–¿Leíste el libro?
–Sí, hasta donde me dio el estómago
La oficina de Luis D’Elía, frente a la Plaza Miserere, es una habitación blanca y luminosa en el extremo de un antiguo edificio de escaleras redondas y pasillos largos. Está modesta y prolijamente decorada con las marcas de una prolongada militancia política: cuadros de Perón y de Evita, fotos con la casaca amarilla de la CTA, entre una multitud, con Fidel Castro, con Hugo Chávez, y una última, en blanco y negro, que registra algún momento próximo en el tiempo a ese primer hito que signó su carrera política y su vida: la toma de los terrenos donde luego construiría, de la nada y con un centenar de familias, el barrio El Tambo, en Laferrére. Desde la gran ventana abierta, la vida mitológica del Once avanza en forma de ruido. Adentro hay murmullo, el sonido sordo de los teclados, el recurrente timbre del teléfono.
Hace unos meses, el periodista Gerardo Young publicó Negro contra blanco. Luis D’Elía y el recurso del odio; la biografía o –como se dice ahora– el “perfil” de uno de los líderes populares de mayor notoriedad de los últimos quince años. El libro pretende recorrer esa vida y alumbrar sus puntos oscuros. Para Luis D’Elía, el agasajado, el texto enturbia más de lo que aclara. “Está lleno de prejuicios pequeño-burgueses”, dice.
–¿Cuál de esos prejuicios fue el que más te molestó?
–Varios. Cuando habla de mis compañeros, por ejemplo. Él dice: “D’Elía anda siempre con tipos que tienen la mano pesada”. Claro, mis amigos son de mi barrio. A algunos le faltan los dientes, a uno le falta una gamba. Es una realidad diferente. Pero que son tipos “con la mano pesada”; esas son conjeturas de él, que no los conoce ni los entrevistó. No saben si fueron a la escuela, si no fueron a la escuela. Ahí, por ejemplo, un día estaba Carlitos Sánchez. Carlitos es un tucumano, de mi barrio. La conjetura de que Carlitos puede tener la mano pesada es de él. Es un prejuicio pequeño-burgués.
–¿Qué sensación te dejó el libro?
–La sensación que tengo es que es un libro escrito por un políticamente blanco. Y además creo que hay un operativo de Clarín por atrás. Clarín por un lado me censura y por otro me demoniza. Desde que dije que era un oligopolio inaguantable para la democracia argentina, no salí más en un programa del grupo. Y, ahora, es llamativo que salga este libro. Al mismo tiempo, uno contra Moreno y otro contra Moyano. Se intenta instalar que nosotros somos el kirchnerismo en un sector de las clases medias más derrotadas culturalmente, y entonces tratar de quebrarlo con esos sectores sociales. El objetivo de fondo, lo que persigue este libro, es eso.
–Sentís entonces que es un ataque al gobierno, más que a vos personalmente
–Es al gobierno de Cristina Kirchner.
La asociación no es libre. Young es periodista de Clarín desde los veintún años, donde actualmente es editor del Equipo de Investigación. El eje narrativo que estructura la investigación es el episodio del 25 de Marzo del año pasado, cuando el líder de la FTV se movilizó hacia la Plaza de Mayo en uno de los momentos más álgidos del conflicto entre el gobierno y las entidades agropecuarias. El autor vuelve una y otra vez hacia ese momento, intentando ver allí el nudo denso de sentidos que aglutina la compleja trayectoria vital y política del Luis D’Elía. “El libro reduce y magnifica. Young desvaloriza un trabajo de muchos años. Yo milito en La Matanza desde el año ’73. O, por ejemplo, reduce la FTV a el barrio El Tambo. La FTV representa a un montón de tipos, desde Usuahia a La Quiaca”
Lo que parece evidente, más allá de D’Elía, es que el libro está destinado a levantar polémica. Si en muchos sentidos es un honesto intento por problematizar ciertos procesos políticos de largo alcance, es en igual medida un catálogo un poco desprolijo de las imposibilidades del propio autor para hacerlo satisfactoriamente. Young no quiere o no puede despegarse de las sospechosas categorías con que el noticiero de la tarde piensa la realidad nacional. La conceptualización simple y un poco tosca del clientelismo político, es un ejemplo. La reducción de la biografía de D’Elía a sus momentos de exposición mediática, es otro. Y su corolario es la frivolización de un derrotero vital que el propio libro admite como más complejo. La sensación final es que Negro contra blanco es un intento por confrontar al oficialismo… al que no le da el cuero para confrontar. Esto lo convierte, rápidamente, en un trabajo trunco. Un ejercicio del ocio o de una inconsistente corrección política, que poco aporta al debate general, de fondo, al que Young pretende nutrir.
Por otra parte, hay momentos incomprensibles. El tono livianamente paternalista que el libro adopta de a ratos, las definiciones insustanciales (“En la cabeza de D’Elía, en la cabeza de ese morocho de clase media que ahora se metía entre los desplazados para vivir con ellos la aventura de su vida”), los deliberados intentos por narrarlo ridículo y grotesco (“Cuando vuelve lo vemos ponerse un buzo azul. La maniobra no es tan sencilla, debe lidiar con fuerza, sacudirse hacia un lado y hacia el otro, hasta que el buzo, por fin, logra pasar por su cabeza”), son recursos que se acercan, peligrosamente, a las modulaciones de eso que Nicolás Shumway identifica en The invention of Argentina como la paradoja fundante de la cultura política del liberalismo nacional: “cómo apoyar en teoría la democracia desacreditando al mismo tiempo el apoyo mayoritario” a los grandes caudillos nacionales. “Su solución es retratar a las clases bajas argentinas de la manera más brutal, denigrante y en última instancia despreciativa posible”. Eso queda de manifiesto, acaso, en la recurrente negativa de Young de nombrar al peronismo. En su lugar, dice el “pejotismo”, sin ensuciarse.
A pesar de todo, Luis D’Elía parece más preocupado por otras cosas. ¿Qué hay de cierto en eso que sugiere el libro hacia el final, que está pensando en mudarse de El Tambo? “Él querrá que yo me vaya. ¿Cómo me voy a ir si ese barrio es mi identidad?”. Desde el umbral de su oficina, responde nuestras últimas preguntas con tono diáfano.
–¿Y con el gobierno cómo estás ahora?
–Bien
–Porque otra de las cosas que sugiere es que le vas a retirar tu apoyo
–Bueno, es bueno que crean eso, ¿no?
–Sí, hasta donde me dio el estómago
La oficina de Luis D’Elía, frente a la Plaza Miserere, es una habitación blanca y luminosa en el extremo de un antiguo edificio de escaleras redondas y pasillos largos. Está modesta y prolijamente decorada con las marcas de una prolongada militancia política: cuadros de Perón y de Evita, fotos con la casaca amarilla de la CTA, entre una multitud, con Fidel Castro, con Hugo Chávez, y una última, en blanco y negro, que registra algún momento próximo en el tiempo a ese primer hito que signó su carrera política y su vida: la toma de los terrenos donde luego construiría, de la nada y con un centenar de familias, el barrio El Tambo, en Laferrére. Desde la gran ventana abierta, la vida mitológica del Once avanza en forma de ruido. Adentro hay murmullo, el sonido sordo de los teclados, el recurrente timbre del teléfono.
Hace unos meses, el periodista Gerardo Young publicó Negro contra blanco. Luis D’Elía y el recurso del odio; la biografía o –como se dice ahora– el “perfil” de uno de los líderes populares de mayor notoriedad de los últimos quince años. El libro pretende recorrer esa vida y alumbrar sus puntos oscuros. Para Luis D’Elía, el agasajado, el texto enturbia más de lo que aclara. “Está lleno de prejuicios pequeño-burgueses”, dice.
–¿Cuál de esos prejuicios fue el que más te molestó?
–Varios. Cuando habla de mis compañeros, por ejemplo. Él dice: “D’Elía anda siempre con tipos que tienen la mano pesada”. Claro, mis amigos son de mi barrio. A algunos le faltan los dientes, a uno le falta una gamba. Es una realidad diferente. Pero que son tipos “con la mano pesada”; esas son conjeturas de él, que no los conoce ni los entrevistó. No saben si fueron a la escuela, si no fueron a la escuela. Ahí, por ejemplo, un día estaba Carlitos Sánchez. Carlitos es un tucumano, de mi barrio. La conjetura de que Carlitos puede tener la mano pesada es de él. Es un prejuicio pequeño-burgués.
–¿Qué sensación te dejó el libro?
–La sensación que tengo es que es un libro escrito por un políticamente blanco. Y además creo que hay un operativo de Clarín por atrás. Clarín por un lado me censura y por otro me demoniza. Desde que dije que era un oligopolio inaguantable para la democracia argentina, no salí más en un programa del grupo. Y, ahora, es llamativo que salga este libro. Al mismo tiempo, uno contra Moreno y otro contra Moyano. Se intenta instalar que nosotros somos el kirchnerismo en un sector de las clases medias más derrotadas culturalmente, y entonces tratar de quebrarlo con esos sectores sociales. El objetivo de fondo, lo que persigue este libro, es eso.
–Sentís entonces que es un ataque al gobierno, más que a vos personalmente
–Es al gobierno de Cristina Kirchner.
La asociación no es libre. Young es periodista de Clarín desde los veintún años, donde actualmente es editor del Equipo de Investigación. El eje narrativo que estructura la investigación es el episodio del 25 de Marzo del año pasado, cuando el líder de la FTV se movilizó hacia la Plaza de Mayo en uno de los momentos más álgidos del conflicto entre el gobierno y las entidades agropecuarias. El autor vuelve una y otra vez hacia ese momento, intentando ver allí el nudo denso de sentidos que aglutina la compleja trayectoria vital y política del Luis D’Elía. “El libro reduce y magnifica. Young desvaloriza un trabajo de muchos años. Yo milito en La Matanza desde el año ’73. O, por ejemplo, reduce la FTV a el barrio El Tambo. La FTV representa a un montón de tipos, desde Usuahia a La Quiaca”
Lo que parece evidente, más allá de D’Elía, es que el libro está destinado a levantar polémica. Si en muchos sentidos es un honesto intento por problematizar ciertos procesos políticos de largo alcance, es en igual medida un catálogo un poco desprolijo de las imposibilidades del propio autor para hacerlo satisfactoriamente. Young no quiere o no puede despegarse de las sospechosas categorías con que el noticiero de la tarde piensa la realidad nacional. La conceptualización simple y un poco tosca del clientelismo político, es un ejemplo. La reducción de la biografía de D’Elía a sus momentos de exposición mediática, es otro. Y su corolario es la frivolización de un derrotero vital que el propio libro admite como más complejo. La sensación final es que Negro contra blanco es un intento por confrontar al oficialismo… al que no le da el cuero para confrontar. Esto lo convierte, rápidamente, en un trabajo trunco. Un ejercicio del ocio o de una inconsistente corrección política, que poco aporta al debate general, de fondo, al que Young pretende nutrir.
Por otra parte, hay momentos incomprensibles. El tono livianamente paternalista que el libro adopta de a ratos, las definiciones insustanciales (“En la cabeza de D’Elía, en la cabeza de ese morocho de clase media que ahora se metía entre los desplazados para vivir con ellos la aventura de su vida”), los deliberados intentos por narrarlo ridículo y grotesco (“Cuando vuelve lo vemos ponerse un buzo azul. La maniobra no es tan sencilla, debe lidiar con fuerza, sacudirse hacia un lado y hacia el otro, hasta que el buzo, por fin, logra pasar por su cabeza”), son recursos que se acercan, peligrosamente, a las modulaciones de eso que Nicolás Shumway identifica en The invention of Argentina como la paradoja fundante de la cultura política del liberalismo nacional: “cómo apoyar en teoría la democracia desacreditando al mismo tiempo el apoyo mayoritario” a los grandes caudillos nacionales. “Su solución es retratar a las clases bajas argentinas de la manera más brutal, denigrante y en última instancia despreciativa posible”. Eso queda de manifiesto, acaso, en la recurrente negativa de Young de nombrar al peronismo. En su lugar, dice el “pejotismo”, sin ensuciarse.
A pesar de todo, Luis D’Elía parece más preocupado por otras cosas. ¿Qué hay de cierto en eso que sugiere el libro hacia el final, que está pensando en mudarse de El Tambo? “Él querrá que yo me vaya. ¿Cómo me voy a ir si ese barrio es mi identidad?”. Desde el umbral de su oficina, responde nuestras últimas preguntas con tono diáfano.
–¿Y con el gobierno cómo estás ahora?
–Bien
–Porque otra de las cosas que sugiere es que le vas a retirar tu apoyo
–Bueno, es bueno que crean eso, ¿no?