Diario de lecturas (catorce)

Por Juan Terranova

Sin llegar a ser antigua, la casa donde vivimos ahora es vieja y todos sus ángulos están fuera de escuadra. No hay uniones de noventa grados entre las paredes y eso hace que sea incómodo colocar cerámicas o apoyar muebles. Pero más allá de eso, es una buena casa. Una casa en la que podríamos vivir toda la vida.

Pienso en eso –no sé bien por qué– mientras leo una entrevista que le hicieron a Harold Bloom. Es una entrevista torpe, que no suma nada, nisiquiera cuando quiere ser chismosa. La hace la entrevistadora estrella de ADN, pero en sus preguntas evidencia no conocer ni siquiera superficialmente la obra de Bloom. Y eso que la vulgata sobre El canon universal, por ejemplo, o La angustia de la influencias, no sólo ya está, desperdigada, en los más conocido de Borges, sino que se aprende –y se repite– de manera recurrente, simple y simplista. Como fuere, el gordo está ahí. Se planta. Se hace querer. Le queda bien incluso la ignorancia reaccionaria cuando dice, hablando del Nobel, cosas como “a Borges no se lo dieron porque fue percibido como un hombre de derecha. Por supuesto que no lo era, fue un feroz opositor del antisemitismo, de Perón y del fascismo argentino”. (Como si no existieran los judíos de derecha y los peronistas de izquierda.) Es evidente que con el tiempo Bloom se fue transformando en un personaje más de los libros que ama. (El nieto de Leopold y la arremetedora Molly, por ejemplo.) Leer la entrevista de ADN, entonces, es como ver una repetición de Seinfield. No hay nada nuevo, es predecible, pero igual no cambiás de canal.

Pero estoy siendo injusto. El concepto de “pieza de época” no se lo conocía. Quizás mis lecturas canónicas no sean tan prolijas, después de todo. En un momento Bloom dice: “El problema es cuando ciertos libros y obras de arte se convierten en piezas de época como esta silla. Es decir, que son exaltados en un momento dado, y que están bien construidos, pero que treinta años más tarde no importarán nada. Por supuesto que Harry Potter ni siquiera es una pieza de época porque no está bien hecho, es una basura para el tacho. Pero un buen ejemplo serían los libros de los autores que han recibido la mayor parte de los últimos premios Nobel y los premios literarios en general”.

La verdad es que no veo que ahí allá un problema. Pero claro, Bloom se refiere a ese momento cotidiano, alimentado por los equívocos de la pereza y las contratapas, donde se confunde la “pieza de época” con la genialidad. Supongo, aunque quizás me equivoque, que Hemingway no representa mucho para Bloom. Ya habló en contra de Stephen King, el otro escritor peronista de los Estados Unidos, en más de una ocasión, o al menos lo hizo cuando le dieron un premio, no hace mucho. En todo caso, no me molestaría ser una pieza de época. Un tipo que hizo su trabajo y después cerró la puerta y se fue. El Nobel no me lo van a dar, pero se puede ser una pieza de época a nivel local sin recibir ningún premio. Supongo que alcanza con escribir y publicar un par de libros sólidos donde tus lectores se puedan sentar un rato a descansar.

Un 2008 de blanco o cabecita

Por Patricio Erb

And the winner is... El Maniqueismo. Sin lugar a dudas la racionalidad Braden o Perón fue la protagonista de un año político antagonista. El análisis de los especialistas de los medios de comunicación, por supuesto, fue crítico de esta lógica instalada por el Gobierno. ¿Por qué? Desde allí se insta al consenso por sobre todas las cosas. Los voceros de la racionalización propia no pueden soportar la confrontación, no es parte de su significante; es por eso que acuden a la creencia que sobrevuela a la sociedad argentina: antagonizar es violencia. Sin embargo fue la derecha la que desde un primer momento instaló con los K la terminología "setentista"; de allí la pregunta poco inocente de la Legrand: "¿Se viene el zurdaje?" o el palabrerío: "Montoneros de aquí, Montoneros de allá" que utilizan 99% de los taxistas en Buienos Aires.

En este primer párrafo de menos de 1000 caracteres se llegó a la conclusión: el enfrentamiento, aquí y ahora, es provocado por determinados sectores de poder económico:
"Establishment",
"grupos financieros",
"Iglesia",
"Sociedad Rural",
"Medios Concentrados"
llámenlos como quieran. Apenas asumió el kirchnerismo, allá por el 2003, las operaciones no esperaron ni un día. Aquellos críticos de la ideología inconscientemente recurren a ella las 24 horas de los 365 días del año. La palabra "ideología" (popularizada por Marx en La Ideología Alemana) es tomada por los críticos de lo popular. ¿Cómo? Sin nombrarla, a través de la antipolítica. De esa manera conservan un determinado significante vacío de palabras como "República", que es dueña de un sentido ficcional que no reconoce al "negro de mierda"; cosa que, mal o bien, los K siempre concibieron. Así la derecha, ante la imposibilidad de imponer su consenso, en el 2008 se dedicó a confrontar: "O estás con nosotros o estás con los cabecitas".

“La Plata es ensayo y Berisso es novela”



Por Juan Terranova

Gabriel Bañez nació en La Plata y es autor de una docena de libros, la mayoría novelas con títulos tan sugerentes como Hacer el odio, Paredón, paredón o El curandero del cuarto oscuro. Hablar de su perfil bajo, de su ausencia del circuito de exposición cultural porteño y de su genialidad oculta ya casi es un lugar común. Sin embargo, Bañez tiene una larga vida como periodista en medios nacionales y a principios de octubre ganó el Primer Premio Internacional de Novela Letra Sur con La cisura de Rolando, que se presenta el miércoles 3 de diciembre en el Ateneo. En la ceremonia de entrega del premio que se realizó en Puerto Madryn, con mar y ballenas de fondo, contó que la novela narra la historia de un chico de diez años que pierde el habla y se queda afásico. En Cultura, su último libro, ya había tenido un protagonista disfuncional que, escindido, recorría un inspirado retrato del usual maridaje entre la esquizofrenia, los fármacos y esa conocida área burocrático-política que a falta de mejor nombre se denomina “Cultura” en ministerios, intendencias y otras dependencias públicas. Desde mediado del 2006, escribe con perspicacia sobre libros y actualidad en su blog cortey.blogspot.com. Después de comentar la vida de Benito Lynch, el caso Barreda y la contextura intelectual y urbana de La Plata, Bañez respondió estas preguntas.


¿Sos es un escritor escondido o que se esconde?

Un poco las dos cosas, creo. Tengo bastantes dificultades para relacionarme y me cuesta aún más participar socialmente de eventos, charlas, mesas redondas, o cualquiera de esos eventos. Me inhibe mucho la exposición, y pienso siempre lo mismo: “¿Qué cosa importante puedo decir?”. Analizo un poco y llego –invariable y velozmente- a la misma conclusión: “Nada”. Lo que me ha creado más de un problema. Hace unos años el editor de Octubre amarillo, las crónicas sobre el caso Barreda que fui publicando en Página/12 de La Plata, decidió publicarlas y presentarlas en la Feria del Libro porteña. Lo hizo, pero yo no asistí a la presentación de mi libro. Creo que se enojó bastante. No sé qué excusa habré puesto ese día. Lo cierto: esas cosas me dan pavura. Pero más que fobia social creo que se trata de una tara. Soy un escritor desapercibido, digamos. Pero ese lugar lo disfruto enormemente, me resta ansiedad. Que el mudito hable por mí, el libro, quiero decir.

¿Cómo se te ocurrió escribir “Cultura”?

Surgió. Uno nunca sabe, la creación es de tránsito lento. Lo que sí: más que una parodia sobre la cultura oficial, es, creo, una versión en miligramos de esa cultura. Vista desde la disociación. Dos son los Ibáñez, dos las primeras personas, nunca opuestas como Jekyll y Mr. Hyde, sino complementarias. La disociación es una hermandad gemela, dos veces la misma cosquilla.

¿En qué lector pensás cuando escribís?

En ninguno. O sí: en mi otro lector. Escribo para poder seguir leyéndome, para ver de qué trata eso.

La Plata a veces aparece en tu escritura… ¿Qué relación tenés con la ciudad?

Es una relación polémica, afectiva quiero decir. La mayoría de mis historias transcurren en La Plata porque carece de mitología. La Plata es ensayo y Berisso, digamos, es novela. La maqueta en damero que es la ciudad me permite novelar, es como un desierto de Buzzati con el cual yo puedo ir armando espejismos y personajes. Días en que la amo, días en que la aborrezco. Es como una ciudad rusa de provincia, muy bella, espaciada, grandes avenidas y edificios públicos, serios problemas de identidad.

¿Existe una teoría de la novela platense?

Ni idea. A lo mejor existía y yo la arruiné. Pero no, en serio, lo que sí ha habido –felizmente– son hitos irrenunciables, como el olvidado y enigmático Benito Lynch; expresiones aisladas y valiosas, como Falcioni, Atanasiú; intentos interesantes por referenciar la ciudad, como Pilar de Lusarreta; y luego menciones a la ciudad en novelistas de paso, pero tan trascendentes como Walsh o Puig y otros. A veces se ha dado una insinuación entre lo exótico y lo alternativo, como en Bioy, con su fotógrafo menor en tren de aventuras platenses y algún otro que ya olvido; o evocaciones de registro juvenil, caso Sabato. Mencionar a Venturini, siempre tenida por poeta, es casi obligatorio. Pero nunca o casi nunca la ciudad ha estado orgánicamente integrada a la obra narrativa, salvo casos excepcionales, aislados. Y digo felizmente porque en la narrativa no se ha dado lo que en la poesía, ese intento decadente por aborregar a los excelentes poetas que ha dado la ciudad detrás de una presunta escuela o teoría “platense”. Una gansada narcisista. Por suerte, la buena poesía joven y la no tan joven –y son muchos los nombres, de primer nivel todos– ya ha entendido ese patético proyecto de corral y se ha abierto a una voz propia, distinta, sin etiquetas o pertenencias a un clisé a todas luces adocenado. Un poeta genial y secreto, degradado por el canon provinciano, es Ramón J. Couchet. Nadie o casi nadie lo conocen, pero tiene libros tan excepcionales y malditos como Los crímenes del obispo.

Tus últimas novelas tienen un humor raro, entre la ironía y la resignación. ¿Es algo buscado o surge solo a la hora de escribir?

Es cierto, pero surge naturalmente, a pesar de. Fijate que siempre, en letanía, me repito en voz baja el mismo lugar común: el humor es un recurso de la desesperación. O sea: el desesperado debo ser yo, seguro. Quizá porque tengo una visión un tanto desencantada de las cosas. O porque miro un poco torcido, no sé… En cambio, en el fracaso, en eso sí que creo. Digamos que soy un experto en esa materia, fracasando me muevo bastante bien. El fracaso debe ser el más genuino proyecto surgido de la condición humana, le presto atención... Lo risible son los intentos por superarlo, lo risible es el fervor que la sociedad de hoy pone en su contrario, el éxito, esa palabrita de raíz global que nos indica exit, siga el cartel, la salida es por acá.


(Publicado el jueves 27 de noviembre en Crítica.)

Sobre Transiberian, de Brad Anderson



Por Joaquín Linne

Creí que Brad Anderson era el primo bobo y republicano de Wes (Rushmore, Los excéntricos Tenembaum, etc.) pero no, de hecho este Anderson se va a Asia y hace algo mucho más interesante que Wes en Viaje por Darjeeling, sólo otra comedia boba con algunos buenos momentos. Lo de este más ignoto Anderson está muy bien en casi todo, empezando por Woody Harrelson. Mostrando que no es sólo un muchacho simpático y drogadicto, Woody deja su atildado rol de progresista californiano, cínico y fumón, para transformarse en un evangelista contador de Ohio, feliz de la vida en medio del tren transiberiano, donde la gente tiende a ser un poco más oscura. ¿Por qué está ahí? Para mostrarle a su novia que a él también le gustan las aventuras. Y se lleva la peli, claro. Eduardo Noriega, el español de Tesis, Abre los ojos y Plata Quemada, sigue con su papel de niño malo-seductor, Ben Kingsley hace como siempre de viejo duro pero en el fondo bueno. Harrelson, de todos modos, ya se había ganado el cielo con hacer el relato en off de Grass, de Ron Mann. Y en Natural born killers tampoco está mal, al menos por acompañar con cierta simpatía a la señorita Juliette Lewis. Y lo que hace en Scanner darkly (Linklater, 2007), una suerte de parodia de sí mismo, tampoco está mal.

¿Querés una beca?

Por Volquer


Lo anunciaban los volantes, las cadenas de mails y el boca a boca que se iba expandiendo en las aglomeradas tardes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. El organizador del evento, Gustavo Moscona, y el grupo de sociólogos, artistas visuales y activistas culturales que conforman el colectivo Sociología Contraataca presentaban en el aula Kosteki-Santillán el happening titulado ¿Querés una beca? ¡Chupame un huevo!. Más allá de que en los últimos tiempos los estudiantes de Sociología hayan empezado a acostumbrarse a la presencia de diferentes jornadas, performances e instalaciones desplegadas en aulas, pasillos y otros lugares antes impensados para estas propuestas, la irreverencia del título del happening, que cifraba una suerte de “trauma colectivo” compartido tanto por aspirantes como por becarios, y la promesa de enunciar esos rumores no siempre dichos tanto sobre los mecanismos de selección como sobre los modos de producción de conocimiento habilitados por las becas, generaba una expectativa singular.

Aula de planta baja, quizá la más grande del edificio de Marcelo T. de Alvear 2230, con la capacidad colmada. Algunos ubicados en sus pupitres, brazos cruzados y miradas atentas. Otros, sentados en el suelo. Muchos más, de pie, cerca de la puerta por la que cada vez se hacía más difícil pasar. Los anfitriones, disfrazados con guardapolvos blancos, intentaban poner orden y repartían globos a los asistentes, pidiéndoles que los inflasen y arrojaran cuando llegase el turno de las modelos. Se sabe que la significación social de cualquier manifestación artística está investida por sus condiciones de recepción y por su circulación. En este sentido, e incluso antes de que el happening hubiera empezado, el clima que se respiraba anunciaba la posibilidad de estar frente a un hecho histórico para la facultad. El primer acto consistió en una teatralización de la instancia de evaluación de las becas. Diferentes arquetipos de estudiantes se acercaban al escritorio donde un desopilante evaluador los sometía a un cuestionario y los desestimaba. Empezaron a escucharse las primeras risas y aplausos. Pero el público casi no tuvo tiempo de asimilar el número: a partir de ahí, el happening funcionó sobre la base de un encabalgamiento de situaciones que, desde diferentes perspectivas, escenificaban las tensiones existentes entre las becas entendidas como formas de vida y como sistemas de exclusión, como dispositivos de investigación y como máquinas de afectar a los cuerpos que circulan por la institución universitaria. La beca, muchas veces, como objeto de deseo, ideal a seducir.

El subtítulo del happening lo anunciaba: no es un happening, es la beca. La beca tiene muchas facetas, es un objeto complejo. Fue así que hubo un imperdible diálogo entre el becario que trabaja en el extranjero y su novia abandonada en Buenos Aires, monólogos y actuaciones brillantes, modelos que posaban y eran fotografiadas en honor a la beca, un mural pintado en vivo, un video con un sentido homenaje a Haroldo Conti, e incluso la disruptiva presencia de los cuerpos subalternos interrogando por la función y la pregnancia política de la investigación social. En las casi dos horas que duró el evento, el intercambio con las reacciones del público no dio respiro, y más allá de algunas lagunas, el saldo fue una suerte de catarsis donde pocos dejaron de sentirse interpelados.

Quizás uno de los mayores aciertos del happening haya sido la batería de preguntas que quedaron instaladas. El recorrido estilo varieté y el uso de un lenguaje familiar y cotidiano demostraron que, sin necesidad de recurrir a una proclama, el grupo encabezado por Moscona logró reflexionar sobre un tema candente en la vida cotidiana de muchos estudiantes. Y, en el contexto donde fue realizado el happening, la propuesta constituyó un verdadero acontecimiento político cultural. Las múltiples actividades de este colectivo, por ahora, pueden seguirse en el blog sociologiacontraataca.blogspot.com.

Publicado hoy en Página/12

Temporada de conspiranoia




Los topos, primera novela de Félix Bruzzone retoma tópicos de su libro anterior, 76 y condensa sus elementos al mismo tiempo que los explota hasta su límite posible, consiguiendo así uno de los relatos más interesantes que haya dado la literatura argentina contemporánea.

Furioso, rápido, arrasador, Los topos es un relato que no se detiene ni en un segundo y alcanza ribetes pynchonianos en más de un momento. Un relato plagado de conspiranoia puesta al servicio de la búsqueda de una identidad, una definición personal y también social y colectiva.

De trasfondo, la Dictadura como una presencia que pincha pero no hace sangrar: la ESMA es el decorado que despierta sensaciones, recuerdos, ideas y búsquedas, pero al igual que HIJOS, repercute de forma oblicua sobre el narrador.

Y es un relato pynchoniano (y que también hace acordar a los mejores momentos de Paul Auster, en especial al de El palacio de la luna, con una escena que parece homenaje a esta) porque la realidad se convierte en ensoñación, el enemigo pasa a estar en todas partes, la gran maquinaria oculta activa sus tentáculos y sus redes o no. Puede seguir siendo todo el relato alucinado de un alienado. En ese sentido el riesgo que sube en la novela (y hay que decirlo, por qué no, la editorial “grande” que también asumió el riesgo de publicar un libro como este) no se detiene y este entramado de conspiranoias psicotizantes tienen en ese reflejo oblicuo de la ESMA (vista desde la ventana de la casa del narrador cuando niño) un efecto de aterradora puesta en referendum: todo el discurso alienado puede encontrar inmediata referencialidad en la amenaza siempre latente de lo que pasó ahí, puertas adentro.

Lo que ocurre adentro es una constante básica del relato: es lo que no se ve, lo que dispara la imaginación, las posibilidades. Lo que no se ve genera inquietud, malestar, dispara la imaginación. Tras las puertas de la ESMA puede o no haber nacido un hermano del narrador. Tras la puerta de una casa puede haber sido secuestrada y luego asesinada una travesti que al mismo tiempo define si es o no un agente doble o agente infiltrado asesina de policías represores tras las puertas de una comisaría, en un espacio que le está vedado al narrador, como luego lo estará su propia casa. En esa pérdida de las certezas lo que desaparece es la noción de una “verdad”. La tristemente célebre frase de Videla diciendo que “no están, están desaparecidos. No se sabe” cobra nueva fuerza en la novela: lo que desapareció es toda certeza, toda seguridad y en ese sentido el replanteo de la temática post-dictadura parece captar perfectamente la zeitgeist actual.

En este contexto, topos son todos o no son nadie, nuevamente. Topo, espía, contraespía, nadie juega para nadie o todos juegan para un poder invisible superior, no se sabe y la mezcla pynchoniana empieza a tener sabor a caldo revuelto y espeso.

El narrador siempre en viaje, siempre buscando algo que no sabe qué es, busca y cuando no puede encontrar nada más, empieza a escarbar en su interior hasta transformarse y modificarse corporalmente, someterse a humillaciones y torturas desfiguradoras que lo transforman, lo convierten en otro, en su posible hermano, y el posible padre es un torturador sadomasoquista que conforma una especie de corte de los horrores mientras colecciona fotos de travestis asesinados y el narrador encuentra en él, a un hombre perfecto para ocupar el casillero de su padre “topo”, su padre traicionero y contrera. Todo esto a la velocidad acelaradísima de los hechos que se suceden casi sin consecuencia, con una linealidad causa-consecuencia que como bien ha señalado una reseñista, equipara la estética a la de un videojuego donde la cuestión es ir pasando niveles. Si de un videojuego se trata habría que equipararlo al Spore, como novela de aprendizaje acelerado, donde el aprendizaje es tóxico, alucinado, imprevisible y autodestructivo.

Diario de lecturas (trece)

Por Juan Terranova

En su prólogo a la edición de bolsillo de Fiesta, Juan Villoro cita a Michael Reynolds, uno de los biógrafos de Hemingway: “Todo el mundo lo recuerda esquiando en las pistas de Suiza, pero nadie lo imagina leyendo los diecisiete volúmenes de Turguenev, que sabemos que pasaron por sus manos”. Es interesante como en esa misma reivindicación, el mito puede más. Ni siquiera señalando que Hemingway era lector, Reynolds se anima a decir que leyó, dice apenas que los libros “pasaron por sus manos”, como si fueran herramientas. De hecho, si uno se detiene a buscarlas, hay varias escenas de lectura en Hemingway. En París era una fiesta, lee el diario mientras Fitzgerald se pone histérico. Y es interesante lo que dice. En Publicado en Toronto, una antología donde podemos espiar a Hemingway antes de que sea Hemingway, se ve que ya en ese momento sabe leer, tiene humor, ligereza, potencia.

En Fiesta no hay una subestimación de la lectura, como podríamos pensar de una novela de exteriores, con noches de juerga, pesca y corridas de toros. Más bien yo diría que hay una justa valoración de la lectura en relación con el mundo. Al final del primer capítulo, Cohn le insiste a Jake con un viaje a Sudamérica. Y Hemingway escribe: “Me daba pena pero no podía hacer nada al respecto, porque siempre tropezaba con las dos ideas fijas; su locura por Sudamérica y el hecho de que no le gustaba París. La primera idea la había sacado de un libro, y supongo que la segunda provenía también de algún libro”. La postura va más allá de la ironía. No todo lo que viene de los libros es bueno. Es más, los libros te pueden afectar de forma negativa. Esa parte –en realidad toda la novela– es un antídoto perfecto para la inflamación lectora, un poco histérica, estilo Borges.

Antes, Jake le había dicho a Cohn: “Uno no puede escapar de sí mismo yéndose de aquí para allá”. Si es un consejo, y creo que lo es, no es malo. Y para seguir con Borges, el libro que empuja a Cohn a Sudamérica, el libro que “había leído y releído” es La tierra purpurea, de Hudson. La lectura que hace Hemingway del libro merece atención. En el momento en que escribe esa escena, Borges tenía alrededor de veinticinco años y Jake dice que La tierra purpurea es “un libro bastante siniestro si se lee a una edad avanzada. Relata las imaginarias y espléndidas aventuras de un perfecto caballero inglés en un interesante país romántico cuyos paisajes están muy bien descriptos. El que un hombre de treinta y cuatro años lo tome como contenido de la vida es tan peligroso como, para un hombre de la misma edad, entrar directamente en Wall Street procedente de un convento francés.” Después agrega que el libro le da “absoluta confianza” a Cohn y que eso “era todo lo que necesitaba para entrar en acción”. Creo que no hay que pasar por alto la palabra “acción” y menos que hay libros, no necesariamente malos, ahí está la trampa, de los cuales hay que desconfiar. También es interesante como hilvana Hemingway la lectura y la acción.

Más delante, en Fiesta hay otras escenas de lectura. Jake lee cuando se va de pesca y también aparece Turguenev, leído durante una borrachera, en un estado “supersensitivo, a causa de tanto Brandy”. En este sentido más que en otros, en la descripción de las condiciones materiales de lectura, en la astucia, es donde Hemingway se separa con violencia elegante del ideal universal de lectura borgeano. Y de paso, de una larga lista de escritores porteños formados en los 80 que intentaron escribir con Borges, contra Borges, a lado de Borges y no se dieron cuenta de que quizás estaban confiando demasiado en los libros equivocados. De hecho, el campo cultural argentino de hoy se define bastante por un excesivo aprecio a buenos libros que no te ayudan, que te confuden, que te desorientan. Sin mucho esfuerzo, se podría armar esa biblioteca argentina del equívoco que da vueltas, fragmentada, como un fantasma asustado.

¿Qué querés? Es peronista

Por Patricio Erb

"Punto nodal", "point de capiton", "designante rígido", son algunos conceptos que se utilizan para denominar el colchón ideológico, "la palabra a la que las ´cosas` se refieren para reconocerse en su unidad", señala Zizek, en su libro El sublime objeto de la ideología. A partir de allí reconvertí un ejemplo del filósofo ¿eslovaco? Para describir el "imposible real" del antiperonismo argentino. "Negros", "punteros", "corruptos" son palabras que refieren a una "X" inalcanzable que representa al peronista. Esa creencia sobre el PJ en general es parte de un trabajo de articulaciones de elementos negativos que instalan aquellos que ven al movimiento popular fundado por Juan Perón como una maldición contra la Argentina "pura" que instauró la generación del 80´.

Borges, de Bioy Casares, abunda en ejemplos de estas características. Las conversaciones de dos de los escritores más geniales -al menos para mí- del siglo XX están llenas de comentarios, como por ejemplo: "... que querés, es peronista". En el capítulo "Che vuoi?", Zizek manifiesta que se pueden establecer formas de connotar un "plus" para instalar un designante rígido: "Negros, punteros, corruptos... porque son peronistas". Este es el mecanismo que le encanta utilizar a aquellos amantes de la "anti-política" que, claro está, es la política de El fin de las ideologías. Todo lo vinculado a la palabra política tiene ese "imposible real" lacaniano de tufillo, rosca, transa.

Casualmente (sic), el mecanismo utilizado por la dirigencia crítica de la política es reproducido por los medios de comunicación: emisoras de tele, radios, agencias, diarios, portales digitales de noticias. Desde allí se descalifica a la práctica política en pos de un significante claro: la "democracia republicana". ¿Pero cuál? ¿La liberal que ve un monstruo totalitario en toda intervención estatal? Existen muchas formas de observar el rol actual del Estado moderno, sin embargo no quedan dudas que: "Lo que está en juego en la lucha ideológica es cuál de los puntos nodales, points de capiton, designantes rígidos, totalizará los elementos flotantes" de los discursos sociales que pululan por el mundo.

FILBA: Un balance

Por Hernán Vanoli


El mero hecho de que la ciudad de Buenos Aires haya tenido un Festival Internacional de Literatura es algo que merece celebrarse. Si, además, el evento contó con casi nulo apoyo estatal y unos pocos auspiciantes privados, toda crítica posible pasaría a jugar en el terreno del infantilismo destructivo.

Habría que hablar, en cambio, de un Gobierno de la Ciudad que no pareció apoyar demasiado mientras invierte cifras siderales en campañas como aquella de la gente que hace deporte metiendo basura en los tachos. O de emporios mediáticos que no dieron el apoyo ni la cobertura suficientes a un acontecimiento sin precedentes en la Ciudad, en un contexto donde la proliferación de festivales aún no se había detenido en la literatura. Así, puede resultar extraño que el FILBA no haya despertado grandes pasiones a quienes tienen el poder, pese a que un país como Colombia, atravesado por las difíciles consecuencias de la violencia política y del narcotráfico, y que cuenta sólo con 1 (una) figura como García Márquez, es capaz de postular a Bogotá como “capital latinoamericana de la literatura”, y hacerlo exitosamente.

Lo cierto es que el público respondió de manera interesante, y que hubo charlas y performances imperdibles, como la de Pedro Lemebel tras haber sido entrevistado por Fernando Noy, o el ritual de cierre llevado a cabo por Mario Bellatin el último domingo por la noche, donde el escritor peruano – mexicano leyó un texto durante casi una hora. No faltaron tampoco asistentes provenientes del ambiente artístico extra-literario, como el artista Roberto Jacoby o la actriz Analía Couceiro, entre otros. El Domo, la extraña carpa inflable ubicada en los jardines del MALBA, fue además testigo de las charlas, discusiones e intercambios entre muchos escritores locales y los escritores visitantes ansiosos por embeberse del color local de Buenos Aires, y sus lectores.

Aciertos y preguntas

Vale la pena entonces decir que el FILBA no sólo demostró el compromiso y el tesón puesto por sus organizadores, encabezados por Pablo Braun y Soledad Constantini, sino que fue un experimento más que beneficioso pensando en sus (ojalá) próximas ediciones.

Quizás hubiera sido interesante ver a unas pocas menos figuras extranjeras y, en cambio, ofrecer un mayor lugar a las relaciones entre literatura y política, con la vastedad de mesas y de propuestas que ese cruce puede habilitar. Privilegiar, en otras palabras, al escritor como actor político cultural antes que como starlet artístico transnacional. También hubiera sido buena la posibilidad escuchar a más poetas jóvenes, y, por supuesto, al Quinteto de la Muerte, el grupo de narradores que viene desarrollando una mística especial en el circuito subterráneo de la narrativa porteña. Proponer un juego entre los internacional y lo propio, lo aún no legitimado. Sin embargo, el planteo general del Festival fue más que acertado, y desde el ciclo de charlas sobre Roberto Bolaño hasta las mesas que discutían el estatuto mismo de los festivales literarios, la variedad y relevancia de los ejes propuestos, y la calidad de invitados como Horacio Castellanos Moya, Nicole Krauss y Juan Villoro, fueron más que satisfactorias.

El FILBA, entonces, no sólo fue un evento exitoso, sino que habilita también una serie de preguntas que nos permiten reflexionar sobre el actual estado de lo literaio. ¿La literatura no ya como práctica cuyo destino final es el objeto-libro, sino como eje de discusiones, lecturas colectivas, performance y sociabilidades capaces de disputarle su centralidad a las prácticas de lectura más tradicionales? ¿El lugar de la literatura debe ser, a fin de cuentas, el museo? ¿Lo literario leído en circuito virtuoso con el turismo? ¿El retorno final y definitivo de la figura de los autores? ¿Los autores como embajadores de sí mismos? ¿Los festivales como nuevos productores del cánon? ¿Qué lugar y que función, entonces, para este nuevo tipo de público que acude a los festivales? Enunciarlas, y comenzar a pensarlas, podrían ser otras de las consecuencias del primer FILBA.

Publicado el Miércoles 19 en la sección Culturas del Diario Crítica de la Argentina.

Diario de lecturas (doce)

Por Juan Terranova

Releo lo que escribí hace unos días. Lo hago con tranquilidad. Me tomo mi tiempo. ¿Por qué ese exabrupto poniendo, de una manera tan grosera, a Borges en un lugar que no es lo suficientemente original como para excusar esa violencia? La verdad es que no lo sé. “Hay que leer mucho, cubrir grandes zonas de la cultura, decenas, cientos, miles de libros.” ¿Es esa su voz y no me gusta que me dirija la palabra en ese tono? En todo caso, se trata de un mandato ridículo. Lo encarna Borges, sí, y sus lectores también. Yo leo salteado, releo. Qué placentero resulta. En el Curso de literatura europea de Nabokov encuentro un párrafo simple pero elocuente: “A propósito, utilizo la palabra lector en un sentido muy amplio. Aunque parezca extraño, los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un relector”.

Y ahí cerca hay otra de sus consignas, ya clásica, imprescindible: “Al leer, fíjense en los detalles, acarícienlos”. Me hace acordar al Pancho Villa de Paco Taibo II. La busco en la biblioteca, lo encuentro, releo con atención. La memoria no me falla. Él también tiene una teoría de los detalles. “Todo contador de historias sabe que la verosimilitud, la apariencia de verdad de su efímera y personal verdad, a fin de cuentas está en el detalle. No en lo que se dijo, que habría de volverse frase propiedad y uso de eso que llaman la historia, sino en cómo se contó el anillo con una piedra roja falsa que alguien movía con mano gesticuladora, cómo se habló del color de las botas. El contador de historias sabe que el número exacto es esencial: 321 hombres, 11 caballos y una yegua, 28 de febrero; que la supuesta precisión de la exactitud, así sea falsa, amarra la historia que ha de ser contada, la solidifica, la fija en la galería de lo verdadero de verdad.”

“Amarrar la historia”. Sí, es posible. No creo que valga ningún relativismo en este plano. Hay historias bien agarras y otras que se sostienen con lo justo. Ordeno las ideas y pienso, no sé por qué, que en la web no hay ironía y el humor fino es difícil. Al no detenerse a leer porque siempre hay algo más atrás de esas apalabras, a un click de distancia, el lector toma la ironía o la broma en sentido literal y real, tan real como un rasguño. Y la relectura web es algo rarísimo. Es una de las grandes desventajas de la web y de los blogs. (Aunque repasar un blog, propio o ajeno, es una experiencia interesante.)

De hecho, creo que ya estamos tiempo de empezar a resaltar, por ejemplo, los defectos de los blogs. Pero no como se hizo hasta ahora, desde afuera, con moral, desde atrás, con una mirada evidentemente obsoleta. Hay algo plano en los blogs que los empujan o emparientan con el periodismo. Y los alejan del libro. Y no me refiero tanto a lo escrito sino a la manera de leerlo. Como fuere, para producir una página en un diario o el libro más breve y simple hay que estar en contacto con un montón de gente que traba y ayuda al que escribe, muchas veces al mismo tiempo. Correctores, editores, diseñadores, jefes de toda índole y compañeros con los que se comparte, se duda y se decide. En el blog eso no existe. Los blogs son instantáneos y favorecen el aislamiento. De ahí que sea nido ideal para el insulto fácil, los pocos reflejos intelectuales y algunos reflejos paranóicos aberrantes. Y el aislamiento autogestionado no siempre es bueno. Así que le hago caso a Nabokov y empiezo a releer Fiesta de Hemingway.

Metalero, cristiano y peronista

por Diego Vecino



El kirchnerismo es el hecho político más relevante desde el 2001 y lo será, sin lugar a dudas, hasta el 25 de mayo de 2010, fecha en que este blog se destruirá, mutará en partido político o seguirá tal cual ahora, y probablemente más allá de esa fecha, hasta completar cualitativamente la década. El kirchnerismo es, además, un fenómeno complejo, contradictorio, en tensión; que muchos se esfuerzan en aplanar, en presentar contundente y acabado, acaso por los meros efectos del cinismo o la adolescencia. Estas complejidades y turgencias, en realidad, se expresan de muchas maneras pero no deben ser confundidas con los meros disensos internos y las rupturas políticas –Eduardo Duhalde, Roberto Lavagna, Julio Cobos o Felipe Solá–, y sí, en cambio, en esa otra dimensión mucho más esquiva, constituida por los desplazamientos sutiles en las formas narrativas de construcción de su propia identidad, no tanto como partido político, sino como proceso socio-cultural general. “Nuestra situación global –afirma Slavoj Zizek en su último artículo en Ñ- no sólo es una dura realidad, sino que también está definida por sus contornos ideológicos, por lo que tiene de visible e invisible, de expresable y de inexpresable”. El kirchnerismo es algo más que todos sus términos: es la introducción en el discurso público de nuevas posiciones de enunciación y de nuevos temas de discusión. Es allí donde el kirchnerismo oscila entre dos extremos, dos posibilidades narrativas, diferenciales y no siempre antagónicas (aunque sí a veces). Cada una de estas posiciones permite leer una serie. Por dar tan sólo un ejemplo de cada una; de un lado Luis D’Elía y del otro Alberto Fernández. El primero, coqueteando con la silenciosa ruptura en su última Carta Abierta; el segundo ya por fuera, pero adentro, declarándose “ultra-kirchnerista” según las circunstancias y eventualmente restableciendo el diálogo. Ambos marcando debilidades y fortalezas diferenciales en el proceso político que es, aunque a esta altura eso sea difícil de asegurar, el mismo.

En 2005, la banda Custom 71 lanzó un video notable: “Metalero, cristiano y peronista”. Entre otras cosas dice: “Soy metalero, cristiano y peronista/ revisionista de la historia oficial./ Sigo la línea/ de San Martín, Rosas, Perón./ Soy argentino, patriota y luchador”. Para ubicarla dentro de las fronteras de posibilidad del kirchnerismo sólo nos hace falta hacer un repaso por la historia de la banda, tal como la cuenta su cantante, Julio Carricondo, en una entrevista a la revista Sangre Joven, de la Juventud Nacional-Socialista Argentina. Formada en la segunda mitad de los ’90, en el ’97 Custom 71 era una banda de hard-rock, “setentosa”, que componía a través de Led Zeppelin. Nunca terminaron de funcionar. “En el año 2001 yo vine a vivir a Buenos Aires y empezamos a rearmar la banda acá, haciendo un cambio, haciendo la música más pesada. Nuestra principal influencia fue Black Sabbath, V8 y Hermética”. Ahí empezaron su carrera: en el 2003 fueron soportes de Almafuerte, en el 2004 de Paul Di’Anno. “Pasamos de típico rock pesado de los ’70 al metal”

La entrevista es muy buena: “¿Cuál es tu visión sobre el gobierno?” –preguntan. Los fachos son completamente anti-kirchneristas, fundamentalmente por la política oficial de derechos humanos y la retórica setentista, pero también por el afán telúrico que los alineó al campo y porque, va de suyo, el kirchnerismo es genuinamente progresista. En todo momento tratan de pulsarlo hacia su posición. Carricondo resiste, en su ingenuidad: “Yo tengo una visión particular con respecto al gobierno de Kirchner. Creo que es el mejor gobierno de la democracia. Actualmente Custom 71 está en una etapa especial. Es como que estamos a las puertas de hacer algo más grande. No sé cuán grande, eso lo dirá el futuro (sic!). Kirchner creo que hizo cosas buenas, como por ejemplo haber reestatizado los trenes, pero tiene algo que a mí no me gusta, que es tratar de disolver las fuerzas políticas existentes (sic). También le falta terminar de jugarse”

Las condiciones de posibilidad de “Metalero, cristiano y peronista” están dadas por los mecanismos de enunciación del kirchnerismo desde abajo: el rejuvenicimiento de la retórica nacional-popular, que otorga claves muy ricas de lectura. El detalle es que la izquierda enunciativa no siempre canaliza contenidos ideológicos genuinamente de izquierda; y en definitiva eso es lo que aleja a Carricondo de otras formaciones del kirchnerismo populista –aunque relativamente, porque si el kirchnerismo tolera Custom 71, es por definición incompatible con la JNSA. Sin embargo, la habilitación de este tipo de discuros (otro tema de la banda se llama “Afeminada modernidad”) evidencia la ampliación del campo de batalla que el kirchnerismo produjo como causa y consecuencia de su propia existencia –y ese es su gran logro político–. Como afirma Zizek: “Las palabras nunca son ‘sólo palabras’, sino que tienen peso, definen los límites de lo que podemos hacer”.

Por arriba, del otro lado, Custom 71 tiene su espejo inverso: el facebook peronista, que con una retórica institucionalista y elegante diseño, politiza tecnologías restrictivas para movilizar contenidos progresistas. Pero sin intención de aportar más enrosque culturalista, lo dejamos para el siguiente post.

Y pintó... el arrebato


Una posibilidad: leer Pintó el arrebato como una nouvelle en ciernes que se desmarca del horizonte de expectativas de la poesía entendida como un entramado de relaciones sociales y de modos de leer. Sustraerlo de la órbita del gesto y leerlo como una crónica urbana, en un movimiento que trasciende el pequeño grupo de entendidos y se expande hacia la incomodidad palpable en cualquier lector que se enfrente a la potencia de esos "poemas". Pensarlo, incluso, como una resistencia al lenguaje entendido, a fin de cuentas, como algo sublime. Secuestrarlo, en pocas palabras, de los sentidos crisalizados en torno a la noción de "literatura", habilitados por la ambivalencia de las marcas que lo asocian a ese discurso, y hacerlo brillar en su obscenidad, en la felicidad oscura que producen esos textos. Pensarlo, en suma, por fuera de la serie literaria, no en tensión con el lenguaje poético; sino en sintonía con las narraciones de lo popular. No como un hecho estético, sino como un hecho político. Rescatar, a fin de cuentas, lo inclasificable. Porque, no hace falta decirlo, Pintó el arrebato es una masa.


Por eso, y más allá de esta apropiación tendenciosa, lo que sigue es una entrevista a Oscar Fariña, el autor.


Uno. ¿En qué consiste Pintó el arrebato?


Debo a la conjunción de Fotolog y una banda de cumbia el descubrimiento de Pintó el Arrebato. Fue de súbito: corría el año 2006, yo me encontraba hastiado de todo lo que venía escribiendo hasta ese momento, en un tono más bien neo-barroco, y no me seducía nada ese objetivismo hegemónico que desde los ochenta viene cifrando en el corte helicoidal de una cáscara de naranja el derrotero (descendente) del mundo. Una noche de excesos, entonces, la epifanía: debía arrancar con una serie que llevara por título Pintó el arrebato (“inspirado” en el nombre del disco Y pinto… el arrebato, guacho del grupo El Arrebato) y su primer encuentro con el lector sería a través de Fotolog, plataforma de publicación ideal para un conjunto de poemas que desde el vamos reclamaba para sí menos solemnidad que la acostumbrada en poesía, entendida como una práctica con un modo de circulación específico -todo recontracosificado y envuelto en moño de regalo.


Así, digo que descubrí Pintó el arrebato porque todo, título, tono, modo de publicación, se determinó recíprocamente en un mismo movimiento. Aplicarlo fue un trabajo menor. Después, sólo después, se bajó a papel en una plaquetita de fotocopias que edité yo mismo hace más de un año, y ahora tiene una versión aumentada en este nuevo libro que estamos presentando.


On line, el experimento puede leerse hoy día en un blog, ya que los administradores de Fotolog me cerraron dos veces sendas cuentas, por las fotos, según ellos, inadecuadas, que acompañaban los poemas.


Dos. Hay un trabajo evidente, deliberado con el registro marginal o villero. Muy bueno, en el sentido de que esa "oralidad" está muy bien reproducida, captada ¿con qué sentido es que te propusiste ese trabajo? ¿Te parece que hay detrás de Pintó... alguna definición de "lo popular" -conciente o quizás inconcientemente-?


En el Facebook hay un jueguito que consiste en descubrir anagramas a partir de un conjunto de letras. La escala de puntos está dividida en distintos personajes que resumen la supuesta habilidad verbal que uno tiene. Así, se parte de la figura de un bebé, se pasa por la de un vendedor de autos, y lo máximo que puede uno aspirar es a convertirse en cyborg del anagrama. Inmediatamente anterior a esta instancia, por encima del profesor, del filósofo, está el poeta, como gran paladín de la habilidad lingüística. La estructura escalonada, se entiende, propone una idea normativa de dicha habilidad.


Contra esta noción ingenua, que mucha gente en teoría avezada sostiene todavía, es que me propuse escribir poesía a partir un registro que no se le asocia comúnmente –que no se le asocia, creo yo, de forma errada. Los registros de las clases marginales son, a nivel social, los más productivos, los que tienen un margen mayor de creatividad, los que menos sujetos están al yugo coactivo del estado. ¿Por qué reducirme a escribir como un presentador de noticiero? ¿Para qué ensayar mis versitos postulando a Guillermo Andino como modelo? Además, nada más conveniente a mi idiosincrasia de pajero: al intervenir miméticamente este lenguaje, por todo lo expuesto arriba, ya tenía más de la mitad del trabajo hecho. Claro que este gran descubrimiento del que tanto me jacto ya lo habían realizado hace casi 200 años los poetas gauchescos, y más acá (hablo de mis lecturas) Juan Desiderio, Washington Cucurto, Daniel Durand, y otros tanto.


Tres. ¿Por qué te interesaste en este tipo de registro? ¿En qué sentido te sirvió como material "poético"?


No podría estar más de acuerdo con esta sentencia de Mansilla: “Digan lo que quieran, si la felicidad existe, si la podemos concretar y definir, ella está en los extremos”. Sólo le agregaría que para alcanzar un grado más intenso de felicidad, ya casi intolerable, se debería procurar el cruce de aquellos extremos que estemos tratando. Eso intenté con Pintó…: el encuentro de un registro con una forma que de suyo, dicen, no le concierne.


Por otra parte, en principio, si opté por este lenguaje, llamémosle (mal) tumbero, fue también porque era , en consonancia con mi desidia constitutiva, el que tenía más a mano. No sólo en los pasillos de la 1-11-14 la gente se come las eses. Insisto: casi nunca hablamos como si estuviéramos presentando una ponencia Yo le dediqué especial atención a ciertos usos menos estandarizados de nuestro dialecto rioplatense, eso es todo. Usos que tuvieron que ver mucho con mis años mozos, cuando de adolescente me encontraba la noche sentado en alguna esquina del partido de Esteban Echeverría, al sur profundo del conurbano bonaerense, cerveza en mano, cagándome de la risa con mi primo Bombi y sus amigos, a la espera de ver cuál era la que pintaba; y muchas veces era eso nada más lo que sucedía: la amistad, la picardía, el reviente en la esquina y mucho, pero mucho, muchísimo, relato.


Allá fue donde aprendí a parar la oreja. A todos ellos, mil gracias.


Cuatro. Cuando leo Pintó... noto cierta tensión: entre el formato "poesía" y el registro villero. Digo, por una parte, el poema constriñe u otorga ciertas reglas (de ritmo, rima, etc) a una forma oral que, sin embargo, se resiste siempre a ese tipo de "limitaciones". No quiero decir que los villeros sean naturalmente subversivos y que esa cualidad esté en sus formas dialectales, porque eso sería reduccionista, pero si me parece que hay una tensión bastante interesante. ¿Vos como lo ves eso? ¿Lo notás? ¿Te es un impedimento para escribir o potencia las posibilidades del poema?


La forma poema constriñe siempre el flujo del discurso, más allá del registro con el que se esté trabajando. De hecho, cualquier forma lo hace. En este sentido, eso no me deparó un problema adicional a la hora de confeccionar los poemas de Pintó… Sí sucedió que el contraste entre la reproducción de un discurso tan característicamente oral, y sus “desajustes” y “fallas” consecuentes, en el marco de una instancia tan formalizada como la del poema, generó un plus de extrañamiento que yo considero absolutamente necesario cuando se trata de poesía –otra vez uno, descubriendo obviedades. Quiero decir, me gustaría ver el valor de Pintó… no en la adecuación de sus versos con el registro popular, en el verosímil, sino en la tensión que genera su transcripción con respecto al trabajo estructural, poético. Hay varios giros en la serie que nada tienen que ver con los usos de aquel habla, que me los demandaban la métrica o la música de determinados versos. Hay, incluso, una prolijidad que se podría pensar excesiva, pero que ni por momento consideré difuminar ya que todo eso sumaba a la inestabilidad general.


De todos modos, más allá de mis intenciones que nada importan, cada cual leerá lo que se cante el orto. Yo sólo espero que se divierta.


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El libro acaba de ser publicado por Chapita, nueva editorial artesanal a cargo de Daniel Durand y Matias Heer. Integra una colección de jóvenes autores que en este momento se completa con Al rayo del sol, de Fernando Callero; El Olimpo, de Francisco Bitar; y De irrisoria complexión, del mismo Matías Heer. El plan inmediato es duplicar el número de autores publicados de acá a fin de año

Un novio para mi mujer

Por Volquer

1.
Pocas veces vi peores escenas de un partido de fútbol que las que aparecen en Un novio para mi mujer. Pero no se trata sólo de la mala factura. Lo que puede leerse ahí es un total desconocimiento de los códigos, en este caso del fútbol amateur. Para transgredirlos, primero hay que conocerlos. Cualquiera que se haya dedicado a jugar en alguna de las oscuras canchas de baldosa o de alfombra gastada, llenas de pozos y de arena que pueblan todos los barrios no sólo porteños sino también del conourbano, sabe que si un tipo se pone a preguntar si deja o no a la novia en medio de un partido, es muy probable es que reciba una merecida trompada o al menos un “callate, boludo, y ponete a marcar que a tu novia se la garchó toda la barra de Atlanta”. La cuestión, aún cuando se juega entre amigos, es ganar. Muchas amistades se suspenden por un partido de fútbol; hay, también, muchos cuerpos que se abollan. Esa escena, la del histriónico Tenso preguntando por el devenir sentimental de su pareja, se repite unas cuantas veces en la película. Pero hay más. Cuando terminan de jugar, mientras los tipos se cambian, no hablan del partido sino de la mujer del Tenso, y vuelven a su casa con la corbata puesta. Impresentable. Confieso que a la media hora de película estaba bastante indignado, con ganas de sacarla y ponerme a mirar cualquier otra cosa. Estaba hasta dispuesto a ponerme a mirar Stalker, que me duerme de una manera casi automática. Pero resistí. Y el esfuerzo, que finalmente no fue tal, valió la pena.

2.
Según las publicidades, Un novio para mi mujer tuvo más de un millón de espectadores en cine. Si multiplicamos esta cantidad por el coeficiente de “espectadores ilegales” que compraron la película en el subte o directamente se la bajaron, o quizás hasta la alquilaron, las cifras se transforman en un hecho social significativo por su mero peso numérico. Dicho esto, no se trata de revindicarla por su pregnancia social ni de usarla como caballito de batalla contra el “cine para pocos”. Ese “cine para pocos”, de hecho, en general me interesa más como medio de profesionalización de ciertos investigadores universitarios, o como estilo de vida para otros jóvenes estudiantes de cine, que como producto artístico en sí. Pero no nos desviemos. La cuestión acá es que la película escenifica no sólo la decadencia de la institución matrimonial, sino que además se construye frente a dos productos que la informan desde puntos de vista acaso opuestos pero complementarios: de una parte, la novela El Pasado, de Alan Pauls, y de otro, la película La Novia de mis pesadillas, protagonizada por Ben Stiller.

3.
El Pasado desborda a la película de Taratuto en muchos aspectos. Aunque, quizás, sean similares en algo: son obras que representan directamente a las franjas de público para las que fueron construidas, y esto más allá de lo que digan sus autores. Una anécdota: un profesor universitario se cruza con Alan Pauls en el subte (línea D, como corresponde) y le dice “Alan, vos contaste la historia de mi generación”. Entre incómodo y sorprendido, Alan le responde y el la charla deriva en vaguedades intrascendentes que no nos interesan. Lo notable acá es que las clases medias representadas en la novela de Pauls (o el progresismo blanco, para citar al joven narrador Luis D’Elía) viven con los fantasmas tan bien trabajados por Alan: el amor adolescente hablado por las malas traducciones de teorías sociales, filosóficas o literarias, el diletantismo inútil de las sectas de estudiantes, el chanchullo académico, el viaje, el agotamiento de los treinta y pico tras la pureza del despertar amoroso e intelectual, la separación y la adolescencia tardía vivida casi en loop con recuerdos que azotan como ráfagas de arena o de cocaína. El Pasado condensa las angustias de una elite cultural, más allá de sus ambiciones, y es también un testimonio del actual estado de imaginación de lo que circula en los medios como “lo cultural”: si lo erótico, lo sentimental, el diseño, el rock y el consumo fueron apropiados (Alan ya no escribe más sobre la imposibilidad de la representación), el modo de abordaje permanece, y Pauls no puede privarse de reflexionar sobre el arte contemporáneo en su faraónica novela. Incorporación temática de ciertos tropos medianamente revulsivos para el legitimismo de antaño, pero con un tratamiento reverencial e impostado, que aún necesita mostrar credenciales de distinción como fundamento del gusto.

4.
La novia de mis pesadillas desborda a la película de Taratuto ya no en términos del estrato social representado, porque, más allá de las distancias económicas (el personaje de Stiller es dueño de una casa de deportes en Nueva York, el de Suar de una casa de artículos de iluminación en Buenos Aires), el ethos de ambos personajes es el mismo, esto es, jóvenes comerciantes urbanos. Incluso se podría decir que uno es copia del otro, y lo notable no es la copia, sino el verosímil que la misma habilita. La diferencia, en este caso, está dada porque lo que en La novia… es una reflexión moral sobre el cinismo (recordemos: el punto de giro de la película está constituido por el momento en que el personaje de Stiller se da cuenta no sólo de que puede mentir, sino de que lo hace maravillosamente bien, y será ese tránsito, ese devenir-cínico, lo que va a imposibilitar su felicidad), en Un novio… se transforma en un grotesco que narra la imposibilidad de vivir juntos en un contexto social específico. Si Ben Stiller termina aprendiendo que las apariencias engañan y que la convivencia, aún en un contexto ideal como las vacaciones, puede dinamitar cualquier idealización romántica, lo hace porque la fábula moral que se narra no necesita de un anclaje. Las vacaciones son la no historia, el no lugar, la posposición. En cambio, pese a ser mucho menos gracioso y a estar rodeado de gags mal hechos y de personajes secundarios de cartón, el drama del Tenso es un drama social: de un lado, el desmoronamiento de una pareja si uno de ambos se encuentra desempleado; de otro, la fascinación, en este caso de la mujer, por el cuerpo joven y disponible; además, una disección de las vertientes del imaginario machista. El vivir juntos fracasa en la práctica, y volverá a fracasar. Cuando el Tenso vuelve a valorar a su mujer y quiere recuperarla no lo hace sólo porque ella consiguió volver a ponerse en el lugar de objeto de deseo; lo hace porque ella lo ayudó a negociar con el agente inmobiliario cuando se compraron el departamento. El personaje de Valeria Bertuccelli (La Tana), además, no sucumbe a los artilugios más clásicos de la seducción. Es, a fin de cuentas, el único personaje que se transforma.

5.
Para terminar, una reflexión sobre las relaciones intergeneracionales, que son las que finalmente definen la circulación y apropiación social de muchos productos culturales. Presos de la fantasía liberal de las clases medias intelectuales cuya propia construcción en tanto genios consiste en negar tanto a sus padres como a su procedencia social una y otra vez, los personajes de El Pasado de a momentos parecen carecer de historia. La evocación de la infancia de Rímini, en este contexto, parece una película de Ezequiel Acuña, y el parricidio a la figura de Fogwill – El Marinero, es nada más que un gesto simpático. En La novia de mis pesadillas, por su parte, los roles están invertidos: el padre intenta llevar a su hijo hacia el vagabundeo sexual entendido como única aventura posible; el hijo, por su parte, intentará rebelarse a través de la constitución de una pareja estable. Al final de la película, la sensación general es que Ben Stiller mejor hubiera hecho en seguir los consejos del padre, o, los que es peor, que los seguirá, a la larga, quiera o no quiera: la tragedia moral carcome a la comedia desde adentro. Lo que pasa en Un novio para mi mujer es diferente. Ambos modelos están agotados: el del Perro – Goity, un ser nostálgico que trabaja en realidad disfrazado de perro de peluche, y el del Tenso. La animalidad, en este punto, no es un tema menor en una película que aggiorna muchos de los tropos del grotesco, siguiendo acá la lectura de Viñas. Hay una escena que funciona de modo profético. Los personajes se reúnen en el puerto. Goity piensa que triunfó; Suar acepta su derrota con cada vez menos resignación. Hay, ahí, un intercambio trunco: Suar va a pasarle una lista donde enumera los gustos de su mujer, pero la lista se vuela y va a parar al agua. De fondo, pueden verse dos grúas algo oxidadas, inútiles. Esta imposibilidad de transmitirse un legado (el Tenso y el Perro se relacionan a los golpes) entre dos subjetividades tan inmóviles como esas grúas desemboca, obviamente, en la derrota –o en la victoria pírrica- de ambas. La mujer, el objeto de deseo, pasa por otro lado. Está ocupada en otras cosas.

6.
El homenaje final de Taratuto a la intrascendente Flores rotas de Jarmusch, de este modo, podría ser leído también como parodia. Ese es el movimiento de Un novio…, más allá de sus fallas: apropiarse de las herencias que la desbordan con conciencia de las propias limitaciones, complejizar las fábulas morales heredadas de Hollywood dotándolas de un componente de identificación social, ser consumida por muchos espectadores. No es poco.


El mito del capital

por Diego Vecino


En la Facultad de Sociales los troskos perdieron el centro de estudiantes en manos de una coalición difusa de independientes de izquierda entre los que cuento algunos amigos. Todos, una semana antes de la votación, me dijeron que se presentaban por puro afán constructivo. Ninguno creía que fuesen a ganar, pero menos creían que los troskos fueran a perder. El único fue Vanoli que me dijo, unos días antes, que Oktubre perdía por cómo estaban redactados los panfletos. Un adelantado a su mismísima época. Yo le dije que esta vez no iba a votar peronistas, sino a este conglomerado latinoamericanista que al final terminó ganando, pero que para mí ni en pedo. Era una cosa inexplicable el por qué: porque tenía amigos, pero más bien era como una mística.

Ayer me llegó de segunda mano que los troskos ilustrados manejan el siguiente dato: por la crisis del capitalismo, en Alemania se empezaron a agotar las ediciones de Das Kapital. El hecho de que sea verdad o mentira no es importante ni contrastable, así que lo tomamos como un hecho consumado. Ilusos, los alemanes, como los argentinos que recién empezado el kirchnerismo se pusieron a estudiar chino. El chino y El Capital comparten ambos la oscuridad, la dificultad para incorporarlos, tanto como la inutilidad a la hora de ayudar a un hombre a desenvolverse más fluidamente en cualquier coyuntura dada. Hace ya muchas semanas Beatriz Sarlo publicó en la Viva un artículo interesante donde proyectaba su imagen patética de jóven revolucionaria leyendo El Capital. Seria, grave, una luz módica de velador (que imaginé amarilla) en su cuarto, de noche, como poniendo en escena ciertos rasgos de la clandestinidad, releyendo una y otra vez las páginas para desentrañar esa maraña imposible de mercancía, plusvalor relativo, valor-trabajo y acumulación originaria, tomando apuntes en un cuadernito, cuadriculado, con la foto en tapa de un tipo esquiando.

Tengo una amiga que está haciendo un viaje alucinado por medio oriente con el novio. Leer la bitácora de viaje y ver las fotos, que van colgando en un blog, es para suicidarse. Se fueron sin un peso, recogieron kiwis en Nueva Zelanda, juntaron plata. Ahora están creo que en Tailandia o en la India, no se. Una hippeada, pero informativa: “Un dato interesante: Laos es el país más bombardeado del mundo. Durante 10 años, hasta el ’73, Estados Unidos tiró 2 millones de toneladas de bombas. Más de una bomba cada dos habitantes”.

De alguna manera, todos estos hechos, los de ahora y los de antes, adquieren sentido en algún lado, algún punto de cruce entre dos rutas, la leyenda norteamericana del diablo dispuesto a conceder una vida de excesos a cambio de la decadencia inexorable y del fracaso. “Para Sorel, las transformaciones sociales no son –afirma Laclau– procesos cuya positividad esté garantizada, sino que están penetradas por la negatividad como uno de sus desenlaces posibles; a una forma de sociedad no se opone tan sólo otra, distinta y positiva, destinada a reemplazarla, sino también una perspectiva muy diferente: la de su desintegración”. No hay proceso de identificación y unificación infraestructural; la decadencia es un destino posible. Sólo la mística nos moviliza: a distintos grados, la que genera una marca de cerveza o un libro, reproducido en la larga noche de los pueblos, como un fantasma.

Una vez observé la discusión inútil entre Horacio Tarcus y sus alumnos sobre si el marxismo es una ciencia. Los alumnos daban muchas explicaciones estúpidas de por qué sí era (tiene un objeto, tiene un método, predice el futuro; cualquier cosa), y Tarcus se divertía un poco y se exasperaba otro. ¿Por qué nadie soltaba esa ficha basura de la cientificidad? ¿Por qué Beatriz Sarlo leyó, en serio, El Capital? “Sabemos –dice Sorel– que la huelga general es, en verdad, lo que he dicho: el mito que abarca a todo el socialismo; es decir, un conjunto de imágenes capaces de evocar instintivamente todos los sentimientos que corresponden a las diferentes manifestaciones de la guerra que el socialismo lleva a cabo contra la sociedad moderna. Es en ella en donde obtenemos esa intuición del socialismo que el lenguaje no puede darnos con claridad perfecta –y la obtenemos como una totalidad, percibida de manera instantánea”. Es un buen alegato en contra de cualquier novela de Martín Kohan.

Diario de lecturas (once)

Por Juan Terranova

Releo, apenas, La filosofía política de la escuela de Frankfurt de George Friedman. Celia se ríe porque recuerdo mal y lo cito diciendo otros nombres parecidos. Friedman tiene una buena idea, muy seductora: el marxismo de Frankfurt es un marxismo tenso porque, en defintiva, Adorno, Horkheimmer, Benjamin y Marcuse, los autores que analiza, eran marxistas de derecha. “Es más productivo leerlos así” dice. Después, pone una pata en el mesianismo judío. No recordaba que el libro fuera tan atrevido, sí sólido en su argumentación y en su prosa, pero no tan atrevido... (Aunque quizás esa no sea la palabra.) Me gustaría no dispersarme y leerlo hasta el final. Los equívocos del marxismo, al menos en la Argentina, son inesperadamente sabrosos.

Hoy me levanté tarde, y mientras me duchaba y repasaba mentalmente el libro me acordé de una anécdota. Hace años, estaba en una revista universitaria con unos amigos y un pibe que publicaba ahí me mostró sus “aforismos”. Por lo general, eran malos. Había uno que decía: “Nada que no sea digno de ser leído más de dos veces debería ser escritor”. Me llamó la atención porque condensaba una especie de ética superyóica que circulaba, en otras versiones, apenas un poco menos toscas, por la facultad. Cuando me pidió opinión le señalé que si se pusiera en prática esa máxima, el ochenta por ciento de lo que se escribe se tendría que borrar. Manuales de uso, horarios de transportes, los menús de los restaurantes, información sobre cines y espectáculos, por no hablar de las utilitarias listas de supermercadob y muchas agendas y ayuda memorias... Todavía no existían los blogs. El autor de los aforismos no entendió el chiste.

Dos meses después hice un viaje a Cuba. Para el avión, me llevé el primer tomo de los Ensayos de Montaigne. Era un libro que quería leer hace tiempo, uno de esos libros a los que les tenés fe, en los que querés entrar con ansiedad. El avión era de Copa Airlines y hacía escala en Panamá. Antes de que despegara, subió un tipo con pinta de panameño y se sentó al lado mío. No me cayó bien, porque yo contaba con ese asiento para estirarme. El tipo había elegido otra lectura. Antes de quedarse dormido, metió en el bolsillo de tela que había abajo de la mesita plegable, un ejemplar de Condorito. El avión despegó y yo empecé a sentir que la revista me hablaba. Simplemente no podía concentrarme en mi libro, que palidecía. Era como si Condorito se riera de mí. Estuve tentado de agarra la revista. No lo hice porque tuve miedo de que el tipo se despertara y me dijera: “Ah, ¿y qué pasó con Montaigne?”. Ahora me acuerdo que también le conté la historia por chat a un amigo que estaba en Minneapolis por un viaje de trabajo. Sentí como se reía on line.

Entre el ghetto y el ancho mar


Crítica y ciencia ficción (1)

Por Francisco Marzioni

La ciencia ficción es un campo de la literatura que, a pesar de tener más de un siglo de vida en su forma más acabada, todavía despierta cierto recelo entre la inteligentzia de las letras, en especial en la Argentina. Aunque el género cuenta con el aval de los más prestigiosos pensadores, muchos de los cuales fueron escritores del campo -es emblemático el caso de Gore Vidal-, y que varias obras escritas bajo su impronta sean de vital importancia para el pensamiento occidental -como 1984, de George Orwell- todavía siguen vigentes los viejos paradigmas que parecieron herir de forma permanente a este género, en especial en tiempos donde se encuentra debilitado por una crisis interna que comenzó a fines de los ‘80 y todavía no logró resolver del todo.

¿Y por qué comenzamos esta columna señalando los problemas de la CF? En tiempos de Wikipedia, no es difícil encontrar un resumen de lo que aconteció desde las ediciones de los textos de Julio Verne hasta hoy, por lo que partimos de la idea de que el lector conoce los principales puntos de la historia del género. Entonces preferimos no contar los hechos que la conformaron como tal, sino directamente adentrarnos en sus problemáticas. Éstas fueron abordadas por relativamente pocos analistas de esta parte del mundo, pero sin dudas, fueron discutidas intensamente desde hace décadas en fanzines, revistas más o menos comerciales, foros de internet, blogs, mesas de amigos, mesas de rol, convenciones de comics e inclusive programas de radio, en cada ciudad del país, aún las más insospechadas. Porque a pesar de que todavía existe una resistencia de la crítica a tomar el género seriamente, los fans se multiplican por el mundo y, silenciosamente, realizan un enorme y eficaz trabajo de difusión y debate, con la intensidad propia de quienes se saben minoría.

Y de eso se trata todo esto: la CF es una porción minoritaria de ese híbrido precariamente nomenclado “literatura universal“. Y no sólo eso, ni siquiera es una minoría que obtenga respeto como tal, pues la CF no es el negro del mundo, sino más bien, el puto del mundo, es decir, una minoría que todavía debe recibir las burlas del canon literario occidental, que pesar de ser tolerada y hasta festejada en ciertos círculos, todavía no puede abandonar su condición casi natural de ghetto.

Es importante para cualquier análisis que se realice sobre el género, advertir que estamos tratando con un fenómeno masivo pero desprestigiado. Debemos decir con dolor que todavía no alcanza que mentes brillantes como Jorge Luis Borges o Ricardo Piglia lo reivindiquen, o puedan encontrarse el campo grandes intelectuales que analizaron estos problemas como Pablo Capanna, Elvio Gandolfo y Eduardo Carletti, es evidente que hace falta mucho más para que la CF deje de jugar en el patio y la inviten a sentarse en la mesa de las decisiones.

No es casual que uno de los pensamientos que mejor definan este campo trate, precisamente, sobre su condición de paria. “Sí, el 90 por ciento de la CF es basura, pero el 90 por ciento de todo es basura”, explicó el escritor Theodore Sturgeon, dando prácticamente por clausuradas las voces que aseguran que la CF es un campo donde reina la baja calidad. Y quienes sostenemos el estandarte del género, sabemos que el secreto de la CF -si existe tal cosa- no se encuentra en ese genial 10 por ciento, sino precisamente, en el conjunto aleatorio del campo, una amalgama desordenada que alterna casi sin escalas la genialidad y la mediocridad.

La definición, o el problema del mago de oz

El género está circunscrito a un territorio que, aunque complejo y vasto, contiene elementos suficientemente contundentes como para ser rápidamente identificado. La CF, a diferencia de otros movimientos que se reconocen mejor con lo que no está dicho o lo que no es, se advierte rápidamente cuando contiene ciertos elementos muy concretos. El problema para definirla de forma definitiva es que el engaño es sencillo, pues no todo lo que contiene esos elementos puede llamarse, precisamente, CF.

Por ejemplo, un caso emblemático es El mago de Oz, una historia donde una niña a través de una tormenta viaja a un mundo de fantasía donde encuentra, entre otras sorpresas, una dimensión paralela, un robot, un león que habla, una máquina que simulaba un dios, humanoides, elementos que pueden considerarse propios de la CF. Sin embargo, sería muy raro que alguien la defina precisamente como una obra del género, tal vez porque, en definitiva, no fue más que un sueño, y no era una tormenta mágica la que provoca el viaje dimensional. No sucede así con Frankestein, perdidos en el tiempo, la película de Roger Corman donde una tormenta generada por un experimento científico, lleva al Doctor James Buchanan a conocer a Mary Shelley y al monstruo de su creación. Eso sí es pura CF, y de la mejorcita que se puede conseguir en el medio cinematográfico, si de ortodoxias se trata.

Entonces, si expoliamos esta idea, terminamos preguntándonos: ¿y cuál es el límite? Bueno, precisamente la búsqueda constante de ese fin sea el motor para continuar alimentando la caldera con nuevos y brillantes textos, un espacio propiamente border donde puede convivir una delicada historia acerca de los conflictos humanos con lásers de colores y naves intergalácticas. Una imaginativa explotación de este límite desemboca, seguramente, en una gran obra de CF.

Entonces concluimos que la CF es un campo atravesado por la hibridación, un género donde la ortodoxia suele desembocar en la mediocridad, pero la mixtura, el ensamblaje, la fusión, lo propiamente border, ayuda a subir peldaños en la calidad de una obra. Esto también sucede en minorías de otras áreas del arte. Podemos compararla, y decir que la CF es a la literatura universal lo que la electrónica a la música popular, y así podremos, al trasladar lenguajes, advertir que los mejores intérpretes son aquellos que llevan la disciplina a mezclarla con otras áreas. Por la CF ubicaríamos a Philip K Dick, Ray Bradbury y Theodore Sturgeon, y por el otro a Daft Punk, Moby y Fatboy Slim.

Y al tener un sólido andamiaje instrumental las historias de CF no pierden identidad, pues se apoya en una tradición rica en lenguajes (texto, cine, televisión, radio) y de elementos característicos que permiten la utilización de recursos casi icónicos, proponiendo un vasto corpus de referencia. Es entonces como cada experimentación exitosa vitaliza aún más el género, y le aporta nuevos recursos que pasarán rápidamente a ser parte del humus donde crecen las historias. Y eso es lo que más entusiasma a lectores y escritores, esa sensación compartida de que la CF se asemeja a un animal salvaje que se encuentra adormecido, buscando aventuras que lo saquen de la hibernación a la que es confinado por la eficaz máquina de producir mediocridad.

A la CF le queda mucho por decir. Es un género joven, que apenas se está conformando como tal, en especial si tenemos en cuenta que la novela moderna lleva cuatro siglos de existencia, pero las primeras novelas de CF se editaron hace sólo sesenta años. Quienes auguren su muerte, o decadencia, simplemente están mirando al lado equivocando, hacia la playa del prejuicio y la insensatez, cuando lo que hay detrás de ella, es el ancho y poco explorado mar abierto de la CF.