Por Hernán Vanoli
Las antologías de jóvenes narradores que circulan en nuestro país no dejan de ser un objeto cultural fascinante y cargado de paradojas. Ninguneadas por los sectores más establecidos de la derecha literaria, estas apuestas funcionan como testigo no sólo de ciertos imaginarios sociales captados de modo casi instantáneo, sino también de la obsolescencia de la idea tradicional de canon. Si el canon legítimo se muestra cada vez más impotente para exportar su sistema de valores hacia el lector, las antologías responden con un canon de las afinidades electivas. Y traen consigo una advertencia: frente a la digitalización de la palabra escrita y a la sobreproducción de escrituras (y de antologías), la idea de “algunos quedarán, otros no” resulta cada vez más pueril.
Las antologías, además, combinan la aventura comercial con un franco deseo de recuperación de terreno para el cuento y una confianza en el poder emancipatorio de la literatura que son dignos de celebrarse. El futuro no es nuestro, la compilación de veinte relatos de autores latinoamericanos reunidos por el peruano Diego Trelles Paz y publicados por el floreciente proyecto editorial Eterna Cadencia, se encuentra en esta sintonía, con el agregado de tender puentes entre las sensibilidades narrativas de constelaciones culturales unidas por muchos de sus conflictos y separadas por la industria editorial.
Pero no todo son rosas. El libro proporciona un entretenido panorama de la producción de algunos autores latinoamericanos de menos de cuarenta años de edad que han ganado premios o poseen publicaciones en el restringido circuito de la literatura atildada y respetable. Quizás por ello, y con las excepciones de algunos cuentos (podríamos nombrar a la boliviana Giovanna Rivero, al colombiano Juan Gabriel Vásquez o al guatemalteco Ronald Flores, pero hay más), se trata también de textos que en muchos casos fallan a la hora de trascender el cinismo y el conformismo generacional aceptados gozosamente por el antologador.
La suciedad, las contradicciones políticas, el urticante estado de cosas en una región tan castigada históricamente como América Latina, se evaporan frente al deseo de respetabilidad que campea en las prolijas construcciones, el cuidado experimentalismo o el apego a las fórmulas del cuento clásico. Paradojas, decíamos: El futuro no es nuestro demuestra que el placer de la lectura no siempre puede separarse de cierta mirada estadounidense sobre lo latinoamericano.
Publicado en la Sección Culturas del Diario Crítica, 14/03/09