Presentación de Fría Alaska + Los mudos

Por Joaquín Linne


Llegué a la librería-bar-editorial Eterna Cadencia, saludé a todos los que conocía, dejé mis cosas en una silla de la primera fila y conversé con varios conocidos. Estaba en la puerta fumando cuando llamaron porque iba a empezar. Al final me sentí incómodo en primera fila y decidí quedarme parado al fondo. Por suerte al rato a una rubia le sonó el celular y dejó una silla del fondo vacía (había otra desocupada en la mitad de la fila pero era junto a dos nenas con aspecto de insoportables). Oliverio y Aquiles empezaron a conversar sobre el libro de Capelli. La idea era que hacían eran dos lectores de ese libro que se encontraban a charlar. A medida que las ideas se secaban, pedían más whisky. El problema era que el público ni había leído el libro ni tenía whisky. Al lado estaba Oyola, que me cae muy bien pero como tiene una cara seria y no tengo mucha confianza me daba miedo hacerle un comentario. Parecía concentrado en la charla, o en sus cosas, así que no hice ningún comentario irónico.

Aquiles, trabaja en radio hace unos años, aflojaba el ambiente con un humor medio freak y Oliverio lo volvía a endurecer. Por momentos funcionaba. Policía bueno y policía malo. Aquiles decía que el segundo cuento le parecía genial y Oliverio decía que no le había gustado, aunque le gustaba más el uso de la segundo persona que hacía Capella en ese cuento que el que hacían los autores del boom, como Fuentes. Por suerte, como en las películas ‘austeras’ de autor, uno siempre se cuelga pensando cosas personales hasta que se prenden las luces. El problema fue que cuando terminó y todos aplaudimos contentos pensando que por fin llegaba el vino y la picada, lo presentaron a Pablo Dacal, que todo bien con los músicos sensibles de Palermo pero no podía más, tuve que salir a fumar. Ni siquiera me gusta el maestro de estos, Bochatón. A mí dame vino, viejo, la tranquilidad después de la paliza, como diría Francisco. Por suerte Dacal tocó cinco temas y por fin llegó el vino y la picada.

La gente de EA son grandes anfitriones. No sabría decir con exactitud pero creo que medio kilo de picada y ocho vasos de vino puede haber consumido (supongo que menos, pero igual fue mucho y me obsesionan o gustan –nunca se sabe en esta ciudad- los números redondos). En fin, en la terraza alguna gente se pasaba bolsitas blancas enfrente de mis narices (literally) y no me convidaba pero yo igual estaba bien: panza llena, nivel etílico aceptable y conversación futbolera con amigos sobre el gran momento de nuestro equipo. Pero lo bueno dura poco, tenía el compromiso de ir a ver a mi amigo Gómez a Los Mudos. Llegué a Zaz (un lugar bastante con menos mística que El conventillo de Teodoro, empezando por el precio de la cerveza: quizás es porque hay lugares como el Pachamama y El conventillo, o Casa Brandon, o el Patio arrabalero o Eterna cadencia, que tienen su mística, o simplemente uno se siente más cómodo en esos lugares).

Llegué, saludé a las dos mesas amigas y me senté. Funes presentó el ciclo, los premios, la banda Los Mudos (muy buena), Gómez y, como había faltado la invitada Sasa Guadalupe, se presentó a sí mismo. El relato de Funes fue para mi gusto un poco largo para escuchar pero estuvo bueno, sumado a la buena lectura de Funes, se le sumó la banda Los Mudos, que lo acompañaba con efectos de sonido en la guitarra y uno de los músicos también hacía efectos vocales. Pese a lo improvisado de la performance, el resultado fue muy bueno. Después leyó Gómez (un relato corto que funciona muy bien si uno lo lee en papel) pero como Gómez estaba algo inseguro (quizás demasiado sobrio) su performance no fue tan efectiva como el resto de las veces que lo había escuchado leer (donde jugaba a lo inseguro-loser con su voz, que se acoplaba muy bien al personaje de su relato). En fin, no gané nada, la pasé bien, saludé y volví a casa en el 168 con Ariel y Juan Manuel. A se quedó dormido porque había madrugado y al rato subieron unas chicas que conocían a JM. Una era muy linda y hablaba raro. Tenían una banda de rock y me dieron un flyer bastante choto porque no se entendía el nombre de la banda. Como parecían ignorarme (las dos chicas hablaban con JM como si yo fuese su amigo invisible), le pregunté a la que hablaba raro: sos chilena, ¿no? Sí, me dijo, y siguió hablando con mi amigo. No sé me ocurrió nada más para decir pero ellos parecían tener una conexión bárbara. Pura felicidad en los asientos de enfrente. Por suerte uno se entretiene barato. Miraba por la ventanilla, a la chilena, a la otra, amigo 1, amigo 2, y otra vez ventanilla. La chilena decía que se moría por comer una manzana y yo pensé que debía ser hija única. Tenía una sonrisa de manzana roja, muy fresca. En fin, por suerte el colectivo a la noche va rápido por la ciudad, desperté a A cuando tenía que bajarse (se bajó con las chicas rockers) y, dos paradas después, le avisé a JM que tenía que bajarse.

Cuando él estaba junto a la puerta le comenté que casi me había enamorado de la chilena, él me dijo que era pareja de la otra así que podía empezar a desenamorarme. Bajé solo y me puse a esperar mi segundo colectivo. Había una vidriera de no sé qué y me puse a mirar el diseño. En eso estaba cuando lo veo pasar a mi 41. Dios es grande pero escurridizo. Media hora más. Mejor camino hasta la próxima parada (donde además no hay curvita) y evito tentaciones (nada de vidrieras, paradito mirando al frente como granadero de bondis). Dos ciclos literarios o presentaciones en una noche son un exceso. Mientras espero el colectivo pienso en el lesbianismo adolescente (de pronto la mitad de las chicas parecen coquetear con él). Supongo que será como las reuniones de los floggers y los proyectos de los bloggers: gestos más o menos juveniles que en un tiempo pasarán de moda.