Esta novela recorre varios géneros y formatos a través de una prosa intelectual llena de referencias y consumos culturales de Filosofía y letras y la web. P.O., liberada de muchas de las ataduras que constriñen a la literatura argentina contemporánea, escribe un relato que es fácil criticar, que no es fácil abordar si uno no está habituado a esa clase de lenguajes (académicos o digitales) pero que es muy seductor para jóvenes que pivotean, al igual que los personajes, entre la cultura fija y letrada de las universidades humanistas y la vorágine de sobreinformación y nuevas formas de socialización que proliferan en Internet. Entre la adicción a los consumos culturales clásicos (libros, discos, películas) y la adicción a los consumos de la red virtual, más cerca de Taringa que de Wikipedia, esta novela logra describir, a su manera, cierto estado de la cuestión de los jóvenes universitarios de la clase media porteña. Este efecto de realidad y contemporaneidad se da, en parte, al incorporar ciertos recursos narrativos de la superficie blogger, como los links, la inclusión de fotos, ilustraciones y gráficos. Por otro lado, esta es una novela, no como las adaptaciones de blogs exitosos -Naughty bits, etc.- a formato libro.
En esta novela que editó Entropía podemos sentir, a través de las peripecias de los personajes Kamtchowsky, Mara, Andy y Pabst, el zumbido de las teorías de la posmodernidad -el posestructuralismo y el deconstruccionismo-, y una seductora y también hiperestilizada ironía que ataca más de un tabú o lugar sagrado de la sociedad argentina de modo políticamente incorrecto: los militantes de los setenta, la izquierda nacional, los profesores universitarios, los downs, Lacan, el sexo, las drogas, el Che Guevara, los hackers, Galeano, la culocracia, el psicoanálisis, etcétera. ¿Por qué estos temas no son abordados –salvo alguna excepción- por la narrativa argentina?
De alguna manera, Las teorías… es una variación con mucho oficio del mejor humor judío neoyorkino aplicado a la realidad argentina. Atacando al progresismo rimbombante y amable de la clase media porteña desde distintos flancos (en sintonía con El ignorante, de Terranova, pero de modo más diluido y en formato novela), la primera novela de P.O. -¿ultra chic-high lit?- logra molestar e incomodar a muchos de sus lectores. Si uno tiene un blog es probable que por primera vez se sienta identificado de esa manera, en esas practicas herejes que se comparten con Pabst, el personaje nerd-blogger. Hasta ahora la literatura argentina, tal vez siguiendo a Leavitt en Equal Affections, había incorporado a su imaginario personajes que chatean (La ansiedad, de Link; El pornógrafo, de Terranova; Guan to fak, de López). Del mismo modo que en el siglo XX las influencias recíprocas entre el cine y la literatura se volvieron inobjetables, tal vez en el siglo XXI la comunicación entre la literatura e Internet tenga una dinámica parecida. Lucida, original y fresca, la novela de Oloixarac retrata un mundo emergente, parte de una generación que todavía no ha sido alcanzada por el delay de los géneros literarios.
Sin perder la distancia irónica, pero dándole una vuelta de tuerca a esa casi obligada marca de época, P.O. despliega una mirada implacable sobre todos los objetos que retrata, y de ese modo -como si estuviese construyendo una enciclopedia esquizofrénica con definiciones bastardas- mapea el sistema cultural porteño con un estilo desacralizante e irreverente.
Sobre la novela y Las teorías salvajes de P.O.
Por Ariel Shalom
En varias reseñas y comentarios sobre Las teorías salvajes de P.O. aparece recurrentemente el nombre de Houellebecq para insertar la novela en cierta tradición y así dar pistas al lector sobre lo que puede encontrar.
No me interesa hacer una apología del escritor francés pero le reconozco un gran mérito: Houellebecq es un novelista. Un novelista capaz de comprender la realidad contemporánea —los sueños revolucionarios gastados, la agudización del capitalismo y sus formas, la rebelión individual— a través de un cruce potente entre cinismo y sentimiento trágico de la vida y sobre todo a través de subjetividades capaces de intelectualizar el mundo, de penetrarlo con una mirada sociológica, pero que vibran al mismo tiempo desde la humanidad más profunda.
Nada pero absolutamente nada de esto puede vincularse con la novela de P.O.
Simplemente porque P.O. no es una novelista.
¿Qué entiendo por novelista? Creo que un novelista debe ante todo explorar lo humano en su carnalidad. Y no importa si se cataloga a su novela de histórica, filosófica o realista. Porque también leí por ahí (no hay más que ver la contratapa de Daniel Link) que Las teorías salvajes es una novela filosófica. ¡Maldita necesidad de catalogar! Me da escalofríos ubicar en la misma serie este texto con cualquiera de las ficciones de Camus, La naúsea o incluso Adán Buenosyares. Las teorías salvajes es más bien una serie de ideas: interesantes, a veces, bien escritas, sin duda; un conjunto de situaciones freaks y delirantes, a veces efectivas pero casi siempre de un humor fallido, del reviente intelectual de la Facultad de Filosofía y Letras, y cuyo encuentro con el género novela es tan infeliz que más bien debería clasificarse (si esto fuera posible, porque aquí lo inclasificable no es ningún mérito) de paper con pretensiones de novela.
La novela tiene (o debería tener) una función democratizante. Si hay novela histórica, filosófica o científica, es porque allí se humaniza una aproximación disciplinaria, se la saca de un discurso para ponerla en otro que busca comprensión viva de lo humano. Entiendo a P.O. cuando en una entrevista con Terranova dice que Spinoza no puede apelar a una historia para expresar su descripción del mundo, pero que es como si te contara una historia donde lo emocionante radica en su “escritura pura”, “de argumentaciones acérrimas”, y que a ella le tocan “directamente el cerebro”.
Muy bien. A quien le guste que le toquen el cerebro que lea esta novela.
¿Por qué falla Las teorías salvajes?
Porque es un libro a medio camino.
Como teoría antropológica se diluye en la novelización. Como novela queda fatalmente fagocitada por la teoría. P.O. pretende que novelar es darle a la teoría algunos condimentos narrativos: un tono distendido de comedia satírica y una historia ¿marco? que también busca ser sátira y parodia. La joven K., la protagonista, se inicia en el aprendizaje de la conquista amorosa mientras desarrolla sus teorías sobre la guerra y la seducción.
P.O. no logra en ningún momento fundir los dos niveles. La teoría flota por un lado y la ficción avanza a los ponchazos por otro (aburrida, superficial). El comienzo del libro, con ese relato “duro” (por científico) de un rito de iniciación, pretende ser el correlato del relato de iniciación de la protagonista (al modo de la novela filosófica alemana tipo bildungsroman).
Las teorías salvajes son un rejunte (por momentos lúcido, hay que reconocerlo) de ideas propias y ajenas —o mejor dicho de propias robadas y propias ajenas (las falsas citas están por todos lados)—, que permiten comprender las subjetividades contemporáneas con la misma fuerza con que lo haría cualquier paper filosófico leído en la cápsula de la carrera de Filosofía. Es decir, con ninguna. Simplemente porque P.O. no consigue conectar la realidad con la teoría, y porque la realidad que cuenta, la del under de jovencitos catedráticos de la carrera (saturada de humor fácil de drogas y sexo, de referencias a blogs, de experimentación gráfica con fotos como en un blog, y otras cifras de lo contemporáneo que apenas si nos dicen algo interesante de eso), está contada sólo para el under de jovencitos de la carrera y algunos otros afines.
Mientras uno avanza en la lectura tiene una sensación muy desagradable: que una mala conciencia hace alusiones a los setentas y al peronismo guerrillero sólo para politizar un poquito el asunto. La lectura de los setentas es tan banal, tan alejada de una experiencia viva, que sólo logra ser un eco balbuceante de “Peter Capusotto y sus videos”. Tal vez sin ellas, la historia, con sus teorías de la vuelta de lo primitivo, de la presa vuelta cazador, teoría que además nunca parece ser dicha en serio pero que en el fondo tiene la lamentable pretensión de ser seria, tendría un alcance (de lectores) reducidísimo. ¿No será por eso que P.O. puso sus teorías en una novela, género que admite cualquier cosa, de modo de no quedar expuesta al fallo de sus pares y deslumbrar a los ineptos groupies palermitanos?