Finalmente fuimos a la casa del joven escritor Gómez. Diez años de amistad sin conocer Varela. Uno no comprende a un amigo -o a cualquiera- hasta que no conoce su casa. Casa amplia, jardín, en un barrio de techos bajos. Nos recibe una simpática perra de tres meses llamada Lila (negrita y juguetona). Mi amigo Gómez tiene la biblioteca más fetichista que recuerdo ('papá no me compraba libros cuando era chico'), con una marcada predilección por Anagrama (la no represión del progre de clase media: todos quisiéramos tener muchísimo Anagrama, todo lo de nuestros escritores preferidos, sin embargo, nos reprimimos, o nos dispersamos; quizás dispersarse sea una de las formas más civilizadas de la represión). Y una gran videoteca y dvdteca: mi amigo me prestó Memorias de un asesino y I'm a cyborg but that's ok: dos películas enormes. El cine de Seúl es enorme. Y mucho menos represivo y castrador que el de sus imitadores down de Los Ángeles. Memorias..., es de Bong-Joon-Ho, el de The Host, quien estuvo hace unos años en el Bafici con Barking dogs never bite. El recorrido de Bong Joon-Ho da una muestra de la magnitud de la industria coreana: Barking dogs es una película under, similar a nivel presupuesto, estética, y época de realización, a Mundo grúa, de Trapero. Y si bien Trapero tuvo suerte y habilidad para continuar su obra en la complicada industria nacional (en Leonera, casualmente co-producida por un coreano hace una película digna muy parecida a Simpathy for Mrs. Revenge, parte de la trilogía de Park, quien hizo la gigante Oldboy, Simpathy for Mr. Devil -ahí termina la trilogía- y después hizo I'm a cyborg..., que también pasó por el Bafici).
Ya hablamos del cine coreano y su obsesión por los secuestros. Leonera lo reproduce pero se queda un poco en la luminosidad y bondad torpe, o maldad tibia de los secuestradores (un departamento de Recoleta con un gran ventanal donde el nene ve a los chicos jugar en la plaza). Memorias de un asesino es la historia de un pueblito (Twin Peaks) donde hay un policía bueno (el actor de The Host) y uno malo/violento. Y como son medio torpes y empieza a haber un violador y asesino de mujeres, llega un policía de Seúl. Entonces: el policía torpe/intuitivo de pueblo que tiene una relación paternal con el policía violento más joven y de duelo a muerte con el policía de la ciudad, el policía cool universitario/racional de la gran ciudad que no soporta a los pueblerinos y que empieza a contaminarse de la ética del policía empírico. Y tres sospechosos de los secuestros seguidos de violación y muerte. Un chico down, un obrero que se viste con ropa interior de mujer y un ex militar. No hay certezas, llueve todo el tiempo, y la lluvia -y las torpezas de la policía, como pasa acá- borra todas las huellas. Y de fondo, la mirada social-política, atravesando a todos los personajes: la fábrica como satélite organizador del pueblo (como en Los Simpsons), la alienación del capitalismo latiendo, los obreros, los crímenes alrededor de la fábrica, el sadismo y el masoquismo estallando por todos lados. Y frases precisas: Cuidado con los manifestantes; todos saben que la policía tortura a inocentes. Certeras. Bong Joon-Ho justifica la elección de la locación del sótano así: quería una escalera larga, angosta, paredes de cemento sin revocar, como los pasillos asfixiantes de Taxi Driver. ¿Cuál es la relación entre Taxi Driver y el cine coreano? La clase social, la opresión del sistema, la explotación, las condiciones de vida miserables de los sectores populares, la sexualidad realista, todo eso que está vedado, elidido, en el cine comercial-bobo y en cierta literatura, donde la estructuración de la sociedad, como la sexualidad y los orgasmos, es un todo orgánico y armónico.
En Varela, y no en una película coreana aunque podría haber sido, comimos lechón con cerveza, vimos la primer secuencia de la última de Batman, fuimos a un bar llamado Hemingway (demasiado palermitano, nada es perfecto), a un pool donde para entrar te palpan en busca de armas y, colectivo mediante, a la feria.
Bienvenido al desierto de lo real. No hay que mirar siempre desde el balcón. A veces está bueno bajar. Caminar. Hablar con el otro.
Colores, gente en la calle, estímulos por la ventanilla del colectivo. Yo era como el nene de Leonera que vivió toda su vida en la cárcel de mujeres y de pronto va al departamento de la abuela. La gente en Capital vive encerrada por el miedo a los negritos de la provincia. Me impresionó la cantidad de santuarios del Gauchito Gil y su santo, El señor de la muerte, que es como una muñeca rusa. El santo dentro del santo, la estatua del santo que tu santo tenía en la mano. El señor de la muerte es un tipo con cara de calavera y guadaña (como Skeletor) y está en los altares junto al gauchito. Las dos estatuillas se venden juntas. El señor... era el santo que llevaba y protegía al Gauchito, y cuando murió lo tenía aferrado a su mano. La popular feria te va adentrando, un poco sin que te des cuenta, en la villa, con su recorrido lineal zigzagueante. Y entre todo eso una cumbia potentísima. Hay un plot point en la feria, una avenida donde venden un sandwich de paty gigante con huevo frito espectacular, donde el Gauchito te suelta la mano y sin que te des cuenta te la agarra el Señor de la muerte (los dos son buenos, sólo que el Gauchito suena más familiar, se parece al peón de la estancia de tu editor; en cambio el señor de la muerte, bueno, se parece a los escritores del canon que te hablan desde el más allá). Esa la dejamos para la próxima, en parte por el cansancio y en parte porque somos lo que somos (chicos universitarios). Pero será cuestión de dejarse llevar, ir siempre hacia adelante, como con las drogas, si no perdiste. Me quedó picando una canción de Fuerte Apache. Al final me compré una gorrita negra, un capri Adidas, una musculosa, una tablita de madera y un cilindro de telgopor para poner la cerveza. Atisbos. Tratar de despalermizarse un poco para no terminar siendo un pelotudo más que sólo cree en el arte y el buen design.