Entrevista a David Wapner
Por Juan Terranova
Desde hace un tiempo venís trabajando un blog-novela autobiográfico desde Israel. ¿Por qué elegiste el título "Tierra Metida"?
Bueno, no se si novela autobiográfica, más bien una no-ficción en base a crónicas. Una red de no-ficciones con la cual voy armando una ficción imperceptible, que no interfiere, pero su hilo está."Tierra Metida" es Tierra Prometida, pero sin el "pro", metida desde la placenta en los judíos, pero, también, en el Islam, sobre todo el Islam contemporáneo al desarrollo y realización del sionismo, del que cual es su competidor histórico. Y el cristianismo, por supuesto, que tuvo su origen acá, pero que, cuando quiso volver a meter la cuchara, con las cruzadas, ya era europeo. Por otra parte, los territorios del Estado de Israel, mas los de la "autonomía" palestina, la franja de Gaza, los territorios ocupados de Judea, Samaria, la margen oriental del Jordán, los mismísimos barrios de Jerusalén: está uno imbricado en el otro, todo está mezclado y los límites son difusos y artificiales en un territorio tan pequeño. La opción de dos estados, uno para cada pueblo, es falsa, e impracticable. Luego, un polvo endémico que llega desde Africa en forma de nube capaz de oscurecer el cielo, el obej, que se mete en cada poro, en los pulmones, en los aparatos.
¿Cómo es la ciudad de dónde escribís?
"Tierra Metida" sigue los tiempos de nuestras migraciones internas, comenzó en Bat-Yam, ciudad apiñada junto al Mediterráneo, y ahora está en Arad, a orillas del desierto de Judea, y a espaldas del desierto del Néguev. Arad representa el fracaso del futuro según el sionismo. Fue la primera ciudad sionista, la primera ciudad israelí planificada desde cero, y construída en 1961, sobre unas dunas del desierto de Judea en donde no había nada, ni siquiera beduinos, como dice Amos Oz, que vive en Arad desde 1984. La fundaron pioneros sionistas ashkenazíes, esto es, europeos, que pensaron una ciudad laica, socialista, libre de religiosos y judíos orientales. Una ciudad judía "blanca y progresista", la avanzada de un Israel tal como lo pensaba Ben-Gurión, que da la espalda a Jerusalén, y construye en el desierto. El proyecto que triunfó fue el de la derecha expansionista, Jerusalén venció, y Arad se detuvo. Y hoy es una ciudad de refugiados de todo origen: económico, social, étnico, político, extranjero, policial. Judíos, beduinos, ex-soviéticos, sudaneses, eritreos, sudafricanos, argentinos, todos juntos. En pocas ciudades de Israel se da la situación de que un árabe sea patrón de un judío: acá sí, como en la sucusal de la ferretería "Tambour". Arad es su casco urbano inicial, bien trazado, funcional, aunque con signos de decadencia, ajado, vaciado de su origen pionero. Cafés, la "pizzería-gelatería Tokio", cuyo dueño es argentino (pero su pizza es israelí), un shoping, un shuk, que se reúne una vez a la semana. Y los barrios, llenos de verde, un verde sostenido por una red capilar de mangueritas que irrigan hasta la última raíz. Todo atravesado por wadis y brazos de desierto. Todo rodeado por el desierto y las montañas de Judea, el mismo desierto a donde Jesús acudía en sus crisis místicas. Puedo ver, desde un punto situado a metros de mi casa, la pendiente que lleva al Mar Muerto, puedo ver el Mar Muerto, y las montañas de Edom, en la otra orilla, Jordania.
¿Cómo es un día en esa ciudad?
En Arad no pasa ningún acontecimiento extraordinario, la gente que trabaja lo hace, en su mayoría, fuera de la ciudad, en especial, en los hoteles y fábricas del Mar Muerto. Dicen que en verano la luz es insoportable, que se vive con los ojos entornados. Y que en invierno nieva, vamos a ver, estamos todavía en otoño. Los parados, que son buena parte de los beduinos y los religiosos, la pasan sentados en los cafés, tomando "shajor", o sentados en los bancos que hay, no sólo en las plazas, sino en cada vereda. El comercio funciona por inercia, salvo los del shoping, en especial los de ropa, que se salvaron con los refugiados de Sudán, que se gastan el sueldo en pilcha y calzado de las mejores marcas. Todos cobran caro, como si le vendiesen a turistas. Antes había muchos, venían a curarse del asma; ahora se los ve de paso, para el Mar Muerto. Y hasta hace unos años rompía la rutina el Festival Arad, el Wodstock israelí, y que ya no se hace más. Día y noche rompen las bolas del cielo los aviones de combate de las bases vecinas. Los sábados a las doce y media, cuando es local, juega Hapoel Arad, que va penúltimo en su liga. El estadio tiene una sóla tribuna, que nunca se llena. Nosotros, cuando podemos, caminamos, caminamos bastante. Cuando atardece, se oyen pájaros, variedad de pájaros. Se convive con cuervos, como en cada rincónde Israel. Y en una esquina, al borde de un wado, en su villa, escribe Amos Oz, y espera que le otorguen el Nobel.
Leyendo "Tierra metida" da la sensación de que la política interpela cada acción de los habitantes de la ciudad. ¿Es así?
En Israel, cada partícula de materia está atravesada, inseminada, fundida, hervida, machacada en política. Y esto, desde el extremo de una línea de tiempo que comienza cincuenta siglos atrás, llega hasta a hoy y continuará hasta que un cataclismo la corte. No es que Arad sea especialmente dinámica y peliaguda, todo lo contrario, pero aquí están representados todos los actores de la tragedia israelí. Las personas, las lenguas y las relaciones de poder que protagonizan. No tanto las ideas políticas, no tanto los partidos. En el fondo, casi todos aquí son marginales, o marginados. Productos de patrias que ya no existen, o de ideas e ideologías que fueron estafas. De la fuerza centrípeta de vanguardias cortadas de raíz. De ficciones que originan odio y muerte. A nadie le importa mucho Arad, pero yo la sacudo, y algo sale a la luz.