Por Juan Terranova
Diciembre es un mes arisco. Lleno de distracciones, es demasiado largo y caluroso, pero el que pasó, el del 2008, fue especialmente incómodo. Casi no pude escribir, me quedé sin conexión a la web por motivos mecánicos, y encima me agarré un resfrio atroz que todavía me dura. (Duermo mal y a veces sueño que me corto la nariz de cuajo o me abro las fosas nasales obstruidas con un taladro como si el moco fuera cemento.) Así que con las fiestas en curso, el teléfono sonando y sin concentración, me dediqué a leer y tuve un éxito relativo.
Ayer, por ejemplo, terminé Breve historia de la primera guerra mundial de Norman Stone. Es un buen libro, breve, informativo, de prosa sensible y sólida. La tapa es una de las mejores que vi en mi vida. Negro sobre blanco, tipografía gruesa y acertada para el título y una foto excelente. De perfil, vemos un soldado de caballería alemana en el frente francés de 1917. El caballo está quieto, imperturbable. El jinete lleva botas de montar, empuña una larga vara de acero, carga con su fusil sobre la espalda y tiene puesta una máscara de gas. No me imagino mejor ilustración para los delirios telúrico cyberpunks de los 80. Estoy realmente muy tentado de sacarle al libro la sobrecubierta y hacerla enmarcar. (Hace poco conocí a Juan Pablo Cambariere, el diseñador de las tapas de Mondadori y lo único que atiné a decirle cuando le di la mano es "sos un gran artista". No creo haber estado tan mal. Las tapas de los libros también son arte.)
Como es de esperarse para un libro tan breve, Stone describe de forma sintética la vida en las famosas trincheras de la Gran Guerra. Esa síntesis, sin embargo, no es inexpresiva y durante varios pasajes, cuya palabra clave es "lodazal", me imaginé un relato que describiera esas condiciones de manera casi expresionista. Imaginarse una narración a partir de una imagen es una cosa, encontrar la historia que propone es muy diferente y finalmente escribir es casi una operación opuesta. Como si imaginar remitiera a la expansión y escribir, a la compresión. Quizás haya magia y suavidad en las papalbras, no lo niego, pero el que alguna vez imaginó un relato genial y después se sentó a materializarlo sabe de lo que hablo.