Parcial domiciliario

Por Diego Vecino


Estoy resolviendo un parcial domiciliario. Consiste en leer “El Estado y la Revolución” de Vladimir Ilich Lenin y “Resultados y perspectivas” de León Trotsky y escribir ocho páginas sobre eso. No les voy a negar que es un poco raro. La materia se llama Sociología de los Procesos Revolucionarios, de Cristian “Chipi” Castillo.

Los antecedentes del Chipi son frondosos: fundador y dirigente nacional del PTS, ex candidato a Diputado, Legislador y Jefe de Gobierno de la Ciudad, encarcelado durante 18 días en México en el 2000 por acompañar revueltas estudiantiles en la UNAM. El Chipi representa a la perfección a la izquierda trotskista universitaria incluso en su fisonomía: con cuarenta y un años jamás ha perdido las facciones de un joven de quince. Los chistes en la facultad sobre su perpetua condición púber son variados y casi todos medio estúpidos.

El año pasado me compré la edición que hizo Razón y Revolución de la “Historia de la Revolución Rusa”, de Trotsky. Son casi mil páginas en una tipografía apretadísima. Actualmente estoy trabado en la 117, aunque no necesariamente porque el libro es malo, sino porque la proliferación de nombres rusos y facciones de la burguesía y la burocracia absolutista dificulta un poco el tema. Me gusta, sin embargo, tener el libro ahí, en el escritorio. Irradia como un influjo de sabiduría, de concentración, de febrilidad. Propone la silenciosa imagen de un ruso desvelado escribiendo en un trance arrebatado páginas y páginas en un cuarto sucio y frío y con una luz insuficiente en San Petesburgo. Cada tanto lo agarró, avanzo y siento que me contagia. Me otorga la sensación de que yo también tendría una necesidad tan imperiosa de decir tantas cosas. Me acuerdo de una señora que en una charla de “nuevos narradores” en la Feria del Libro apuntó en tono de reproche que los escritores “de ahora” produjesen tan rápido libros cortitos, que los corrigieran mínimamente, que lo editen medio así nomás. Ella decía que cada libro suyo lo trabajaba quince o veinte o treinta y cinco años, y me acuerdo que yo pensé “bueno, ni que fuésemos protagonistas de la Revolución Rusa”. Porque si fuésemos, se entenderían unas obras completas de cincuenta volúmenes, como las de Trotsky, o por lo menos dos tomos de Historia de la Revolución Rusa.

No somos protagonistas y ni siquiera observadores de la revolución rusa. Nuestros trotskistas argentinos tienen obras mínimas: un librito, algunos artículos en publicaciones especializadas. No es porque sean hombres de acción, ocupados en dirigir y encauzar las fuerzas revolucionarias, no es porque esas tareas los alejen de la práctica literaria, sino justamente por lo contrario. Porque no están destinados a construir ninguna sociedad futura, y porque no la están construyendo. Desde Trotsky hasta Sarmiento, los hombres que de verdad construyen sociedades, en igual medida las narran, y dejan una obra profusa y ancha.

No somos protagonistas y ni siquiera observadores de la revolución. No sabemos bien qué decir, y ni siquiera si es que tenemos algo para decir. Eso a los trotskistas siempre los hirió o los llenó de melancolía. Los trotskistas argentinos se la pasan más tiempo leyendo historia rusa que latinoamericana, porque es la que les gusta y la que los interpela en su sensibilidad. No se si es estrictamente un error, un prejuicio mío, o si es la distancia entre lo urgente y lo importante la que se interpone entre la historia de un país que les gusta estudiar inevitablemente y sus pretensiones de hacer la revolución en la Argentina, que es siempre su objetivo declarado. Pero hay algo ahí, en esa posición intermedia, en esa distancia anómala entre su Rusia y la Argentina que les tocó en suerte. A veces pienso que esa interposición el peronismo.

Sin lugar a dudas, para los trotskistas el peronismo es una anomalía que como no pueden procesar porque no tienen las palabras, vuelven improcesable: niegan. Un error de la historia, un “tigre de papel”, o ese concepto fácil y bastante ramplón de la “falsa conciencia”, que a veces pareciera, en boca de los trotskistas argentinos más universitarios, menos una problemática compleja que un diagnóstico médico. A veces pienso que los trotskistas argentinos harían bien en hacer suya esa dramática o melancólica frase de Nicolás Casullo que Wiñazcki dio a difusión la semana pasada, en un In Memoriam en el diario Clarín: “Finalmente el peronismo me aleja de todo lo que amo”. Los trotskistas pueden añorar la revolución de octubre que nunca vivieron ni nunca pasó. Lo que los distancia de ella es y será el peronismo.

Hay una frase de Trotsky que me gusta y que supongo que los trotskistas argentinos conocen. Dice: “La historia no se repite. Por mucho que se quiera comparar la revolución rusa con la gran revolución francesa, no por eso se convierte la primera en una simple repetición de la segunda. El siglo XIX no ha transcurrido en vano”. Pocas son las cosas que transcurren en vano.