No levanta temperatura


Sobre Porno de Marcos Bertorello.

por Alejandro Soifer

Que el pornográfico es un discurso fragmentario, construido por la superposición de cuerpos recortados y pegados en la edición, donde la trama es arbitraria y lleva siempre de forma más o menos directa al acto sexual explícito, no es decir nada novedoso.

Apelar a estos mecanismos de corte y confección para la construcción de ficciones literarias tampoco es un mecanismo novedoso o vanguardista, aunque hay que reconocer que juntar luego esos cuentos hechos de fragmentos y empaquetarlos bajo el sugerente título de “Porno” y ponerle una tapa de delicada sensibilidad (¿Que intenta reproducir las propagandas famosas de un canal de cable condicionado codificado?) que de alguna forma muy por debajo de la posibilidad de una significación directa y fácilmente reconocible, aluda a esa misma palabra llena de connotaciones sociales y mediáticas, podría haber sido algo novedoso.

El libro de Bertorello entonces apela a eso: construcción de unos cuentos en donde los fragmentos de discursos se empastan y se chocan generando una nueva masa difícil de reconocer, como los cuerpos pegoteados en una escena hardcore, donde las historias que empiezan con ciertos atisbos de realismo terminan escapándose por la tangente de lo ridículo, como en una película pornográfica donde cualquier situación lleva a la situación sexual irreal.

El primer cuento “Tío” parece ser una reescritura de un cuento perfecto: una tarea inútil por lo tanto. Es imposible escapar a la analogía entre este cuento y “Un día perfecto para el pez banana” de J.D. Salinger (en “Nueve cuentos”). Lo cual pasma al lector: la tensión magistral del cuento de Salinger queda diluida en una historia que intenta cierto cachondeo en la voz de una primera persona confesando cierto pecadito de juventud con su tío en el agua de una playa, con un final que intenta abrir las posibles interpretaciones.

Luego viene “Cura”, un relato que juega con la forma en que está narrado como un entrecruce de tiempos y discursos referidos para relatar ciertas conductas que podrían considerarse hipócritas dentro de los miembros de la Iglesia Católica. Entonces, a falta de una idea que narrar, el cuento simplemente se regodea con sus piruetas verbales. Exactamente igual que en una película pornográfica donde lo que importa no es la forma de llegar al acto sino las acrobacias físicas de los actores.

El cuento además se arma de una estructura que se repetirá como un molde más o menos variable, en otros cuentos. Nuevamente, la creación de una serie dentro del mismo libro se asemeja a la creación de una serie de reglas narrativas para la serie de las películas pornográficas: se repite la forma para llegar al acto final.

“Stephen” es acaso el cuento que intenta ir más lejos en la representación del acto sexual pero apenas lo menciona para terminar construyendo una trama delirante que va haciendo perder vuelo al cuento, con intervenciones de personajes “particulares” en un intento de dotarlo de cierto aire de “cosa no dicha”.

Luego nos encontramos con “Lección”, que es otro cuento de la serie: primera persona + narrador monologando con respuestas del personaje con el que conversa elididas.

Hacia la mitad del libro “Las paredes oyen” vuelve a insistir con la trama absurda y el intento de contar una historia apoyada en leyendas urbanas o cosas conocidas a medias (como la referida hipocresía de la jerarquía católica) para constituirse como un cuento que fracasa en innovar, entretener y desarrollar su historia dando como resultado un licuamiento de la tensión que lleva el fantástico y el terror que intenta abordar al lugar de la insignificancia.

Los problemas graves llegan a su punto culmine con “Autor”. Un cuento construido a partir de pedazos de texto pretendidamente académica de pretendida crítica literaria, que vuelve a insistir con admiración pasmosa en el tópico: “El mundo de la Facultad de Filosofía y Letras de Puan” con un personaje director de la carrera de Letras llamado Jorge y un personaje llamado “Gerardo Damiano”. La alusión a Damiano (así como también la construcción de una ficticia “Malena Irigaray” en el último cuento del libro, “Porno”) pareciera hablar de una propensión más bien masturbatoria o de niño que juega con las materiales que tiene disponibles como si estuviera armando un nuevo Lego, por fuera de lo que la foto en caja mostraba.

Que Gerard Damiano fue el director de “Deep Throat” (la película que sentó las bases del mainstream de la industria pornográfica) y que Luce Irigaray es una de las feministas más destacadas del ámbito de las ciencias sociales y que ha intervenido en varias ocasiones sobre asuntos relacionados con la pornografía son datos que de tan obvios pasan a parecer chistes tontos antes que intertextualidad u homenaje.

El cuento arma una réplica ficcional a la noción de “Muerte del autor” que parece hecha para impresionar lectores completamente ajenos a las derivas de la crítica literaria contemporánea a partir de una trama de idas y vueltas, pesados fragmentos de “tesis” de doctorado y una vuelta de tuerca retrógrada que intenta mostrar lo peligroso de ciertos conceptos apelando a un truco de mostrar la banalidad del mal mezclado con “Poesía después de Auschwitz” o algo por el estilo.
Sigue “Vestuarios” un cuento sin grandes pretensiones pero que, quizás por eso mismo, cumple un poco mejor el umbral de expectativa: narrar una situación de erotismo liviano.

Por último, “Porno” un cuento alegórico (como “Autor”) donde la vida de una poeta frustrada y posible desequilibrada mental sirve para ilustrar, casi platónicamente y repitiendo el mecanismo ya empleado, los mecanismos de funcionamiento de la pornografía. Lo ya dicho: fragmentación, repetición, absurdo y tramas vaciadas.

Hay algunas referencias a ideas ya elaboradas (como la siguiente: “Al porno le sucede lo que ya le sucedió al musical en la década del cuarenta: tiene que justificar narrativamente una escena que de por sí es injustificable” (p.178) idea desarrollada extensamente por Linda Williams en “Hard Core”, vease: http://nihil.com.ar/2009/02/del-porno-considerado-como-una-de-las.html) y el autor parece darse el gusto de hacer un recorrido fascinado por su sabiduría acerca del género, mencionando actrices, directores y películas.

Termina entonces el libro y respecto del porno como título que engloba estos cuentos nos queda esa certeza: las menciones en los agradecimientos a sus actrices fetiches (de la década del ´90 cuando la pornografía apuntaló su imparable carrera triunfal), las estructuras de unos cuentos jugados desde la fragmentación y el absurdo, y un erotismo muy lavado que incluso no llegaría a la categoría de softcore.

No levanta temperatura con unos cuentos a los que pareciera les faltó pulido, aura u originalidad, depende lo que se quiera ver y no levanta temperatura, objetivo explícito de la pornografía, en el lector, generando la dudosa sensación de una jugada de márketing literario o quizás una fascinación del autor que intentó jugar con sus fetiches y no logró decidir la mejor forma de hacerlo. Cabría preguntarse si un género como el pornográfico merece o puede ser trasladado a una forma de construcción literaria que juegue a representarlo pero no lo haga, teniendo en cuenta que es un género basado en una razón instrumental pura: lograr la excitación y el orgasmo del espectador. Sacándole ese objetivo queda una cáscara vacía y berreta, kitsch. En ese sentido, el libro parece ser a la literatura lo que es la pornografía al cine.