Cine y peronismo

por Nicolás Prividera

Unos breves apuntes para pensar al peronismo en su relación con el cine (sea el cine bajo el peronismo o el peronismo en el cine), estableciendo un diálogo y tensión entre films de diversas épocas que tomaron como sujeto a Perón o el peronismo (que no en vano hizo de la tensión entre opuestos la maquinal forma de su reproducción del poder). Aquí van:

Sucesos argentinos (1945-1955) - Perón, sinfonía del sentimiento (Favio, 1999): Nos gusta ver los viejos capítulos de Sucesos argentinos como quien ve viejas fotos de familia hechas en un estudio: la construcción mítica del pasado cuando era presente. Por el mismo motivo nos resulta falsa la Sinfonía del sentimiento de Favio: es el presente del pasado, que obtura el futuro (como visión histórica y no mítica). Para algunos respetables pensadores no hay política sin mito, para otros el problema de una política mitificada es precisamente el pretender tomar el lugar (del fin) de la Historia: no nos deja pensar otro futuro que no sea una mera repetición del pasado.

Después del silencio (Lucas Demare, 1956)- Detrás de la mentira (Emilio Vieyra, 1962): Estos dos films (que demonizan al peronismo y al comunismo con idéntica retórica) inician de alguna manera (como la “libertadora” misma) una tradición negra del cine argentino: la que se plegó a la versión derechista-militar de la Historia, y que llegaría a su culminación en el cine “feliz” de la dictadura (no en vano Vieyra es parte de ambos): las comedias reaccionarias (de Porcel y Olmedo), los films afines con la estética del proceso (Brigada en acción, Comandos azules) o la propaganda directa (La fiesta de Todos de Renan). Se dirá que también el peronismo tuvo su propaganda, pero esta era mas bien “blanca” y limitada a los noticiarios: no hubo, para bien o mal, algo así como un “cine peronista” (hay que recordar que al más peronista de los directores, Hugo Del Carril, tuvo que sostener una fuerte lucha con Apold para hacer su mejor film, Las aguas bajan turbias, sólo porque estaba basada en la novela de un “comunista”). Bajo el peronismo, el cine argentino prefirió las adaptaciones de grandes clásicos extranjeros (menos conflictivos a la hora de lidiar con la realidad local) o entregarle al público divas de teléfonos blancos (versiones despolitizadas del glamour plebeyo de Evita).

El jefe (Ayala, 1958) - Los hijos de Fierro (Solanas, 1976): La alegoría en el cine político es un territorio tan fértil como cenagoso: tentadora para períodos en los que no se puede (por censura o por imposibilidad) hablar directamente de la cuestión, excesiva cuando alude (por literalidad o imposibilidad) a lo que todos pueden decir abiertamente. Si El jefe agotaba sus intenciones en la analogía autoritaria de su título, Los hijos de Fierro chocaba contra el realismo de la represión. (Se podría decir que la última dictadura militar abolió de facto toda posibilidad de representar lo real.) La alegoría (superada en su momento por la complejidad del fenómeno peronista) volvería durante la dictadura como “retorno de lo reprimido” (en films como El poder de las tinieblas o Los miedos).

La hora de los hornos (Solanas, 1968) - Operación masacre (Cedrón, 1973): El documental habla del presente, la ficción del pasado. Por eso la segunda funciona menos que la primera a la hora al acercarse a la urgente realidad de los ’70: Cedrón escenifica una escena del pasado y Solanas propone una escena futura. Las dos películas intentan historizar, pero una contando un hecho del pasado y otra proponiendo una lectura del presente, una desde actores individuales reconocibles y otra desde actores sociales emergentes: La fuerza documental de La hora de los hornos se impone sobre la reconstrucción ficcional de Operación masacre

La revolución justicialista (Solanas, 1971) - Actualización doctrinaria (Solanas, 1971): Dos films que en realidad son uno: el primero sustento histórico de lo que el segundo propone como futuro a conseguir, a través de una didáctica del presente: si La revolución justicialista es una lección de historia, Actualización doctrinaria para la toma del poder es un curso de management peronista.

No habrá mas penas ni olvido (Olivera, 1984) - La vida por Perón (Bellotti, 2003): Dos universos cerrados (el pueblo, la casa) para evocar una vez mas al peronismo como alegoría, pero si una funciona y la otra no es porque Olivera opta por la estampa, la ilustración, y Bellotti por el delirio de lo real, el susurro del lenguaje.

Montoneros, una historia (DiTella, 1991) - Cazadores de utopías (Blaustein, 1996): El documental de Di Tella tiene un doble merito: ser la primera aproximación a Montoneros, y a la vez abrir la puerta a una versión (no oficial) de la Historia. Mientras que el de Blaustein pretende compendiar y cerrar una suerte de “historia oficial” de la M (que deja afuera a la conducción y sus “errores” militares).

Gatica, el mono (Favio, 1993) - Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (Fernández Moujan, 2007): Si la única patria es la infancia, y la infancia de la patria es el peronismo, el peronismo es la patria de la felicidad. Y un boxeador en desgracia o un viejo avión discontinuado devienen símbolos de lo perdido. Mitos de pérdida a los que se vuelve, ya sin quererlos convertir en origen: pura nostalgia reciclada.

Eva Perón (Juan Carlos Desanzo, 1997) - Ay Juancito (Olivera, 2004): La ficción no sabe qué hacer con el peronismo, y cuando más se equivoca es cuando intenta (como la Historia) reproducir lo irreproducible. Por eso el documental la supera: porque no quiere competir con lo real ni hacerlo presente, sino hablar precisamente de esa distancia. En cambio, en estas ficciones lo que aparece es el fantasma de lo real, su simulacro. La coartada es asomarse a lo que las cámaras nunca toman: la intimidad del poder. Como si en esos pliegues se escondiera la verdad de la Historia. Como si de la evocación de esas sombras (demasiado iluminadas, irreales) pudiera extraerse una conclusión dramática. Pero la Historia pasa por otro lado.