viernes, 29 de mayo de 2009 | Publicado por Terra en 13:16
por Diego Vecino
Pasé el fin de semana largo entre los pliegues del clásico rosarino. Las calles parquizadas, el verde, el Paraná, el progresismo. Las chicas son más lindas, inteligentes y sencillas que en Capital, y –relativamente– hay más espacios de cultura y arte allá que acá. El tachero que me llevó a la terminal me dijo: “Hablando mal y pronto, en Buenos Aires te cogen y a la semana tenés el pibe”. En Rosario hay una noción muy acabada sobre lo que es Buenos Aires: una ciudad violenta y sumergida en el caos, que fagocita todo lo que tiene cerca.
La santafecina es una ciudad tensionada entre el modelo del conglomerado urbano latinoamericano y el estilo de vida lento y chato del interior del país. El imaginario rosarino forma diferencias tanto de los porteños como de los santafecinos. Los primeros por garcas, los segundos por pajeros. De nosotros, porque tenemos motochorros y paco, de ellos porque duermen la siesta de 13 a 16 los días de semana. Para nosotros, Rosario sigue siendo un modelo de proyección nacional, opuesto al de Buenos Aires, al que miramos con recelo porque amenaza sinceramente nuestra hegemonía, sustentada en históricas razones que siempre nos distinguieron del Interior como la metropoli canchera y concheta; el puerto, el vinculo espiritual y snob con Europa y la relación de fascinación y miedo de nuestras clases medias con los sectores populares: La Cabeza de Goliath. Rosario, en cambio, es la ciudad socialista en una provincia históricamente peronista, con casi todos los indicadores de calidad de vida altos. No hay mucho ruido, ni mucho tráfico, ni mucha mala onda. Las cosas que se consumen en Europa y Estados Unidos, que se consumen acá con delay, llegan allá casi al mismo tiempo. Rosario es la proyección inversa de Buenos Aires, en casi todo. Hay televisión, wi-fi, espacios verdes, cerveza barata, mini-markets que venden droga, todo limpio, elegante y controlado. Es una ciudad respetuosa donde la gente te recibe sin desconfianza, donde los bondis no pasan tanto, donde el edificio más alto tiene 30 pisos y es famoso. En Rosario no pueden creer que Buenos Aires haya dado nacimiento a los floggers. En Rosario los superclásicos y el ascenso no importan.
La compleja relación entre Rosario y Buenos Aires está alimentada en la historia. Entre 1862 y 1873 la ciudad santafecina fue promovida y designada como Capital Federal, en cuatro oportunidades. Había sido el puerto más importante de toda Sudamérica y todavía era un punto fundamental de comunicación con el norte del Cono Sur. Indudablemente, parte del proceso de construcción de hegemonía del unitarismo tuvo que ver con bajar a Rosario de sus aspiraciones.
Sin embargo, Buenos Aires es una parte constitutiva del imaginario rosarino, y de alguna manera la forma en que Rosario ha interpretado el fútbol es una proyección de esas complejidades que tensan el sistema de símbolos de la ciudad. Y el fútbol en Rosario organiza y jerarquiza en gran medida y para amplios sectores el esquema de valores y sentimientos. El fanatismo por el fútbol del rosarino no tiene precedentes y llega al punto de la enfermedad mental. Las peñas, los cantos y los colores de ambos equipos aparecen en los lugares menos pensados, decorando grandes zonas de la ciudad o apenas detalles en los portones, casas y calles, delatando una afinidad silenciosa. El fútbol es omnipresente y el odio entre las dos hinchadas es irremediable. Newells, el rojo y negro, es un club de tradición elegante, de buen juego y de orgullo aristocratizante. Rosario Central, azul y amarillo, documenta cierta épica nacional y popular de sectores medios y medio-bajos. De alguna manera, es el club más porteño. Newells, en cambio, es inobjetablemente rosarino. Rosario respira al ritmo de los hitos que han ido signando ese partido a lo largo de la historia, que son épicos. Es el clásico con más previa del fútbol argentino. Naturalmente, cifra un enfrentamiento cósmico entre dos modelos sensibles, su grado cero, que otros clásicos del fútbol argentino –como Boca-River o Racing-Independiente– insinúan de manera más solapada o infiel. Esa expresión difusa de una sensibilidad que tiene que ver con formas de percibir y anhelar el mundo, trasciende en mucho la mera adscripción a un cuadro de fútbol y se funda en ritos estabilizados y reiterados que constituyen individuos. Es en ese sentido que tanto Rosario Central como Newell’s proyectan modelos de país.
Hermes Binner –hincha de Newells–, el hombre que ha exportado el modelo de elegancia, desarrollo y socialismo modernizante a Santa Fe, fue quien acabó con más de veinticinco años de hegemonía justicialista en la gobernación de la provincia, y quien de alguna manera expresa con mayor grado de depuración y refinamiento la lógica política autónoma que ha producido una ciudad cuyos intendentes, desde la vuelta de la democracia, fueron siempre socialistas, salvo por el período ’83-’89, en donde el cargo lo ocupó un radical. Como intendente de Rosario, Binner se encargó de dar a la ciudad su costanera y sus parques: una apariencia entera que contrastara y conjurara al neoclásico y filo-fascista Monumento a la Bandera, construido en los ’40. Imponente, el monumento recuerda a la Rosario socialista la amenaza perpetua de su inversión: Buenos Aires. Recuerda la existencia de otras lógicas de construcción de “lo político” vinculadas a la movilización de las masas, los intercambios políticos informales y extra-institucionales, la epopeya nacional como mito-poética de lo popular, etc. Amenaza, por cierto, que alguna vez fue realidad en Rosario, cuando fue uno de los bastiones de resistencia popular a la fusiladora y la proscripción de dieciocho años.
De la misma manera, Rosario actualiza frente a Buenos Aires el interior del país, su espejo y perpetua contraparte en el drama nacional, y lo presenta como un modelo exitoso de desarrollo económico y sentimental. Rosario es una ciudad de clases medias profesionales con vocación cultural, orgullo local, sensibilidad barrial y pasión futbolera. Buenos Aires tiene eso, pero organizado por el vértigo, el tráfico y el crimen, la silenciosa y acechante plebe, y una estúpida sensación de desprestigio que implica el reconocerse parte de la pequeña-burguesía. Rosario realiza lo que La Plata, como ciudad joven y de clases medias, jamás logró por estar demasiado absorbida por la lógica de subsistencia bonaerense, y lo que Córdoba, como conglomerado urbano e industrial de importancia y segunda ciudad más poblada del país, tampoco habilitó por estar muy sustraída del sistema de representaciones políticas y culturales argentinas: representar al Interior del país a través de un modelo alternativo de construcción nacional con características modernizantes.
Es evidente, sin embargo, que entre la Capital y Rosario hay vínculos y continuidades. Los rosarinos quieren venir a Buenos Aires a divertirse, ver teatro, recitales y emborracharse; los porteños añoramos la vida sosegada y activa que ofrece Rosario. Esa permeabilidad habilita interesantes desplazamientos y anomalías. Hermes Binner encarna una línea autónoma del socialismo, no del todo en sintonía con el PS de Capital y, sobretodo, receloso del pacto con el radicalismo, que es la versión degradada, gorila y de trazo grueso de ese posible movimiento de colonización nacional que pretende el modelo rosarino. El peronismo, por otra parte, alberga zonas muy importantes de sintonía con esa mirada institucionalista y modernizadora, que combinadas con la larga tradición política y cultural del pejota, dieron al kirchnerismo como formación ideológica progresista y hegemónica.
jueves, 28 de mayo de 2009 | Publicado por diego.ve en 15:28
(Texto leído en la presentación de Los topos, de Felix Bruzzone).
No seré original al decir que podemos figurarnos el campo del arte como una gran novela familiar hecha de amores y odios, de discretas luchas por la cabecera de la mesa y violentos juicios de sucesión. Pero la metáfora familiar se hace en este caso literal (y explica el por qué de su procedencia) cuando pienso en algunos autores reunidos por una misma historia (más que por una misma causa): me refiero a los que cargan con el peso de ser “hijos de desaparecidos”, y que son de algún modo el rostro más reconocible de ese colectivo difuso que es nuestra generación, la de los nacidos en los años ‘70. Porque las obras de algunos de ellos hacen de la “diferencia” una forma y una formulación: son “mutantes” (como los seres nocturnos de las películas que nos ayudaron a conjurar el terror). Obras que se resisten a ser confinadas en un lugar seguro, reapareciendo siempre bajo la forma más inesperada.
Y esa constante e imprevisible “mutación” (que Félix utiliza como procedimiento central en Los topos) de algún modo nos representa (sin que ese involuntario “nosotros” esté determinado por la común historia, sino mas bien por la necesidad de hacer algo con ella, de darle sentido a esa experiencia). Pues lo notable de la literatura de Bruzzone es que (además de lograr indagar en “lo siniestro” desde la extrañada mirada de una infancia recuperada mas allá de la orfandad) explicita y pone en el centro de la escena la esencial “inadecuación” de los hijos (de cualquier generación perdida): ese estigma que usamos como un arma (como si hubiéramos leído programáticamente a Erving Goffman). Y no hay duda de que las obras más provocadoras son las que trabajan precisamente sobre esa “disonancia”: pues lo que distingue a estas obras “mutantes” es precisamente el hacer de esa “diferencia” una política en sí misma.
Porque sus discrepancias también son internas: sus distintos presupuestos, métodos y estrategias permiten no esencializar la condición de “hijos” de sus autores, aunque esto no signifique negar los lazos que nos unen, en el contexto mayor de nuestra generación (de la que somos, en cierto sentido, la cabeza: pero más como simbólica referencia que como vanguardia iluminada, digamos). Pues si toda generación se define por oposición a la anterior, en nuestro caso es difícil “matar a los padres” cuando el Estado lo ha hecho literalmente por nosotros.
Volviendo entonces a la analogía fantástica, podríamos decir que si por un lado hay hijos “replicantes” (que repiten las inflexiones fantasmáticas de la voz del padre), y por el otro lado hay hijos “frankensteinianos” (que pretenden escapar de ese mandato negándose a su destino hamletiano de reclamar simbólica venganza), entre ambos están los hijos “mutantes” (que asumen su origen pero no quedan presos de él).
La condición “mutante” ayuda a escapar de ese laberinto por arriba, y a buscar las respuestas en el presente (o incluso en el futuro) más que en el pasado. Y lo más estimulante es que esa “mutación” produce obras abiertas, imperfectas, y de múltiples caras (aunque no escapen a un involuntario “espíritu de época”) cuyo aire familiar es su ofendido pero nunca humillado desamparo, que sabe que esa intemperie puede ser también una condición de posibilidad, para construir desde esa mirada un inquebrantable mundo propio.
(Y abro un paréntesis para dar un ejemplo en forma de anécdota: hablando con Félix, descubrimos sin asombro que el primer libro que ambos leímos fue Crónicas marcianas de Ray Bradbury, y que el cuento que nos había causado mayor impresión es aquel en que un marciano va mutando según los deseos de los integrantes de una comunidad humana, hasta desintegrarse bajo el peso de sus desaparecidos. Pero esa metáfora negativa de la necesidad de individuación, nos dice también que el único modo de evitar que el peso de las generaciones muertas aplaste como una pesadilla el cerebro de los vivos no es negarlo, sino más bien dejarse atravesar por su fantasma sin intentar retenerlo).
Terminó así estos breves apuntes diciendo que habrá que seguir leyendo a Felix Bruzzone, del modo transversal que él mismo proyecta en sus libros (en la lectura extendida que va de los germinales cuentos de
No en vano su novela evoca en su título a ese animal deleuziano, que excava rizomáticos caminos bajo la superficie, conectando zonas que parecían imposibles de unir. Y no lo hace para reconciliarlas, sino para proponer una salida inesperada, haciendo estallar nuestras módicas presunciones, nuestro complaciente desaliento. De eso se trata, finalmente: de abrir puertas en los muros, gracias a esa invisible actividad subversiva. Pensando la novela como “plan de evasión”: pero no en el sentido de Bioy, como evasión de lo real hacia la literatura, sino como evasión desde la literatura hacia lo real, a través de ese cruce entre autobiografía y novela, entre historia y ficción. Tal vez solo así podamos también nosotros transformarnos en “los topos”, si logramos leer el libro como plan de evasión y obrar en consecuencia.
martes, 26 de mayo de 2009 | Publicado por lenguaviperina en 22:21
Por Hernán Vanoli
sábado, 23 de mayo de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 9:10
En la usina de pensamiento lujoso que son los comentarios anónimos a pie de página, Graciela de Aldo Bonzi le dice a José Pablo Feinmann: “qué hizo ud. por los argentinos, nunca nada, solo es un boludo”. Es un poco exagerado. Nuestro amigo Patricio Erb fue más sutil criticando en éste blog y en el suyo a Timote, la última novela del filósofo, donde se confunde el asesinato de Aramburu: reduccionismo, fatalismo, frivolización. La lucha armada en los ’60 y ’70 es un tema fuertemente hegemonizado por discursos cristalizados y sentidos comunes. Un tema revisado y cerrado por los cuadros más importantes de la nueva derecha alfonsinista, en buena medida protagonistas de esos procesos. En ese contexto, cualquier versión más o menos extravagante aparece a priori legitimada como nueva y jugada. Pero Timote es un mal libro, regresivo y flácido, que deshistoriza, mezcla y confunde. Detrás de él se intuye una decadencia.
En la revista Contraeditorial del mes de Marzo Eduardo Sartelli polemiza con José Pablo Feinmann. Con tino, vuelve a introducir la variable política y de coyuntura a un debate que a la distancia aparece museificado. Sartelli le reclama una visión inocente de los ’70: el juicio a Aramburu no fue el emergente de una fatalidad telúrica, sino una decisión política de la dirección política de una fuerza revolucionaria; los jóvenes muertos no fueron pobres jóvenes arrastrados al vértigo del destino trágico, sino militantes revolucionarios; la Argentina de esos años no fue un producto dramático del Tánatos colectivo freudiano, sino la consecuencia del avance de las fuerzas de la reacción. En todo esto tiene razón nuestro célebre anticipador de la crisis del capitalismo mundial. Pifia, en cambio, cuando dice que el proyecto de Montoneros no era la revolución (con todos sus límites y contradicciones). Y mucho más al desconocer irrisoriamente el valor de tantos intelectuales nucleados en los contornos del peronismo y emergentes indiscutibles del proceso de nacionalización de las masas y ampliación de la base del sistema político que habilita el mismo peronismo. Llamar al socialismo nacional “ese engendro” parido por Montoneros, negando una genealogía vasta –e indudablemente más rica que la del trotskismo argentino, triste, melancólico y universitario–, que se inicia en el PSRN de Abelardo Ramos, en la radicalización del pensamiento de John William Cooke, en la propia actividad de Santucho en la época pre-PRT, etcétera, sólo puede ser entendido desde la inoperancia política y las limitaciones intelectuales que caracterizan al trotskismo.
Sartelli arranca dudosamente, también. Chiquitaje: ¿el EGP de Masetti es “del Pueblo” o “de los Pobres”? (por cierto, es lo segundo). Anota en un momento: “El peronismo nunca tuvo grandes intelectuales de su lado, por lo menos mientras fue gobierno”. La frivolidad de esta frase es pasmosa. No solo es un error, sino que incluso en su intención de encarnar un trotskismo sofisticado y “culturalista”, es incapaz de procesar con un poco de fineza los procesos complejos de la cultura. La forma en que el campo cultural procesó complejamente los cambios vertiginosos de la serie social y política requiere de mayor flexibilidad que la dudosa categoría de “intelectual peronista”. Aún así, el peronismo organizó en gran medida la circulación de discursos intelectuales al interior de la sociedad, tanto hacia la izquierda como a la derecha. Imagino que los “intelectuales críticos” ubicados en este último margen del espectro político son los que Sartelli reivindica, siendo el liberalismo golpista la única fuerza capaz de habilitar la emergencia de intelectuales antiperonistas de primer orden. O quizás hable de los gramscianos alfonsinistas, que inventaron la teoría de los dos demonios.
Por supuesto, esta no es la parte más terrible del artículo de Sartelli. Tampoco es del todo exasperante el momento en que hace uso de la estrategia trotskista de vergüenza ajena por excelencia para atacar al actual gobierno: la enumeración histérica de hechos confusos (“Al [gobierno de Kirchner] que continuó esa verdadera confiscación permanente al salario obrero que es la devaluación, mientras subsidia a los capitales más grandes del país” ¿¿??) y la mención al hecho de que Cristina gasta mucho en ropa. Chiquitaje revolucionario que une a Sartelli con el programa que Lanata tiene ahora en Canal 26.
Sí es terrible que tras el ejercicio esotérico y venial de Timote Sartelli identifique la “decadencia del intelectual peronista”. Pero está equivocado. Es claro que hay una decadencia. Nuestro historiador trotskista la tantea, la intuye en algún lado. Diagnostica mal, sin embargo, porque la degradación y ocaso no es del peronismo, sino de la generación de intelectuales a la que pertenece Feinmann, que progresivamente ha ido envejeciendo, y se ha vuelto incapaz de procesar los nuevos fenómenos socio-culturales a instancias de simplificarlos a veces –como en Timote– inexplicablemente. Ciertamente, la avejentada y taciturna emotividad setentista está en una crisis que se profundiza con su recursividad constante. La laboriosa incapacidad del colectivo Carta Abierta para interpelar a los sectores medios urbanos frente al conflicto del campo, por ejemplo, expresa los límites muy tangibles del proyecto cultural que la intelligentzia kirchnerista propone, y que se alojan en la incapacidad de intuir la nueva sensibilidad de época, que sí comprende –por ejemplo– la derecha macrista. Las reediciones inútiles, la perpetua revisión del peronismo del siglo XX, la misma insistencia con la inútil categoría de “intelectual”, la sujeción de la agenda cultural a la perpetua reelaboración de una tradición cultural y literaria y la tara de la “memoria”, son otras manifestaciones de una generación temerosa y derrotada. O, para decirlo distinto: el kirchnerismo está a la izquierda de sus intelectuales; y en gran medida ellos tienen la culpa de sus zonas tibias.
El peronismo, en cambio, sigue siendo ese gran horizonte simbólico que organiza el relato político argentino de las nuevas generaciones que se reproducen en circunstancias informales en espacios plebeyos.
jueves, 21 de mayo de 2009 | Publicado por diego.ve en 7:26
Segunda parte de la muy buena entrevista que nos hizo Patricio Erb para su blog Letras Incómodas
lunes, 18 de mayo de 2009 | Publicado por diego.ve en 13:37
En varias reseñas y comentarios sobre Las teorías salvajes de P.O. aparece recurrentemente el nombre de Houellebecq para insertar la novela en cierta tradición y así dar pistas al lector sobre lo que puede encontrar.
No me interesa hacer una apología del escritor francés pero le reconozco un gran mérito: Houellebecq es un novelista. Un novelista capaz de comprender la realidad contemporánea —los sueños revolucionarios gastados, la agudización del capitalismo y sus formas, la rebelión individual— a través de un cruce potente entre cinismo y sentimiento trágico de la vida y sobre todo a través de subjetividades capaces de intelectualizar el mundo, de penetrarlo con una mirada sociológica, pero que vibran al mismo tiempo desde la humanidad más profunda.
Nada pero absolutamente nada de esto puede vincularse con la novela de P.O.
Simplemente porque P.O. no es una novelista.
¿Qué entiendo por novelista? Creo que un novelista debe ante todo explorar lo humano en su carnalidad. Y no importa si se cataloga a su novela de histórica, filosófica o realista. Porque también leí por ahí (no hay más que ver la contratapa de Daniel Link) que Las teorías salvajes es una novela filosófica. ¡Maldita necesidad de catalogar! Me da escalofríos ubicar en la misma serie este texto con cualquiera de las ficciones de Camus, La naúsea o incluso Adán Buenosyares. Las teorías salvajes es más bien una serie de ideas: interesantes, a veces, bien escritas, sin duda; un conjunto de situaciones freaks y delirantes, a veces efectivas pero casi siempre de un humor fallido, del reviente intelectual de la Facultad de Filosofía y Letras, y cuyo encuentro con el género novela es tan infeliz que más bien debería clasificarse (si esto fuera posible, porque aquí lo inclasificable no es ningún mérito) de paper con pretensiones de novela.
La novela tiene (o debería tener) una función democratizante. Si hay novela histórica, filosófica o científica, es porque allí se humaniza una aproximación disciplinaria, se la saca de un discurso para ponerla en otro que busca comprensión viva de lo humano. Entiendo a P.O. cuando en una entrevista con Terranova dice que Spinoza no puede apelar a una historia para expresar su descripción del mundo, pero que es como si te contara una historia donde lo emocionante radica en su “escritura pura”, “de argumentaciones acérrimas”, y que a ella le tocan “directamente el cerebro”.
Muy bien. A quien le guste que le toquen el cerebro que lea esta novela.
¿Por qué falla Las teorías salvajes?
Porque es un libro a medio camino.
Como teoría antropológica se diluye en la novelización. Como novela queda fatalmente fagocitada por la teoría. P.O. pretende que novelar es darle a la teoría algunos condimentos narrativos: un tono distendido de comedia satírica y una historia ¿marco? que también busca ser sátira y parodia. La joven K., la protagonista, se inicia en el aprendizaje de la conquista amorosa mientras desarrolla sus teorías sobre la guerra y la seducción.
P.O. no logra en ningún momento fundir los dos niveles. La teoría flota por un lado y la ficción avanza a los ponchazos por otro (aburrida, superficial). El comienzo del libro, con ese relato “duro” (por científico) de un rito de iniciación, pretende ser el correlato del relato de iniciación de la protagonista (al modo de la novela filosófica alemana tipo bildungsroman).
Las teorías salvajes son un rejunte (por momentos lúcido, hay que reconocerlo) de ideas propias y ajenas —o mejor dicho de propias robadas y propias ajenas (las falsas citas están por todos lados)—, que permiten comprender las subjetividades contemporáneas con la misma fuerza con que lo haría cualquier paper filosófico leído en la cápsula de la carrera de Filosofía. Es decir, con ninguna. Simplemente porque P.O. no consigue conectar la realidad con la teoría, y porque la realidad que cuenta, la del under de jovencitos catedráticos de la carrera (saturada de humor fácil de drogas y sexo, de referencias a blogs, de experimentación gráfica con fotos como en un blog, y otras cifras de lo contemporáneo que apenas si nos dicen algo interesante de eso), está contada sólo para el under de jovencitos de la carrera y algunos otros afines.
Mientras uno avanza en la lectura tiene una sensación muy desagradable: que una mala conciencia hace alusiones a los setentas y al peronismo guerrillero sólo para politizar un poquito el asunto. La lectura de los setentas es tan banal, tan alejada de una experiencia viva, que sólo logra ser un eco balbuceante de “Peter Capusotto y sus videos”. Tal vez sin ellas, la historia, con sus teorías de la vuelta de lo primitivo, de la presa vuelta cazador, teoría que además nunca parece ser dicha en serio pero que en el fondo tiene la lamentable pretensión de ser seria, tendría un alcance (de lectores) reducidísimo. ¿No será por eso que P.O. puso sus teorías en una novela, género que admite cualquier cosa, de modo de no quedar expuesta al fallo de sus pares y deslumbrar a los ineptos groupies palermitanos?
jueves, 14 de mayo de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 13:23
domingo, 10 de mayo de 2009 | Publicado por Hernán Vanoli en 14:58
jueves, 7 de mayo de 2009 | Publicado por Terra en 15:33
miércoles, 6 de mayo de 2009 | Publicado por lenguaviperina en 15:35
(Una carta abierta de Luis D'Elía).
El lunes son de esos días como dice, creo que una canción de los Redondos, “te explota el calefón” y te explota el calefón mal.
Estábamos laburando mi mujer y yo, y me llaman Ayelen y Belén en un estado que era mezcla de terror y angustia: ”Papá en la puerta hay unas 200 personas (después comprobamos que el número no era tan significativo), y están con palos y están con cadenas y están con botellas y nos insultan y están forzando la puerta, papito veni, papito veni por favor”. Llamé a la policía y rápidamente, debo agradecerle al Comisario Bonda, llego con 5 patrulleros, disolvió, paro, freno, en el medio de insultos y agravios de todo tipo. No era un escrache, porque en los escarches hay consignas, hay grafittis ¿no? No era un escrache, era el accionar de algunos punteros de De Narváez conocidos y a los cuales no quiero hacerle propaganda en los medios, pero que hoy le dimos los nombres el Diputado Cantielo y yo al fiscal Federico Russo (h), y el fiscal hoy está haciendo todas las ratificatorias.
A la misma hora pasaba más o menos lo mismo en la casa de Cantielo, que no tiene pibes, pero tiene una mujer que tiene fecha de parto el 7 de mayo, o sea la semana que viene, y que estaba sola en la casa y los mismos tipos fueron con palos, cadenas, piedras, a tirar, a gritar cosas, a insultarlos. Bueno hicimos todo lo que había que hacer y esto generó un estado de locura en casa.
Somos militantes de toda la vida y estamos acostumbrados a las presiones, a la angustia, a la zozobra, a no saber que va a pasar la mañana siguiente, conocemos de esto, y claro prendo el televisor a las 19 horas y mientras estábamos viviendo una de las mayores angustias que hemos vividos en los últimos tiempos, con compañeros llegando en solidaridad de todos lados, mis vecinos alborotados, la policía tratando de ordenar el sumario policial y demás, prendo la tele y lo veo ingresar a Néstor Kirchner en el Luna Park, en un acto de un sector de los movimientos sociales, el sector prohijado por
“Ni tan calvo, ni con 7 pelucas” decía mi abuelo que era gallego y era un buscador permanente de equilibrio. Yo no me confundo, soy de los que cree verdaderamente que primero
Es cierto que hubo diligencias rápidas de sectores del gobierno para proteger a la familia y proteger a los compañeros, debo decir que este es el 15º atentado que recibimos desde el 25 de marzo del año pasado. En nuestra organización toda la semana nos pasa algo con algún compañero. La semana pasada asaltaron la casa de Cesar Gómez en Laferrere y le dijeron “ esto te pasa por estar con D’Elia “, Director Nacional de Desarrollo Social, le roban el auto, le vaciaron la casa, lo golpearon, también una esposa embarazada de 6 meses, una situación angustiante; y antes fue el robo del jardín de infantes, y antes el robo de los salarios de los docentes de nuestra cooperativa y antes la paliza que le dan los punteros de De Narváez a Norberto Pedro Aguirre y a su esposa a una cuadra del velorio de un compañero que había fallecido por esos días.
¡¡¡15 hechos!!! 15 hechos que me llevaron a hacer copia, a juntarlos a todos en un solo punto y a comunicárselo a Stornelli, a Parrilli, al Fiscal Nacional de
Yo me muerdo la lengua cuando digo esto porque me acuerdo de Martín Cisneros. Yo alguna vez le dije a Gustavo Beliz y a Oscar Parrilli:”Nos van a matar a Martín Cisneros”.
Maldito seas D’Elia que finalmente aquella noche aciaga del 25 de Junio del 2004 lo mataron a Martín de 7 balazos los tipos que decíamos que lo iban a matar.
Nadie me llamo del gobierno, nosotros estamos para socializar las perdidas, nunca los beneficios. Nosotros somos los que estuvimos siempre en la calle y lo vamos a estar porque venimos de la escuela que dice: Primero
El resto de la carta de D'Elía acá.
domingo, 3 de mayo de 2009 | Publicado por lenguaviperina en 0:54
por Diego Vecino
Tenemos las mejores minas del mundo, y están todas en la Feria del Libro. Adentro: murmullo perpetuo, un piso de placas de metal destartalado y cubierto por hermosas alfombras de colores, stands prolijos y de cartulina, precios exclusivos, Andahazi firmando libros, Pola Oloixarac en continuado en pantallas de plasma de cincuenta y seis pulgadas y lindas mujeres de todas las edades. Especialmente, las veteranas muy bien conservadas que consumen teoría poscolonial en el stand de Paidós. No hay fernet esta vez, y eso es una ligera decepción, porque quería entrevistar a alguna de esas promotoras. Preguntarle la cantidad de horas que trabaja, lo muy poco que le pagan, qué tal trabajar ahí, qué le parece la Feria del Libro, qué lee. Literatura política, en suma. Pero no están. Y de todos modos me las arreglo para, al final, irme del predio de la Rural con, más que una sensación difusa de cultura, levemente caliente. Mientras, a través de un auricular, voy escuchando como Rosario Central, un equipo en promoción, le hace el primero a Boca. Amargura, calentura y culpa.
La culpa es porque terminé reventando la tarjeta de crédito en libros de Siglo XXI. Te odio Siglo XXI, tus hermosos libros de teoría, tu excitante tono académico, tus ediciones cuidadas, tus grandes nombres. Las otras veteranas con gafas oscuras grandes sobre el pelo apenas hechos los claritos y las tetas que también recorren con sus dedos finos los lomos de tus libros y hacen un comentario inteligente al gordito pelado que tienen al lado. Encontré “Dependencia y desarrollo en América Latina”, de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, clásico de los clásicos donde se formuló por primera vez la teoría de la dependencia. Esas minas espectaculares compraban ese libro, que yo también compré. Odio a los brasileros, porque son nuestros rivales en un clásico devaluado. Ellos son la octava economía del mundo y nosotros la vigésimo tercera. Como Colón y Unión de Santa Fe. Las luces de la feria del libro me encandilan y me marean. Hay mucha gente, pero no tanta como esperaba. Está todo igual al año pasado, y al año anterior a ese, aunque hay un aire de glamour perdido; muchos más de esos megalómanos stands con libros para niños, volúmenes de enciclopedias viejas, colecciones de arte en entregas, autoayuda y manuales de supervivencia y ascenso social. No hay tanto diseño ni puestitos tan cool. Mucho comic y pocas cosas gratis. Me pregunto si la Feria Internacional del Libro de San Pablo será mejor que esta. Me pregunto si el suplemento “Viajes” de Clarín me pagaría por recorrer ferias del libro en todo el mundo y hacer crónicas con tonito juvenil. Como sea, el año pasado llegué a la Feria con más poder adquisitivo. Este año estoy en la ruina, trabajo medio tiempo y el que me queda libre lo utilizo en actividades no remuneradas. Pero saco imprudentemente la tarjeta para comprar en Siglo XXI todos unos libros. En el túnel de entrada a la Feria, rodeado por gente que camina en la misma dirección, en esa via que sólo tiene un sentido y que lleva a un único lugar, me siento un zombie en la Copa del Mundo.
Este año, como el anterior, fui a la Rural por obligaciones laborales. Aprovechamos la ocasión para rastrear libros de editoriales y universidades del interior que durante el año es absurdamente imposible conseguir. Todos esos libros los mandamos a bibliotecas institucionales de Europa y los Estados Unidos, como el Iberoamerikanisches Institut que hace un tiempo le pagó unos viajes a Berlín a Casas y Cucurto. Entonces yo voy con una libretita y voy relevando todos esos espacios pequeños y ridículos a los que nadie atiende, con libros de La Rioja, Catamarca, Jujuy, Formosa. Cuando llegué al predio estaban los clásicos puestos de choripán y toda esa araca de evento masivo que, particularmente, disfruto mucho. Había un olor insoportable, a tolueno, gas, chori, residuos químicos y gripe porcina. No es parte de la neurosis, entonces, que la gente ande con barbijos. Cambié un papel efímero por una entrada gratis y me inicié en el Pabellón Martínez de Hoz, en donde están los puestitos de Eñe y Adn. Una vieja ridículamente frágil y enferma caminaba lastimosamente con un andador y un barbijo. No me explico bien qué estaba haciendo ahí –claramente no la estaba pasando bien– pero la voy a volver a ver una vez más, en la salida, cuando me vaya. Alguien me da un volante promocionando un libro de Dunken sobre las verdades del universo. A la vuelta de la esquina me encuentro con un cartel gigante de Mamá Lucchetti. Un plasma pasa sus comerciales una y otra vez y los niños rien. Revuelvo saldos y compro “Otro siglo, otra Argentina” de Juan Llach a nueve con noventa. Librazo donde se defiende la modernización neoliberal del Estado argentino y el modelo económico que, se dice, fracasó en 2001 porque no se lo profundizó lo suficiente. Es una teoría respetable. Consigo también “El Adolfo” y unas crónicas sobre la negociación de Duhalde con el FMI a cinco pesos cada uno. Están bien. Por ahí los hubiese conseguido en cualquier otro lado, pero tiene su encanto participar del humillante ritual del consumo masivo.
La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires me encanta. Me cobija con un ambiguo sentimiento de orfandad y extranjería. La paso bien, me entretengo, la defiendo frente a los detractores del comercio, pero no termino de pertenecer. Algo me expulsa; acaso el falso glamour, el falso acto performativo de la cultura, la circulación impaciente y sobreactuada de la generación arruinó este país, los pelos encanecidos y el andar exasperantemente lento, a la que su prepotencia y chochera hace imaginar que pueden entrar con sus caniches de mierda al predio y por eso discuten con el pobre tipo de seguridad en la puerta. Esta sensación, pero inversa, es la misma cuando entro a las infectas locaciones por donde itinera la Feria del Libro Independiente, incluida la Facultad de Sociales. En cualquier caso, ese respeto trascendental y cósmico por algo que no existe ni está ahí –la “cultura”, la literatura– tiene que ver con los dos extremos del arco degradado de las reificaciones argentinas y con una vaga vergüenza ajena que, invariablemente, me provocan los que quieren cambiar al mundo con un poema tanto como los que quieren dejarlo como está.
viernes, 1 de mayo de 2009 | Publicado por lenguaviperina en 14:06
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