Si tiene algún sentido reconstruir la trama reciente del campo literario, y creo que lo tiene, la revista V de Vian aparece como un actor privilegiado. No sólo desde la propuesta, que presenta importantes rupturas y continuidades con las tradiciones culturales organizadas alrededor de “lo literario”, sino también desde las mutaciones en las estructuras del sentir que permite pensar. Pese a estar “hecha a pulmón”, V de Vian era una revista que tenía cosas por decir, y que se proyectaba hacia la invención de lectores materiales y concretos, y no evanescentes entelequias teóricas. Hace poco, hice una suerte de encuesta espontánea entre amigos nacidos alrededor de los ochenta. Muchos la habían escuchado de nombre, pero eran pocos los que tenían idea sobre el proyecto, o sobre el material que se publicaba en la revista. Me hablaban de las tapas: minas en bolas. Lo que se dice una auténtica brecha generacional en la que me incluyo, y que según parece va a ser afortunadamente subsanada por la gente de ediciones El Andariego. Esta transcripción es parte de una larga entrevista que hice con Sergio S. Olguín (autor, entre otros libros, de las novelas Lanús, Filo y El equipo de los sueños), uno de sus editores.
¿Cómo pensaba V de Vian la relación con la política?
Era un tema importante. La política nos interesaba mucho, en especial todo lo que fue los años 70’. Teníamos un interés en revisar todo lo que era eso, sobre todo desde lo literario. Nos interesaba la literatura de los 60’, de los 70’, la figura de Walsh. Si había un ideólogo de la revista, en los primeros números, era Piglia. No a un nivel orgánico, pero era nuestro horizonte. Pero a los tres fundadores de la revista, que éramos Karina Galperín, Pedro B. Rey y yo, que teníamos experiencias y lecturas muy distintas, nos gustaba mucho Cortázar. A los tres nos gustaba muchísimo Libro de Manuel, que en esa época estaba muy mal visto. En esa época se simplificaba a ese libro como un libro de batalla de los 70’, y en cambio a nosotros nos gustaba. Creo que había alguna cuestión ideológica ahí. Participábamos de las marchas, yo me acuerdo de la marcha contra el indulto del noventa, V de Vian ya existía, estaba el número 1. El 17 de diciembre del noventa salió el número 1 y el fin de semana siguiente hubo una marcha en contra de los indultos que quería dar Menem. Nosotros del número 1 habíamos pegado afiches, y nos paraba mucho la policía por pegar esos afiches por Corrientes. Cuando veían que era una revista literaria nos dejaban seguir, pero teníamos una guerra con una banda de rock que nos tapaba los afiches, después nosotros se los tapábamos a ellos. Nosotros teníamos una posición contraria al menemismo, culturalmente teníamos una posición contraria, pero sin embargo no había artículos en contra del menemismo en la revista porque como fenómento político tenía una capacidad de absorción tan grande que hubo que esperar a 2001 para que volviera lo político, para que hubiera discusión política. Lo único que nosotros hacíamos era mantener vivo el tema de la presencia política, nos interesaba la política en un sentido, por un lado, de trazar un puente con lo político. La dictadura corta totalmente los vínculos generacionales. V de Vian intenta ser una especie de cicatrizante, de unir ese corte generacional, tratemos de acercarnos a eso, discutamos eso, pensemos qué ocurrió, rescatemos a Cortázar, la narrativa de los sesenta, Briante, Castillo, incluso para discutirlos, nos interesaba eso. El menemismo había cortado toda posibilidad de lo político, lo único que había eran los derechos humanos. Publicamos algunas cosas sobre eso. En los primeros números, lo que veíamos como la batalla a dar era en contra del militarismo. V de Vian se autodefine en el número uno como antimilitarista y obsesa sexual. Esos temas nos definían como revista, porque Boris Vian había sido acusado de antimilitarista y de obseso sexual. Eran temas contra la dictadura, pero a su vez era porque el menemismo había decidido olvidar eso, entonces nuestra discusión pasaba por mantenerlo vivo. El número cinco, por ejemplo, era en contra del servicio militar obligatorio.
¿Cómo se establecía entonces el contacto con los lectores?
Los lectores se suscribían, y el teléfono del contacto para suscribirse era mi casa. Entonces pasaban cosas muy extrañas, como quedarme conversando con un lector, sobre su vida, su experiencia. En muchas épocas ni siquiera teníamos redacción, era todo muy precario. Tuvimos algunas oficinas, departamentos míos en Capital, pero yo pasaba mucho tiempo en Lanús, entonces dejábamos el regalo de suscripción, que eran libros o revistas, en un quiosco Corrientes y Callao. Quién después pasó a ser coordinadora de V de Vian, Ana Lucía Salgado, se suscribe porque nosotros regalábamos cosas con la suscripción y les decíamos que suscriban amigos para el día de su cumpleaños. Y ella, Ana Lucía, se suscribe para regalarle a Natalia Méndez, su amiga. Después las dos fueron las coordinadoras de las revistas. Muchas veces íbamos nosotros a suscribirlos, y lo que menos se esperaban los lectores es que en sus casas aparecieran los directores y les dijeran “Hola, te traje la revista”. El trabajo era lector por lector, básicamente porque estábamos necesitados de plata.
Cuando decidieron no salir más, ¿ya habían cumplido un ciclo como proyecto cultural?
V de Vian era un proyecto cultural. Fue una revista casualmente. Podría haber sido un centro cultural, podríamos haber dado talleres, podría haber sido un programa de radio. La revista fue el formato que más nos gustó a nosotros porque éramos periodistas gráficos. V de Vian desbordaba el simple hecho de ser una revista. Cada número era una obra en sí mismo. Yo creo que cuando decidimos cerrar la revista estaba absolutamente cumplido lo que queríamos. En el fondo, también había una necesidad absolutamente egoísta que era posicionarnos en el periodismo cultural. Teníamos muy claro, y la revista lo repetía, que la buena calidad empieza por casa, y por eso nos empezamos publicando a nosotros. Hicimos un especial de ficción publicándonos a nosotros. Pero después hicimos una convocatoria, y no llegamos a cubrir todos los lugares. Por lo tanto nos volvimos a publicar, pero con seudónimos. Y como yo veía que no aparecía gente, empezamos a organizar concursos de cuentos para descubrir autores. De ahí salió Eduardo Muslip, Gullillermo Lema, Eduardo Rojas. Muslip ganó la primera edición de nuestro premio. Cuando cerramos el proyecto cultural estaba absolutamente cumplido. Tanto el libro de Pedro, como el de Claudio, como el mío, representaban ideológicamente lo que queríamos como literatura. De los tres, creo que el de Claudio era el que más representaba.
Si tuvieras que resumir esa propuesta literaria, esa ideología que revindicaban en sus libros, ¿qué factores considerás más importantes?
Por un lado nuestra intención era renovar las lecturas. A eso lo hace muy bien Pedro. Él dice: no es necesario leer siempre a los mismos autores. No es necesario leer Bernhard, Carver, no es necesario ser borgeano o cortazariano. Lo que hace Pedro es una lectura sesgada de la literatura, no sólo argentina sino internacional. Hay mucha literatura inglesa, está Mc Ewan, lo que está sucediendo en la literatura inglesa y norteamericana, autores menos conocidos, T.C. Boyle, por ejemplo, hay una como especie de relectura incluso de lo fantástico. Pedro es quien rearma el sistema de lecturas. Claudio aporta lo urbano, la temática, el cruce de lo urbano entre el barrio y la ciudad, la tensión que se establece. Un poco lo contrario de lo que se revindica de los barrios ahora, el barrio como el lugar mítico, yo pasé un mundo maravilloso ahí. Claudio no, Claudio es lo contrario de eso, es yo me quiero ir del barrio, quiero ir a la ciudad, los protagonistas que se convierten en taxi boys. Y lo sexual, en un primer plano, a partir de un lenguaje trabajado desde el intento de quitarle todo lo que tenía de superficial. La literatura de Claudio es magra, quiere borrar cualquier marca de belleza literaria, eso que está puesto nada más que para una frase linda. En el caso de lo mío, no se realmente cuál sería mi aporte. La comunicación más grande que Las Griegas tiene con V de Vian es la cuestión de los otros lenguajes, la relación con los lenguajes no literarios. Por un lado, el mundo de la moda. Hay tres cuentos en Las Griegas que son sobre el mundo de la moda. También el fútbol, que en su momento estaba pésimamente visto. Y lo político, en un sentido más claro, porque hay un cuento sobre Santucho, un cuento sobre un supuesto hijo de Videla. Y el erotismo. Trabajar lo sexual en un primer plano, son cuentos eróticos. Una cuestión que se me planteaba mucho en esa época era cómo escribir lo sexual. Pero para mí, V de Vian tuvo dos continuaciones más. Una personal, y otra un poquito más general. Para mí, La Selección Argentina, la antología, y Filo, son las continuaciones de V de Vian. Lo vivo que estaba V de Vian, tiene su momento culminante en la antología, donde publico a los autores que me interesaban, muchos de los cuales no habían publicado en V de Vian. Birmajer, por ejemplo, no publicó en V de Vian, pero perfectamente podría haberlo hecho, por lo que en ese momento representaba su literatura, te guste más o menos. Si habíamos publicado cuentos de Andahazi, por ejemplo, que en ese momento había sido un escritor maldito, y que ahora sigue siendo maldito, y que nosotros revindicábamos en algún punto. Básicamente por este desprecio que se le tiene. Y Filo representa estas cuestiones que atravesaban a la revista, en el sentido de lo sexual, la discusión literaria, todo en un tono jocoso, de comedia. Porque V de Vian tenía mucho de polémica. Nos gustaba pegar, pegar con alegría, nos gustaba divertirnos y que eso se notara, que todo tuviera un espíritu amable, gracioso, que se notara que nos gustaba lo que hacíamos y que la pasábamos bien, que disfrutábamos. En definitiva era eso, pegar con alegría. No ser impostados ni serios, no indignarse. No nos indignábamos, nos enojábamos. Los indignados son unos boludos. Carrió es indignada, la gran indignada de la política argentina. Evita se enojaba.