Me llaman José pero podés decirme Juan




Por Kayá

Cucurto me despertó de mi sueño dogmatico. A la historia (la Oficial) no hay que tenerle tanto miedo, no hay que mirarla como se mira a un milenario jarrón chino en el museo de NY, manteniendo distancia. Hay que tenerle el mismo respeto que a las artesanías berretas que venden los chinos de Belgrano o que a los duendes que venden los artesanos hippies en Plaza Francia.

Cucurto más o menos nos dice esto: la historia vale pija y por eso mismo vale un montón y por eso hay que bardearla. Lo que ven nuestros ojos de negro cabeza tiene que subvertir el reflejo infame que hoy se desprende del barro mezclado con mierda de caballo from la Sociedad Rural que es la Historia Oficial. Hay que prender a lo bonzo a toda esa manga de próceres que nos quieren hacer comer, al final de cuentas esos guachos con traje militar y con buenas intenciones no han hecho más que sentar las bases de un país de mierda. O mejor aún, hay que llevar a “los grandes hombres de la nación”, a esa manga de fiambres que componen el panteón nacional a nuestro bando: cambiarles el color de piel, la forma de hablar, la de moverse, la de masticar. En vez de un San Martín que come pato a la naranja hay que cranear un San Martín que come choripán. En vez de un San Martín elegante, desinfectado, hay que pensar un San Martín bien croto. En vez de un San Martín con buenos modales, correcto, bien hablado, uno que se la pase puteando, diciendo guachadas: eh puto, cagón, trolazo. 

¿Qué significa todo esto? ¿A qué se debe esta irreverencia? ¿Por qué este mal gusto, esta grosería? ¿Qué son estas cucurteadas? ¿Qué se propone Cucurto con este acto de desvergüenza? Se propone, ni más ni menos, contaminar la historia de “nosotros”, los pobres, armar un San Martín cumbiero, hijo de negros. Un giro copernicano que da vuelta a San Martín como a una media. Cucurto le pone a fuerza de caño una goma en el brazo a la historia y le chuta sangre negra. El virus se expande y la historia de historiador blanco ya no encuentra terreno tan firme como el biológico para afirmarse. ADN cultura negra se llama ahora el suplemento, tomá.

En otras palabras (palabras ajenas a Cucurto, palabras importadas), el autor realiza la operación de apropiarse de la historia aunque sea sólo por un rato, nuestro Gramsci local juega y al jugar pone en evidencia una de las operaciones primordiales de cualquier contra hegemonía: poner a la historia a nuestro favor, tratarla como a un puta, cambiarla de posición, dársela de parado aunque se enoje Halperín Donghi. Robarle a punta de faca la historia a los burgueses, a los opas, a los canallas, que siempre van por más, que ahora quieren construir muros que separen a los “ciudadanos” de los “monstruos”. Los marginados en el mundo cucurtiano toman el caballo blanco de San Martín, se suben a su lomo, pero ya no para cruzar los Andes, para repetir la historia, sino para cruzar el muro simbólico-material (y en poco tiempo de hormigón) que los margina y los mata.

En el mismo orden de cosas:

Y a esta altura ya podemos sentir el fantasma que presiona sobre nuestros pensamientos. Tiene nombre propio este fantasmón, ¿cómo se llama?, pregunta algún inadvertido, ¿de qué fantasma están hablando?, dice otro colgado. De Perón, de quién si no, el gran fantasma del relato nacional, el hombre que cambió la historia del país, que la partió al medio con un golpe de karate llamado justicia social y una toma ampulosa llamada pueblo. Siempre vuelve, es un frisbee que cuando creemos que lo hemos alejado definitivamente vuelve con la fuerza de quien quiso sacárselo de encima y debemos bajar la cabeza para no ser golpeados. El peronismo, como dice Casullo, nunca dejó de ser la cuestión de las cuestiones, lo único que habla el país, la forma tremendamente herida y sangrante del país, de su historia. El peronismo es un papel de calcar sobre la silueta argentina para pensar pueblo, lucha, líder, política, finalmente terror de estado.

Y entonces, si Perón es como un Freddy Krueger que aparece recurrentemente en nuestros sueños patrios, la cuestión es siempre la misma: cómo armamos un Perón que nos sirva a quienes procuramos cambiar las coordenadas de lo posible. Muchos dirán que hay que deshacerse de Perón de una vez por todas, que es el cáncer del país. Aquí lo tomamos como cuerpo a quien podemos seguir sacándole frases, aún muerto, como espacio simbólico a partir de donde librar la imaginación trasformadora. Il morto chi parla. No importa Perón, lo que importa es qué hacemos con Perón. Ya sabemos que el viejo supo asumir muchas formas; no puede negarse que el guacho está hecho de materiales plásticos, elásticos, maleables. Es importante construir en el laboratorio de los sueños un Perón que sea útil, que termine posibilitando el registro de quienes no son registrados, la visibilidad de los invisibles. Un Perón que encarne lo andrajoso, que facilite identidad a quienes la tienen negada. Hay que volverlo un travesti, con tetas mal hechas y chupando vergas por dos pesos, o emparentarlo con un reventado, villerito paquero que sale a afanar una panchería para fumar lata o con un cartonero con remera de Coca-Cola que se despierta a las tres de la mañana para revolver basura. Hay que pegar al viejo a los confines, hacer de él, ya que no podemos sacárnoslo de encima, la imagen que ilumine lo que nadie quiere ver: el horror. 

Una vuelta de tuerca

Por Hernán Vanoli


Nacida en 1961, A.M. Homes es, quizás, una de las mejores escritoras norteamericanas de su generación. Para muchos heredera directa de John Cheever, aunque quizás dueña de una ironía más perversa, su obra se concentra casi obsesivamente en actualizar ese realismo donde las contradicciones políticas, los ensueños malogrados y la confortable alienación desangran a los silenciosos estratos medios norteamericanos. Ese proyecto tomaba un brillo especial en los notables Cosas que debes saber (cuentos), Música para corazones incendiados (novela) y Los Ángeles (retrato urbano); mientras que parecía desinflarse en el optimismo pre-obamista y pre-crisis de su última novela, Este libro te salvará la vida.

Por eso, la publicación de su autobiografía novelada, La hija de la amante, brinda una saludable vuelta de tuerca. Apenas nació, Homes fue adoptada por una familia progresista del estado de Washington, y aproximadamente a los treinta años de edad, siendo ya una escritora de cierto renombre, se entera de que su nacimiento fue fruto de una relación clandestina entre un empresario casado y su empleada adolescente. Tras saltar el cerco protector de su familia adoptiva, sus investigaciones sobre ese transplante la llevan a enfrentarse con dos caras de la sociedad norteamericana que son lo opuesto a su estilo de vida, sus creencias y sus valores. Esas dos caras, obviamente, encarnan en su padre y su madre biológicos: él, católico, conservador, altamente hipócrita y con pretensiones aristocráticas; ella hipster, judía, adicta a los fármacos y estafadora de poca monta. Lo que se narra, casi sin querer y además de la búsqueda de la autora, son las fricciones entre esas dos sensibilidades y el ala de artistas neoyorkinos, políticamente correctos y muchas veces inescrupulosos entre los que se inscribe la misma Homes.

La hija de la amante tiene entonces el doble mérito de superar la lectura blanda que se hace desde las literaturas del yo y de la escenificación de los dilemas identitarios por medio de una fuerte apuesta hacia la ficción política, y de ser, además, una conmovedora novela de autoayuda con un trasfondo que no olvida los conflictos sociales y de género. Y es, también, el anverso exacto de Flores Rotas, la película de Jim Jarmusch –hagamos memoria: Bill Murray buscando a su hijo y encontrando a los diferentes estereotipos de mujeres norteamericanas-. Pero, hay que decirlo, con bastante más contenido.
Publicado en la Sección Culturas del Diario Crítica de la Argentina, 18/4/2009.


La jugada Terranova

Por Diego Erlan

Hacerse cargo de lo político

por Diego Vecino

Vi esta foto en centros culturales en Parque Patricios y en la unidad básica de Guardia Vieja y Medrano. El 19 y 20 de Diciembre ha llegado a la tapa de una antología, sospechadas hasta ahora de lo más ignominioso: trivialidad, inconsistencia, romanticismo, orfandad. Los días que vivimos en peligro (Emecé, 2009) es lo contrario: la antología que viene a redimir a esa generación de los prejuicios livianos que supo conseguir su star-system. Santiago Llach y Juan Diego Incardona –sus compiladores– ejecutan un gran trabajo de selección, montaje y justificación. Hay detrás de este volumen la innegable voluntad de poner por primera vez el formato “antología” al servicio de una reflexión que identificamos “política” de manera rotunda, aunque sea más bien intuitivamente. El libro consiste en dieciséis autores sin adscripción ni pertenencia generacional común, cuyos años de nacimiento obedecen al arco que va desde el Golpe del ’55 a los años de la apertura democrática, que narran dieciséis hechos clave de la historia argentina reciente. Desde Malvinas hasta el conflicto “campo-gobierno”, el atentado de la AMIA, el asesinato de los piqueteros Kosteki y Santillán en Puente Pueyrredón y el doping positivo de Diego en el mundial ’90.

El leitmotiv del volumen es una solución de continuidad que emparenta las experiencias políticas entre la post-dictadura y el kirchnerismo a través de la catástrofe y la lógica de subsistencia de nuestra sociedad periférica y tercermundista. La trampa donde caen las buenas intenciones es, sin embargo, la siguiente: no existe ningún criterio de unificación ni ideológica ni afectiva que transforme al libro en una reflexión en algún sentido orgánica. Así, como toda antología, es despareja y fragmentaria. Y así, en lugar de ser un objeto de reflexión política, sigue teniendo vocación de literatura. No es necesariamente un defecto, pero sí un límite. Esa irregularidad habilita la convivencia de textos excelentes que hacen una lectura muy sofisticada de la serie social (como los dos que cierran el libro, Sol Prieto y Esteban Schmidt) con otros que funcionan en los límites de la reproducción automática de discursos heredados, el moralismo, el cinismo o la falta de ideas (Elsa Drucaroff o Carlos Martín Eguía).

Pero fundamentalmente hay ejercicios originales e interesantes. Iglesias Illia corre al libro por derecha y ejecuta narrativamente los dispositivos culturales del consenso hegemónico: transforma una tragedia colectiva en una trayectoria individual y bizarra. Ramos hace lo contrario: carga de densidad social una biografía compleja y esquiva. Oyola opera un atractivo populismo de masas, no menos alucinado. Sánchez compone algo pretencioso y con mucha sensibilidad antropológica. Plotkin hace magia y nos lega un gran relato. En fin, Los días…es una gran antología, impulsada por una muy respetable voluntad de hacerse cargo del relato político de la Argentina de los años recientes, lejos del miserabilismo. Y lo logra casi siempre.

publicado en la sección Culturas del diario Crítica, 25/04/09

Acerca del nuevo cine argentino

por Joaquín Linne



¿A quién llamas malvado? A aquel que siempre quiere dar vergüenza. ¿Qué es lo más humano para ti? Ahorrarle la vergüenza a alguien. ¿Cuál es el sello de la ansiada libertad? No avergonzarse más de sí mismo. (Nietzche).

Lo bueno de leer es cuando encontrás algo que te hace pensar. El resto es silencio, diría Shakespeare, o el resto es ruido, diría Piglia.

Haciendo mi habitual zapping blogístico, hace unas horas fui sorprendido y encandilado por la lucidez de un crítico que además es cineasta. Es decir, no es sólo un crítico (aunque sea un gran eunuco, nunca dejará de serlo). El crítico es Prividera y realizó un documental llamado M que pasó por el Bafici del 2008 con muy buenas críticas (siendo más federalista, agreguemos que ganó en el Festival de Mar del Plata el premio a mejor película latinoamericana). M es sobre su madre, desaparecida por la dictadura. Quiero verlo pero no lo vi (otra vez el problema de la distribución). Por alguna razón que desconozco, P elige publicar el mejor análisis de cine argentino (y de arte argentino) que leí en La lectora provisoria (tal vez porque, pese a su gorilismo galopante, Quintín estuvo a cargo de las mejores ediciones del Bafici, y, como alguna vez le dije con un amigo, tiene una postura mucho más progresista en cine que en literatura -donde a veces sorprende con adjetivaciones originales y frescas, pero casi siempre recae en esa mirada ultra-conservadora).

P aclara que sigue pendiente hacer una historia del cine peronista. Hago mentalmente mi top five de películas argentinas:

1) El dependiente (Favio)
2) La hora de los hornos (Solanas)
3) Esperando la carroza (Doria)
4) Picado fino (Sapir)
5) Bolivia (Caetano)

¿Qué tienen en común? El grotesco, el blanco y negro, cierto retrato sobre los sectores populares, la influencia fuerte del neorrealismo italiano y la nouvelle vague (que como explica el crítico es una consecuencia del neorrealismo), una idea de vanguardia estilística y una idea de lo popular, la potencia, la frescura, el riesgo, la honestidad y la incomodidad. Los cinco películas hablan de Argentina y son textos incómodos. El pasatismo está bueno, pero que no te agarren los de la derecha que vienen a cobrar la supuesta hipoteca de tus padres muertos mirando a Tinelli o algún nuevo estreno con una linda pendeja de apellido inglés, sueco o italiano pergeñado por una pequeña productora de los suburbios indie de Palermo o Los Ángeles.

Volvamos a Prividera, que acá habla de Favio (y gracias a Ojos abiertos por la foto).

Ese texto analiza la obra de Favio y su relación con la historia del cine argentino y con la historia argentina (forzando la síntesis, el peronismo y el antiperonismo).

Quizás sea un exceso de confianza, pero me gustaría tomarme el atrevimiento de publicar -y resaltar- un comment que Prividera escribió en respuesta a comentarios sobre su texto.

Nicolás dice:
En un reportaje publicado este domingo en Pagina12, Favio habla sobre su abortado proyecto de la vida de DiGiovanni: “Me parecio jodido hacer una película en la que el heroe era un violento que ponia caño, bomba (…) De golpe me di cuenta de que estaba por hacer un canto a la violencia misma. Me parecio que podia ser nociva”. Y prefirió hacer Moreira, dejando de lado la que seguramente (por estar en su plenitud crativa, por estar inmerso en un tiempo violento) hubiera sido su gran película. No puedo evitar ligar esto (porque Favio mereceria ser un personaje de Favio, tan ligada esta su suerte a la del peronismo) con la cita que dejó Feinmann (en su dominguera deconstrucción del peronismo) de una cita de un viejo libro de Salvador Ferla: “Desde hace tres años –tiempo que coincide sugestivamente con la muerte de su esposa- no sabe si profundizar la revolución o ponerle fin. Planteadas las cosas en terminos de violencia, que no le permite su propio juego de masas, Peron se siente desconcertado, abatido (…) El antiperonismo toma el poder mas por obra del desarme espiritual del peronismo que de una victoria militar propiamente dicha. Su adversario esgrimía un arma de la que carecía en ese momento: habia logrado crear una mística.” Si todo esto suena demasiado actual, es porque lo es. De la resolución del conflicto rural y del posterior alineamiento de los diversos sectores puede depender el diseño de la Argentina de los próximos años. Pero el cine argentino lo verá, con suerte, demasiado tarde (¿qué fue de los infames ’90s en el cine nacional?), aunque el arte siga atacando por otros medios: en el diario de hoy Horacio Gonzalez habla de “Bombita Rodríguez” (el maravilloso “Palito Ortega montonero” de Capusotto) como un ejemplo feliz de intervención cultural…

Casualidad o no, el mejor texto publicado en La lectora provisoria, el mejor humorista (Capusotto), el mejor programa de televisión argentino (el del mismo humorista), el mejor crítico (Prividera) y el mejor cineasta argentino (Favio) son peronistas. Okey, no sabemos mucho de Prividera, pero leyéndolo queda claro que tiene mucha más afinidad con el peronismo -o con lo peronista-, que el resto de los jóvenes cineastas argentinos -un campo hegemonizado por chicos de zona norte que fueron a 'la' universidad privada. Tal vez el problema no es ser o no peronista. Tal vez el problema es tener cierta sensibilidad social, cierta sensiblidad con lo popular, ciertas ganas de que las cosas -los servicios básicos y los consumos culturales, por ejemplo- sean para todos; al menos un mood de que el mundo sea más all included para todos y un touch de lucidez para saber por donde el país podría ser más inclusivo, y por donde no. Prividera -lo puedo oler a través de mi monitor- lo sabe. Tal vez el querido Q todavía no se dio cuenta.

Sería interesante pensar el análisis del nuevo cine argentino que hace Prividera para la nueva narrativa argentina. Todos los Pron y los Q, seguramente, no lo podrán hacer.

“¡Sontodolomismo!” (sobre “Timote”)

Por Patricio Erb

Abro la página de la Revista Ñ. Me encuentro con un comentario al azar (sic): “Por qué si se juzga a los militares por sus crímenes de lesa humanidad, no se juzga a los Montoneros por sus crímenes, que también son de lesa humanidad”. El comment no es casual, se enmarca en una entrevista que el suplemento cultural de Clarín le realizó a José Pablo Feinmann por la edición de su ¿no fiction novel? Pero la sorpresa viene ahora: la opinión del comentarista enojado (lo que es una actitud usual en los lectores que dejan su furia en el mundo en Internet) podría no estar tan alejada de la posición que el prolífico escritor adoptó en su última novela: “Timote, Secuestro y muerte del general Aramburu”.

“¿¡Qué estás diciendo!?”. Aquellos que conocen la obra de Feinmann son conscientes de que el autor de “La sangre derramada”, “Filosofía y el barro de la historia” y “La crítica de las armas”, entre una infinidad de títulos que rondan la treintena, no podría caer en el pobre reduccionismo de la “teoría de los dos demonios” que reclama el ofuscado lector de Ñ. Pero ¿qué ocurre en “Timote”? Feinmann asegura en la entrevista: “Va a ser muy difícil encontrar que un escritor de izquierda, como yo, trate tan bien a su padre general”. Se refiere a Aramburu, responsable del derrocamiento y proscripción del peronismo, de la desaparición del cadáver de Evita, del fusilamiento de general Valle, de la muerte de Felipe Vallese y de los asesinatos en los basurales de José León Suárez (que dio vida a “Operación Masacre” de Walsh). Es que Feimann escribió un libro de ficción (sobre un caso real) que puede ser interpretado para cualquier lugar.

En “La sangre derramada” (página 47, edición Booket, Planeta) Feinmann ataca de manera exquisita a aquellos que resaltan el origen católico de los integrantes de la cúpula de Montoneros: “El empobrecimiento de este tema conduce a la teoría de los dos demonios. Primero: se reduce la izquierda peronista a Montoneros. Segundo: se reduce Montoneros a Galimberti y Firmenich. Conclusión: la tragedia argentina se debió al enfrentamiento entre los militares represores y Montoneros”. Increíblemente, en ese reduccionismo cae “Timote” (pequeño pueblo de la localidad de Carlos Tejedor, donde Aramburu fue asesinado tras un juicio revolucionario).

Fernando Abal Medina (líder por entonces de Montoneros) es descrito como un religioso cuasifanático guiado por El Mensaje de Evita, odia el cine hollywoodense, incluso el de John Ford (que fue un enemigo del capitalismo burgués yanki), mientras que Aramburu es un general asesino responsable del bombardeo de Plaza de Mayo, aunque, cuando lo secuestran, está vestido con camisa de manga corta, ama a su mujer y ahora anhela la vuelta de Perón y el regreso de la democracia. Feinmann se escuda en la ficción, necesita aclararlo. Sabe que la construcción de los diálogos entre Abal Medina y Aramburu en la estancia La Celma van a exasperar a más de uno. “El único verosímil es la ficción”, escribe. Su reduccionismo es consciente, se lo pide la novela (“No sé si Aramburu y Fernando fueron así, no me importa tampoco”, responde en una entrevista a Página/12)

¿¡Pero cómo se lo explicás a los setentistas!? ¿Cómo se lo explicás a aquellos que agarran una novela de Feinmann por primera vez en su vida? El escritor sabe que “Timote” va a armar quilombo. En la charla con el suplemento de cultura de Clarín cuenta que no participa en la reuniones de los intelectuales de Carta Abierta, pero que el libro “aporta a la discusión más de lo que yo pudiera decir en cualquier asamblea”. Sin embargo como evitar las puteadas de los cincuentones que no pueden creer las cosas que dice Abal Medina: “Parecía un pelotudo”, dirán muchos. Pero Feinmann vuelve a escribir: “De su Facundo dijo Sarmiento: ‘inventé anécdotas a designio’(...) también nosotros habremos de inventar lo nuestro”. La cuestión no está en la verosimilitud de lo que se pudo decir esos días de fines de mayo de 1970, sino en la peligrosa tarea de relatar una historia sin background, que invita a comentaristas ansiosos por exhibir la guerra del mal contra el mal, la “tragedia real y argentina”, dice Ñ, como si todos fuéramos lo mismo.

LAS BUENAS INTENCIONES

Por Natalia Skurko



Si hubiese intentado hacer una especie de reseña sobre el libro de Natanson “La nueva izquierda” hace dos meses atrás (momento en que me había comprometido a hacerla) me habría abocado a esta tarea intentado ser lo más esquemática y exhaustiva posible acerca de las temáticas planteadas en el libro; habría procurado, también, cierta profundización de los temas así como polemizar con alguno de los análisis que realiza el autor en torno a cada uno de los gobiernos involucrados. Pero hoy no.

Mucho es lo que podemos decir y pensar a partir del libro de Natanson: la izquierda, la integración latinoamericana, el progresismo después del menemismo, arrancar con casi nada y hacer política desde ahí, la construcción de hegemonía, etc. Pero, quizás, podemos dar un pequeño paso atrás y, sin que esto excluya los otros análisis, mirar un poco el objeto, el soporte en el que circula La Nueva Izquierda. La vocación, en este punto, del libro es la de ser portador de dos características que en muchos casos suelen parecen ser contradictorias: ser un libro que busque cierta divulgación y, a su vez, ser un buen libro, un libro interesante, equilibrado, novedoso, actual y bien escrito; o, tener cierto tinte académico y ser de difusión; o, hablar de política latinoamericana y ser de actualidad.

Destaco el tema de la divulgación porque bien podría el señor Natanson ser un ejemplar más del ya tan conocido y más estricto “mundo académico”, me refiero aquí, específicamente, al mundo de las becas paralizantes, de la “torre de marfil”, de quedarse al margen de la historia para vociferar desde la comodidad de la propiedad privada qué se debería haber hecho, qué está mal, qué falta, todo lo que falta, etc, etc, etc. Comentar en blogs de culto, una de las formas degradantes y precarizadas de la derrota cultural de ciertos sectores “ilustrados” de las clases medias porteñas. Por eso digo que no me parece un detalle menor, ya que muchos estamos algo cansados de la esterilidad y la hipocresía academicista, y entonces reconozcamos que Natanson, desde el periodismo, sale un poco más, que tantos otros, a la cancha a ver qué está sucediendo con las fuerzas políticas y los gobiernos en la región.

Vuelvo a mirar el libro de Natanson y pienso en el marketing: la portada con letras llenas lucecitas, como si fuesen un cartel encendido una noche en la calle Corrientes; los presis latinoamericanos saludando paraditos en hilera, como si fuesen un equipo de fútbol que saluda a la tribuna; la frase “debate” en el lomo, imitando al logo de cierta revista de esas que a veces hojeamos aburridos, cuando nadie nos mira, en una sala de espera de un consultorio cualquiera. ¿Qué hay que hacer para acceder a la opinión pública o a esta conciencia de las “masas” que a veces parece posicionarse en detrimento de sus propios intereses? Porque más allá del diseño posmo, que seleccionaron los editores del libro, para que la palabra “izquierda” no genere urticaria (sí, hubo que disfrazarla con lucecitas de colores para que no le den al libro una patada con viaje directo al stand de los saldos, gesto que debería decirle algo a los que hablan de la muerte de las ideologías), el libro acierta con su estrategia.

Además de estas observaciones, hay algunas buenas noticias. El libro de Natanson tiene eso: es accesible para una capa más amplia de la población que la que campea fantasmagóricamente por la Universidad. Sin embargo, también quisiera resaltar una falla que tiene el libro: Natanson quiere, por un lado, dar cuenta y contextualizar la nueva izquierda marcando una ruptura en torno a la “vieja izquierda” pero, en este mismo movimiento que hace, termina, finalmente, descontextualizando a esta última. Plantea la idea de “sacarnos la mochila” del pasado heredado. Es acá donde creo que su análisis se sube a la nave de los que teorizan acerca de los ´70 poniéndose los anteojos, nunca del todo abandonados, de los ´90. Sí, está muy claro que el horizonte para la nueva izquierda es la democracia, o mayores niveles de democracia si se quiere. Pero con decir esto no alcanza. Ese es el piso para la discusión.

Si nos ponemos pragmáticos, en cambio, el libro funciona para contrarrestar los efectos mediáticos sobre nuestra derechizada clase media que tanto teme a la “amenaza setentista” de los nuevos gobiernos de la región. Lo digo como cierto efecto mínimo de compensación, si se quiere. Porque hablamos de sectores que, en nuestro país, odian a caso a tres personas, sí, dos o tres personas merecedoras de cuanta culpa exista, sobre cuanto mal ande rondando por estas tierras. Prefiero vociferar que apoyen a la pequeña hazaña de marketing micro-nacional y compren este libro a sus abuelas, pero también a las amigas de sus abuelas. Los libros están caros y, a veces, no sabemos de qué hablamos cuando hablamos de Patria.

Ultimos días para inscribirse - Taller Literatura y Política en Sociales - GRATIS



Duración: 12 encuentros
Costo: GRATIS
Lugar: aula 206 - Marcelo T. de Alvear 223o - SOCIALES
Yeite: literatura y política
Objetivos: generar colectivamente una nueva camada de críticos y escritores. Leer las actuales condiciones materiales de producción y la lucha política al interior de las tradiciones literarias. Escribir.
Vocación: estético-militante
Vacantes: quedan pocas
Conocimientos previos requeridos: ninguno
Poetas, sensibles y fans de Proust: abstenerse
Fans de Galeano: también abstenerse
Autores de cabecera: nosotros y capaz que algunos más
Bibliografía: ya está en la fotocopiadora del subsuelo de la Facultad
Libros a discutir durante la cursada: El Ignorante, de Juan Terranova - El Curandero del Amor, de Washington Cucurto - The Palermo Manifesto, de Esteban Schmidt.
Inscripciones y consultas: diegovecino@gmail.com - hvanoli@gmail.com
Los esperamos.

Sobre Alta Rotación, de Laura Meradi

Por Hernán Vanoli y Diego Vecino



1.
Laura Meradi, flequillo en solapa, born 1981, escribió Alta rotación. El trabajo precario de los jóvenes. Hay que avisarlo: es un libro de crónicas, no hay diarios de militantes cachondas ni balbuceos teóricos; tampoco, creemos, aparece ningún mogólico cool. Al igual que Peregrinaciones de Terranova, Alta rotación circula como crónica y se vende como un libro de crónicas, pero ofrece una de las posibles vías de salida para la literatura blanda, juguetona y solemne al mismo tiempo, madre del chiquitaje literario, que se cultiva en la ex fábrica de Caballito Soho. La idea es la siguiente: una chica, escritora, precarizada en la vida real, entra a jugar el juego de las precarizadas de un estrato socioculturalmente inferior al que pertenece. Un estrato al que se encuentra muy próxima en términos estadísticos y vitales, pero del que la separa una creencia en la cultura como vía secular de redención. A partir de ahí, lo que entra a tallar es una narración que no en vano arranca con un epígrafe del Juguete Rabioso: como Silvito Astier, el personaje de Meradi puede ser resentido y traidor, orilla la locura y encarna, desde adentro, las contradicciones de una época que lo tiene como oscuro personaje de reparto. Pero esto, como siempre, es lo menos importante. Alta rotación es la reescritura rugosa y a las trompadas de un libro que viene garpando bien en el mundo del marketing desde hace unos cuantos años: Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman, un señor polaco que tuvo tres ideas y aplicó el procedimiento vanguardista de reescribir permanentemente su obra cambiándole el título. La liquidez de Bauman se vuelve chirla en los pasillos donde los chicos de McDonald’s resbalan sobre la basura, o al calor de los vagones quemados en la Constitución donde las chicas Italcred tratan de venderle crédito a los trabajadores informales que probablemente nunca van a poder pagarlo. La disciplina, el maltrato físico, la vigilancia permanente de empresas como McDonald’s o Carrefour, que nunca serán miradas de la misma manera después de leer el libro, dejan en descubierto que la flexibilidad, la capacidad de adaptación y la caída de marcos normativos estables no siempre se contraponen a los antiguos regímenes fordistas. Alta Rotación es, también, el epílogo alienado y sudaca de La Corrosión del Carácter, de Richard Sennett. Aunque, además, nos permite arriesgar que el problema acá no es sólo la incertidumbre: todo bien con eso, pero antes de llegar a ese punto pensemos en Flamarique, en su Banelco y en la modificiación a la Ley de Contratos de Trabajo. Fue hace poquito, chicos. Hagamos memoria.

2.
Narrar esa extraña convivencia entre rozar el primer mundo recreando su atmósfera profesional mística, el melodrama social y la resignación personal. Meradi nos dice: “las posibilidades que me dio el género son muchas más que las limitaciones. En una crónica entra el mundo entero. La crónica es extremadamente plástica, y la profundidad es infinita. Narrar una crónica es como nadar en mar abierto, pero en esta máxima posibilidad también reside su dificultad. Uno se puede perder fácilmente.”. El drama fundamental del libro no tiene tanto que ver con el dato objetivo del mercado laboral. Si, en cambio, con una atmósfera mucho más inestable pero presente que pasa por la precarización personal: la derrota, el hundimiento, la distracción. Casi condiciones de existencia previas para el mercado de trabajo precarizado. Con lo cual el relato revela un entramado de relaciones laborales que traducen superficialmente un estado de descomposición social virtualmente infinito hacia el fondo. El drama fundamental de Alta rotación es, en definitiva, la colisión entre aspirantes orgullosos con voluntad de mostrar la mejor versión de ellos mismos y un mercado laboral que les pide sean lo peor, para tener chance de aspirar a un puesto de trabajo: “los disponibles”.

Los tenemos ahí, por ejemplo, en el call center bilingüe. Un aparatoso espacio de relaciones trasplantadas que lleva al límite la experiencia vital y narrativa del libro. En ese ámbito, los jóvenes precarizados intentan establecer relaciones de normalidad casi como una resistencia inconsciente a la penetración del acento: se ayudan, se gustan secreta y caprichosamente, se escapan a tomar una birra. Parcialmente efectivo, parcialmente inútil. También está la vendedora de Italcred apremiada por los pagos de la tarjeta de crédito que se compra lentes de contacto descartables de color celeste por $65 y que al otro día se arrepiente porque las ve un poco “artificiales” pero que las sigue usando porque ya las compró; o la cajera de Carrefour embarazada de un repositor que le pide que lo aborte y que además estaba saliendo contra chica de la empresa, son historias que preexisten al mercado laboral y que, justamente por eso, lo vuelven posible. Meradi narra esas historias sin horror ni moral, pero sí con profunda convicción ética. “Sí, -dice la autora- estuve física y emocionalmente involucrada con los trabajos y con mis compañeros, pero a la vez, justamente por eso, me transformé en un personaje más del libro y podía verme desde afuera. En qué me modificó: personalmente, a partir de esta experiencia, dejé de ver ingenuamente ciertas cosas que tenían que ver con mi trabajo, discriminé y elegí. Se me amplió el registro que tengo de la vida, y eso me modifica, también, como escritora. Después de haber afilado durante tanto tiempo la mirada y el oído, veo relatos por todos lados. Las escenas de la vida son como rayas que se entrecruzan, y cada raya es un relato”

3.
Otra posible entrada para leer Alta Rotación es ponerlo junto a El Pasado, de Alan Pauls. Aunque no le sobren ciento cincuenta páginas ni tenga afinidades políticas afrancesadas, Alta Rotación concreta su opuesto complementario. En épocas de crisis económica mundial, y cuando cada vez hay más gente sin laburo, el libro vuelve al trauma de la búsqueda de empleo en países subordinados e incapaces de absorber a su fuerza de trabajo. Un trauma que, como la primera separación tras una larga y precoz relación amorosa, cifra la identidad sentimental de una generación. La búsqueda de trabajo, una búsqueda de inclusión, no era un problema en el libro de Alan porque ese nunca fue un problema para las clases medias altas que, por más torcida que venga la mano, subsisten y subsistirán en virtud del capital social acumulado.

Mientras que El Pasado tiene la virtud de pinchar el nervio de una generación derrotada que no pudo encontrar su epopeya ni siquiera en el discurso amoroso, Alta Rotación nos hace dar una vuelta por el infierno de sus sobrinos pobres, para los que el ascenso social no es un problema por razones exactamente inversas a las de Rímini y su troupe. La lógica de la subsistencia, que es el motor que alimenta a la precariedad laboral, pone a los cuerpos en una órbita bien diferente a la del amor: se trata de cuerpos castigados, mecanizados y vigilados por medio de técnicas capaces de hibridar lo más denso de las sociedades disciplinarias con lo más sutil de las sociedades de control. En esa economía, el culo funciona no sólo como carta de presentación o sublime objeto de la ideología, sino que es una poderosa herramienta de trabajo. Del dedito que el míster Tamerlán de Las Islas introducía soberanamente en el ojete del contador Marroné al culo como vector que estratifica las posibilidades de rapiñar dádivas de las obreras fantasmas que no figuran en las categorías del INDEC, puede deducirse toda una escala de valores y un sistema de préstamos que ubica a Alta Rotación al interior del gran afluente de narraciones donde las nalgas son investidas en mito nacional desde la gloriosa operación de José Luis Manzano. Menemismo cultural, legislación aliancista, culos sojeros e inversores dinámicos: una radiografía de la pampa.

4.
El libro falla dos veces. La primera, en los momentos donde Merdi estiliza ciertos rasgos con afán épico y termina bardeando para el lado de un soft-core convencional e intimista de “chica blogger”. Como si necesitara decir: miren que no soy tan mala, eh, también me hice algunas amigas. Pura convención que no suma nada al libro, sino que lo aplaca. Y lo otro, número dos, es que el compromiso de Laura (la tuteamos) tiene límites. En el caso que mencioné anteriormente se notan: el compromiso con “la realidad” se deshace en cuanto puede ser reemplazado por otra cosa que genera en la autora más empatía: los personajes. En fin, Meradi no pega el salto de reconocerse igual a sus compañeras, y sigue siendo siempre la “escritora”. No quema las bibliotecas, aspira a estar en una de ellas. La tortuga se le escapa por el lado del narcisismo romántico que sustenta el mito del escritor: la sombra distorsionada pero eficaz del Escritor en vacaciones del que nos hablaba Barthes en la década del cincuenta. Acá tenemos a la escritora trabajando: se prestigia a sí misma insistiendo en este punto y marcando la distancia, lo que en parte justifica la humillante –según el imaginario de éxito pequeñoburgués– circunstancia de estar aplicando para trabajos poco calificados no siendo pobre ni adolescente ni tonta. Este salto es fundamentalmente político. A pesar de las secuelas corporales, Meradi no termina de creerse los violentos mecanismos de subjetivación con que los márgenes del mercado laboral construye sus obreros: navegar esa tensión es su fortaleza y su debilidad. Cuando la juega de escritora falla, cuando tiene raptos de bondad o de resentimiento gana. Pero a no confundirse: Alta rotación completa la elipsis, es un excelente libro que pone a la literatura a dar cuenta de la realidad, en posiciones por lo general resistidas por una sensibilidad regresiva y heredada. Una, dos, tres: cien Meradis.

Un funeral para la identidad política



Por Francisco Marzioni

La muerte de Raúl Alfonsín tiene un alto significado simbólico, en un contexto signado por la pérdida de la identidad partidaria, donde las dos fuerzas políticas más importantes del país se encuentran en una profunda crisis. Mientras el peronismo se fragmenta, dividiéndose y multiplicándose al mismo tiempo, el radicalismo implosiona y en silencio se resquebraja, sin poder detener el proceso de diáspora que comenzó con el fin del alfonsinismo, corriente interna que el partido nunca supo resolver luego de que Alfonsín deba dejar el Gobierno acosado por las ineficacias propias, una oposición recrudecida, y una inflación histórica que ocasionó uno de los peores caos sociales que recuerde el país.

Y decimos simbólico porque no es nada más (y nada menos) que eso. Desde hacía muchos años la popularidad del ex presidente viene en baja, y al igual que muchos artistas, muchas de sus medidas de gobierno más lúcidas fueron recordadas sólo después de su fallecimiento. Y por más que se haya convertido en uno de los presientes más importantes de nuestra historia, lo cierto es que toda la movida de su funeral y entierro fueron para muchos la oportunidad de carroñar una porción de toda la mística que convirtió al ex presidente en el radical más importante de las últimas décadas.

Así, el caso más emblemático es el del vicepresidente Julio Cobos, que gracias a un viaje diplomático de Cristina Fernández, quedó a cargo del Ejecutivo justo cuando el corazón del ex presidente dejó de funcionar. Sin dudas, un sueño hecho realidad para el cobismo, una fuerza sentada sobre el famoso voto “no-positivo”, movida que se convirtió en la carta de presentación de quien parece ser el opositor con más adhesiones en nuestro país, pero que la fuerza (si existe tal cosa) no tiene capacidad de trascender, ya que a más de medio año de aquella votación, todavía no realizó ningún hecho político de mención.

Y Cobos entonces, fue el abanderado del oportunismo. Abrazado al cadáver de Raúl Alfonsín, con quien siempre mantuvo una relación cordial pero distante, Cobos precedió la larga fila de radicales que utilizaron la muerte de un líder de alto valor simbólico para obtener algo del aura mágica que parece otorgar la palabra “democracia”, a la que el ex presidente está estrechamente vinculado, y lo que fue utilizado por todos los medios que hoy predican el antikirchnerismo para realizar una especie de oposición por contraste sugiriendo a través de la semiosis que si los radicales son demócratas, los peronistas no lo son. El radicalismo en crisis también vio en la muerte de Alfonsín la oportunidad de recuperar aquello que suele llamarse los “valores tradicionales”, y que finalmente no son más que discursos embellecidos por grandes oradores que esconden siniestras intenciones. Un caso emblemático: el funeral del ex presidente le permitió al Coty Nossiglia realizar su primer discurso trasmitido por televisión.

Así, la revitalización del radicalismo gracias a la muerte de su máximo líder vivo recuerda a aquellas tribus indígenas que comían los cadáveres de los chamanes y jefes con la esperanza de obtener una parte de su sabiduría. Y este renacer no es más que una movida mediática: los actores son los mismos, las ideas también, y, principalmente, los intereses ocultos y la fragmentación partidaria siguen tan vigentes como la semana pasada. Sólo que ahora les llega el tiempo de apelar a “la mística”, concepto seductor para hablar de fútbol pero poco interesante para resolver problemas de gobierno.

Rafaela y su oposición travestida

La ciudad de Rafaela, ubicada a 560 kilómetros de Capital Federal, en la provincia de Santa Fe, guarda un caso testigo que se relaciona íntimamente con esta idea. Esta localidad cuenta con un Concejo Deliberante compuesto por 9 integrantes, precedido por un legislador del PJ y una oposición compuesta por radicales y demócratas progresistas. Al igual que en el resto del país, la UCR se debate entre aliarse con una u otra fuerza, cada referente formó su propio kiosco político en las últimas elecciones, y las fichas vuelven a moverse a comienzos de éste, cuando nuevos comicios convulsionan a estos pequeños políticos que buscan desesperadamente la adhesión de una ajustada mayoría que les renueve los recibos de sueldo.

Y ahí está Víctor Fardín. Joven dirigente con origen en Franja Morada, su vedetismo político lo llevó a aliarse con el PJ y con el Frente Progresista conducido por el socialista Hermes Binner alternativamente, lo que lo convirtió a los ojos de la opinión pública en un verdadero travestido político. Sin embargo, para quienes entendemos la política como una relación de fuerzas en las que las alianzas coyunturales son herramientas electorales y no actos de gobierno, vimos en algún momento inicial de su carrera a un político que buscaba una identidad propia, valiente en sus decisiones. Pero finalmente, una vergonzosa movida en la que aseguró haber conseguido el apoyo de Cobos para la próxima campaña, y que los voceros del vicepresidente negaran tal relación y se aliaran directamente con la línea radical opuesta a Fardín, tiraron por la borda cualquier sensación de honestidad que podría haber generado.

Fue en los comienzos de mi carrera de periodista político cuando yo lo conocí. En ese entonces, pasaba mis días caminando los pasillos del Concejo Deliberante en busca de charlas reveladoras y fuentes propias. Una tarde, sentados en la oficina del concejal Fardín, su secretario me confiesa una verdad incómoda: “Víctor es el único radical que no se banca a Alfonsín”. Fue inmediatamente después que a la oficina ingresó el concejal, a quien después de saludarlo le pedí explicaciones de la idea. ¿Es posible ser radical y no admirar a Alfonsín?, le pregunté. “Claro”, me respondió, “que me dejen de joder con ese tipo. Alfonsín ya fue, ya pasó”, dijo con una sonrisa irónica, mirando un cuadro del ex presidente colgado en su oficina, que por entonces era compartida con su par Germán Bottero, quien actualmente tiene oficina propia y el cuadro en su despacho.

Lo que Fardín no tuvo en cuenta que el destino es cruel. Y este 2 de abril, en la multitudinaria despedida a los restos, el pequeño radical se encontraba agolpado contra el ataúd, en busca de contactos, amigos, relaciones que lo ayuden a renovar banca, mientras en sus comunicaciones con otros rafaelinos se jactaba de ser “el único representante político rafaelino presente en el funeral de Alfonsín”. Al igual que su admirado Cobos, Fardín prefirió la carroña política a la honestidad intelectual que engrandece al opositor ante los ojos del votante. Como la mayoría de los radicales argentinos, priorizan los negociados y manipulaciones por sobre la identidad y la mística propias, idea que, mal que les pese a la oposición, los peronistas manejan de manera admirable.

De este modo, lo que vimos el 2 de abril no sólo fue el funeral de un político que trascendió su propia figura sino también una muestra de la decadencia de un partido que desde la década del `90 aceleró su caída a fuerza de profundizar su propia mediocridad intelectual. La muerte de Alfonsín es el quiebre del radicalismo, y sólo el tiempo dirá si no es la estocada final para una fuerza que necesita refundarse para recuperar parte del brillo que tuvo otrora en la historia argentina.

Basta de Alfonsín

por Volquer



Cansa, una vez más, refrescarse con el abanico del progresismo bloggeril interpretando, evocando y hasta burlándose infantilmente una y otra vez de un tipo que no merece otra cosa que el respeto circunspecto y un poco amargado con que la historia futbolística nacional va a despedir a Roberto Fabián Ayala y al Kun Agüero.

Alfonsín fue a la Argentina lo mismo que Roberto Ayala fue y el Kun Agüero será para la selección nacional: el espejo donde una generación perdida trasviste su fracaso. Como el Kun, Alfonsín cifró esperanzas que jamás pudo realizar, estuvo casi 20 años en la política de regalo -del '89 en adelante- y, la verdad, hizo casi todo mal: gobernó mal, confrontó mal, fue un mal caudillo, un mal estadista, enjuició mal a las juntas, arruinó a su partido, fue un mal radical y un mal peronista al mismo tiempo (aunque, digamos la verdad, y a diferencia del Kun, Alfonso sí que salió campeón). Al igual que Ayala, Alfonsín falló cuando tuvo que responder y se retiró de la selección con una goleada dolorosísima frente a Brasil y en una final. Como el Kun y como Ayala, Alfonsín cumplió. Eso sí. No fue un irresponsable, y eso es lo que la "sociedad argentina" le agradece. Porque eso es lo que la "sociedad argentina" le pide a Néstor: que no sea irresponsable. Las loas a Alfonsín son una advertencia soterrada para que la casa esté en orden.

Reconciliarse con Alfonsín, ahora, obviando, es verdad, todos los conflictos y tensiones que involucró su gobierno, sólo porque fue un buen tipo, un personaje honesto o un compañero leal -y parece que Alfonsín fue todas estas cosas, según mi viejo, que todavía usa su mismo bigote- tiene el patetismo invertido de aquellos que condenaban y siguen condenando moralmente al menemismo por una grasitud estética de la que Palermo es la continuación por otros medios. Y, también, prepara unas condiciones eunciativas para un nuevo discurso higienista sobre la política que forma parte del antiguo corazón narrativo de la UCR. Porque ni con la honestidad ni con la democracia se come ni se educa ni una mierda. Alfonsín va directo a convertirse en el Tanguito de los Santaolallas de hoy.

Al igual que Blumberg, Alfonsín lloró a un hijo perdido: la república liberal. No es casual que Blumberg haya estado hoy rindiéndole pleitesía. Blumberg y Alfonsín son los dos hemisferios cerebrales esquizoides de la clase a la que pertenezco. Ninguno puede estar a la derecha o a la izquierda de esa clase, porque ambos la conforman. Las diferencias entre ambos son tan abismales que ni siquiera hace falta mencionarlas. Por eso, el funeral de Blumberg va a gozar de la indiferencia glacial que el de Alfonsín hubiera merecido. Respeto, voces bajas y silencio. Nada más. La trayectoria política y el fracaso histórico de un tipo, una generación y un partido que no estuvieron a la altura de las circunstancias mercen eso.

vía el volquete

panegírico




por Diego Vecino

Ayer, mientras Raúl Alfonsín dejaba para siempre este mundo, yo ponía en el mp3 el último disco de Intoxicados y me tomaba el 109 de vuelta hasta mi casa. La calle estaba desierta y yo no estaba al tanto de nada. Esa misma mañana, en la radio, había apenas escuchado que le daban la extremaunción, lo cual significaba que ya no había alternativa y que a partir de ahí sería el lento y pacífico degradé hacia el púrpura de la muerte. No me quedé preocupado, y cuando murió finalmente, ni me enteré, porque estaba en el colectivo. A la mañana siguiente me desperté con las loas, los panegíricos tolerantes y la condescendencia. Con las voces un poco más mesuradas, aunque también soft-core, de los que nacieron en el ‘78. Y con los comentarios urticados, cínicos y un poco boludos de mis estrictos contemporáneos, los hijos de la democracia, que siempre hablamos sin haber leído el libro, pero también como si no hiciese falta.

Con la muerte de Raúl Alfonsín se podría decir que empezó el invierno, porque por la ventanilla del 109 me entraba un viento muy frío que esa misma tarde –cuando salí de mi casa con bermudas– no hacía. Quién sabe si no empezó también la nueva década, la “larga década del bicentenario”, que arranca con la muerte de Alfonsín y termina con palo y muertos en 2011. Ahora, a veinticuatro horas de esta significativa muerte pública, nada es mejor en el país, pero la selección de Diego perdió 6 a 1 con Bolivia y algo parece distinto, qué tanto. Los contornos del “político de raza”, “padre de la democracia”, “rival digno” –la baladita calamariana de la socialdemocracia argentina– ya lo vuelven la titánica proyección inversa del armado maquiavélico, clientelista y populachero del peronismo de todos los tiempos. El mito de una narración de la historia argentina mediocre, sin identificación con las masas duradera, de impacto. Eficaz para, en sus momentos de mayor popularidad, suspender la programación de todos los canales de aire, menos el partido.

Raúl Alfonsín (1927-2009)



"Hubo un tiempo (junio de 1983) donde un militante de la FEDE vio cuando nos llevaban detenidos al turco Galeano y a mí desde el local de la novena del PI en la calle Mario Bravo 380 y se mandó al Comité Nacional a avisar que nos estaban apresando, lo que posibilitó que una de horas después nos liberaran, con nota en La Voz y todo" Tirando al medio

"Comienza, ahora, otra era. Es el primer presidente que muchos vemos morir. ¿Qué pasara con nuestra democracia? ¿Qué pasará con el Partido Radical? ¿Sin su padre shakesperiano, amante y narcisista, será esta la hora de su final definitivo, o de su resurrección?" La Barbarie

"Me acuerdo de algo que dijo (o escribió) alguna vez Beatriz Sarlo: Alfonsín era capaz de citar de memoria a Max Weber y de recordar el nombre y apellido del último puntero radical de Villa Echenagucía. Esa mezcla rara y, quizás, única entre político de comité e intelectual orgánico del quimérico proyecto de la socialdemocracia argentina era lo que distinguía a Alfonsín" El buen salvaje

"A mí Alfonsín me gustaba porque era un animal político. Porque educaba, comía y sanaba política. Rosca. Comité. Asados con vino. Militancia. Punteros. Amigos que eran amigos porque compartían la política. Amigos que eran amigos sin importar de qué partido eran" Mendieta El Renegáu

"El líder radical soñó una socialdemocracia hegemónica en la Argentina vertebrada por el Tercer Movimiento Histórico. Sus peores decisiones de gobierno ya estaban anunciadas en la campaña electoral de 1983 y fueron coproducidas por una sociedad que quiso creer que viviría más tranquila entregando algunas cosas al establishment." Revista Zoom

"Este fenomenal consenso en torno a la trascendencia de Alfonsín tiene, indudablemente, un fuerte trasfondo contemporáneo. No ya porque su fallecimiento coincida con el veinticinco aniversario de la democracia que supimos conseguir, sino también por la profunda conciencia, que se extiende entre nosotros, respecto de sus cuentas pendientes desde 1983 a la fecha." Pre-textos