Barra da Lagoa, una tranquila y pintoresca barriada de pescadores, y que hasta hace poco no conocía la oleada patriota de balnearios como Canasvieras o Ingleses, sucumbió a la tentación del boom. Quizá por esa primera razón la elegí para mis vacaciones. Tenía el recuerdo más o menos feliz de hace cuatro o cinco años pero parece que la oleada argentina se extendió por la isla con más furia que la fiebre amarilla o el dengue. Autos que circulan con los estéreos prodigando temas de Rodrigo o Fito Paez, tipos jugando al tejo o tomando mate en la playa (costumbre también gaúcha pero fácil de distinguir estadísticamente por el tamaño desmesurado del mate brasilero), camisetas de Belgrano, Estudiantes de la Plata o Atlanta (sí, de Boca, de River y la selección también) que se florean orgullosas con actitud provocativa, son apenas algunos detalles entre un magma inconfundible de atmósfera argenta. Un ejemplo más. Las fiestas nocturnas de una playita en la que vecinos ofuscados prohibieron la música son ahora animadas por el ansia musical de compatriotas que, a capela y con ayuda de algún tamborcito, cantan al eter brasilero diversos hits de la discografía local.
De Florianópolis a Argirópolis
Barra da Lagoa, una tranquila y pintoresca barriada de pescadores, y que hasta hace poco no conocía la oleada patriota de balnearios como Canasvieras o Ingleses, sucumbió a la tentación del boom. Quizá por esa primera razón la elegí para mis vacaciones. Tenía el recuerdo más o menos feliz de hace cuatro o cinco años pero parece que la oleada argentina se extendió por la isla con más furia que la fiebre amarilla o el dengue. Autos que circulan con los estéreos prodigando temas de Rodrigo o Fito Paez, tipos jugando al tejo o tomando mate en la playa (costumbre también gaúcha pero fácil de distinguir estadísticamente por el tamaño desmesurado del mate brasilero), camisetas de Belgrano, Estudiantes de la Plata o Atlanta (sí, de Boca, de River y la selección también) que se florean orgullosas con actitud provocativa, son apenas algunos detalles entre un magma inconfundible de atmósfera argenta. Un ejemplo más. Las fiestas nocturnas de una playita en la que vecinos ofuscados prohibieron la música son ahora animadas por el ansia musical de compatriotas que, a capela y con ayuda de algún tamborcito, cantan al eter brasilero diversos hits de la discografía local.
César Aira, De Narváez y la sonrisa seria
sábado, 24 de enero de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 13:34
Desde Copacabana. Otra vez, Cambio y Fuera.
Por Diego Vecino
Copacabana es algo así como Luján, pero más colorido, con más papel picado y con muchísimo más alcohol. Se celebran todo el día los más diversos ritos y el cerro que corona el pueblo se llama, sentimentalmente, Calvario. La fiesta religiosa más popular y cotidiana en Copacabana es la "bendición de movilidades". O sea, la bendición de autos. Desde todas partes de Bolivia llegan personas con sus camionetas, micros, mini-vans y autos particulares; para ser bendecidos en la Iglesia principal de Copacabana: un complejo muy grande con varios cuerpos. Las "movilidades" se adornan con guirnalda, papel picado, pétalos de flores, ramos de flores, cintas metalizadas y un letrero grande, colorido, que se cuelga del espejo frontal, del lado de adentro, y que dice: "Bendecido en Copacabana". Algunos también tienen calcomanías. Hoy leí una que me gustó, y decía: "Todavía te sigo amando".
Todos los autos en Bolivia son Toyotas. La explicación es que en tiempos de Fujimori, en los '90, Perú logró un convenio con Japón para importar autos usados que la clase media oriental ofrecía en parte de pago a las consecionarias por otros 0km. Como Japón producía un excedente de automóviles, el acuerdo beneficiaba a ambas partes. Y una vez que se implementó en Perú, se hizo extensivo a la Bolivia del gonismo neoliberal. Por eso, no tienen otra cosa que no sea Toyota. Y, sobretodo, unas mini-vans de muchos asientos (lo que en Argentina se conoce como "pan lactal") que hacen las veces de colectivos de corta y mediana distancia, por valores que varían entre 1 y 15 bolivianos. Incomodísimos.
Otro dato completa el círculo de la "Bendición de movilidades" y su bizarra popularidad: en Bolivia manejar es muy peligroso, con lo cual se entiende que hacerse protejer por el Señor no sea un recaudo espúreo. En primer lugar, no hay rutas, con lo cual los colectivos suelen navegar el altiplano, en el mejor de los casos, a través de un poco amistoso ripio barroso. Un argentino me contó hoy, en la lancha que nos llevaba a la Isla del Sol, que el año pasado habían tenido un accidente: el micro en el que viajaban había querido pasar un río demasiado crecido y se les volcó. A los viajantes los salvaron, unos 20 minutos después, otros argentinos en una Ranger, cuando el agua casi los tapaba y el micro amenazaba seguir la corriente. Con una soga. Yo hasta ahora tuve suerte: lo máximo que me pasó fue quedarme varado 3 horas en la huella barrosa que une Uyuni con La Paz mientras unos bolivianos petisos, ágiles y silenciosos reparaban a los golpes alguna oscura parte del motor y los ejes.
En segundo lugar, cuando hay asfalto, los bolivianos parecen tan felices, agradecidos y confiados que manejan a las chapas. Se pasan en curvas y subidas. No usan guiños ni hacen luces. Y apenas tocan bocina para avisarle a algún burro o perro o niño desprevenido que están en el medio de la ruta. El camino de La Paz a Coroico, la ruta de las Yungas, se conocía en 1996 como The World's Most Dangerous Road, según el Banco Interamericano de Desarrollo. Hoy hay una ruta alternativa, asfaltada, que demandó diez años de presupuesto y construcción. Es igual de peligrosa, sólo que en lugar de 3 metros de ancho tiene 5. Lo suficiente como para que pasen dos autos. Aunque es tan zigzagueante que a ninguna mini-van se le ocurriría mantenerse en su carril. Hay partes, sobre todo en las alturas donde las lluvias arrecian durante todo Diciembre y Enero, sin interrupción, en que es más fácil y rápido simplemente seguir una línea recta entre el serpenteo, y sólo volver al carril en caso de peligro inminente.
Volviendo de Sorata, otro pueblito sub-tropical, nuestra movilidad sobrepasó a otra en el momento en que un camión con acoplado venía de frente. Pasamos los tres a la vez, entre el estruendo de una bocina que se alejaba en dirección contraria, pero prepotente. Mi novia se asutó mucho y me agarró el brazo con violencia. Nos salvamos, pero quedamos un poco afectados. El conductor se río. El autito estaba, como decía el lienzo sobre la ventana frontal, "bendecido en Copacabana".
jueves, 22 de enero de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 5:44
Diario de lecturas (veinte)
Por Juan Terranova
Ayer me bajé, en formato pdf, Hemingway´s readings 1910-1940 de Michael S. Reynolds, editado por la Universidad Princeton. En realidad, lo que uno se puede bajar no es el ensayo sino los apéndices del libro, una prolija y larga lista de las lecturas de Hemingway en esos años. En el pdf se incluyen desde los cursos que tomó en la secundaria hasta facsímiles del inventario de la biblioteca de Key West. También se reproduce una breve lista de libros que Hemingway siempre recomendaba: Los hermanos Karamazov, Madame Bovary, La guerra y la paz, y así. Aunque a principios de siglo estas recomendaciones podían significar otra cosa, hoy ninguno de estos títulos sorprende mucho, aunque estaría bien intentar descubrir qué tomó el narrador de cada uno, si es que tomo algo.
En el prefacio, Reynolds escribe: “This book is not a study of literary influences. Nor is it a compilation of Hemingway’s literary allusions. What you will find here is an inventory of those books, periodicals, and newspapers Hemingway owned or borrowed between 1910 and 1940. The inventory is not complete, but the substantial patterns are farranging with frequently obvious implications.”
¿Tiene un sentido real, un uso critico, esta larga lista? No lo sé, pero hay algo lúdico, inocente, incluso puro, y muy placentero en revisar listas de libros. Los títulos brillan de una manera especial, se arman zonas de sentido, hay, en este caso y como es de esperar, sorpresas y obviedades. La lectura funciona a una velocidad rara, una hiper-velocidad y surge el sentimiento falso y gozoso de dominar una biblioteca entera, y no cualquier biblioteca sino la de un autor muchas veces enigmático en su relación con los libros.
Por todo esto es interesante bucear en Hemingway´s readings 1910-1940, imaginando qué libro había leído realmente Hemingway, qué otros había heredado sin mirar, cuáles había atesorado o intentado plagiar, y cuál había olvidado tapado por papeles en su escritorio, pero lo que más me gustó fue la dedicatoria.
In memory of Professor Rudoslav Tsanoff.
“But what about the soul, Dr. Tsanoff?”
“That, Mr. Reynolds, is metaphysics.
This course does not deal in metaphysics.”
El breve diálogo, que evidentemente surge de una anécdota personal, resulta útil. Hay un profesor mala onda, ruso o judío, quizás un exiliado político a lo Nabokov. Es exigente y duro sí, pero sabe tu nombre y te enseña que a veces hay que recortar un poco las inquietudes personales para avanzar en la selva del conocimiento. Cuando alguien insista mucho con seguir la discusión en abstracto es bueno tener una frase para cortarlo, decirle “This course does not deal in metaphysics, Mr. Reynolds”. La dedicatoria resuena de forma oblicua pero con vitalidad en las historia de Hemingway.
martes, 20 de enero de 2009 | Publicado por Terra en 14:27
La legitimación de la tele
lunes, 19 de enero de 2009 | Publicado por Terra en 5:48
Favio, a propósito de Aniceto
Favio es alguien que se renueva a sí mismo en cada película. Desde El dependiente, un opresivo thriller realista con una jovencísima Graciela Borges (que treinta años después hace una especie de continuación del personaje, casamiento con salteño mediante, en La ciénaga, de Martel), El romance del Aniceto y la Francesca (el período pop de Favio), Soñar soñar (o cómo hacer una película a lo Pasolini con Monzón como protagonista), Nazareno cruz y el lobo (o la hora del realismo social italiano), el clasicismo, la narrativa del héroe clásico popular –ascenso y caída- con el peronismo de fondo en Gatica, el mono, y Perón, sinfonía de un sentimiento (o cómo mezclar a Fellini, Solanas, The Wall y sobrevivir a la licuadora).
domingo, 18 de enero de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 7:33
Desde La Paz. Cambio y fuera.
Hoy desayuné leyendo el semanario Pulso. Es de la oposición. Traía una crónica y entrevista central a Manuel Sillerico, el sastre de Evo Morales y de todos los presidentes bolivianos desde hace 52 años. La crónica lo señala como el inventor del "Evo fashion", el estilo presidencial, producto del sincretismo entre la seda italiana y los motivos indígenas. Mario Vargas Llosa, desde las páginas del diario El País, había dicho al respecto, hace un tiempo, que "su apariencia [La de Evo Morales] parecía programada por un genial asesor de imagen, no altiplánico sino neoyorquino, para elevar el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos". Sillerico compra las telas para los trajes de Evo en Europa y en la calle donde está mi Hostel, la de las brujas, donde –dice– se encuentran aguayos de más de 100 años.
Lo primero que me ofrecieron cuando llegué a La Paz fueron fósiles de Tihawanaku, la ciudad arqueológica pre-incáica más importante de Bolivia. La Paz es toda de Evo Morales, lo mismo que la vecina El Alto. En el interior, sobretodo en el sur y en las ciudades lowlanders –donde no se encuentran kollas, sino cambas–, la cosa está dividida o directamente en la oposición. El minero que nos hizo la excursión por las entrañas del Cerro Rico, en Potosí, advirtió que si ganaba el No en el referendum del próximo 25 de Enero, por la nueva Constitución Política del Estado, probablemente iba a haber enfrentamientos en algunos puntos críticos de Bolivia. El iba a votar por el No, pues el proyecto constitucional de Evo es demasiado campesino. Y además, está la discutible influencia de Chávez en el gobierno nacional, de la que día tras día informa la prensa gráfica y televisiva, en una masiva campaña por el No.
En una de las puntas de La Paz hay un mirador, emplazado sobre un parque de juegos enorme y público, para niños, cuya entrada es de 1 $bs. Hoy, domingo, el parque estaba repleto de niños ruidosos y violentos, que se disputaban entre risas las zonas peligrosas de unos toboganes, trapecios y hamacas, nuevos y muy seguros. En la entrada del parque hay un cartel que dice: "Parque Central de La Paz. Financiado por la República Bolivariana de Venezuela". El interior está repleto de motivos indígenas y banderas Whipalla. Las cholas entraban con sus nietos, se recostaban en el pasto y comían esos fideos olorientos y espesos que comen ellas todo el tiempo. Sobre el fondo aparecía imponente la gran favela paceña. La mole de cemento, hormigón armado y ladrillos que se eleva en las caras internas de la olla. Joaquín Linne escribió en su blog una crónica muy buena de la capital y allí encontré una metáfora que anda muy bien: el cielo de La Paz no tiene estrellas, pero desde el centro –abajo–, están las miles de lucecitas blancas y amarillas de los barrios altos, para reemplazarlas en nuestro trasnochado sueño de turistas políticos.
La crónica de Sillerico trae esta oración: "Morales ni gasta 350.000 dólares al año en vestuario, como se estima que hace su par argentina Cristina Kirchner (de quien se dice además que tiene un ropero de 95 metros cuadrados), ni busca un caro look metrosexual, como el francés Nicolás Sarkozy". Cambio y fuera.
martes, 13 de enero de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 3:40
"Judíos Nazis", ¿no será demasiado?
sábado, 10 de enero de 2009 | Publicado por Terra en 8:02
Una libertad sin estridencias
Beliston es una ciudad – fortaleza construida a orillas de un océano de sangre y de salitre, vigilada por ancestrales gárgolas. Sin embargo, lejos de jugar en el terreno de lo gótico, Beliston se presenta luminosa e iridiscente. Sus habitantes y costumbres están por fuera de la historia y de la épica. Los rituales, la contemplación extática de la naturaleza, funcionan como modos de aproximación a una experiencia otra quizás sólo posible en los vericuetos de esa ciudad – novela que, con mano suave, pasea al lector por sus pliegues.
Los breves capítulos de Las Anfibias, primera novela de Flavia Costa, presentan centinelas en fuga, mujeres anfibias y muertos que retornan para unirse en matrimonio, y que actualizan ciertos tropos del Borgismo: laberintos, inmortales, espejos. Su propuesta oscila entre una alegoría sobre la violencia entendida como escasez (la hambruna, que se cierne sobre Beliston como una sombra tenue o un asesinato), una exploración sobre los límites de lo sentimental (“también recuerdo aún la categoría de lo sentimental, que se oponía a lo grosero en la misma aunque inversa medida que a lo cerebral y a lo refinado”) y el discreto encanto de lo poético.
La novela podría ser pensada en la línea de Marcelo Cohen y de Oliverio Coelho: futuros prehistóricos, deshechos técnicos, coqueteo con lo fantástico. Sin la fascinación literaria del primero y sin el barroquismo del segundo, Las Anfibias estimula también una lectura histórica. Pasado cierto denuncialismo sutil y melancólico (en Cohen, tamizado por el ochentoso tema de la videopolítica, en Coelho, por la descomposición pre y post 2001), Costa se orienta a una resignación zen de resonancias cercanas a la filosofía de Emmanuel Levinas. Se trata, en todos los casos, de una literatura académica, ideal para la elaboración de monografías. Así, el mérito de Las Anfibias pasa por el procedimiento de la sustracción: la belleza de su prosa nos coloca en las puertas de esa “libertad sin estridencias” propuesta por la autora.
Puntaje: 7
miércoles, 7 de enero de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 14:05
diario de lecturas (diecinueve)
sábado, 3 de enero de 2009 | Publicado por Terra en 14:06