Entre el ghetto y el ancho mar


Crítica y ciencia ficción (1)

Por Francisco Marzioni

La ciencia ficción es un campo de la literatura que, a pesar de tener más de un siglo de vida en su forma más acabada, todavía despierta cierto recelo entre la inteligentzia de las letras, en especial en la Argentina. Aunque el género cuenta con el aval de los más prestigiosos pensadores, muchos de los cuales fueron escritores del campo -es emblemático el caso de Gore Vidal-, y que varias obras escritas bajo su impronta sean de vital importancia para el pensamiento occidental -como 1984, de George Orwell- todavía siguen vigentes los viejos paradigmas que parecieron herir de forma permanente a este género, en especial en tiempos donde se encuentra debilitado por una crisis interna que comenzó a fines de los ‘80 y todavía no logró resolver del todo.

¿Y por qué comenzamos esta columna señalando los problemas de la CF? En tiempos de Wikipedia, no es difícil encontrar un resumen de lo que aconteció desde las ediciones de los textos de Julio Verne hasta hoy, por lo que partimos de la idea de que el lector conoce los principales puntos de la historia del género. Entonces preferimos no contar los hechos que la conformaron como tal, sino directamente adentrarnos en sus problemáticas. Éstas fueron abordadas por relativamente pocos analistas de esta parte del mundo, pero sin dudas, fueron discutidas intensamente desde hace décadas en fanzines, revistas más o menos comerciales, foros de internet, blogs, mesas de amigos, mesas de rol, convenciones de comics e inclusive programas de radio, en cada ciudad del país, aún las más insospechadas. Porque a pesar de que todavía existe una resistencia de la crítica a tomar el género seriamente, los fans se multiplican por el mundo y, silenciosamente, realizan un enorme y eficaz trabajo de difusión y debate, con la intensidad propia de quienes se saben minoría.

Y de eso se trata todo esto: la CF es una porción minoritaria de ese híbrido precariamente nomenclado “literatura universal“. Y no sólo eso, ni siquiera es una minoría que obtenga respeto como tal, pues la CF no es el negro del mundo, sino más bien, el puto del mundo, es decir, una minoría que todavía debe recibir las burlas del canon literario occidental, que pesar de ser tolerada y hasta festejada en ciertos círculos, todavía no puede abandonar su condición casi natural de ghetto.

Es importante para cualquier análisis que se realice sobre el género, advertir que estamos tratando con un fenómeno masivo pero desprestigiado. Debemos decir con dolor que todavía no alcanza que mentes brillantes como Jorge Luis Borges o Ricardo Piglia lo reivindiquen, o puedan encontrarse el campo grandes intelectuales que analizaron estos problemas como Pablo Capanna, Elvio Gandolfo y Eduardo Carletti, es evidente que hace falta mucho más para que la CF deje de jugar en el patio y la inviten a sentarse en la mesa de las decisiones.

No es casual que uno de los pensamientos que mejor definan este campo trate, precisamente, sobre su condición de paria. “Sí, el 90 por ciento de la CF es basura, pero el 90 por ciento de todo es basura”, explicó el escritor Theodore Sturgeon, dando prácticamente por clausuradas las voces que aseguran que la CF es un campo donde reina la baja calidad. Y quienes sostenemos el estandarte del género, sabemos que el secreto de la CF -si existe tal cosa- no se encuentra en ese genial 10 por ciento, sino precisamente, en el conjunto aleatorio del campo, una amalgama desordenada que alterna casi sin escalas la genialidad y la mediocridad.

La definición, o el problema del mago de oz

El género está circunscrito a un territorio que, aunque complejo y vasto, contiene elementos suficientemente contundentes como para ser rápidamente identificado. La CF, a diferencia de otros movimientos que se reconocen mejor con lo que no está dicho o lo que no es, se advierte rápidamente cuando contiene ciertos elementos muy concretos. El problema para definirla de forma definitiva es que el engaño es sencillo, pues no todo lo que contiene esos elementos puede llamarse, precisamente, CF.

Por ejemplo, un caso emblemático es El mago de Oz, una historia donde una niña a través de una tormenta viaja a un mundo de fantasía donde encuentra, entre otras sorpresas, una dimensión paralela, un robot, un león que habla, una máquina que simulaba un dios, humanoides, elementos que pueden considerarse propios de la CF. Sin embargo, sería muy raro que alguien la defina precisamente como una obra del género, tal vez porque, en definitiva, no fue más que un sueño, y no era una tormenta mágica la que provoca el viaje dimensional. No sucede así con Frankestein, perdidos en el tiempo, la película de Roger Corman donde una tormenta generada por un experimento científico, lleva al Doctor James Buchanan a conocer a Mary Shelley y al monstruo de su creación. Eso sí es pura CF, y de la mejorcita que se puede conseguir en el medio cinematográfico, si de ortodoxias se trata.

Entonces, si expoliamos esta idea, terminamos preguntándonos: ¿y cuál es el límite? Bueno, precisamente la búsqueda constante de ese fin sea el motor para continuar alimentando la caldera con nuevos y brillantes textos, un espacio propiamente border donde puede convivir una delicada historia acerca de los conflictos humanos con lásers de colores y naves intergalácticas. Una imaginativa explotación de este límite desemboca, seguramente, en una gran obra de CF.

Entonces concluimos que la CF es un campo atravesado por la hibridación, un género donde la ortodoxia suele desembocar en la mediocridad, pero la mixtura, el ensamblaje, la fusión, lo propiamente border, ayuda a subir peldaños en la calidad de una obra. Esto también sucede en minorías de otras áreas del arte. Podemos compararla, y decir que la CF es a la literatura universal lo que la electrónica a la música popular, y así podremos, al trasladar lenguajes, advertir que los mejores intérpretes son aquellos que llevan la disciplina a mezclarla con otras áreas. Por la CF ubicaríamos a Philip K Dick, Ray Bradbury y Theodore Sturgeon, y por el otro a Daft Punk, Moby y Fatboy Slim.

Y al tener un sólido andamiaje instrumental las historias de CF no pierden identidad, pues se apoya en una tradición rica en lenguajes (texto, cine, televisión, radio) y de elementos característicos que permiten la utilización de recursos casi icónicos, proponiendo un vasto corpus de referencia. Es entonces como cada experimentación exitosa vitaliza aún más el género, y le aporta nuevos recursos que pasarán rápidamente a ser parte del humus donde crecen las historias. Y eso es lo que más entusiasma a lectores y escritores, esa sensación compartida de que la CF se asemeja a un animal salvaje que se encuentra adormecido, buscando aventuras que lo saquen de la hibernación a la que es confinado por la eficaz máquina de producir mediocridad.

A la CF le queda mucho por decir. Es un género joven, que apenas se está conformando como tal, en especial si tenemos en cuenta que la novela moderna lleva cuatro siglos de existencia, pero las primeras novelas de CF se editaron hace sólo sesenta años. Quienes auguren su muerte, o decadencia, simplemente están mirando al lado equivocando, hacia la playa del prejuicio y la insensatez, cuando lo que hay detrás de ella, es el ancho y poco explorado mar abierto de la CF.