Volviendo a Buenos Aires. Cambio y Fuera.

Por Diego Vecino


Al cabo del viaje los recuerdos son tenues. Reviso mis notas, pero no encuentro nada interesante, o lo encuentro sólo por momentos. El primer día anoto: "En el camping los argentinos discuten si es mejor la universidad pública o la privada, a los gritos y hasta la madrugada. Las mujeres parecen las menos dispuestas a la austeridad. Viajan repletas de cremas, productos cosméticos, jabón Dove". El día 7: "En 1573, Potosí era tan grande como París o Nueva York, y todas sus calles estaban asfaltadas en plata". El día 11: "Compramos en el mercado unos parlantes para el mp3 a 30 $bs. A la noche, bajo al kiosko y me llevo dos cervezas. Vuelvo al cuarto. Está en un altillo, en el tercer piso, y se ve toda La Paz iluminada. Pongo Manu Chao y me siento con las piernas en la ventana. Fumo. Esta es mi vida en la capital más fea de Sudamérica, y está muy bien".

Se interrumpen casi completamente con el cruce a Perú. La razón es que en Perú las cosas son mejores. Hay rutas, tierras fértiles e instituciones a las que reclamar si te pasa algo. La identidad andina está elegantemente dosificada y no es esa mezcla de olores rancios, pobreza y carne deshidratada que es en Bolivia. No hay motivos para escribir sobre el Perú. Es un lugar francamente lindo y ordenado, con oficinas de información turística, regulación de tarifas e inteligente administración geográfica de sus miserias. Una noche, en Uyuni, comiendo arroz con pollo en un almorzadero, escuché en la tele un santacruceño que decía: "No vamos a financiar con nuestra riqueza la vagancia de la otra mitad del país. Acá no queremos Pachamama". La vez que miré la tele en Aguas Calientes, mientras comía un sanguche de Lomo en un local de comidas rápidas, lo que vi fue una publicidad de Ace en donde un cronista entrevistaba a la madre de un niño que ensuciaba mucho las medias jugando al fútbol. Le hacía la "prueba de la blancura". En Bolivia, la empresa de telefonía celular se llama Entel. En Perú, Movistar y Claro.

El día 14 anoto: "A la mañana, desayuno pan con manteca y mermelada viendo un programa sobre la postulación de tres lugares en Bolivia para ser maravillas del mundo. Son la Laguna Colorada, el lago Titi-kaka y el Parque Nacional Madidi. El conductor dice: 'Nos olvidamos que Bolivia pertenece en un 65% a la cuenca del río Amazonas. A veces se piensa que somos un país andino, pero no es así'". En ese momento me acuerdo que pensé que ese comentario era una sutil manera de hacerle oposición ideológica a Evo Morales y a las masas indígenas. Quizás fue un comentario inocente, pero la sensación en ese momento era que en Bolivia, en esos días previos a la elección por la Nueva Constitución, cualquier comentario sobre cualquier tema se transformaba involuntariamente en una opinión política.

Estuvimos en Bolivia un total de 19 días. El 18 leo en mi libreta: "A los argentinos se los reconoce por sus comentarios cínicos. Cuando el guía –aymara– señala en un español repleto de equívocos la cara del tigre y del dios en la Piedra del Sol, uno se ríe en el fondo y dice: 'Ahora sí que nos están re cagando. Qué imaginación tenían los tipos estos para ver ahí un tigre'. Unos días antes, en medio de una populosa, grave y silenciosa procesión por la iglesia de Copacabana, los argentinos hacían su gracia comentando en voz alta cuán oprimida estaba esa gente por la Iglesia Católica y cómo les gustaría fundir el oro del altar para alimentar a los niños campesinos". Esa es la última anotación coherente que hice. El resto son palabras sueltas. Nombres, indicaciones de rutas, precios y cuentas.

Hace una semana estaba cerca de la frontera entre Chile y Perú, en el medio del desierto más grande de Sudamérica. Compré el diario y me enteré que en el referéndum, la NCPE propuesta por el oficialismo ganó por un porcentaje similar al que la geografía amazónica le gana a la andina en la saqueada extensión territorial de Bolivia. Mientras Evo Morales daba un discurso encendido por televisión desafiando a los prefectos de la oposición, un tanto emocionante, nos hicimos amigos del mozo que atendía el restaurant. Tenía una admiración especial por los argentinos. Nos preguntó si pasaba algo con Cristina, y nos comentó que el está viajando por el Perú, trabajando un poco en cada lugar, inspirado en el Che Guevara. Dijo que, en su lugar de nacimiento, un pueblo de la sierra muy al norte, un amigo le propuso comenzar una revolución y lo está esperando para empezarla. Dice: "Yo creo que sí, que la vamos a hacer. Hay que prepararse. Todavía no. Pero sí, puede ser. ¿Por qué no?". En ese momento, lo que pensé es que no hay mejor plan para estos días un poco melancólicos que ir al ciber a leer las crónicas de Linne, pero no dije nada porque nadie iba a entender. El mozo nos empezó a dar charla porque me vio en la mesa el libro de Rocangliolo sobre Abimael Guzmán. Lo acababa de cambiar en una feria por un volumen de Vargas Llosa que un amigo me dejó en Cusco porque lo había aburrido y no quería seguir cargándolo. Cuando, unos días después, el guía que nos va a llevar por el Cañón del Colca nos regale la segunda jarra de Perú Libre, nos va a preguntar: "¿Saben cual es la diferencia entre el Cuba Libre y el Perú Libre? Sendero Luminoso". En realidad, la diferencia es que uno es con ron, y el otro con pisco. Y que, como dicen los chilenos, "el pisco es peruano. Pero nosotros somos los que lo industrializamos y lo exportamos".