Diario de lecturas (quince)

Por Juan Terranova

¿Hay alguna unión entre la incorrección política y el arte de leer? No lo sé. Tampoco estoy tan seguro de que la fricción sea una buena generadora de sentido. Aunque a veces lo es… Por otra parte, todos tenemos el tic de empujar a los escritores que nos gustan para hacerlos entrar al canon. Pero no es un tic saludable. El canon no es un paraíso donde el sentido es pleno, y mucho menos tiene espejos blindados que desvíen el equívoco. Me imagino el interior del canon amueblado con sillones tapizados en terciopelo bordó y polvorientas mesitas para apoyar tazas con filigranas doradas. Un lugar donde ya no hay proveedores que molesten, donde no hay grandes cambios climáticos, y donde la gente se aburre un poco. Por eso muchas veces el reclamo de entrada suena burdo, sin ideas. Creo que lo mejor, si te gusta un escritor, es leerlo y, de ser posible, escribir sobre él. De hecho, también se puede pensar el canon literario universal como un gran lavarropas y, en ese caso, el canon literario local sería una cafetera. Y poco más. Tomarse un buen café, tener camisas limpias. Todo bien. Pero los libros exceden el desayuno y la pulcritud, eso lo sabe todo el mundo.

Paseo por mi biblioteca como por un parque conocido, lleno de lugares nuevos. Me quiero perder en ese parque, porque sé que tiene mucho para darme. Diáfanas zonas de esparcimiento, árboles nobles, canteros llenos de arena sucia y oscuros rincones donde un grupo de viejos-jóvenes compran drogas inyectables. (Mi biblioteca entonces se parece bastante a los parques de mi barrio.) Pero el imán de la web me tracciona lejos, cerca de las chimeneas tóxicas de los blogs. En este contexto, admiro a la gente que puede leer en cualquier condición. Por ejemplo, en la contratapa de mi edición de bolsillo de Publicado en Toronto, hay una frase de Joyce. La idea editorial del legalizar a Hemingway con Joyce es rara, atractiva y dice mucho más de lo que parece. La frase es imple, directa, evocativa. El estilo recuerda al propio Hemingway y hay un “nosotros” enigmático, que llama, que se hace inclusivo. La contratapa dice en negrita “Hemingway es un buen escritor. Escribe tal como es. Nos gusta”. La firma es “James Joyces”.

La cita sale de la biografía que Anthony Burgess le dedicó a Hemingway. Aunque no cita fuente, según Burguess, Joyce dijo: "Es un buen escritor, Hemingway. Escribe tal como es. Nos gusta. Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte como un búfalo, un deportista. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe. Nunca la hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los gigantes de esta clase son verdaderamente modestos; hay mucho más detrás de la forma de Hemingway de lo que la gente cree".

Hace cincuenta años habría sido al revés. Hemingway ganaba el Pulitzer en el 53 por El viejo y el mar y el Nobel en el 54. Por lo tanto, los editores tendrían que haber usado una frase suya para las contratapas de Joyce. Por ejemplo: “El Ulises es un libro jodidamente bueno”. (Enrique Vilas-Mata, que está a medio camino entre los dos, la cita para uno de los mejores momentos de París no se acaba nunca.) Digamos entonces que el gesto de poner a Joyce en la contratapa de Publicado en Toronto implica una rotación del eje de la consagración. Hoy, la autoridad es Joyce. Y entonces pienso en la prosa simple y directa de Fiesta, en su forma experimental para la época, el azar objetivo, la dureza, el material sensible de los diálogos. Sí, Hemingway es un buen escritor.