Por Juan Terranova
Discusión con Celia. Kafka, por una literatura menor de Deleuze-Guattari. “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”. Etcétera. Cuando estudiábamos, era un libro muy citado. No sé ahora. Pero la idea de minoridad sigue pegando. Se la asocia a lo breve, a los pequeños desplazamientos, a una economía sutil. El libro tiene cosas buenas. Fluye, es contundente. Rescato una frase: “Como dice Kafka, el problema no es el de la libertad, sino el de una salida”. En las aulas, era evidente que muchos alumnos –y también algunos profesores– se quedaban en el título. Como si ese texto –cinco palabras– estuviera ya explicando el contenido el libro.
Hace unos días me lo bajé escaneado en un pdf y leí de la pantalla recordando las fotocopias que usábamos en la facultad. (También me acordé de mi primera lectura de Carta al padre. Enseguida me di cuenta de que por ahí no era.) La jerga bélica de Deleuze-Guattari me da un poco de risa. Hablan de “el enemigo”. La otra jerga, la que inventaron ellos, todo ese tema de devenir animal, máquina de guerra, desterritorialización… La verdad, solamente una persona con muy poca vida interior y muy poco pudor puede tomárselo en serio.
Hernán comentaba el otro día que los comandos israelíes leían Mil Mesetas para preparar las incursiones contra los palestinos. Me resulta exagerado. No creo que se tomen ese trabajo para salir a matar gente. Sin embargo, la idea de que atrás de toda practicidad política o militar, hay una lectura intensa de un texto complejo es atractiva. ¿Por qué? Ahora me acuerdo del héroe de Sartre en Los caminos de la libertad. ¿Se llamaba Roquelin? Estaba en la trinchera, esperando. Del otro lado aparecen los nazis. Avanzan vestidos de cromo y cuero, con sus insignias y sus armas. No lo representan: son el fascismo. Y él, ya entregado, dispara con resignación. Los soldados alemanes caen, dando vueltas, como clowns. Roquelin, que es comunista, se asombra de que la realidad se dirima en un puñado de balas. Aunque quizás esté inventando y esta escena no exista.
Discusión con Celia. Kafka, por una literatura menor de Deleuze-Guattari. “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”. Etcétera. Cuando estudiábamos, era un libro muy citado. No sé ahora. Pero la idea de minoridad sigue pegando. Se la asocia a lo breve, a los pequeños desplazamientos, a una economía sutil. El libro tiene cosas buenas. Fluye, es contundente. Rescato una frase: “Como dice Kafka, el problema no es el de la libertad, sino el de una salida”. En las aulas, era evidente que muchos alumnos –y también algunos profesores– se quedaban en el título. Como si ese texto –cinco palabras– estuviera ya explicando el contenido el libro.
Hace unos días me lo bajé escaneado en un pdf y leí de la pantalla recordando las fotocopias que usábamos en la facultad. (También me acordé de mi primera lectura de Carta al padre. Enseguida me di cuenta de que por ahí no era.) La jerga bélica de Deleuze-Guattari me da un poco de risa. Hablan de “el enemigo”. La otra jerga, la que inventaron ellos, todo ese tema de devenir animal, máquina de guerra, desterritorialización… La verdad, solamente una persona con muy poca vida interior y muy poco pudor puede tomárselo en serio.
Hernán comentaba el otro día que los comandos israelíes leían Mil Mesetas para preparar las incursiones contra los palestinos. Me resulta exagerado. No creo que se tomen ese trabajo para salir a matar gente. Sin embargo, la idea de que atrás de toda practicidad política o militar, hay una lectura intensa de un texto complejo es atractiva. ¿Por qué? Ahora me acuerdo del héroe de Sartre en Los caminos de la libertad. ¿Se llamaba Roquelin? Estaba en la trinchera, esperando. Del otro lado aparecen los nazis. Avanzan vestidos de cromo y cuero, con sus insignias y sus armas. No lo representan: son el fascismo. Y él, ya entregado, dispara con resignación. Los soldados alemanes caen, dando vueltas, como clowns. Roquelin, que es comunista, se asombra de que la realidad se dirima en un puñado de balas. Aunque quizás esté inventando y esta escena no exista.