Diario de lecturas (doce)

Por Juan Terranova

Releo lo que escribí hace unos días. Lo hago con tranquilidad. Me tomo mi tiempo. ¿Por qué ese exabrupto poniendo, de una manera tan grosera, a Borges en un lugar que no es lo suficientemente original como para excusar esa violencia? La verdad es que no lo sé. “Hay que leer mucho, cubrir grandes zonas de la cultura, decenas, cientos, miles de libros.” ¿Es esa su voz y no me gusta que me dirija la palabra en ese tono? En todo caso, se trata de un mandato ridículo. Lo encarna Borges, sí, y sus lectores también. Yo leo salteado, releo. Qué placentero resulta. En el Curso de literatura europea de Nabokov encuentro un párrafo simple pero elocuente: “A propósito, utilizo la palabra lector en un sentido muy amplio. Aunque parezca extraño, los libros no se deben leer: se deben releer. Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un relector”.

Y ahí cerca hay otra de sus consignas, ya clásica, imprescindible: “Al leer, fíjense en los detalles, acarícienlos”. Me hace acordar al Pancho Villa de Paco Taibo II. La busco en la biblioteca, lo encuentro, releo con atención. La memoria no me falla. Él también tiene una teoría de los detalles. “Todo contador de historias sabe que la verosimilitud, la apariencia de verdad de su efímera y personal verdad, a fin de cuentas está en el detalle. No en lo que se dijo, que habría de volverse frase propiedad y uso de eso que llaman la historia, sino en cómo se contó el anillo con una piedra roja falsa que alguien movía con mano gesticuladora, cómo se habló del color de las botas. El contador de historias sabe que el número exacto es esencial: 321 hombres, 11 caballos y una yegua, 28 de febrero; que la supuesta precisión de la exactitud, así sea falsa, amarra la historia que ha de ser contada, la solidifica, la fija en la galería de lo verdadero de verdad.”

“Amarrar la historia”. Sí, es posible. No creo que valga ningún relativismo en este plano. Hay historias bien agarras y otras que se sostienen con lo justo. Ordeno las ideas y pienso, no sé por qué, que en la web no hay ironía y el humor fino es difícil. Al no detenerse a leer porque siempre hay algo más atrás de esas apalabras, a un click de distancia, el lector toma la ironía o la broma en sentido literal y real, tan real como un rasguño. Y la relectura web es algo rarísimo. Es una de las grandes desventajas de la web y de los blogs. (Aunque repasar un blog, propio o ajeno, es una experiencia interesante.)

De hecho, creo que ya estamos tiempo de empezar a resaltar, por ejemplo, los defectos de los blogs. Pero no como se hizo hasta ahora, desde afuera, con moral, desde atrás, con una mirada evidentemente obsoleta. Hay algo plano en los blogs que los empujan o emparientan con el periodismo. Y los alejan del libro. Y no me refiero tanto a lo escrito sino a la manera de leerlo. Como fuere, para producir una página en un diario o el libro más breve y simple hay que estar en contacto con un montón de gente que traba y ayuda al que escribe, muchas veces al mismo tiempo. Correctores, editores, diseñadores, jefes de toda índole y compañeros con los que se comparte, se duda y se decide. En el blog eso no existe. Los blogs son instantáneos y favorecen el aislamiento. De ahí que sea nido ideal para el insulto fácil, los pocos reflejos intelectuales y algunos reflejos paranóicos aberrantes. Y el aislamiento autogestionado no siempre es bueno. Así que le hago caso a Nabokov y empiezo a releer Fiesta de Hemingway.