Diario de lecturas (siete)

Por Juan Terranova

Borges, Borges, Borges. La beca argentina. El gran padre sindical de los literatos locales. Dedicarte a Borges es triunfar un poco. La hiper-reverencia. El hiper-prestigio. La hiper-realidad. Pero en mi video club, que tiene la alfombra pegada con poxiram y sin lavar desde el 89, sus palabras llegan desfiguradas, sus enseñanzas se transforman en cameos, en películas de acción, en comedias ligeras donde se habla de “masturbar” y “chupar por una noche”. La cancha de Ferro es el paisaje de fondo.

Aceptemos, eso sí, que Borges nos enseñó la importancia de la lectura y, sobre todo, que el objetivo último de la literatura no debe ser la búsqueda superyoica de trascendencia sino el momento irrepetible y único de la comunicación instantánea. Hay un poema que se llama Poeta Menor y dice, cito de memoria, “el olvido/ yo llegué antes”. No es poco.

Pero para un narrador la ética artística de Borges, esa que le impide extenderse, no es sana. Confundir teoría de la novela con arte de la novela es un error al cual Borges nos induce. El arte de la novela y la teoría de la novela se parecen pero finalmente resultan muy diferentes y son casi opuestos. (De hecho, confundir arte con teoría ya es malo, lo cual no quiere decir que no se fecunden, a veces con violencia, el uno al otro.) Así, entiendo a Borges –no es muy original– como un lector introductorio. El orden cronológico sería algo de Verne, Demian de Herman Hesse, Arlt, Borges, El almuerzo desnudo de William Burroughs, los Aforismos de Lichtemberg. Un recorrido como tantos.

Finalmente, está el Borges malo. Cantidades de textos de baja calidad que Borges produjo no sólo hacia el final de su vida, si no durante su madurez y juventud. Un buen motivo para no escribir ese libro, un ensayo que no debería ser ni breve ni largo, sobre el Borges malo es que después en muy probable que en la solapa de tus libros alguien ponga “escribió sobre Borges”, lo que para mí es un defecto. (Aunque entiendo que hay defectos peores.)

Nelson Rodrigues dice algo que le da una vuelta al ingenuo postulado bibliotecológico que instala Borges: “Solamente un burro se lee treinta mil volúmenes. Lo importante es releer”. Tendría que escribir más sobre Nelson. Está, seguro, dentro de los diez escritores más importantes del siglo XX latinoamericano y en Buenos Aires lo leyeron con suerte diez personas. Y no las diez indicadas, debo decir.