Por Juan Terranova
Leo en el Página/12 de hoy la excelente y sintética nota de Fernando Krakowiak donde se dice que el Fondo Monetario Internacional pronosticó ayer, en un informe presentado en Bogotá, que América latina se recuperará de la crisis al menos un año antes que los países centrales. “Lo paradójico —escribe Krakowiak—es que el Fondo reconoce que la mayor fortaleza relativa es consecuencia de las políticas implementadas en la región durante los últimos años, las cuales en muchos casos se llevaron adelante sin su consentimiento y fueron duramente cuestionadas por el organismo”.
La nota habla por sí sola y vale la pena leerla, pero a mí no me parece que el asunto sea tan paradójico. El FMI siempre se manejó con una transparencia de intenciones muy clara. Como si adelante de todos los que quisieran ver, los cirujanos abrieran el cuerpo de un hombre anestesiado. Si el acto es asesino, en la Argentina no faltaron socios bien predispuestos a sostener los escalpelos y las pinzas. La voz del capital no siempre es clara y directa. En el caso del FMI y en la porción de historia que me tocó vivir lo fue de manera constante.
Hay algo grosero en la frase que Perón le dice a Tomás Eloy Martínez a principios de 1970 en Puerta de Hierro. El escritor lo está entrevistando para Primera Plana y Perón dice: “Desde que yo me fui, la Argentina fue gobernada por el Fondo Monetario Internacional”. No se trata de creerle o no creerle. Ni siquiera de ver hasta qué punto tiene razón o no. (Para el caso el General también decía que las inversiones extranjeras eran cuentos chinos.) El tema pasa por quiénes y cómo dialogaron con el Fondo y qué efectos tuvo ese diálogo sobre la economía y la política argentina. Más allá de esto, una historia de esta relación, que se extiende por una buena parte del silgo XX, sería un libro interesante de leer. Pero no evitaría que próximo gobiernos vuelvan a encarar endeudamientos criminales. Esa responsabilidad no recae sobre los libros –que por otra parte casi siempre se muestran insuficientes en este tipo de situaciones–, sino que es de los actores políticos comprometidos en ese momento.
Me cuesta desestimar o relativizar el valor de los libros. Muchas veces ayudan a tomar conciencia de la dimensión del problema, o al menos lo ponen en perspectiva. Por eso, termino con una cita de La educación sentimental, de 1869. Frederic Moreau acaba de ingresar en una reunión exclusiva. No le va bien. Se lo está difamando y se lo va a seguir difamando. El narrador, en estilo libre indirecto, tiene un momento de lucidez apoyado en el fastidio del protagonista. Flaubert escribe: “La mayoría de los hombres que estaba allí habían servido, por lo menos, a cuatro gobiernos, y hubieran vendido a Francia o al género humano para garantizar su fortuna, evitarse un contratiempo, una dificultad o por simple bajeza únicamente, adoración instintiva de la fuerza. Todos declararon los crímenes políticos inexcusables. Más bien era preciso perdonar los que provenían de la necesidad. Y no faltó poner el eterno ejemplo del padre de familia, robando el eterno pedazo de pan en casa del eterno panadero.”