Desde La Paz. Cambio y fuera.

Por Diego Vecino



Estoy en La Paz. Hace unos días un lustra-botas que intentó limpiarme las zapatillas me dijo "ehh, sos argentino, vos escuchás los Pibes Chorros". Y ahora, en este Ciber de 3 bolivianos la hora. Hay un norteamericano quemándole el gorro a un alemán, manguéandole drogas y un lugar para quedarse. El norteamericano rapea y canta el principio de canciones de los Stone Temple Pilots. Dice que es músico, que en una época tenía hijos, trabajo y de repente: la droga y el rock 'n' roll. Dice que está escribiendo un libro sobre su vida; cómo fue a prisión y terminó en Bolivia, en donde vive hace siete años. Dice que las calles de La Paz son difíciles. "Hay pandillas y no deberías tratar de caminar por ciertos barrios si tu ropa está muy limpia". Mi hostel está en la calle de las brujas. Hay algunas casas de hechicería que venden amuletos por 2 bolivianos, ekekos, pociones de amor, de odio, figuras de la pachamama, perfumes, polvos, especias, telas antiguas y fetos de llama. A las 21 hs. por acá todo cierra porque "se pone peligroso", según las dueñas de los locales. El centro de La Paz me recuerda un poco al microcentro, pero menos teñido de tedio por la frecuencia. Por otra parte, el peligro, la escalada urbana de violencia paceña, a veces parece real y a veces parece un chiste. El mercado central es una gran feria al aire libre, que toma arterias periféricas de la capital, caracolea, se desparrama y se interrumpe, de pronto. Hay desde zapatillas, mp3, carne y frutas, cerrajeros, ollas y artículos de cocina. Caminando por ahí entendí por qué los bolivianos construyeron en Buenos Aires el Once: La Paz es igual. No es un desperfecto ocasionado por la pobreza o la inmigración, la discriminación, la destrucción de su cultura o el reemplazo violento de su medio ambiente. Es la forma en que ellos compran y venden cosas. En lo alto, al doblar de una esquina, uno se encuentra el imponente nevado de Illampú. Y abajo, por 1 boliviano, te tomás una gaseosa de limón de 500cc, pero en el puestito, sin irte, porque hay que devolver el envase.

Hoy desayuné leyendo el semanario Pulso. Es de la oposición. Traía una crónica y entrevista central a Manuel Sillerico, el sastre de Evo Morales y de todos los presidentes bolivianos desde hace 52 años. La crónica lo señala como el inventor del "Evo fashion", el estilo presidencial, producto del sincretismo entre la seda italiana y los motivos indígenas. Mario Vargas Llosa, desde las páginas del diario El País, había dicho al respecto, hace un tiempo, que "su apariencia [La de Evo Morales] parecía programada por un genial asesor de imagen, no altiplánico sino neoyorquino, para elevar el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos". Sillerico compra las telas para los trajes de Evo en Europa y en la calle donde está mi Hostel, la de las brujas, donde –dice– se encuentran aguayos de más de 100 años.

Lo primero que me ofrecieron cuando llegué a La Paz fueron fósiles de Tihawanaku, la ciudad arqueológica pre-incáica más importante de Bolivia. La Paz es toda de Evo Morales, lo mismo que la vecina El Alto. En el interior, sobretodo en el sur y en las ciudades lowlanders –donde no se encuentran kollas, sino cambas–, la cosa está dividida o directamente en la oposición. El minero que nos hizo la excursión por las entrañas del Cerro Rico, en Potosí, advirtió que si ganaba el No en el referendum del próximo 25 de Enero, por la nueva Constitución Política del Estado, probablemente iba a haber enfrentamientos en algunos puntos críticos de Bolivia. El iba a votar por el No, pues el proyecto constitucional de Evo es demasiado campesino. Y además, está la discutible influencia de Chávez en el gobierno nacional, de la que día tras día informa la prensa gráfica y televisiva, en una masiva campaña por el No.

En una de las puntas de La Paz hay un mirador, emplazado sobre un parque de juegos enorme y público, para niños, cuya entrada es de 1 $bs. Hoy, domingo, el parque estaba repleto de niños ruidosos y violentos, que se disputaban entre risas las zonas peligrosas de unos toboganes, trapecios y hamacas, nuevos y muy seguros. En la entrada del parque hay un cartel que dice: "Parque Central de La Paz. Financiado por la República Bolivariana de Venezuela". El interior está repleto de motivos indígenas y banderas Whipalla. Las cholas entraban con sus nietos, se recostaban en el pasto y comían esos fideos olorientos y espesos que comen ellas todo el tiempo. Sobre el fondo aparecía imponente la gran favela paceña. La mole de cemento, hormigón armado y ladrillos que se eleva en las caras internas de la olla. Joaquín Linne escribió en su blog una crónica muy buena de la capital y allí encontré una metáfora que anda muy bien: el cielo de La Paz no tiene estrellas, pero desde el centro –abajo–, están las miles de lucecitas blancas y amarillas de los barrios altos, para reemplazarlas en nuestro trasnochado sueño de turistas políticos.

La crónica de Sillerico trae esta oración: "Morales ni gasta 350.000 dólares al año en vestuario, como se estima que hace su par argentina Cristina Kirchner (de quien se dice además que tiene un ropero de 95 metros cuadrados), ni busca un caro look metrosexual, como el francés Nicolás Sarkozy". Cambio y fuera.