Basta de Alfonsín

por Volquer



Cansa, una vez más, refrescarse con el abanico del progresismo bloggeril interpretando, evocando y hasta burlándose infantilmente una y otra vez de un tipo que no merece otra cosa que el respeto circunspecto y un poco amargado con que la historia futbolística nacional va a despedir a Roberto Fabián Ayala y al Kun Agüero.

Alfonsín fue a la Argentina lo mismo que Roberto Ayala fue y el Kun Agüero será para la selección nacional: el espejo donde una generación perdida trasviste su fracaso. Como el Kun, Alfonsín cifró esperanzas que jamás pudo realizar, estuvo casi 20 años en la política de regalo -del '89 en adelante- y, la verdad, hizo casi todo mal: gobernó mal, confrontó mal, fue un mal caudillo, un mal estadista, enjuició mal a las juntas, arruinó a su partido, fue un mal radical y un mal peronista al mismo tiempo (aunque, digamos la verdad, y a diferencia del Kun, Alfonso sí que salió campeón). Al igual que Ayala, Alfonsín falló cuando tuvo que responder y se retiró de la selección con una goleada dolorosísima frente a Brasil y en una final. Como el Kun y como Ayala, Alfonsín cumplió. Eso sí. No fue un irresponsable, y eso es lo que la "sociedad argentina" le agradece. Porque eso es lo que la "sociedad argentina" le pide a Néstor: que no sea irresponsable. Las loas a Alfonsín son una advertencia soterrada para que la casa esté en orden.

Reconciliarse con Alfonsín, ahora, obviando, es verdad, todos los conflictos y tensiones que involucró su gobierno, sólo porque fue un buen tipo, un personaje honesto o un compañero leal -y parece que Alfonsín fue todas estas cosas, según mi viejo, que todavía usa su mismo bigote- tiene el patetismo invertido de aquellos que condenaban y siguen condenando moralmente al menemismo por una grasitud estética de la que Palermo es la continuación por otros medios. Y, también, prepara unas condiciones eunciativas para un nuevo discurso higienista sobre la política que forma parte del antiguo corazón narrativo de la UCR. Porque ni con la honestidad ni con la democracia se come ni se educa ni una mierda. Alfonsín va directo a convertirse en el Tanguito de los Santaolallas de hoy.

Al igual que Blumberg, Alfonsín lloró a un hijo perdido: la república liberal. No es casual que Blumberg haya estado hoy rindiéndole pleitesía. Blumberg y Alfonsín son los dos hemisferios cerebrales esquizoides de la clase a la que pertenezco. Ninguno puede estar a la derecha o a la izquierda de esa clase, porque ambos la conforman. Las diferencias entre ambos son tan abismales que ni siquiera hace falta mencionarlas. Por eso, el funeral de Blumberg va a gozar de la indiferencia glacial que el de Alfonsín hubiera merecido. Respeto, voces bajas y silencio. Nada más. La trayectoria política y el fracaso histórico de un tipo, una generación y un partido que no estuvieron a la altura de las circunstancias mercen eso.

vía el volquete