esa función de formación de lectores?

Yo creo que son tan masivas que la cumplen por default. Pero lo que les falta tanto a ADN como a Ñ es seducción, es el guiño de “somos parte de lo mismo”. A los quince años, yo esperaba con ansiedad la salida de la revista Humor, había un código común, era la revista de la resistencia a la dictadura si querés. El lector de ADN o Ñ no necesita el código común. Si hablan bien de Murakami, quizás voy y lo compro porque hablaron bien ADN o Ñ, pero no pienso Murakami igual a Ñ. En cambio, si V de Vian revindicaba a Hervé Gibert, yo compraba un libro de Gibert y me sentía parte de algo. V de Vian establecía un lenguaje cifrado que funcionaba muy bien en la adolescencia, como identificación de lectura, y que también funcionó con Crisis, o con El Escarabajo de Oro. En ese sentido, ADN y Ñ funcionan de una manera mucho más alejada del lector. No es que Ñ lee tal cosa y ADN lee tal otra. V de Vian si producía eso, había una propuesta. Si alguien iba en el colectivo, o en el subte, con un libro de Sergio Chejfec, nadie iba a pensar que era un lector de V de Vian. En cambio si tenías en la mano un libro de McEwan, en los noventa, si que lo iban a pensar.

¿Hay algo que ocupe ese lugar ahora, que cumpla una función parecida en la catalogación de lecturas y de lectores como lo hacía V de Vian?

Yo creo que esa función pueden llegar a cumplirla los sellos, digo, por ejemplo Interzona. Si lees un libro de Interzona compartís ciertos códigos. Lo otro son blogs, los tipos que se instalan en los blogs, y empieza a comunicarse como si fuera de un departamento a otro, ellos generan su comunidad. Pero no hay ninguna revista que sea equiparable a V de Vian: un público que vos no conocías, pero era una comunidad en si mismo, que compartía gustos en libros, cine, códigos comunes.

En relación a eso, ¿te parece que hay hoy alguna figura, o medio, o publicación, que tenga la posibilidad de canonizar, de ordenar un poco el caos y la sobreproducción de escrituras?

Veo una cuestión más colectiva, construida en base a varios nombres, medios. Empieza a circular algo. Hay una trama, que alguien tendría que estudiarla, donde pasa, por ejemplo el MALBA. El MALBA no se si es un lugar de canonización, porque eso tal vez sería demasiado, pero es un lugar donde te legitimás como escritor. Vos das un curso en el MALBA, te invitan a dar una charla, estás en el FILBA, y sos algo. Pero en general lo que falta es discusión de determinados actores culturales. El ejemplo más claro es Washington Cucurto. Si alguien puede descubrir porqué Cucurto se posiciona como el gran escritor va a descubrir muchas cosas sobre la literatura argentina. Cucurto puede resultar divertido pero no más que eso, y termina siendo canonizado por autores que ni siquiera escriben de esa manera. Ni siquiera leyeron a Luis Rafael Sánchez. El problema de Cucurto es que es muy intelectual. Es lo más cercano a un escritor de probeta, a un escritor científico. Cucurto realiza la fantasía de la gente que se crió en un country. Los que vivieron en un country durante muchos años creen que en los barrios pobres la gente habla como los personajes de Cucurto. Yo como me crié en Lanús sé que no habla así.

Y con el cánon legítimo de aquella época, ¿cómo se llevaban?

Nosotros respetábamos mucho a Sarlo. Aplicábamos casi sus mismos métodos para leer, aunque con distintos resultados. El problema fue su falta de generosidad. Nunca nos reconoció como interlocutores, lo que habla de su falta de perspectiva con respecto a lo que venía. Saítta, en cambio, es diferente. Ella nos menciona, por más que quizás no seamos sus favoritos. Pero es otra cosa. Me parece que es algo que pasa en general, las reticencias de lo viejo a relacionarse con lo nuevo. Y esa cosa de ningunear. Es un temor muy grande a todo lo que surge, siempre que no seas parte de los acólitos académicos que te chupan las medias. Entonces ahí si te apoyan, te presentan a la beca, te subsidian. Nosotros estábamos muy alejados de todo eso. Nosotros apoyamos a Tantalia, apoyamos a Simurg, a nuestros contemporáneos. Y Sarlo sale a decir: Gastón Gallo es nuestro Gallimard, y de nosotros no dice nada. Ni siquiera la peor podredumbre, y habíamos sido alumnos de ella. En esa indiferencia faltó generosidad, fue muy egoísta. Se dio cuenta de que el mayor daño era ignorarnos. Saítta en cambio nos reconoce, no podés estudiar la narrativa de los noventa sin mencionar V de Vian. Y el movimiento contrario, muy interesante, lo hace años después Graciela Speranza. Yo saco una antología, Los mejores cuentos argentinos, que es mi primer trabajo editorial. En esa antología gana Walsh, sale segundo Borges, y hago un prólogo. Esto trae resonancias comerciales, al punto que Verbitsky habla en el programa de Lanata, que tenía un montón de rating, sobre el libro. Y si venía vendiéndose bien, con eso se agota. Vendió 8.000 ejemplares en 2 meses. ¿Qué hace Graciela Speranza? Dedica toda una página a destrozar esa antología. No la antología en sí, que era imposible de destrozar porque tenés a Walsh, a Borges, a Cortázar, a Bioy Casares, sino al prólogo mío, y a las notas finales. Hay un pase de facturas a V de Vian ahí. En un momento dice “porque esta gente, que viene de revistas que quieren ser literarias…”. Obviamente, detrás de todo eso, estaba el resentimiento generado por V de Vian. En el artículo ese a mí se me nombra y todo, pero en ningún momento se dice V de Vian. Se resiste a decir V de Vian. Habla de polémicas que podían servir para revistas alternativas, juvenilistas, pero se niega a nombrar a V de Vian. ¿Por qué? ¿Por qué se niega a nombrar a V de Vian? Les molestaba. Y esa antología le molestaba porque venía de alguien de otro palo, de otro lugar, que osaba armar un sistema de lecturas. Dejarlo a Borges en segundo lugar.


De esta parte de la charla, me interesa resaltar dos relaciones que pueden llegar a prometer para un desarrollo ulterior. Primero, la cuestión de la pedagogía, y del tipo de lectores que se forman. ¿Un lector - cuadro político? ¿La literatura como plataforma de formación de cuadros? Lo que hace diez años podía resultar irrisorio, asoma como un derrotero posible. Frente, hay que decirlo, a la afasia de la militancia más tradicional con su retórica de museo, y a la performatividad nula de la prensa cultural, lo que vale la pena pensar son los fundamentos de una comunidad, más o menos organizada. V de Vian, con sus límites, había desarrollado esta tarea en un momento histórico desde todo punto de vista más desfavorable que el actual si se lo lee desde la serie política. Aunque la cuestión es mucho más compleja, y la tarea cultural de V de Vian estuvo asimismo determinada, quizás, por las armas que usó la revista: su llegada a un canal como el de los quioscos de revistas, la variedad de los materiales, así como las minas en bolas, no son datos menores. Que ciertamente habría que repensar en este contexto.
Estamos cada vez más lejos de la rancia oposición entre estetización de la política o de la politización de la estética. ¿Pedagogización de lo literario? Podría ser. Ahí habría que desarmar pedagogía. En realidad, el trabajo en serio empieza en ese punto. Lo de antes es un mete gol entra, en la canchita auxiliar que hay atrás de los vestuarios. El partido viene después: pedagogía literaria versus autonomía, o serie social versus comunidad inoperante. Muchas de las respuestas parecen traccionadas por estas tensiones.

Lo segundo que me llama la atención al releer la entrevista es esta pregunta, un poco tonta y me hago cargo, sobre el cánon. ¿A quién le importa el cánon? ¿A quién le importan los blogs de culto? A muchos les interesan. Muchos se desviven, pierden el sueño. Y en este punto hay que conceder. El canon es, hay que decirlo, más interesante de los blogs de culto. El canon permite leer acoples y reacomodaciones de la institucionalidad, del sistema educativo si se quiere. Los blogs de culto sólo escenifican marchitas tradiciones de las clases medias derrotadas culturalmente. Los blogs de culto, las revistas literarias: herederos hippies y sumisos. La escasez de la historia, entonces, también habría que buscarla por ahí: del cánon a los blogs de culto. No tanto para buscar qué se perdió y que se ganó. Más bien, para pensar la pedagogía.


Diario de lecturas (dieciocho)

Por Juan Terranova

Por una cuestión de curiosidad, deber profesional y también placer excéntrico, estoy leyendo El Mago, la biografía que hizo Fernando Morais sobre Paulo Coelho. Hay mucha tela para cortar sobre el tema. Por abajo del puente, uno siente el murmullo de los cien millones de ejemplares vendidos; por arriba, un sinfín de anécdotas narradas o tácitas que implican éxitos, fracasos, drogas, satanismo y el nacimiento del rock en Brasil. Aquí, voy a decir solamente una cosa. El Mago es el reverso perfecto de la biografía que Ricardo Strafface publicó este año de Osvaldo Lambrghini. Lo que no queda claro es quién es Jekill y quién es Hyde. Según Nabokov, las cosas nunca son tan binarias tampoco.

Los padres de Scherezade

por Diego Vecino

El que avisa no traiciona: me gustó mucho más Guebel cuando hablaba de sí mismo o cuando hacía esa lectura mortuoria de los ’70 que ahora, en Los padres de Scherezade (Eterna Cadencia, 2008). Ese es su último libro y su segundo de cuentos. De ahí emerge un Guebel tipo flaneur post-indutrial: cínico, erudito, elegante, irónico, con sumarias aptitudes sociales, con un brandy en la mano o practicando bungee-jumping en un paraje exótico. Los cinco relatos que el libro reúne entregan los trazos gruesos de la inapelable bonne littérature. Un finísimo estilo, un poco atildado, que elude todas las marcas personales, humor refinado, sofisticados argumentos, hechos y datos remotos y todos los lugares comunes de ese género oligárquico que es la literatura fantástica: inmortalidad, magia, alquimia, anatomía, referencias a personajes y circunstancias reales que galvanizan con verosímil los afiebrados bandeos de una mente ociosa y lúdica.

El primer relato es el más corto y el más trivial: “La fórmula de los jesuitas” imagina una peregrinación secreta de Lenin a Francia en donde se conecta, a fuerza de diálogos imposibles, a la revolución rusa con el cristianismo primitivo. Ni mal ni nuevo. “La nariz de Stendhal”, en cambio, no disimula tras el floreo verbal una cantidad de buenas ideas acerca de las relaciones posibles entre saber, poder y literatura, foucaultianamente, en la pre-marxista Europa del 1800. El relato que le da nombre al libro recrea sin sobresaltos un clásico de la literatura argentina, Las Mil y una noches, y agrega un mito más al mito, aún cuando esto parecía imposible o innecesario. Los dos que quedan, “Un sueño de amor” y “El secreto de la inmortalidad”, deparan momentos de buena lectura, ni muy relajada ni muy estricta. Digamos, convencional, pero en el buen sentido del término.

Dentro del buen catálogo de Eterna Cadencia, uno de los emprendimientos editoriales más interesantes de este año, el libro de Guebel es una promesa de solidez y delata la estrategia de anclar las apuestas más arriesgadas a fórmulas más ortodoxas y probadas. Ni mal ni nuevo, en fin. La rigurosa y clásica línea que sigue Los padres de Scherezade, sin derrubes, sin lluvia, sin desbordes ni exabruptos, entrega esto: buena literatura y nada más. O, como dice el protagonista de la última novela del autor, que se malinterpretan como la misma persona: “una obra maestra de segunda categoría”.

Puntaje: 6

Publicado en la sección Culturas del diario Crítica del 13 de diciembre de 2008

Georg Lukács que no es George Lucas

Por Patricio Erb



A partir del diario de lecturas diecisiete publicado el lunes en en este blog, Georg Lukács (que no es George Lucas, de ninguna manera) será el villano de este post. Nunca pude entender cómo después de que Marx cajoneara para siempre sus vínculos con Hegel (La Ideología Alemana –1845-, publicada casi 100 años después, fundó una nueva problemática: la de la vida), Lukács trajera a cuenta el problema de la falsa conciencia. Uno se pregunta: qué necesidad tenía Lukács de recuperar un materialismo contemplativo que se volvía a alejar de las relaciones sociales entre los hombres que, en definitiva, son los que generan las representaciones (imaginarias) de la conciencia. Especulo desfachatadamente con que el problema del filósofo húngaro fue no darse cuenta de que la falsa conciencia, la ilusión ideológica, en realidad operaba en el barro de la historia, en la política cotidiana: en criarse en una familia, en ir a la escuela, en ir al médico, en levantarse una mina, en hacerse un churrasco a la plancha, en tomarse un bondi, en putear a un tachero, en ir al café, en emborracharse, en pegarse un tiro.

El villano de Lukács (PC hasta la manija) necesitaba encontrar la manera de "estabilizar" la Revolución de Octubre. La toma del poder era un hecho, ahora faltaba su institucionalización. La importancia de que el proletariado tuviera conciencia de clase era fundamental ("cómo un obrero lleva a sus hijos a comer a Mc Donalds", se preguntaría hoy Lukács). Sin embargo el predicado (o creencia, agrego yo) feuerbachiano sobre el sujeto no es de colocación racionalista. Rusia necesitaba a un italiano para que explicara cómo era negociar en un territorio dividido en mil y una monarquías y una burguesía en ascenso. Antonio Gramsci y su concepto de Hegemonía era el indicado. El Tano conocía muy bien el temita de la rosca y cómo hacer creer que el interés de uno pareciera que es el que nos conviene a todos. Su idea de "consenso" era chamuyo (¿ustedes se imaginan a los popes petroleros preguntándoles a los deliverys de pizza si están de acuerdo con las condiciones de producción capitalistas?). Su idea de "consenso" era la capacidad de un actor de captar el sentir de los negros sudorosos y sumarlos a la causa por su propia voluntad. Gramsci era el tipo que le faltó a la revolución rusa (liberada del zarismo, acordémonos): aquel que sabía que la construcción de un bloque histórico se hacía con dirección y ¡consentimiento! Pero eso sí, de ninguna manera leyéndoles El Manifiesto.

Cine coreano y el Gauchito Gil

Por Joaquín Linne

Finalmente fuimos a la casa del joven escritor Gómez. Diez años de amistad sin conocer Varela. Uno no comprende a un amigo -o a cualquiera- hasta que no conoce su casa. Casa amplia, jardín, en un barrio de techos bajos. Nos recibe una simpática perra de tres meses llamada Lila (negrita y juguetona). Mi amigo Gómez tiene la biblioteca más fetichista que recuerdo ('papá no me compraba libros cuando era chico'), con una marcada predilección por Anagrama (la no represión del progre de clase media: todos quisiéramos tener muchísimo Anagrama, todo lo de nuestros escritores preferidos, sin embargo, nos reprimimos, o nos dispersamos; quizás dispersarse sea una de las formas más civilizadas de la represión). Y una gran videoteca y dvdteca: mi amigo me prestó Memorias de un asesino y I'm a cyborg but that's ok: dos películas enormes. El cine de Seúl es enorme. Y mucho menos represivo y castrador que el de sus imitadores down de Los Ángeles. Memorias..., es de Bong-Joon-Ho, el de The Host, quien estuvo hace unos años en el Bafici con Barking dogs never bite. El recorrido de Bong Joon-Ho da una muestra de la magnitud de la industria coreana: Barking dogs es una película under, similar a nivel presupuesto, estética, y época de realización, a Mundo grúa, de Trapero. Y si bien Trapero tuvo suerte y habilidad para continuar su obra en la complicada industria nacional (en Leonera, casualmente co-producida por un coreano hace una película digna muy parecida a Simpathy for Mrs. Revenge, parte de la trilogía de Park, quien hizo la gigante Oldboy, Simpathy for Mr. Devil -ahí termina la trilogía- y después hizo I'm a cyborg..., que también pasó por el Bafici).

Ya hablamos del cine coreano y su obsesión por los secuestros. Leonera lo reproduce pero se queda un poco en la luminosidad y bondad torpe, o maldad tibia de los secuestradores (un departamento de Recoleta con un gran ventanal donde el nene ve a los chicos jugar en la plaza). Memorias de un asesino es la historia de un pueblito (Twin Peaks) donde hay un policía bueno (el actor de The Host) y uno malo/violento. Y como son medio torpes y empieza a haber un violador y asesino de mujeres, llega un policía de Seúl. Entonces: el policía torpe/intuitivo de pueblo que tiene una relación paternal con el policía violento más joven y de duelo a muerte con el policía de la ciudad, el policía cool universitario/racional de la gran ciudad que no soporta a los pueblerinos y que empieza a contaminarse de la ética del policía empírico. Y tres sospechosos de los secuestros seguidos de violación y muerte. Un chico down, un obrero que se viste con ropa interior de mujer y un ex militar. No hay certezas, llueve todo el tiempo, y la lluvia -y las torpezas de la policía, como pasa acá- borra todas las huellas. Y de fondo, la mirada social-política, atravesando a todos los personajes: la fábrica como satélite organizador del pueblo (como en Los Simpsons), la alienación del capitalismo latiendo, los obreros, los crímenes alrededor de la fábrica, el sadismo y el masoquismo estallando por todos lados. Y frases precisas: Cuidado con los manifestantes; todos saben que la policía tortura a inocentes. Certeras. Bong Joon-Ho justifica la elección de la locación del sótano así: quería una escalera larga, angosta, paredes de cemento sin revocar, como los pasillos asfixiantes de Taxi Driver. ¿Cuál es la relación entre Taxi Driver y el cine coreano? La clase social, la opresión del sistema, la explotación, las condiciones de vida miserables de los sectores populares, la sexualidad realista, todo eso que está vedado, elidido, en el cine comercial-bobo y en cierta literatura, donde la estructuración de la sociedad, como la sexualidad y los orgasmos, es un todo orgánico y armónico.

En Varela, y no en una película coreana aunque podría haber sido, comimos lechón con cerveza, vimos la primer secuencia de la última de Batman, fuimos a un bar llamado Hemingway (demasiado palermitano, nada es perfecto), a un pool donde para entrar te palpan en busca de armas y, colectivo mediante, a la feria.

Bienvenido al desierto de lo real. No hay que mirar siempre desde el balcón. A veces está bueno bajar. Caminar. Hablar con el otro.

Colores, gente en la calle, estímulos por la ventanilla del colectivo. Yo era como el nene de Leonera que vivió toda su vida en la cárcel de mujeres y de pronto va al departamento de la abuela. La gente en Capital vive encerrada por el miedo a los negritos de la provincia. Me impresionó la cantidad de santuarios del Gauchito Gil y su santo, El señor de la muerte, que es como una muñeca rusa. El santo dentro del santo, la estatua del santo que tu santo tenía en la mano. El señor de la muerte es un tipo con cara de calavera y guadaña (como Skeletor) y está en los altares junto al gauchito. Las dos estatuillas se venden juntas. El señor... era el santo que llevaba y protegía al Gauchito, y cuando murió lo tenía aferrado a su mano. La popular feria te va adentrando, un poco sin que te des cuenta, en la villa, con su recorrido lineal zigzagueante. Y entre todo eso una cumbia potentísima. Hay un plot point en la feria, una avenida donde venden un sandwich de paty gigante con huevo frito espectacular, donde el Gauchito te suelta la mano y sin que te des cuenta te la agarra el Señor de la muerte (los dos son buenos, sólo que el Gauchito suena más familiar, se parece al peón de la estancia de tu editor; en cambio el señor de la muerte, bueno, se parece a los escritores del canon que te hablan desde el más allá). Esa la dejamos para la próxima, en parte por el cansancio y en parte porque somos lo que somos (chicos universitarios). Pero será cuestión de dejarse llevar, ir siempre hacia adelante, como con las drogas, si no perdiste. Me quedó picando una canción de Fuerte Apache. Al final me compré una gorrita negra, un capri Adidas, una musculosa, una tablita de madera y un cilindro de telgopor para poner la cerveza. Atisbos. Tratar de despalermizarse un poco para no terminar siendo un pelotudo más que sólo cree en el arte y el buen design.


Diario de lecturas (diecisiete)

Por Juan Terranova


Hace unos años Russel Crowe le pegó en la cara al conserje de un hotel con un teléfono. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho respondió: “Fue una mezcla de jet-lag, soledad y adrenalina”. Es una buena respuesta. Uno de mis principios preferido de la literatura universal es el de Conversación en Sicilia de Elio Vittorini: “Aquel invierno yo era presa de furias abstractas”.

Cada vez que voy a la casa de fin de semana de mis suegros agarro el primer tomo de Historia y conciencia de clase de Georg Lukács y leo el “prólogo” a la última edición. Ya me pasó tres veces. El fin de semana pasado lo leí prestando especial atención porque me lastime el tobillo derecho jugando al tenis y el domingo me lo pasé sentado o acostado, al sol, aburriéndome. El prólogo, atractivo y prolijo, es una especie de autobiografía o memoria intelectual donde Lukács recuerda cómo fueron cambiando sus lecturas a medida que su entorno político y su vida cambiaban. Ambos dos tomos –tapa dura en octavo, letras doradas sobre un fondo de cuerina marrón–, los editó Sarpe en 1985 y están basados la edición de la obras completas del marxista húngaro que se empezaron a publicar en la década del sesenta en España. La versión española es de un tal Manuel Sacristán y creo que Historia y conciencia de clase es una buena traducción del original Geschichte Und Klassenbewusstein Studien Über Marxistische Dialektik. Aunque en una nota del traductor, firmada en 1968, se apunta que el título original de la obra publicada en Berlín por primera vez en 1923 era solamente Geschichte Und Klassenbewusstein.

Hay, antes de esa nota, una cronología rápida y unos apuntes sobre el libro que aparecen sin firmar. De esos apuntes extraigo este párrafo: “Había que desmantelar, por tanto, este mecanismo propio de una teoría esclerotizada, que había bebido más de los textos de Engels que de Marx, y reconstruir la carne viva del pensamiento negativo, su esencia crítica. En Historia y conciencia de clase, este movimiento se lleva a cabo acudiendo a Hegel, cuya filosofía es la más próxima al marxismo. De este retorno a Hegel, Lukács incorpora el énfasis puesto sobre consciencia en tanto constitutiva del mundo”.

No sé cuánto hay de cierto en esto porque nunca terminé de avanzar sobre el libro y también porque Hegel –aunque no tanto Marx, camaradas– me excede. Por otra parte, no creo que vaya a seguir leyendo. De hecho, Lukacs no es una lectura frecuente para mí y estoy convencido, herencia psicoanalítica porteña mediante, de que no es la consciencia lo que aterroriza y da forma al mundo sino el deseo. Sin embargo, “reconstruir la carne viva del pensamiento negativo” es un proyecto sensual y ambicioso. Si seguimos este comentario al pasar, demasiado sintético y quizás torpe pero efectivo, entendemos un poco más por qué la raíz, siempre oscura de la narrativa del siglo XX, tuvo sus aguerridas versiones marxistas. Marx fue un pensador negativo, un utopista disociado, tanto como lo son o lo fueron José Hernández, William Burroughs, Michel Houellebecq y Chuck Palahniuk. En ciertas situaciones, entonces, el viejo húngaro stalinista te conecta con una parte lejana y sepiada de la historia de Europa que te ayuda a combatir la instantaneidad y la idiotez y alinea los engranajes de la política y las ideologías. Esa, y no otra, es, al final, la gran aventura.

la revolución es un cero enfermo

por Diego Vecino



El gran tema de debate cuando cursé Historia Social Latinoamericana era si la revolución mexicana había sido una revolución. Hice esa materia en mi segundo cuatrimestre de carrera, así que en ese momento yo era un joven activo, de pupilas anchas y brillosas, expulsado de un colegio católico de clase media y egresado en otro, entusiasmado por las deprimentes variaciones ocres de las paredes hechas mierda de la Facultad de Sociales, por los miles de carteles y folletos que las agrupaciones políticas imprimían todos los días.

Cuando entré por primera vez a anotarme, creo que pensé que ahí, en esos pasillos de lozas amarillas claras, desgastadas por el paso del tiempo, de hospital, estaba “la realidad”. Tuve mi primer clase de Historia Social Latinoamericana sentado en el piso, porque no había más bancos. El curso era una masa de respiración, monóxido de carbono y sudor. Se fumaba, se pasaba mate. Participé con sinceras convicciones en el debate de si la revolución mexicana había sido, realmente, una revolución. El tema lo planteaba, creo, un texto de Hans Tobler, que repasaba a vuelo de pájaro las controversias que habían generado ciertas respuestas negativas a esa pregunta.

Yo defendía la posición antipática. La revolución mexicana no había sido una revolución porque no tuvo ni reforma agraria a gran escala, ni se colectivizaron los medios de producción, ni se nacionalizó el comercio extranjero ni ninguno de esos hitos que la distante Rusia, para esos mismos años, había logrado con disciplina y líderes antológicos. Los héroes de México habían sido unos simpáticos caudillos locales, bandoleros, populares mitos, figuritas; pero no tenían la estampa revolucionaria del rubio albañil emancipado del Este, levantando la bandera roja, ondeando al viento, como la veía en los posters de la Guerra Civil Española que en esa época coleccionaba en jpg en la computadora. Eran mexicanos roñosos y desarrapados. De a caballo. Las revoluciones no se hacen a caballo, pensaba.

Una piba de rasta defendió la revolución. Era grandota, un poco granosa; para nada linda. Llevaba joggings y una musculosa violeta. Tenía pinta de murga. Sus argumentos eran emotivos. La revolución mexicana merecía llamarse revolución. Hans Tobler, para hablar de “revolución mexicana” me acuerdo que hacía una finta en la periodización y la llevaba hasta 1940, cuando el cardenismo logró muchas de las transformaciones estructurales que el período de guerras intestinas, entre el ’10 y el ’20, no había podido resolver o radicalizar. A mi eso me hacía un poco de ruido. Objetivamente, era cualquiera.

Mi argumento fuerte era que no desmerecíamos los hechos ocurridos en México por negarle una palabra, “revolución”, que al fin y al cabo era una mera clasificación, una forma de ordenar fenómenos de la historia. Era joven y creía en las ciencias. Era positivista. Al final de la clase se me acercó un pibe de rulos y nariz grande. Tenía un morral multicolor, que parecía liviano. Me dijo que le había resultado interesante mi posición y me invitó a un grupo de estudio de El Capital que llevaban con unos compañeros los jueves a la noche en el aula 305.

–¿Militás?, me preguntó.

Le dije que no, aunque no era del todo verdad.

–Bueno, mirá, en el curso hay algunos compañeros del PO, pero la idea es por fuera de la militancia. Está abierto a todos los que quieran venir, y es sin ningún tipo de compromiso político. Empezamos la semana pasada, así que si te interesa estás invitado. La idea es un poco leer el libro e ir comentándolo entre nosotros y discutiéndolo.

Se llamaba Julián. Ese jueves fui.

Eramos cinco. Julián era el que más hablaba, y el que parecía coordinar el grupo. Cuando llegué me presentó. Empezamos con la acumulación originaria y, treinta minutos después, estábamos discutiendo política nacional.

–Hay que estar preparados –dijo Julián–. Hay que pensar que, en este momento, nosotros tenemos una coyuntura política cada vez más conflictiva. Sino piensen en Cutral-Có, en Zanon, en Brukman. Los tiempos que vienen son los más importantes, y hay que estar preparados para actuar en cualquier momento. En el 2001 vimos las posibilidades de una revolución en la Argentina, y ese proceso de lucha no está cerrado, sino todo lo contrario. Se está agudizando cada vez más. Y lo que tenemos ahora es un gobierno muy débil, elegido con apenas el 20% de los votos. Y que encima representa a los mismos intereses que representaba Menem, la alianza, Duhalde. Se cae sólo, compañeros, y hay que estar preparados.

Era el 2003.

No volví a ir al curso de lectura, y me llevé Historia Social Latinoamericana a final. No la rendí inmediatamente, y me fui dejando estar. Mientras, hice las correlativas, Historia Argentina y Análisis de la Sociedad Argentina. Las metí a las dos. En sociales las correlatividades no importan, me iba a dar cuenta. Pasaron los dos años de rigor y la materia se me venció. El gobierno de Kirchner, al contrario, se mantuvo. Cuando junté fuerzas me volví a anotar en Latinoamericana, para volver a cursarla. Tuve clase en el piso. No tomé ningún apunte. Hacia calor y estaba hinchado las pelotas. El programa tenía los mismos textos. El de Hans Tobler, sobre las controversias de la revolución mexicana. La División del Norte, contó el profesor, entraba en batalla gritando “¡Viva Villa, jijos de la chingada!”. Igual dejé de ir a clases en seguida, porque nunca tenía tiempo o estaba muy cansado a la salida del trabajo. La revolución. La revolución es una obsesión para muchos estudiantes de sociales. Sólo eso justifica la pregunta de si fue la revolución mexicana realmente una revolución. Hoy contestaría que sí, sin dudarlo. Hasta hace unos años, el partido oficialista, el partido de oposición y la guerrilla, todos en México, se decían los verdaderos herederos del México insurgente.

Al final de la carrera, en mi último cuatrimestre de cursada, hice Sociología de los Procesos Revolucionarios. En la primera clase el profesor del práctico nos sometió a una práctica abyecta: presentarnos y decir por qué nos interesaba la materia. Yo dije:

–Me anoté porque quiero saber si la revolución mexicana fue o no una revolución.

El profesor me contestó:

–Ah, bueno. Pero te vas a quedar con las ganas, porque no vemos revolución mexicana. Vemos la francesa, la rusa, la húngara, la china y, si tenemos suerte, la cubana.


Cultura dixie: votamos a Bush...Y a Perón

Por Patricio Erb

Demócrata confeso, John Ford (director de películas como The Searchers –'56-, The Last Hurrah –'58- y La Diligencia –'39-, entre otras tantas), se preocupó a lo largo de su obra en destacar la cultura dixie, sureña antiyanki. ¿Por qué? Porque era crítico del liberalismo burgués. Pero el principal interés de su obra (de fuerte relación con el Western) no era sólo denunciar los resultados económicos de la Guerra de Secesión (1861-1865): eliminación de los campos de algodón por modos de producción capitalista, sino que también quiso mostrar cómo el capitalismo disfrazado de protestantismo luterano (ideólogos del "síntoma" que Marx descubrió en el Fetichismo de la Mercancía) intentó eliminar la cultura de los Estados Confederados.

¿Cuál es el quid de la cuestión aquí? La cultura dixie no desapareció. Los valores sureños están impresos en los nervios de aquellos que nacen en los Estados Confederados de América; su odio al esteriotipo liberal de Nueva Inglaterra sigue vigente. Los sureños, pese a estar inmersos por la fuerza de la razón sin sentido en las relaciones sociales de producción capitalista, mantienen un significante Amo (perdón mi insistencia con Lacan) que capta maravillosamente el Partido Republicano: aislacionismo, proteccionismo agropecuario, National Rifle Association, antiabortismo, nacionalismo a ultranza. Sin lugar a dudas, los republicanos se apropiaron de la identificación simbólica de los valores populares de los Estados Unidos, que son dixie.

Mientras tanto, ¿qué sucede en la Argentina? El eidos del peronismo es el punto nodal de una cadena de significantes flotantes como lo nacional, lo popular, la distribución de la guita, el aguinaldo o las vacaciones pagas. Al igual que los republicanos en los Estados Unidos, el peronismo en la Argentina es el significante Amo que "encarna" los luchas particulares, cotidianas, de aquellos cabecitas que encuentran en el justicialismo un lugar que les hace un espacio. Sea Perón, sea Evita, sea Menem, sea Duhalde, sea Kirchner, el peronismo ocupa la "X" que la oposición en la Argentina no puede alcanzar, porque su liberalismo burgués jamás concibió lo Nac&Pop, nunca involucró en su imaginario la similitud con el negro argentino. Hasta que alguien por fuera de la liturgia peronista lo haga, el símbolo del PJ seguirá teniendo el monopolio de la justicia social.

Una nota

nota aparecida en el diario CASTELLANOS de la ciudad de Rafaela, Santa Fe, el 02/XII/08

El bicentenario argentino ya se palpita en los blogs

Los 200 años del país son el punto elegido por un grupo de intelectuales para formar un espacio que combina arte y política. “Hacia el Bicentenario” es un blog como hay muy pocos en la web: inteligente y con buenas plumas, colabora en la construcción del corpus reflexivo del bicentenario de la patria. CASTELLANOS dialogó con sus editores, que cuentan los secretos de este blog que ya genera polémicas en los ámbitos del pensamiento.

Por Francisco Marzioni. El 25 de julio de 2010 es la fecha lìmite. Ese día “colgarán” el último post y cerrarán sesión para siempre. Ellos suponen que algún día los llamarán la “generación del Bicentenario”, y es por eso que abrieron un espacio de debate centrado en la literatura y la política como piedras basales del cuerpo reflexivo para llegar a los 200 años de la Argentina. Y este espacio de libre acceso, y contiene a probablemente las mejores plumas de esta generación que hoy tiene entre 20 y 35 años y constituyen una parte del think tank de una generación que busca su identidad después de la crisis de pensamiento post años ’90.

Ellos son escritores, editores, periodistas y lectores. Todo a la vez, y sucesivamente. Los que comandan la tropa del blog “Hacia el Bicentenario” (http://haciaelbicentenario.blogspot.com) son Juan Terranova, Diego Vecino y Hernán Vanoli. El primero narrador, autor de novelas como “Mi nombre es Rufus” y “El pornógrafo”, entre otras, transformándose en uno de los escritores más originales y creativos de su generación. Vecino es editor de la irreverente revista La Contrareforma, un indiscutido embrión de Hacia el Bicentenario, y Vanoli es uno de los directores de Editorial Tamarisco, una verdadera usina de autores y obras propias de estos tiempos. Todos ejercen el periodismo cultural en medio como Crítica Digital y Perfil y también son verdaderos activistas culturales, habiendo impulsado diversas actividades de este tipo en el marco de la Sociedad Argentina de Escritores y Escritoras de la Argentina (SAE).

Armado de sus ideas, un sencillo blog alojado en Blogger –el sitio más popular para esta plataforma- y un sólido grupo de colaboradores entre los que se encuentran periodistas como Patricio Erb y Alejandro Soifer, dieron forma a esta idea de “generación del Bicentenario” aportando textos valientes, inteligentes y profundos, haciendo tambalear dos paradigmas de nuestra literatura: que de política no se habla y que los blogs producen ideas efímeras. Mientras que en el primer caso, los redactores de “Hacia el Bicentenario” constantemente profundizan sobre la relación entre política y literatura, y en ambas disciplinas son dueños de ideas polémicas, en el segundo, Bicentenario demuestra precisamente, todo lo contrario, pues está claro que sus autores consideran que el blog cumple hoy la misma función que las revistas literarias e los años ’70.

CASTELLANOS dialogó con Juan Terranova, uno de los tres fundadores, para que narre el detrás de este escena de este blog que busca construir un espacio de debate rumbo al bicentenario argentino.

"Hacia el Bicentenario" combina, en los textos de sus principales redactores, literatura y política. ¿Para ustedes existe una idea definida previamente acerca del vínculo en las dos disciplinas? ¿O es una herramienta para encontrar ese vínculo?

En el fondo, siempre lo que se juega es la política. La estética es una capa de barníz que salta al primer golpe. El que escribe y no entiende esto, no entiende nada. Todos sumamos, a consciencia o por omisión, en la narración social, estética y política del mundo. Pero en el fondo, domina lo política. De hecho, en mi caso personal, veo al oficio de hacer libros y periodismo como una variante lenta, desacomodada y un poco torpe de la militancia sindical.

¿Por qué eligieron el Bicentenario de la Patria como fecha límite? ¿Qué significa el Bicentenario en el contexto literario-político?

No significa nada y creo que por eso lo elegimos. Se buscó mucho nombres, todos infructuosos para describir estos tiempos, "generación 00", que parecía de ruleta, "generación post" o "generación blog", que era peor, y otros que invocaban un sinfin de equívocos. Pero los publicistas no se daban cuenta de que dentro de unos años el blog y la hiperconectividad van a estar ligados directamente al fastidioso bicentenario. El 2000 nos encontró muy dominados. A ver si ponemos algo para salirnos un poco más de la vaina en el 2010. Esa es al idea.

¿Cómo elijen sus colaboradores y columnas para publicar? ¿Hay un criterio único o son varios?

Hay un críterio grupal que tiene que ver con lo que traba y hace confluir la amistad. Pero quizás me equivoque, y se destile cierta ideología neo-peronista por atrás.

Diario de lecturas (Dieciséis)

Por Juan Terranova

Dilema de los tardo-vanguardistas, esos que se hicieron con las hilachas de la dictadura, masterizadas en el ácido universo alfonsinista de los 80: oponerse y conservar al mismo tiempo. De allí la negación del blog y las nuevas tecnologías. César Aira debería tener un blog. Pero no, no puede. Es un viejo vanguardista. Su vida ya está horneada en el calor de su genialidad. Resulta querible en su rigidez, pero si se lo lee como “la novedad” o “la renovación” el equívoco se come todo. Por otra parte, esa dictadura del delirio aburre, sus límites son muy precisos. ¿Nació como reacción a la doctrina del realismo? Bueno, si es así, habría que ir pensando en otra cosa.

El poder de la negatividad, por ejemplo. Ahí hay un tema. Y no me refiero solamente a la negatividad, sino a su potencia, a su rédito, a su ascendiente sobre las cosas, las lecturas y las personas. Hace ya unos años: un amigo me dice que a mi novela El pornógrafo le faltaba "fuerza negativa". La frase me tocó. Es real. La entropía, la erosión, la marea de odio. Donde faltan hay un agujero. Por eso, no extraña que los cínicos después hablen de la bondad. La pornografía, por su parte, y es mi defensa, aparece como algo doméstico frente a esa lista.
En todo caso, que rápido se llega al miserabilismo, a una visión irreal y binaria del mundo. Miserbailismo y negatividad como partes iguales del deseo y lo indeseable. Y cómo entró la miseria maniquea al mundo de los libros durante este año estrangulado del 2008. No voy a hacer nombres pero todo parecía girar “para abajo”. Aunque estoy exagerando, por supuesto. Hace poco escribí en el blog: “La vulgaridad ya no es tan interesante como hace cinco años”. Y no lo es. Ahí me planto.

Leo El Asco de Horacio Castellanos Moya. Es un libro interesante por sus opciones pero me desagrado su facilismo, su homogeneidad. La construcción del Amo Negativo mandando cada detalle, cada coma, cada exabrupto. La escritura es fresca, pero predecible, y se termina apelmazando. Casi se vuelve un ejercicio de taller. Consigna: “Escriba en contra. Punto ”. No hay particularidades. Todo es malo, pero si todo es malo, nada lo es. El Asco te cura de la negatividad porque no está a la altura vital de la queja, de los matices torpes del resentimiento. En ese sentido es una libro menor, de esa menoridad sin lustre, opaca, graciosa, pero completamente prescindible.

"V de Vian desbordaba el simple hecho de ser una revista" Entrevista con Sergio S. Olguín (I)

Por Hernán Vanoli


Si tiene algún sentido reconstruir la trama reciente del campo literario, y creo que lo tiene, la revista V de Vian aparece como un actor privilegiado. No sólo desde la propuesta, que presenta importantes rupturas y continuidades con las tradiciones culturales organizadas alrededor de “lo literario”, sino también desde las mutaciones en las estructuras del sentir que permite pensar. Pese a estar “hecha a pulmón”, V de Vian era una revista que tenía cosas por decir, y que se proyectaba hacia la invención de lectores materiales y concretos, y no evanescentes entelequias teóricas. Hace poco, hice una suerte de encuesta espontánea entre amigos nacidos alrededor de los ochenta. Muchos la habían escuchado de nombre, pero eran pocos los que tenían idea sobre el proyecto, o sobre el material que se publicaba en la revista. Me hablaban de las tapas: minas en bolas. Lo que se dice una auténtica brecha generacional en la que me incluyo, y que según parece va a ser afortunadamente subsanada por la gente de ediciones El Andariego. Esta transcripción es parte de una larga entrevista que hice con Sergio S. Olguín (autor, entre otros libros, de las novelas Lanús, Filo y El equipo de los sueños), uno de sus editores.

¿Cómo pensaba V de Vian la relación con la política?

Era un tema importante. La política nos interesaba mucho, en especial todo lo que fue los años 70’. Teníamos un interés en revisar todo lo que era eso, sobre todo desde lo literario. Nos interesaba la literatura de los 60’, de los 70’, la figura de Walsh. Si había un ideólogo de la revista, en los primeros números, era Piglia. No a un nivel orgánico, pero era nuestro horizonte. Pero a los tres fundadores de la revista, que éramos Karina Galperín, Pedro B. Rey y yo, que teníamos experiencias y lecturas muy distintas, nos gustaba mucho Cortázar. A los tres nos gustaba muchísimo Libro de Manuel, que en esa época estaba muy mal visto. En esa época se simplificaba a ese libro como un libro de batalla de los 70’, y en cambio a nosotros nos gustaba. Creo que había alguna cuestión ideológica ahí. Participábamos de las marchas, yo me acuerdo de la marcha contra el indulto del noventa, V de Vian ya existía, estaba el número 1. El 17 de diciembre del noventa salió el número 1 y el fin de semana siguiente hubo una marcha en contra de los indultos que quería dar Menem. Nosotros del número 1 habíamos pegado afiches, y nos paraba mucho la policía por pegar esos afiches por Corrientes. Cuando veían que era una revista literaria nos dejaban seguir, pero teníamos una guerra con una banda de rock que nos tapaba los afiches, después nosotros se los tapábamos a ellos. Nosotros teníamos una posición contraria al menemismo, culturalmente teníamos una posición contraria, pero sin embargo no había artículos en contra del menemismo en la revista porque como fenómento político tenía una capacidad de absorción tan grande que hubo que esperar a 2001 para que volviera lo político, para que hubiera discusión política. Lo único que nosotros hacíamos era mantener vivo el tema de la presencia política, nos interesaba la política en un sentido, por un lado, de trazar un puente con lo político. La dictadura corta totalmente los vínculos generacionales. V de Vian intenta ser una especie de cicatrizante, de unir ese corte generacional, tratemos de acercarnos a eso, discutamos eso, pensemos qué ocurrió, rescatemos a Cortázar, la narrativa de los sesenta, Briante, Castillo, incluso para discutirlos, nos interesaba eso. El menemismo había cortado toda posibilidad de lo político, lo único que había eran los derechos humanos. Publicamos algunas cosas sobre eso. En los primeros números, lo que veíamos como la batalla a dar era en contra del militarismo. V de Vian se autodefine en el número uno como antimilitarista y obsesa sexual. Esos temas nos definían como revista, porque Boris Vian había sido acusado de antimilitarista y de obseso sexual. Eran temas contra la dictadura, pero a su vez era porque el menemismo había decidido olvidar eso, entonces nuestra discusión pasaba por mantenerlo vivo. El número cinco, por ejemplo, era en contra del servicio militar obligatorio.

¿Cómo se establecía entonces el contacto con los lectores?

Los lectores se suscribían, y el teléfono del contacto para suscribirse era mi casa. Entonces pasaban cosas muy extrañas, como quedarme conversando con un lector, sobre su vida, su experiencia. En muchas épocas ni siquiera teníamos redacción, era todo muy precario. Tuvimos algunas oficinas, departamentos míos en Capital, pero yo pasaba mucho tiempo en Lanús, entonces dejábamos el regalo de suscripción, que eran libros o revistas, en un quiosco Corrientes y Callao. Quién después pasó a ser coordinadora de V de Vian, Ana Lucía Salgado, se suscribe porque nosotros regalábamos cosas con la suscripción y les decíamos que suscriban amigos para el día de su cumpleaños. Y ella, Ana Lucía, se suscribe para regalarle a Natalia Méndez, su amiga. Después las dos fueron las coordinadoras de las revistas. Muchas veces íbamos nosotros a suscribirlos, y lo que menos se esperaban los lectores es que en sus casas aparecieran los directores y les dijeran “Hola, te traje la revista”. El trabajo era lector por lector, básicamente porque estábamos necesitados de plata.

Cuando decidieron no salir más, ¿ya habían cumplido un ciclo como proyecto cultural?

V de Vian era un proyecto cultural. Fue una revista casualmente. Podría haber sido un centro cultural, podríamos haber dado talleres, podría haber sido un programa de radio. La revista fue el formato que más nos gustó a nosotros porque éramos periodistas gráficos. V de Vian desbordaba el simple hecho de ser una revista. Cada número era una obra en sí mismo. Yo creo que cuando decidimos cerrar la revista estaba absolutamente cumplido lo que queríamos. En el fondo, también había una necesidad absolutamente egoísta que era posicionarnos en el periodismo cultural. Teníamos muy claro, y la revista lo repetía, que la buena calidad empieza por casa, y por eso nos empezamos publicando a nosotros. Hicimos un especial de ficción publicándonos a nosotros. Pero después hicimos una convocatoria, y no llegamos a cubrir todos los lugares. Por lo tanto nos volvimos a publicar, pero con seudónimos. Y como yo veía que no aparecía gente, empezamos a organizar concursos de cuentos para descubrir autores. De ahí salió Eduardo Muslip, Gullillermo Lema, Eduardo Rojas. Muslip ganó la primera edición de nuestro premio. Cuando cerramos el proyecto cultural estaba absolutamente cumplido. Tanto el libro de Pedro, como el de Claudio, como el mío, representaban ideológicamente lo que queríamos como literatura. De los tres, creo que el de Claudio era el que más representaba.

Si tuvieras que resumir esa propuesta literaria, esa ideología que revindicaban en sus libros, ¿qué factores considerás más importantes?

Por un lado nuestra intención era renovar las lecturas. A eso lo hace muy bien Pedro. Él dice: no es necesario leer siempre a los mismos autores. No es necesario leer Bernhard, Carver, no es necesario ser borgeano o cortazariano. Lo que hace Pedro es una lectura sesgada de la literatura, no sólo argentina sino internacional. Hay mucha literatura inglesa, está Mc Ewan, lo que está sucediendo en la literatura inglesa y norteamericana, autores menos conocidos, T.C. Boyle, por ejemplo, hay una como especie de relectura incluso de lo fantástico. Pedro es quien rearma el sistema de lecturas. Claudio aporta lo urbano, la temática, el cruce de lo urbano entre el barrio y la ciudad, la tensión que se establece. Un poco lo contrario de lo que se revindica de los barrios ahora, el barrio como el lugar mítico, yo pasé un mundo maravilloso ahí. Claudio no, Claudio es lo contrario de eso, es yo me quiero ir del barrio, quiero ir a la ciudad, los protagonistas que se convierten en taxi boys. Y lo sexual, en un primer plano, a partir de un lenguaje trabajado desde el intento de quitarle todo lo que tenía de superficial. La literatura de Claudio es magra, quiere borrar cualquier marca de belleza literaria, eso que está puesto nada más que para una frase linda. En el caso de lo mío, no se realmente cuál sería mi aporte. La comunicación más grande que Las Griegas tiene con V de Vian es la cuestión de los otros lenguajes, la relación con los lenguajes no literarios. Por un lado, el mundo de la moda. Hay tres cuentos en Las Griegas que son sobre el mundo de la moda. También el fútbol, que en su momento estaba pésimamente visto. Y lo político, en un sentido más claro, porque hay un cuento sobre Santucho, un cuento sobre un supuesto hijo de Videla. Y el erotismo. Trabajar lo sexual en un primer plano, son cuentos eróticos. Una cuestión que se me planteaba mucho en esa época era cómo escribir lo sexual. Pero para mí, V de Vian tuvo dos continuaciones más. Una personal, y otra un poquito más general. Para mí, La Selección Argentina, la antología, y Filo, son las continuaciones de V de Vian. Lo vivo que estaba V de Vian, tiene su momento culminante en la antología, donde publico a los autores que me interesaban, muchos de los cuales no habían publicado en V de Vian. Birmajer, por ejemplo, no publicó en V de Vian, pero perfectamente podría haberlo hecho, por lo que en ese momento representaba su literatura, te guste más o menos. Si habíamos publicado cuentos de Andahazi, por ejemplo, que en ese momento había sido un escritor maldito, y que ahora sigue siendo maldito, y que nosotros revindicábamos en algún punto. Básicamente por este desprecio que se le tiene. Y Filo representa estas cuestiones que atravesaban a la revista, en el sentido de lo sexual, la discusión literaria, todo en un tono jocoso, de comedia. Porque V de Vian tenía mucho de polémica. Nos gustaba pegar, pegar con alegría, nos gustaba divertirnos y que eso se notara, que todo tuviera un espíritu amable, gracioso, que se notara que nos gustaba lo que hacíamos y que la pasábamos bien, que disfrutábamos. En definitiva era eso, pegar con alegría. No ser impostados ni serios, no indignarse. No nos indignábamos, nos enojábamos. Los indignados son unos boludos. Carrió es indignada, la gran indignada de la política argentina. Evita se enojaba.