Sobre Autobiografía Medica, de Damián Tabarovsky

Por Hernán Vanoli


Novela de probeta

La historia de Dami, especialista en marketing acechado por la enfermedad y por la literatura en su imposible camino al éxito profesional, gana cuando Tabarovsky hace sociología rápida, esto es, cuando critica al mundillo itinerante de la poesía (“¿Se han vuelto las lecturas de poesía la forma canónica de animación de fiestitas infantiles?”) o a la manipulación sentimental de los exiliados setentistas. También cuando incorpora la diatriba breve o narra, muy desde lejos, la arquitectura interna de las grandes corporaciones. Pierde, en cambio, cuando aburre con su defensa de la digresión, con su vindicación de la literatura como mera interrupción del sentido, o cuando teoriza sin agregar nada nuevo a la divulgación de teoría francesa de fines de los noventa que bien puede rastrearse en Wikipedia. Mientras que la recurrencia permanente a citas de autoridad de pensadores extranjeros (entre los que, por supuesto, no falta Borges) funciona de a momentos como feliz motor de un relato que en realidad no avanza, la suficiencia y resignada distancia con la que son tratados los grandes temas y conflictos que roza la novela hacen pensar en su ilustración de tapa: pruebas de probeta, repetitivas y asépticas.

Reconozcamos, sin embargo, que la Autobiografía Médica de Damián Tabarovsky tiene una voluntad de diálogo con lo contemporáneo que la hace, en un principio, sugestiva. Aunque exagere un poco con la importancia del trabajo como mecanismo subjetivante, su mayor virtud consiste en señalar ciertas aporías y contradicciones no sólo de los géneros discursivos más en boga –y pensemos que la autobiografía, en sus diversas mutaciones, es casi lo único que se escribe -, sino también de ciertas literaturas de la seriedad vacía, la corrección profesionalista o el virtuosismo calculado. Afrancesado y cool, inteligente de a momentos, el narrador que lleva los hilos de la novela tiene bien en claro que la autobiografía es siempre la forma en que se cuenta una patología crónica; sabe que entre marketing y literatura existe un sistema de préstamos y de tensiones que los hace fácilmente homologables, y que el mismo marketing, los estudios de tendencias, los coolhunters y los gurúes de la publicidad se apropiaron de la capacidad de innovación no sólo de las vanguardias artísticas y políticas, sino también de la vulgata teórica que sin éxito pretendió retomar su huella. El problema, entonces, no se juega en el nivel de los temas ni de los procedimientos, sino que se vincula a un proyecto cultural elitista que, en última instancia, condena a la literatura a una negatividad entre inútil y regresiva.


Publicado en la Sección Culturas del Diario Crítica de la Argentina, 9/5/09.