Por Hernán Vanoli
Sobre Las Anfibias, de Flavia Costa, Adriana Hidalgo, 2008.
Beliston es una ciudad – fortaleza construida a orillas de un océano de sangre y de salitre, vigilada por ancestrales gárgolas. Sin embargo, lejos de jugar en el terreno de lo gótico, Beliston se presenta luminosa e iridiscente. Sus habitantes y costumbres están por fuera de la historia y de la épica. Los rituales, la contemplación extática de la naturaleza, funcionan como modos de aproximación a una experiencia otra quizás sólo posible en los vericuetos de esa ciudad – novela que, con mano suave, pasea al lector por sus pliegues.
Los breves capítulos de Las Anfibias, primera novela de Flavia Costa, presentan centinelas en fuga, mujeres anfibias y muertos que retornan para unirse en matrimonio, y que actualizan ciertos tropos del Borgismo: laberintos, inmortales, espejos. Su propuesta oscila entre una alegoría sobre la violencia entendida como escasez (la hambruna, que se cierne sobre Beliston como una sombra tenue o un asesinato), una exploración sobre los límites de lo sentimental (“también recuerdo aún la categoría de lo sentimental, que se oponía a lo grosero en la misma aunque inversa medida que a lo cerebral y a lo refinado”) y el discreto encanto de lo poético.
La novela podría ser pensada en la línea de Marcelo Cohen y de Oliverio Coelho: futuros prehistóricos, deshechos técnicos, coqueteo con lo fantástico. Sin la fascinación literaria del primero y sin el barroquismo del segundo, Las Anfibias estimula también una lectura histórica. Pasado cierto denuncialismo sutil y melancólico (en Cohen, tamizado por el ochentoso tema de la videopolítica, en Coelho, por la descomposición pre y post 2001), Costa se orienta a una resignación zen de resonancias cercanas a la filosofía de Emmanuel Levinas. Se trata, en todos los casos, de una literatura académica, ideal para la elaboración de monografías. Así, el mérito de Las Anfibias pasa por el procedimiento de la sustracción: la belleza de su prosa nos coloca en las puertas de esa “libertad sin estridencias” propuesta por la autora.
Puntaje: 7
Beliston es una ciudad – fortaleza construida a orillas de un océano de sangre y de salitre, vigilada por ancestrales gárgolas. Sin embargo, lejos de jugar en el terreno de lo gótico, Beliston se presenta luminosa e iridiscente. Sus habitantes y costumbres están por fuera de la historia y de la épica. Los rituales, la contemplación extática de la naturaleza, funcionan como modos de aproximación a una experiencia otra quizás sólo posible en los vericuetos de esa ciudad – novela que, con mano suave, pasea al lector por sus pliegues.
Los breves capítulos de Las Anfibias, primera novela de Flavia Costa, presentan centinelas en fuga, mujeres anfibias y muertos que retornan para unirse en matrimonio, y que actualizan ciertos tropos del Borgismo: laberintos, inmortales, espejos. Su propuesta oscila entre una alegoría sobre la violencia entendida como escasez (la hambruna, que se cierne sobre Beliston como una sombra tenue o un asesinato), una exploración sobre los límites de lo sentimental (“también recuerdo aún la categoría de lo sentimental, que se oponía a lo grosero en la misma aunque inversa medida que a lo cerebral y a lo refinado”) y el discreto encanto de lo poético.
La novela podría ser pensada en la línea de Marcelo Cohen y de Oliverio Coelho: futuros prehistóricos, deshechos técnicos, coqueteo con lo fantástico. Sin la fascinación literaria del primero y sin el barroquismo del segundo, Las Anfibias estimula también una lectura histórica. Pasado cierto denuncialismo sutil y melancólico (en Cohen, tamizado por el ochentoso tema de la videopolítica, en Coelho, por la descomposición pre y post 2001), Costa se orienta a una resignación zen de resonancias cercanas a la filosofía de Emmanuel Levinas. Se trata, en todos los casos, de una literatura académica, ideal para la elaboración de monografías. Así, el mérito de Las Anfibias pasa por el procedimiento de la sustracción: la belleza de su prosa nos coloca en las puertas de esa “libertad sin estridencias” propuesta por la autora.
Puntaje: 7
Publicado en la Sección "Culturas" del Diario Crítica, 3/1/09