PRO

por Vicente Russo



1- En estos momentos resulta difícil poner énfasis en lo positivo. De la victoria del PRO se desprende una holgada lista de pérdidas. Desde el punto de vista de la política, queda el hecho manifiesto de que ellos vienen a obturar la acción de lo político. Las imágenes de los festejos en la sede del PRO declaran la liquidación de la política. En el escenario Macri, Sola y De Narváez, con sus camisas arremangadas, brindaron un auténtico anticlímax político, con un tono extremadamente light y tétrico cantando “colorado, colorado”. ¿Hemos visto algo semejante? ¿Ese es su mito de fundación? Pensemos un segundo en el 17 de octubre y el contraste no puede ser más grotesco. Debajo del escenario está presente la nueva ciudadanía consumidora, la gente decente, la parte más sana de la ciudad que festeja el nacimiento de una nueva Argentina bajo la consigna: Mauricio presidente.

2- Michetti es un tema aparte. Aún no termino de comprender su estilo de hacer política, su opinión anticuada y simple sostenida sobre un soporte material que le otorga una dosis de legitimidad: su silla de ruedas. Su discurso es ligero y demagógico y recurre permanentemente a lo que la gente quiere escuchar, le habla a la “buena gente” logrando una comunicación simétrica con el otro. Pero para que el mundo no sea tan caótico para la pobrecita aparece en escena este chico fuerte, joven y de sonrisa encantadora -que es casi todo lo que puede decirse de Macri-, para decirnos que lo que queda es la cháchara politiquera montada sobre la publicidad. Para Mauricio la cultura política se ha evaporado y él lo resume en un clic. Apretemos el clic del PRO para ver qué película se proyecta, qué comercial sale a la luz que tanto seduce a la imaginación de los votantes. Como en verdad ignoro que se oculta detrás del clic quiero dejar señalada una correlación posible: la tragedia hecha farsa.

3- En nuestro queridísimo país han desembarcado las ideas posmodernas del fin de las ideologías y del agotamiento de la política que antes escuchábamos que sucedían en los países centrales de Europa. Nosotros, nos decía la gilada de cuño progresista, todavía tenemos que desarrollar nuestra propia modernidad. ¿Hoy nuestra modernidad política ha concluido? Aparentemente sí. En principio abandonemos el terreno de la conjetura para entrar en el terreno de la especulación y miremos a la “nueva generación” política del país. ¿Gabriela Michetti es un exponente local del agotamiento político? Esto complica un poco las cosas. Ya que no solo “negamos” la política sino que tenemos que soportar las campañas moralizadoras de Michetti y sus ademanes ceremoniosos, su indumentaria demasiado pulcra que propaga la moral del statu quo y reproduce los tabúes del conservadorismo porteño. Con su coronita de “chica de entrecasa”, amable y amada, le concede a la gente un sentimiento de seguridad, que por medio de una operación de proyección-identificación conserva la pureza de todos los ideales irrealizables: vivir una vida sin sobresaltos, elemental, que disimule toda responsabilidad social y política.

4- El revoltijo social que puso al descubierto el inconformismo de la clase media bajo el slogan “que se vayan todos” puede leerse como un anhelo de la pequeñoburguesía que tiene una visión optimista del mundo, una imagen del hombre generoso y heroico por naturaleza, que adora los films con final feliz, las novelas con moraleja, que tiene el sueño de vivir en una sociedad autorregulada, sin la opresión de los políticos y sin demasiado Estado, sin confiscación de ahorros (leída por los sectores medios como una avanzada intolerable del Estado), sin corrupción y otras cuestiones intrínsecas a la política. La democracia para ellos es sinónimo de precios fijos (¿cuántos votos habrá perdido el kirchnerismo por la inflación-INDEC?). Para ello qué mejor que empresarios como Macri y De Narváez que llevan esa ficción hasta el extremo postulando el reemplazo de la gestión por la política. Por supuesto que este estado idílico de lo político, de democracia consensual, expresa en realidad el poder de la burguesía y el capital.

Gran parte de la campaña del PRO y de la oposición, desde la derecha hasta el progresismo “bien pensante”, se orientó a moralizar (con una ilusión ingenua) la política, sosteniendo que lo político está más bien fundado en el consenso, el acuerdo y la buena voluntad antes que en la “violencia” y el “conflicto”. La ilusión reinante de estas fuerzas ve en el consenso el acuerdo razonable de los individuos y grupos sociales. Sin embargo, este empeño omite algo que es necesario revelar. La lógica del consenso reivindicada por la “racionalidad” política, tanto de derecha como de izquierda, expulsa del seno de la democracia la definición de soberanía popular, del gobierno de la mayoría y coloca en el horizonte político “el consenso”. Esta exaltación brillantemente trabajada por TN que erradica la visión extremista de la democracia, da por sentado que todas las partes de la comunidad tienen un interlocutor y entonces sólo es necesario poner en marcha el dialogo y la deliberación entre las partes para que cada una de ellas se acomode objetivamente al orden visible de la comunidad. Desde esta perspectiva, el acuerdo entre partes se sostiene sobre una cuenta errónea de la democracia que condena a los no contados al anonimato. En definitiva, “el consenso” es un régimen determinado de lo sensible que presupone que las partes ya están dadas y la comunidad se halla constituida.

5- Por cierto la situación en que estamos no da para exquisiteces -algo se cayó y aún no sabemos qué-, por eso digamos las cosas sin regodeos franchutes y pongamos bajo sospecha la democracia consensual. Este concepto es, en rigor de verdad, la conjunción de términos contradictorios. El consenso es precisamente la negación de la democracia, es una estrategia de contención de las masas, es lo que “detiene la corriente” y establece un tipo determinado de situación de habla que reprime la inconmensurabilidad de los seres parlantes sobre la que descansa el orden de la comunidad. Se trata justamente de que el consenso, cualquier consenso, es necesariamente antidemocrático, prohíbe la subjetivación política de una parte que ya no se subjetiva, ya no se incluye.