Testamento, muerte y transfiguración

por Natalia Skurko



En el tren, camino a la facultad, escribí esto: .

Saco bandera blanca, me la pongo encima y me hago un traje de Mahatma Gandhi pero versión potencial porno star posmoderna, y con mucha conciencia social.

Aunque a veces se me escape un tiro, desde el oeste, hacia alguna quimera hiper caprichosa y neurótica de la cual nunca me logro liberar del todo. O no me resigno.

Juguemos a coleccionar adjetivos negativos sobre mi persona. Cuántos, ¿no? Bandera blanca. Pero aún tengo una pregunta: ¿Revolución?

Esa era "LA" pregunta. Con ella yo intento aportar a esta sociedad vestida de blanco, siempre lista para matar.

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Llegué a la ante última clase de la materia de verano. El eje de la discusión era "la perspectiva a futuro". El hecho evidente de que la renta de la tierra (aún sostén de nuestra economía) viene en descenso y continuará en este sentido por el desarrollo mismo del capitalismo a nivel mundial. El debate era si nos convertimos en un país asiático de mano de obra abaratada o sino en qué.

Salté más peronista y más pro desarrollista que nunca, un tanto exaltada por cierto. No negué que las fuerzas productivas están debilitadas, fragmentadas. Eso no lo negué. Pero tampoco negué la necesidad de pensar a futuro.

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Miro a mi alrededor: una compañera me guiña el ojo; otra, me mira emocionada pero de forma condescendiente.

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El debate retoma su curso original. Apocalipsis now en el aula 308. Neorrealismo impresionista extremo.

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Pienso y confirmo, una vez más, que los guerrilleros tenían razón. Cuánta razón que tenían, ese era "el momento". Ahora estamos jodidos, nos jodieron en serio. Se viene la crisis. No viene otra cosa, viene la crisis.


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Queda una clase para más perspectivas y dudas acerca del parcial.

Para paliar el sabor amargo de las perspectivas, el profesor habló durante cinco minutos de la posibilidad de la revolución, de que formemos una Rusia pero a nivel mundial. Se me desató un poco el nudo de la garganta por un momento. Eso de que hicieran chistes sobre los países asiáticos me tenía al punto del llanto. El profesor dijo que la revolución era posible, pero que aún estamos muy lejos, que falta mucho. ¿Cuánto falta? Mucho. Me caen un poco mal las indeterminaciones, aunque por momentos me parece que las prefiero. Pero no. Dijo que el tema, ahora, pasa por qué piensa hacer cada uno ante esta situación. Otra vez el individualismo fragmentario.

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Cuando me dieron el parcial, la nota no era la que yo esperaba. Sentí que la cara se me prendía fuego, rojo furia haciendo juego con mi camperita. Me acerqué a la profesora ya que no me sentía bien ni siquiera para leerlo. Ella me dijo:

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“No sabía que eras vos, yo le pregunté a los chicos si era vos pero ellos tampoco sabían. Ahora que sé que sos vos, lo voy a volver a leer…Mirá, a mí me importa que vos esto lo entiendas, no importa el parcial, escribime si tenés alguna duda, vos venís laburando un montón. De verdad, un montón”.

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Mi cara seguía haciendo juego con la camperita, creo que casi superándola en su tonalidad. Cuando me despedí, la profesora me agarró de la mano. Evidentemente hay algo que está funcionando muy muy mal en mi persona, pensé. Cuando digo: “muy muy”, no exagero.

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Salí de la facultad directo a comprar cigarrillos y el único quiosco que encontré abierto vendía Parisienne. ¿Phillips?, ¿Malboro? “No, sólo Parisienne” me dijo el quiosquero de mala gana mientras miraba su televisor.

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Empecé a caminar muchísimas cuadras, siempre derecho por la misma vereda. Hasta que decidí subirme a algún 39. Cuando el colectivo pasó por la facultad subió un compañero con el que había viajado la clase anterior. Ese día él me había estado hablando, enérgicamente, acerca de la teoría del “Big Bang” y me contaba por qué los científicos decían que no hay forma de saber qué era lo que había antes de que todo empezara.

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Al verme se sorprendió “¿cómo hiciste para ya estar arriba del colectivo?” Le conté de mi parcial. Él dijo: “a la facultad se va a aprobar, es así, a mí me costó mucho aceptarlo”. Me contó que fue por eso que pasó por distintas facultades y carreras: sociología, letras, música. No terminó ninguna. Ahora, después de diez años, retomó sociología. Se sacó un nueve en el parcial, pero dijo que él ya se relajó con eso también.

En ese momento pensé en mi compañero de Chivilcoy que no vino más después del primer parcial.

La disfuncionalidad sobreviviendo en una meta disfuncionalidad.

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Cuando llegué a la estación, el tren ya se había ido. El siguiente (y último) salía a la una de la mañana.

Me senté en un banquito y empecé a visualizar la película de la historia: casi siempre ganan los malos. Los buenos (siempre menos y por eso más debilitados) mueren.

Ese es el sadismo de lo real. La teoría darwiniana en su estado puro, aplicada a lo social sobre cualquier resquicio de humanidad. Una estaca clavada en el ojo y no querer verla. La lucha por sostener mi propia disfuncionalidad adquirida o la salvación de mi perdida persona.

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Internet se apropia de una porción importante de mi ya debilitada libido. Eso también es un maldito hecho. Estacas en los dos ojos.

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“El tema es que hace cada uno ante esta situación”.

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Entonces llego a mi casa, me digo/ escribo/ o me escribo esto: .

GAME OVER