Un novio para mi mujer

Por Volquer

1.
Pocas veces vi peores escenas de un partido de fútbol que las que aparecen en Un novio para mi mujer. Pero no se trata sólo de la mala factura. Lo que puede leerse ahí es un total desconocimiento de los códigos, en este caso del fútbol amateur. Para transgredirlos, primero hay que conocerlos. Cualquiera que se haya dedicado a jugar en alguna de las oscuras canchas de baldosa o de alfombra gastada, llenas de pozos y de arena que pueblan todos los barrios no sólo porteños sino también del conourbano, sabe que si un tipo se pone a preguntar si deja o no a la novia en medio de un partido, es muy probable es que reciba una merecida trompada o al menos un “callate, boludo, y ponete a marcar que a tu novia se la garchó toda la barra de Atlanta”. La cuestión, aún cuando se juega entre amigos, es ganar. Muchas amistades se suspenden por un partido de fútbol; hay, también, muchos cuerpos que se abollan. Esa escena, la del histriónico Tenso preguntando por el devenir sentimental de su pareja, se repite unas cuantas veces en la película. Pero hay más. Cuando terminan de jugar, mientras los tipos se cambian, no hablan del partido sino de la mujer del Tenso, y vuelven a su casa con la corbata puesta. Impresentable. Confieso que a la media hora de película estaba bastante indignado, con ganas de sacarla y ponerme a mirar cualquier otra cosa. Estaba hasta dispuesto a ponerme a mirar Stalker, que me duerme de una manera casi automática. Pero resistí. Y el esfuerzo, que finalmente no fue tal, valió la pena.

2.
Según las publicidades, Un novio para mi mujer tuvo más de un millón de espectadores en cine. Si multiplicamos esta cantidad por el coeficiente de “espectadores ilegales” que compraron la película en el subte o directamente se la bajaron, o quizás hasta la alquilaron, las cifras se transforman en un hecho social significativo por su mero peso numérico. Dicho esto, no se trata de revindicarla por su pregnancia social ni de usarla como caballito de batalla contra el “cine para pocos”. Ese “cine para pocos”, de hecho, en general me interesa más como medio de profesionalización de ciertos investigadores universitarios, o como estilo de vida para otros jóvenes estudiantes de cine, que como producto artístico en sí. Pero no nos desviemos. La cuestión acá es que la película escenifica no sólo la decadencia de la institución matrimonial, sino que además se construye frente a dos productos que la informan desde puntos de vista acaso opuestos pero complementarios: de una parte, la novela El Pasado, de Alan Pauls, y de otro, la película La Novia de mis pesadillas, protagonizada por Ben Stiller.

3.
El Pasado desborda a la película de Taratuto en muchos aspectos. Aunque, quizás, sean similares en algo: son obras que representan directamente a las franjas de público para las que fueron construidas, y esto más allá de lo que digan sus autores. Una anécdota: un profesor universitario se cruza con Alan Pauls en el subte (línea D, como corresponde) y le dice “Alan, vos contaste la historia de mi generación”. Entre incómodo y sorprendido, Alan le responde y el la charla deriva en vaguedades intrascendentes que no nos interesan. Lo notable acá es que las clases medias representadas en la novela de Pauls (o el progresismo blanco, para citar al joven narrador Luis D’Elía) viven con los fantasmas tan bien trabajados por Alan: el amor adolescente hablado por las malas traducciones de teorías sociales, filosóficas o literarias, el diletantismo inútil de las sectas de estudiantes, el chanchullo académico, el viaje, el agotamiento de los treinta y pico tras la pureza del despertar amoroso e intelectual, la separación y la adolescencia tardía vivida casi en loop con recuerdos que azotan como ráfagas de arena o de cocaína. El Pasado condensa las angustias de una elite cultural, más allá de sus ambiciones, y es también un testimonio del actual estado de imaginación de lo que circula en los medios como “lo cultural”: si lo erótico, lo sentimental, el diseño, el rock y el consumo fueron apropiados (Alan ya no escribe más sobre la imposibilidad de la representación), el modo de abordaje permanece, y Pauls no puede privarse de reflexionar sobre el arte contemporáneo en su faraónica novela. Incorporación temática de ciertos tropos medianamente revulsivos para el legitimismo de antaño, pero con un tratamiento reverencial e impostado, que aún necesita mostrar credenciales de distinción como fundamento del gusto.

4.
La novia de mis pesadillas desborda a la película de Taratuto ya no en términos del estrato social representado, porque, más allá de las distancias económicas (el personaje de Stiller es dueño de una casa de deportes en Nueva York, el de Suar de una casa de artículos de iluminación en Buenos Aires), el ethos de ambos personajes es el mismo, esto es, jóvenes comerciantes urbanos. Incluso se podría decir que uno es copia del otro, y lo notable no es la copia, sino el verosímil que la misma habilita. La diferencia, en este caso, está dada porque lo que en La novia… es una reflexión moral sobre el cinismo (recordemos: el punto de giro de la película está constituido por el momento en que el personaje de Stiller se da cuenta no sólo de que puede mentir, sino de que lo hace maravillosamente bien, y será ese tránsito, ese devenir-cínico, lo que va a imposibilitar su felicidad), en Un novio… se transforma en un grotesco que narra la imposibilidad de vivir juntos en un contexto social específico. Si Ben Stiller termina aprendiendo que las apariencias engañan y que la convivencia, aún en un contexto ideal como las vacaciones, puede dinamitar cualquier idealización romántica, lo hace porque la fábula moral que se narra no necesita de un anclaje. Las vacaciones son la no historia, el no lugar, la posposición. En cambio, pese a ser mucho menos gracioso y a estar rodeado de gags mal hechos y de personajes secundarios de cartón, el drama del Tenso es un drama social: de un lado, el desmoronamiento de una pareja si uno de ambos se encuentra desempleado; de otro, la fascinación, en este caso de la mujer, por el cuerpo joven y disponible; además, una disección de las vertientes del imaginario machista. El vivir juntos fracasa en la práctica, y volverá a fracasar. Cuando el Tenso vuelve a valorar a su mujer y quiere recuperarla no lo hace sólo porque ella consiguió volver a ponerse en el lugar de objeto de deseo; lo hace porque ella lo ayudó a negociar con el agente inmobiliario cuando se compraron el departamento. El personaje de Valeria Bertuccelli (La Tana), además, no sucumbe a los artilugios más clásicos de la seducción. Es, a fin de cuentas, el único personaje que se transforma.

5.
Para terminar, una reflexión sobre las relaciones intergeneracionales, que son las que finalmente definen la circulación y apropiación social de muchos productos culturales. Presos de la fantasía liberal de las clases medias intelectuales cuya propia construcción en tanto genios consiste en negar tanto a sus padres como a su procedencia social una y otra vez, los personajes de El Pasado de a momentos parecen carecer de historia. La evocación de la infancia de Rímini, en este contexto, parece una película de Ezequiel Acuña, y el parricidio a la figura de Fogwill – El Marinero, es nada más que un gesto simpático. En La novia de mis pesadillas, por su parte, los roles están invertidos: el padre intenta llevar a su hijo hacia el vagabundeo sexual entendido como única aventura posible; el hijo, por su parte, intentará rebelarse a través de la constitución de una pareja estable. Al final de la película, la sensación general es que Ben Stiller mejor hubiera hecho en seguir los consejos del padre, o, los que es peor, que los seguirá, a la larga, quiera o no quiera: la tragedia moral carcome a la comedia desde adentro. Lo que pasa en Un novio para mi mujer es diferente. Ambos modelos están agotados: el del Perro – Goity, un ser nostálgico que trabaja en realidad disfrazado de perro de peluche, y el del Tenso. La animalidad, en este punto, no es un tema menor en una película que aggiorna muchos de los tropos del grotesco, siguiendo acá la lectura de Viñas. Hay una escena que funciona de modo profético. Los personajes se reúnen en el puerto. Goity piensa que triunfó; Suar acepta su derrota con cada vez menos resignación. Hay, ahí, un intercambio trunco: Suar va a pasarle una lista donde enumera los gustos de su mujer, pero la lista se vuela y va a parar al agua. De fondo, pueden verse dos grúas algo oxidadas, inútiles. Esta imposibilidad de transmitirse un legado (el Tenso y el Perro se relacionan a los golpes) entre dos subjetividades tan inmóviles como esas grúas desemboca, obviamente, en la derrota –o en la victoria pírrica- de ambas. La mujer, el objeto de deseo, pasa por otro lado. Está ocupada en otras cosas.

6.
El homenaje final de Taratuto a la intrascendente Flores rotas de Jarmusch, de este modo, podría ser leído también como parodia. Ese es el movimiento de Un novio…, más allá de sus fallas: apropiarse de las herencias que la desbordan con conciencia de las propias limitaciones, complejizar las fábulas morales heredadas de Hollywood dotándolas de un componente de identificación social, ser consumida por muchos espectadores. No es poco.