El Rey del trash pos-comunista caribeño

Por Volquer



Ayer, a pocos metros de donde estoy, Argentinos Juniors escribió otra página de su gloriosa mística copera. Termino mi cena en el lugar de panchos que hay frente a la EG3 de Jonte y Caracas. Una servilleta de papel gris y húmedo limpia restos de ketchup y mayonesa alojados en mi barba desde hace más tiempo del aconsejable. Me paso la manga de mi camisa leñadora por los labios, compruebo el nivel de olor a chivo y termino de elegir algunos fragmentos de la entrevista a Pedro Juan Gutiérrez, el cubano que escribió, entre otros, la Trilogía sucia de La Habana y El Rey de la Habana. Ambos libros están publicados por Anagrama y, en otra entrevista, Gutiérrez se queja de que en España ya vendió cinco ediciones de la Trilogía y le pagaron muy poco.

Se me ocurre que Gutiérrez no necesita de los clichés del canon vanguardista para escribir libros alegres, donde la cultura popular circula en forma palpable y al mismo tiempo trágica y amenazante, y donde la subjetividad lumpen no pide la condescendencia que reclaman los discursos pintoresquistas. Sin embargo, también podría pensarse que sus libros son una forma un poco sórdida y quizás refinada de potenciar esa blanda industria del sexo que Cuba representa para los turistas no ya norteamericanos, sino europeos. Lo que al interior de la isla circula en forma clandestina y al exterior se transforma en fenómeno del mercado editorial, al punto que, como absolutamente todo, es asimilado por los liberales de la academia norteamericana -que incluso pueden darse el gusto de leerlo como “literatura política” pese a las desmentidas siempre condicionadas de un Pedro Juan que compra indiscriminadamente la ideología del artista solitario pese a haberse educado en la pedagogía comunista-, hace máquina con el morbo que alimenta la maquinaria del turismo.

Lo que sigue pertenece a un reportaje que le hizo una tal Anke Bierkenmaier, y fue publicado en la revista española Quimera de Agosto de 2001. No se consigue por la web. Las preguntas son convencionales, y para colmo están ilustradas con fotos very typical y publicitarias de negritos, viejos y travestis habaneros.

“Para mí la literatura es conflicto, la literatura es antagonismo, la literatura, creo yo, es problema. Sin esto, el enredo, el lío, no hay literatura. La literatura sería una literatura muy burguesa, muy neurótica, muy cerrada en cuatro paredes. Y tu ves que Cuba no es eso. Aquí la gente puede tener locura, pero no neurosis. Al contrario, sería una locura paranoica, toda hacia fuera, hacia el exterior, la gente tiene una vida interior muy dosificada.”

“Puede ser que una muchacha de nueve años esté por la calle a las once de la noche, y viene un hombre y le dice, oye, hazme una masturbación por cinco pesos cubanos. Es muy fuerte. Eso se ignora en la sociedad, no aparece en ninguna parte. La explicación que yo le doy es que el cubano es como una explosión hacia afuera: sexo, baile, gestualidad. Una cosa del machismo también. Me lo explico con el mestizaje nuestro. En los últimos años, además, ha habido una diáspora para todos lados. Cuba es como un cruce de caminos. Además es un país muy joven, y por lo tanto muy violento, agresivo. Y los cubanos por eso son muy inocentes, ven una cosa y la quieren. Yo creo que Cuba tiene que madurar con el tiempo, y con los golpes. La literatura nuestra es junto con la argentina y la mexicana una de las tres literaturas más fuertes de América Latina. Son las únicas que tienen un cuerpo literario sólido, asentado a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, es una literatura muy cambiante, muy caótica. Es una especie de desesperación por expresarse. Y cada vez hay más gente que escribe. Incluso gente como yo, que escribe una especie de realismo sucio, de realismo profundo, de realismo fuerte. Al lado tú ves gente como Abilio Estévez, por ejemplo, que escribe como Lezama Lima, de manera críptica, cerrada.”

“Siempre acumulo mucho material para escribir cuentos. A mí el cuento me fascina. Un cuento es muy conciso y yo soy muy minimal. Me gusta con pocos elementos dejar muchas cosas soterradas. Los cuentos no me agotan tanto; la novela sí, mucho. Puedes escribir un cuento en dos o tres horas. Lo dejas, vas a hacer otra cosa, te vas a la playa, dentro de tres días lo vuelves a tocar. Arreglas un poco, vuelves a pasarlo a máquina. En la novela llega un momento en que te pones paranoico y obsesivo … Para mí es esencial atrapar al lector y ser ameno. No concibo que un escritor pueda aburrir al lector. El lector tiene todo el derecho del mundo a cerrar el libro, echarlo a un lado y no leer. Mi objetivo es que me digan que se han leído mi libro en 24 horas. Lo importante es que yo cogí al lector por el cuello, lo agarré y no lo solté hasta que terminó el libro. Es toda una técnica que tuve que ir desarrollando y pude hacerlo perfectamente bien. Me llevó muchos años aprender a escribir de ese modo … Fíjate que el cuentista no abunda, y a los escritores no les gusta decirlo. Es como con la poesía, todo el mundo aquí escribe poesía”

“Me parece que la literatura europea, no sólo la española, quizás en los últimos veinte años ha entrado en una etapa de agotamiento. Como que no hay nada que decir o muy poco que decir. Eso está condicionado por la propia sociedad en que viven los escritores europeos. Puede haber excepciones maravillosas, pero en general la sociedad europea está agotada. Lo que no sucede en Norteamérica y tampoco en un país tan joven como Cuba. Cuando llega entonces un escritor como yo, con todo un material de locura y una sociedad caótica, eso llama la atención porque es lo que ellos no tienen”.