Por Patricio Erb
Abro la página de la Revista Ñ. Me encuentro con un comentario al azar (sic): “Por qué si se juzga a los militares por sus crímenes de lesa humanidad, no se juzga a los Montoneros por sus crímenes, que también son de lesa humanidad”. El comment no es casual, se enmarca en una entrevista que el suplemento cultural de Clarín le realizó a José Pablo Feinmann por la edición de su ¿no fiction novel? Pero la sorpresa viene ahora: la opinión del comentarista enojado (lo que es una actitud usual en los lectores que dejan su furia en el mundo en Internet) podría no estar tan alejada de la posición que el prolífico escritor adoptó en su última novela: “Timote, Secuestro y muerte del general Aramburu”.
“¿¡Qué estás diciendo!?”. Aquellos que conocen la obra de Feinmann son conscientes de que el autor de “La sangre derramada”, “Filosofía y el barro de la historia” y “La crítica de las armas”, entre una infinidad de títulos que rondan la treintena, no podría caer en el pobre reduccionismo de la “teoría de los dos demonios” que reclama el ofuscado lector de Ñ. Pero ¿qué ocurre en “Timote”? Feinmann asegura en la entrevista: “Va a ser muy difícil encontrar que un escritor de izquierda, como yo, trate tan bien a su padre general”. Se refiere a Aramburu, responsable del derrocamiento y proscripción del peronismo, de la desaparición del cadáver de Evita, del fusilamiento de general Valle, de la muerte de Felipe Vallese y de los asesinatos en los basurales de José León Suárez (que dio vida a “Operación Masacre” de Walsh). Es que Feimann escribió un libro de ficción (sobre un caso real) que puede ser interpretado para cualquier lugar.
En “La sangre derramada” (página 47, edición Booket, Planeta) Feinmann ataca de manera exquisita a aquellos que resaltan el origen católico de los integrantes de la cúpula de Montoneros: “El empobrecimiento de este tema conduce a la teoría de los dos demonios. Primero: se reduce la izquierda peronista a Montoneros. Segundo: se reduce Montoneros a Galimberti y Firmenich. Conclusión: la tragedia argentina se debió al enfrentamiento entre los militares represores y Montoneros”. Increíblemente, en ese reduccionismo cae “Timote” (pequeño pueblo de la localidad de Carlos Tejedor, donde Aramburu fue asesinado tras un juicio revolucionario).
Fernando Abal Medina (líder por entonces de Montoneros) es descrito como un religioso cuasifanático guiado por El Mensaje de Evita, odia el cine hollywoodense, incluso el de John Ford (que fue un enemigo del capitalismo burgués yanki), mientras que Aramburu es un general asesino responsable del bombardeo de Plaza de Mayo, aunque, cuando lo secuestran, está vestido con camisa de manga corta, ama a su mujer y ahora anhela la vuelta de Perón y el regreso de la democracia. Feinmann se escuda en la ficción, necesita aclararlo. Sabe que la construcción de los diálogos entre Abal Medina y Aramburu en la estancia La Celma van a exasperar a más de uno. “El único verosímil es la ficción”, escribe. Su reduccionismo es consciente, se lo pide la novela (“No sé si Aramburu y Fernando fueron así, no me importa tampoco”, responde en una entrevista a Página/12)
¿¡Pero cómo se lo explicás a los setentistas!? ¿Cómo se lo explicás a aquellos que agarran una novela de Feinmann por primera vez en su vida? El escritor sabe que “Timote” va a armar quilombo. En la charla con el suplemento de cultura de Clarín cuenta que no participa en la reuniones de los intelectuales de Carta Abierta, pero que el libro “aporta a la discusión más de lo que yo pudiera decir en cualquier asamblea”. Sin embargo como evitar las puteadas de los cincuentones que no pueden creer las cosas que dice Abal Medina: “Parecía un pelotudo”, dirán muchos. Pero Feinmann vuelve a escribir: “De su Facundo dijo Sarmiento: ‘inventé anécdotas a designio’(...) también nosotros habremos de inventar lo nuestro”. La cuestión no está en la verosimilitud de lo que se pudo decir esos días de fines de mayo de 1970, sino en la peligrosa tarea de relatar una historia sin background, que invita a comentaristas ansiosos por exhibir la guerra del mal contra el mal, la “tragedia real y argentina”, dice Ñ, como si todos fuéramos lo mismo.