Por Juan Terranova
Termino Kafka, por una literatura menor, leído desde la pantalla. Una vez más: “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”. ¿Y en qué lugar queda el que escribe en un idioma menor? ¿O no es Kafka es el escritor por excelencia de la clase media educada, el escritor comodín que sirve absolutamente para cualquier cosa? De repente, todos quieren ser menores porque eso significa ser mayor. Una contradicción que Deleuze y Guattari no ven, no registran, la aporía de la que no se hacen cargo. Siguiéndoles el juego –por otra parte, un juego simple– se podría decir que la “literatura menor” no existe: existe un devenir. La literatura menor, si es conciente de su minoridad, cree en ella para ser mayor y el asunto se transforma en un juego de espejos frívolos.
Harold Bloom dice que no sólo la teoría freudiana ya está en Shakespeare sino que también hay en Shakespeare una convincente refutación de esa teoría. Kafka, por una literatura menor ya está en el punk y también el mismo punk nos da una excelente refutación de Kafka, por una literatura menor. En vez de leer a Deleuze, ¿habría que escuchar a Nirvana? Kurt lo sabía: nacer es transar, por eso le puso In Utero a un disco y como ni eso ni la heroína le alcanzaron fue y se pegó un tiro. Deleuze optó por tirarse de un séptimo piso, pero el cáncer le comía los pulmones. En fin, mejor reflexionar sobre la última foto de Sarmiento, muerto en Paraguay, sentado en un pupitre con el tintero todavía cargado de tinta. Él sí entendía cómo viene la mano.
La trasgresión.
El escándalo.
La censura.
Lo menor.
El escándalo.
Lo maldito.
Todo se beatifica.
Lo negro se vuelve blanco.
Pero lo verdaderamente negro –cierto peronismo de trinchera, la mugre de la calle, la miseria, el desempleo, las ideologías erradas y arrebatadas, los estamentos bajos del Estado donde los burócratas subsisten dañando la sociedad con su pereza, y un largo etcétera–, esa negrura nunca se vuelve blanca.
Sumido en ese mareo, voy a biblioteca y saco Cómo hacer una tesis de Humberto Eco. Otro libro muy comentado y muy poco leído. Eco en su despacho ochentoso de la Universidad de Bologna (la grassa, le dicen porque ahí se come bien), Eco como el divulgador, como el anti-Kafka, como el que goza, como el escritor exitoso en vida. Sí, discúlpenme pero lo prefiero a él.
Termino Kafka, por una literatura menor, leído desde la pantalla. Una vez más: “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”. ¿Y en qué lugar queda el que escribe en un idioma menor? ¿O no es Kafka es el escritor por excelencia de la clase media educada, el escritor comodín que sirve absolutamente para cualquier cosa? De repente, todos quieren ser menores porque eso significa ser mayor. Una contradicción que Deleuze y Guattari no ven, no registran, la aporía de la que no se hacen cargo. Siguiéndoles el juego –por otra parte, un juego simple– se podría decir que la “literatura menor” no existe: existe un devenir. La literatura menor, si es conciente de su minoridad, cree en ella para ser mayor y el asunto se transforma en un juego de espejos frívolos.
Harold Bloom dice que no sólo la teoría freudiana ya está en Shakespeare sino que también hay en Shakespeare una convincente refutación de esa teoría. Kafka, por una literatura menor ya está en el punk y también el mismo punk nos da una excelente refutación de Kafka, por una literatura menor. En vez de leer a Deleuze, ¿habría que escuchar a Nirvana? Kurt lo sabía: nacer es transar, por eso le puso In Utero a un disco y como ni eso ni la heroína le alcanzaron fue y se pegó un tiro. Deleuze optó por tirarse de un séptimo piso, pero el cáncer le comía los pulmones. En fin, mejor reflexionar sobre la última foto de Sarmiento, muerto en Paraguay, sentado en un pupitre con el tintero todavía cargado de tinta. Él sí entendía cómo viene la mano.
La trasgresión.
El escándalo.
La censura.
Lo menor.
El escándalo.
Lo maldito.
Todo se beatifica.
Lo negro se vuelve blanco.
Pero lo verdaderamente negro –cierto peronismo de trinchera, la mugre de la calle, la miseria, el desempleo, las ideologías erradas y arrebatadas, los estamentos bajos del Estado donde los burócratas subsisten dañando la sociedad con su pereza, y un largo etcétera–, esa negrura nunca se vuelve blanca.
Sumido en ese mareo, voy a biblioteca y saco Cómo hacer una tesis de Humberto Eco. Otro libro muy comentado y muy poco leído. Eco en su despacho ochentoso de la Universidad de Bologna (la grassa, le dicen porque ahí se come bien), Eco como el divulgador, como el anti-Kafka, como el que goza, como el escritor exitoso en vida. Sí, discúlpenme pero lo prefiero a él.