Es difícil organizar una charla, y muy fácil criticarla. Y la verdad es que, a pesar de todo, la charla de esta noche fue un momento agradable para todos los que fuimos. Y que hubiera estado bien hacer alguna pregunta en lugar de hacer este comentario.
Hecho el descargo, empecemos.
En el tercer y último encuentro del ciclo “Talando Árboles”, organizado por la editorial Interzona, el eje giraba, otra vez, alrededor de las editoriales independientes. También había “libreros independientes”, pero no voy a hablar de los dueños de librerías porque no me interesan. Básicamente, no me parecen muy diferentes al chino que me fía envases de cerveza en el súper de la esquina. A veces tienen actitudes mezquinas, otras veces no, a veces organizan charlas o sortean reproductores de DVD; pero básicamente son intermediarios que lucran con el comercio de mercancías que en gran parte desconocen, y que abusan de sus condiciones ventajosas cuando van a negociar con los pequeños proveedores. Esto podría ser matizado en el caso de la Boutique y algunas otras, como Eterna Cadencia o El Astillero, donde el trato para con las pequeñas editoriales resalta por la positiva. Pero es la dominante en las librerías supuestamente independientes.
La cuestión es que lo que podía anticiparse como una noche encendida, con el mentor de poetas, especialista en marketing y asesor de Macri, Fogwill, como principal animador, fue otra pálida tarde de Palermo. Pero, a diferencia de lo que había pasado en el primer encuentro, ni siquiera hubo un afable contrapunto. Nada. Apenas Fogwill diciendo que las editoriales independientes tenían el 40% del mercado porque la cifra que se había mencionado de un 5% comprendía a los productos comerciales. O cuando agregó que en los papeles el negocio editorial era un gran negocio porque el producto podía venderse hasta en un valor que superaba en un 1000% a su costo unitario de producción, pero olvidó decir que las librerías no compran en firme y su única inversión “de riesgo” es mantener al local y los empleados.
En todo caso, este resultado chirlo puede leerse menos en términos de responsabilidad individual de sus participantes u organizadores que como síntoma de cierto agotamiento cultural. Un grupillo de pequeños empresarios que quieren diferenciarse de la bohemia utilizando argumentos del calibre de “tenemos empleados”, “no es mala palabra mencionar un plan de negocios”, o “a veces publico libros que no me convencen pero considero valiosos”, organizan un evento cultural con los dueños de librerías, verdaderos beneficiarios de todo esto junto con los distribuidores. Asisten, con furia, 50 personas. Leonora Djament, una persona muy medida, critica el romanticismo amateur con argumentos sólidos, pero nos genera dudas cuando dice que tener autonomía con relación al mercado no se vincula con el financiamiento de la editorial sino con “el criterio” ajeno al mercado. De paso, se critica a las multinacionales. Tal vez me equivoque, pero no lo imagino a Ari Paluch desesperado por publicar en Eterna Cadencia Editora. No imagino a ningún fenómeno de mercado queriendo publicar en una editorial “independiente”. La realidad es que los verdaderos fenómenos de mercado, como García Márquez o Rowling, generan sus propios proyectos editoriales. Eliminan la intermediación editorial, y en un futuro bastante cercano van a eliminar a los libreros.
Igual que Demian Hirst subastando sus propias obras, pero a una escala bastante menor.
Sin embargo, no deja de ser fundamental el tema del “criterio” en relación con el mercado. En este punto, el hecho de que un “criterio” no se deje llevar por el mercado habla más del agotamiento del que hablábamos que de otra cosa. Y esto no se limita a los pucheros de Tabarovsky por no haber viajado a Frankfurt. El “agotamiento” tiene que ver con la triste y negada certeza de que lo único que logró esta “independencia de criterio” que tanto revindican las pymes independientes es un mercadillo de 300 lectores y, en muchos casos, una literatura blanda incapaz de generar comunidades de lectores o proyectos culturales más ambiciosos; incapaz de decir o hacer nada en relación los acontecimientos políticos recientes, inoperante incluso para proyectarse por sobre los lectores de World Fiction o los miles de estudiantes de carreras humanísticas que proliferan por todo el país, y que además de todo esto, es aburrida. Lo nos lleva a pensar en la verdadera “editorial independiente” pyme, con toda la carga semántica que implica esta palabra, que existe hoy en la Argentina. La verdadera y, tal vez, la única.
Hablamos, obviamente, de la Revista Barcelona.