Por Francisco Marzioni
La muerte de Raúl Alfonsín tiene un alto significado simbólico, en un contexto signado por la pérdida de la identidad partidaria, donde las dos fuerzas políticas más importantes del país se encuentran en una profunda crisis. Mientras el peronismo se fragmenta, dividiéndose y multiplicándose al mismo tiempo, el radicalismo implosiona y en silencio se resquebraja, sin poder detener el proceso de diáspora que comenzó con el fin del alfonsinismo, corriente interna que el partido nunca supo resolver luego de que Alfonsín deba dejar el Gobierno acosado por las ineficacias propias, una oposición recrudecida, y una inflación histórica que ocasionó uno de los peores caos sociales que recuerde el país.
Y decimos simbólico porque no es nada más (y nada menos) que eso. Desde hacía muchos años la popularidad del ex presidente viene en baja, y al igual que muchos artistas, muchas de sus medidas de gobierno más lúcidas fueron recordadas sólo después de su fallecimiento. Y por más que se haya convertido en uno de los presientes más importantes de nuestra historia, lo cierto es que toda la movida de su funeral y entierro fueron para muchos la oportunidad de carroñar una porción de toda la mística que convirtió al ex presidente en el radical más importante de las últimas décadas.
Así, el caso más emblemático es el del vicepresidente Julio Cobos, que gracias a un viaje diplomático de Cristina Fernández, quedó a cargo del Ejecutivo justo cuando el corazón del ex presidente dejó de funcionar. Sin dudas, un sueño hecho realidad para el cobismo, una fuerza sentada sobre el famoso voto “no-positivo”, movida que se convirtió en la carta de presentación de quien parece ser el opositor con más adhesiones en nuestro país, pero que la fuerza (si existe tal cosa) no tiene capacidad de trascender, ya que a más de medio año de aquella votación, todavía no realizó ningún hecho político de mención.
Y Cobos entonces, fue el abanderado del oportunismo. Abrazado al cadáver de Raúl Alfonsín, con quien siempre mantuvo una relación cordial pero distante, Cobos precedió la larga fila de radicales que utilizaron la muerte de un líder de alto valor simbólico para obtener algo del aura mágica que parece otorgar la palabra “democracia”, a la que el ex presidente está estrechamente vinculado, y lo que fue utilizado por todos los medios que hoy predican el antikirchnerismo para realizar una especie de oposición por contraste sugiriendo a través de la semiosis que si los radicales son demócratas, los peronistas no lo son. El radicalismo en crisis también vio en la muerte de Alfonsín la oportunidad de recuperar aquello que suele llamarse los “valores tradicionales”, y que finalmente no son más que discursos embellecidos por grandes oradores que esconden siniestras intenciones. Un caso emblemático: el funeral del ex presidente le permitió al Coty Nossiglia realizar su primer discurso trasmitido por televisión.
Así, la revitalización del radicalismo gracias a la muerte de su máximo líder vivo recuerda a aquellas tribus indígenas que comían los cadáveres de los chamanes y jefes con la esperanza de obtener una parte de su sabiduría. Y este renacer no es más que una movida mediática: los actores son los mismos, las ideas también, y, principalmente, los intereses ocultos y la fragmentación partidaria siguen tan vigentes como la semana pasada. Sólo que ahora les llega el tiempo de apelar a “la mística”, concepto seductor para hablar de fútbol pero poco interesante para resolver problemas de gobierno.
Rafaela y su oposición travestida
La ciudad de Rafaela, ubicada a 560 kilómetros de Capital Federal, en la provincia de Santa Fe, guarda un caso testigo que se relaciona íntimamente con esta idea. Esta localidad cuenta con un Concejo Deliberante compuesto por 9 integrantes, precedido por un legislador del PJ y una oposición compuesta por radicales y demócratas progresistas. Al igual que en el resto del país, la UCR se debate entre aliarse con una u otra fuerza, cada referente formó su propio kiosco político en las últimas elecciones, y las fichas vuelven a moverse a comienzos de éste, cuando nuevos comicios convulsionan a estos pequeños políticos que buscan desesperadamente la adhesión de una ajustada mayoría que les renueve los recibos de sueldo.
Y ahí está Víctor Fardín. Joven dirigente con origen en Franja Morada, su vedetismo político lo llevó a aliarse con el PJ y con el Frente Progresista conducido por el socialista Hermes Binner alternativamente, lo que lo convirtió a los ojos de la opinión pública en un verdadero travestido político. Sin embargo, para quienes entendemos la política como una relación de fuerzas en las que las alianzas coyunturales son herramientas electorales y no actos de gobierno, vimos en algún momento inicial de su carrera a un político que buscaba una identidad propia, valiente en sus decisiones. Pero finalmente, una vergonzosa movida en la que aseguró haber conseguido el apoyo de Cobos para la próxima campaña, y que los voceros del vicepresidente negaran tal relación y se aliaran directamente con la línea radical opuesta a Fardín, tiraron por la borda cualquier sensación de honestidad que podría haber generado.
Fue en los comienzos de mi carrera de periodista político cuando yo lo conocí. En ese entonces, pasaba mis días caminando los pasillos del Concejo Deliberante en busca de charlas reveladoras y fuentes propias. Una tarde, sentados en la oficina del concejal Fardín, su secretario me confiesa una verdad incómoda: “Víctor es el único radical que no se banca a Alfonsín”. Fue inmediatamente después que a la oficina ingresó el concejal, a quien después de saludarlo le pedí explicaciones de la idea. ¿Es posible ser radical y no admirar a Alfonsín?, le pregunté. “Claro”, me respondió, “que me dejen de joder con ese tipo. Alfonsín ya fue, ya pasó”, dijo con una sonrisa irónica, mirando un cuadro del ex presidente colgado en su oficina, que por entonces era compartida con su par Germán Bottero, quien actualmente tiene oficina propia y el cuadro en su despacho.
Lo que Fardín no tuvo en cuenta que el destino es cruel. Y este 2 de abril, en la multitudinaria despedida a los restos, el pequeño radical se encontraba agolpado contra el ataúd, en busca de contactos, amigos, relaciones que lo ayuden a renovar banca, mientras en sus comunicaciones con otros rafaelinos se jactaba de ser “el único representante político rafaelino presente en el funeral de Alfonsín”. Al igual que su admirado Cobos, Fardín prefirió la carroña política a la honestidad intelectual que engrandece al opositor ante los ojos del votante. Como la mayoría de los radicales argentinos, priorizan los negociados y manipulaciones por sobre la identidad y la mística propias, idea que, mal que les pese a la oposición, los peronistas manejan de manera admirable.
De este modo, lo que vimos el 2 de abril no sólo fue el funeral de un político que trascendió su propia figura sino también una muestra de la decadencia de un partido que desde la década del `90 aceleró su caída a fuerza de profundizar su propia mediocridad intelectual. La muerte de Alfonsín es el quiebre del radicalismo, y sólo el tiempo dirá si no es la estocada final para una fuerza que necesita refundarse para recuperar parte del brillo que tuvo otrora en la historia argentina.