"V de Vian cumplía una función pedagógica". Entrevista con Sergio S. Olguín (II)

Por Hernán Vanoli


Ustedes intentaron una operación de incorporación de temas, de la cultura masiva por ejemplo, mediados por lo literario…

A nosotros nos interesaba incorporar lectores, con un slogan que no se si llegamos a usar finalmente, de “somos una revista de literatura para gente que no lee literatura”. Nos interesaba el tipo que decía “no, a mí la literatura no me interesa”, o el que se acercaba y decía “compré la revista porque una vez leí algo sobre el túnel del tiempo, y me encantó la nota sobre ese, McEwan”. Nos interesaba formar lectores no en el sentido de formar cuadros. Cada generación descubre la literatura a su manera. Yo no descubrí la literatura por la revista Humor, pero sí influyó mucho en mis lecturas esa revista. V de Vian influyó en la lectura de muchos adolescentes. Creo que muchos la compraron por Claudia Schiffer y terminaron con Bolaño. Había una cosa de acercar lectores, y V de Vian cumplió una función pedagógica, por más que a muchos les moleste esa palabra.

¿Y pensás que los suplementos culturales, las revistas culturales importantes de hoy, siguen cumpliendo esa función de formación de lectores?

Yo creo que son tan masivas que la cumplen por default. Pero lo que les falta tanto a ADN como a Ñ es seducción, es el guiño de “somos parte de lo mismo”. A los quince años, yo esperaba con ansiedad la salida de la revista Humor, había un código común, era la revista de la resistencia a la dictadura si querés. El lector de ADN o Ñ no necesita el código común. Si hablan bien de Murakami, quizás voy y lo compro porque hablaron bien ADN o Ñ, pero no pienso Murakami igual a Ñ. En cambio, si V de Vian revindicaba a Hervé Gibert, yo compraba un libro de Gibert y me sentía parte de algo. V de Vian establecía un lenguaje cifrado que funcionaba muy bien en la adolescencia, como identificación de lectura, y que también funcionó con Crisis, o con El Escarabajo de Oro. En ese sentido, ADN y Ñ funcionan de una manera mucho más alejada del lector. No es que Ñ lee tal cosa y ADN lee tal otra. V de Vian si producía eso, había una propuesta. Si alguien iba en el colectivo, o en el subte, con un libro de Sergio Chejfec, nadie iba a pensar que era un lector de V de Vian. En cambio si tenías en la mano un libro de McEwan, en los noventa, si que lo iban a pensar.

¿Hay algo que ocupe ese lugar ahora, que cumpla una función parecida en la catalogación de lecturas y de lectores como lo hacía V de Vian?

Yo creo que esa función pueden llegar a cumplirla los sellos, digo, por ejemplo Interzona. Si lees un libro de Interzona compartís ciertos códigos. Lo otro son blogs, los tipos que se instalan en los blogs, y empieza a comunicarse como si fuera de un departamento a otro, ellos generan su comunidad. Pero no hay ninguna revista que sea equiparable a V de Vian: un público que vos no conocías, pero era una comunidad en si mismo, que compartía gustos en libros, cine, códigos comunes.

En relación a eso, ¿te parece que hay hoy alguna figura, o medio, o publicación, que tenga la posibilidad de canonizar, de ordenar un poco el caos y la sobreproducción de escrituras?

Veo una cuestión más colectiva, construida en base a varios nombres, medios. Empieza a circular algo. Hay una trama, que alguien tendría que estudiarla, donde pasa, por ejemplo el MALBA. El MALBA no se si es un lugar de canonización, porque eso tal vez sería demasiado, pero es un lugar donde te legitimás como escritor. Vos das un curso en el MALBA, te invitan a dar una charla, estás en el FILBA, y sos algo. Pero en general lo que falta es discusión de determinados actores culturales. El ejemplo más claro es Washington Cucurto. Si alguien puede descubrir porqué Cucurto se posiciona como el gran escritor va a descubrir muchas cosas sobre la literatura argentina. Cucurto puede resultar divertido pero no más que eso, y termina siendo canonizado por autores que ni siquiera escriben de esa manera. Ni siquiera leyeron a Luis Rafael Sánchez. El problema de Cucurto es que es muy intelectual. Es lo más cercano a un escritor de probeta, a un escritor científico. Cucurto realiza la fantasía de la gente que se crió en un country. Los que vivieron en un country durante muchos años creen que en los barrios pobres la gente habla como los personajes de Cucurto. Yo como me crié en Lanús sé que no habla así.

Y con el cánon legítimo de aquella época, ¿cómo se llevaban?

Nosotros respetábamos mucho a Sarlo. Aplicábamos casi sus mismos métodos para leer, aunque con distintos resultados. El problema fue su falta de generosidad. Nunca nos reconoció como interlocutores, lo que habla de su falta de perspectiva con respecto a lo que venía. Saítta, en cambio, es diferente. Ella nos menciona, por más que quizás no seamos sus favoritos. Pero es otra cosa. Me parece que es algo que pasa en general, las reticencias de lo viejo a relacionarse con lo nuevo. Y esa cosa de ningunear. Es un temor muy grande a todo lo que surge, siempre que no seas parte de los acólitos académicos que te chupan las medias. Entonces ahí si te apoyan, te presentan a la beca, te subsidian. Nosotros estábamos muy alejados de todo eso. Nosotros apoyamos a Tantalia, apoyamos a Simurg, a nuestros contemporáneos. Y Sarlo sale a decir: Gastón Gallo es nuestro Gallimard, y de nosotros no dice nada. Ni siquiera la peor podredumbre, y habíamos sido alumnos de ella. En esa indiferencia faltó generosidad, fue muy egoísta. Se dio cuenta de que el mayor daño era ignorarnos. Saítta en cambio nos reconoce, no podés estudiar la narrativa de los noventa sin mencionar V de Vian. Y el movimiento contrario, muy interesante, lo hace años después Graciela Speranza. Yo saco una antología, Los mejores cuentos argentinos, que es mi primer trabajo editorial. En esa antología gana Walsh, sale segundo Borges, y hago un prólogo. Esto trae resonancias comerciales, al punto que Verbitsky habla en el programa de Lanata, que tenía un montón de rating, sobre el libro. Y si venía vendiéndose bien, con eso se agota. Vendió 8.000 ejemplares en 2 meses. ¿Qué hace Graciela Speranza? Dedica toda una página a destrozar esa antología. No la antología en sí, que era imposible de destrozar porque tenés a Walsh, a Borges, a Cortázar, a Bioy Casares, sino al prólogo mío, y a las notas finales. Hay un pase de facturas a V de Vian ahí. En un momento dice “porque esta gente, que viene de revistas que quieren ser literarias…”. Obviamente, detrás de todo eso, estaba el resentimiento generado por V de Vian. En el artículo ese a mí se me nombra y todo, pero en ningún momento se dice V de Vian. Se resiste a decir V de Vian. Habla de polémicas que podían servir para revistas alternativas, juvenilistas, pero se niega a nombrar a V de Vian. ¿Por qué? ¿Por qué se niega a nombrar a V de Vian? Les molestaba. Y esa antología le molestaba porque venía de alguien de otro palo, de otro lugar, que osaba armar un sistema de lecturas. Dejarlo a Borges en segundo lugar.


De esta parte de la charla, me interesa resaltar dos relaciones que pueden llegar a prometer para un desarrollo ulterior. Primero, la cuestión de la pedagogía, y del tipo de lectores que se forman. ¿Un lector - cuadro político? ¿La literatura como plataforma de formación de cuadros? Lo que hace diez años podía resultar irrisorio, asoma como un derrotero posible. Frente, hay que decirlo, a la afasia de la militancia más tradicional con su retórica de museo, y a la performatividad nula de la prensa cultural, lo que vale la pena pensar son los fundamentos de una comunidad, más o menos organizada. V de Vian, con sus límites, había desarrollado esta tarea en un momento histórico desde todo punto de vista más desfavorable que el actual si se lo lee desde la serie política. Aunque la cuestión es mucho más compleja, y la tarea cultural de V de Vian estuvo asimismo determinada, quizás, por las armas que usó la revista: su llegada a un canal como el de los quioscos de revistas, la variedad de los materiales, así como las minas en bolas, no son datos menores. Que ciertamente habría que repensar en este contexto.
Estamos cada vez más lejos de la rancia oposición entre estetización de la política o de la politización de la estética. ¿Pedagogización de lo literario? Podría ser. Ahí habría que desarmar pedagogía. En realidad, el trabajo en serio empieza en ese punto. Lo de antes es un mete gol entra, en la canchita auxiliar que hay atrás de los vestuarios. El partido viene después: pedagogía literaria versus autonomía, o serie social versus comunidad inoperante. Muchas de las respuestas parecen traccionadas por estas tensiones.

Lo segundo que me llama la atención al releer la entrevista es esta pregunta, un poco tonta y me hago cargo, sobre el cánon. ¿A quién le importa el cánon? ¿A quién le importan los blogs de culto? A muchos les interesan. Muchos se desviven, pierden el sueño. Y en este punto hay que conceder. El canon es, hay que decirlo, más interesante de los blogs de culto. El canon permite leer acoples y reacomodaciones de la institucionalidad, del sistema educativo si se quiere. Los blogs de culto sólo escenifican marchitas tradiciones de las clases medias derrotadas culturalmente. Los blogs de culto, las revistas literarias: herederos hippies y sumisos. La escasez de la historia, entonces, también habría que buscarla por ahí: del cánon a los blogs de culto. No tanto para buscar qué se perdió y que se ganó. Más bien, para pensar la pedagogía.