Por Juan Terranova
Hoy estaba escribiendo y me acordé de cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras. Entré en la carrera en el 93. En una materia se leía en voz alta la pregunta de Respiración Artificial, ¿quién de nosotros escribirá el Facundo? Una pregunta que no era retórica y que exhibía hasta que nivel había llegado la arrogancia de una generación que quería ser, contra todos, la última. Una vez, un grupito de alumnos empobrecidos respondió, con timidez, si el Nunca Más podía ser considerado como candidato. Me acuerdo que la docente se ofuscó. Y dijo que el “libro de la restauración democrática” era "una reparación, un compendio que miraba el pasado y no al futuro". Resultaba obvio que entre Sábato y Sarmiento había más que un siglo.
En ese momento, entendí la tambaleante respuesta de los alumnos como una prueba de la eficiencia del discurso adoctrinador y mediático del alfonsinismo. Sin embargo, ahora tengo mis dudas. El Nunca Más también puede ser leído como un programa de dominación, de negación de la identidad política: un programa que llama a la pacificación después de la derrota, pero que también deja bien posicionados y con un fuerte poder simbólico a los perdedores de cara a las nuevas generaciones.
Mi respuesta a la pregunta ya clásica de Piglia era irreverente. Proponía a Mi Lucha de Adolf Hitler como la mejor reescritura del Facundo en el siglo XX.
- Para empezar es un libro alemán... -dijo una vez un pibito que se hizo el indignado.
Y yo:
- Bueno, lo escribió un austriaco para el palco del mundo.
Mi serie era clara: El Reich, París, Argelia, Buenos Aires, Washington, la doctrina Rostow, la CIA. Pero no. Era una chicana que funcionaba a medias, demasiado artificial, demasiado pop. La lectura no mordía porque los alumnos pensaban con categorías de “buenos” y “malos” que habían aprendido del cine ATP de los 80. Por mi parte, yo pensaba que la los docentes universitarios eran unos idiotas. Después me convertí en uno. Y lo confirmé.