Barcelona-Madrid (1)




Por Juan Terranova


1.
El avión despegó bien. ¿Qué día es hoy? Después del check-in atravesamos el free shop de Ezeiza y Diego me pidió que lo acompañara al área de fumadores. No era el mejor lugar del mundo para esperar. El cuarto, construido con vidrios amarillos y opacos, estaba lleno de gente con expresión de sufrimiento en la cara. El aire lleno de humo era previsible, pero las botellas de cerveza vacías y los ceniceros sucios me alejaron. “Los castigan por el placer banal de fumar” pensé. No entré, pero es bueno saber que ese es el lugar al que hay que ir a buscar conversación si uno está solo y desesperado en un aeropuerto.

2.
Por la ventana, el cielo despejado es extremadamente azul y cristalino. La presurización de la cabina me da sueño. Durante el despegue me transpiraron las manos. Diego dice que duda de que los momentos críticos sean el despegue y el aterrizaje. “Me suena a mito” me aclara. “Bueno, en el aire me resulta más difícil que el piloto pueda chocar el avión contra algo” pienso. Viajamos a 900 kilómetros por hora a velocidad crucero y afuera hacen cincuenta grados centígrados bajo cero. Ahora, miro las nubes pero desde arriba.

3.
Es difícil aburrise en los aviones de hoy con tanto gadget, pero Diego prefiere hablar de mujeres. Me resulta cómodo y lo acepto. Le cuento de una antigua novia brasileña que tuve en Italia. (No voy a vender la mierda de que es horrible que cada pasajero tenga a su disposición una pantalla con música, películas y series de TV, y también acceso a teléfono y correo electrónico si uno mete la tarjeta. La fantasía orweliana no es aplicable a todo.) Después, Diego se duerme y yo leo la Historia de España de Pierre Vilar, esmerado ejercicio de síntesis.

4.
Esuchó tres veces seguidas un viejo hit. (Me imagino todo el vuelo escuchando ese viejo hit que encontraste en el disco rígido que alimenta la pantalla del respaldo del asiento que tenés adelante.)

5.
Adelante, en diagonal, un chico chino lee un libro que tiene expresiones como “¡Claro que sí!”, “No estoy de acuerdo” y “¡Qué va!” traducidos a ideogramas. Mientras lee, hace apuntes en una notebook negra.

6.
El aeropuerto de Barajas tiene una rara mezcla de brillo y opacidad. Son las siete de la mañana en España y apenas dormí veinte minutos. Afuera la temperatura no llega a los dos grados centígrados. Sami quiere caminar y recorre el aeropuerto de una punta a la otra, esperando el vuelo a Barcelona.

7.
La combinación del tranvía con el Metro hay que hacerla en Reina Cristina. Bien. Ya estamos en Barcelona. Rambla de Raval. “Sacaron a las putas, pero quedaron los árabes, que son los que te dan de comer” dice Maxi. Ya es mediodía. Me duele la cabeza de no haber comido bien y de no haber podido dormir, y la ciudad es muy bella, llena de arquitectura simple pero atractiva y de un cromatismo muy preciso. Miro una ventana y pienso que quizás ahí hay una cama, en un ambiente tibio, con una biblioteca y libros, y una televisión con una presentadora que habla del clima en catalán.

8.
Plaza del ayuntamiento, dura pero bella. Ellos caminan adelante y yo, un poco más atrás. Escucho el comentario de una mujer que viene en sentido contrario: “Cuántos argentinos que hay, ¿no es así?”. La gente pasea abrigada, feliz, orgullosa de su ciudad. El acento es todo un tema.

9.
También en Plaza del Ayuntamiento, los castelliers hacen sus torres.

10.
A principios de los 90 parece que la Plaza Real estaba llena de yonquis. Lástima que ahora esté tan limpia. La combinación de drogas y arquitectura antigua no es algo que se ve seguido en América.

11.
Aparte de la visita guiada, Maxi alimenta el mito Fresán. “Vive en una montaña a la que sólo es posible llegar en teleférico” nos dice. Y parece que bajo unicamente los viernes a comprar libros y dar una vuelta por la ciudad. Es un mito simple que ejerce una seducción inmediata: el escritor talentoso, equilibrado, que se aisla para trabajar pero sigue en contacto con las cosas buenas del mundo.

12.
La sabiduría pragmática de Cataluña resuena en Barcelona, la capital hispanoamericana del diseño, las imprentas, los libros, la industria ligera y los cancherísimos anteojos de marco negro. De la mano del artesanato, la veta anarco-sindical, también republicana, anti-fascista, libertaria. Y de ahí, a los okupas y skaters con remeras estampas de la escena local no parece haber mucha distancia, previo paso por los movimientos locales anti-globalización. Maxi informa con precisión: “Acá son todos diseñadores o djs”. Le creo.